Fuente: ABC, 4 de Enero de 1962, páginas 15 y 17.



NUEVO DESCUBRIMIENTO ESPAÑOL DEL MEDITERRÁNEO


Por Martín Domínguez


La geografía física suele ser presupuesto y premisa de otras geografías impalpables: las de la cultura y el espíritu. En el caso de nuestra Península, desde luego.

Para adentrarse en Europa, pisando tierra firme, el español tiene necesariamente que andar por tierras no estrictamente castellanas: vasco-navarras, aragonesas, catalanas.

“Pisando tierra firme”, hemos escrito; es decir, sin perder el contacto directo y caliente con la realidad viva, al modo que en el arte de la guerra representa la infantería. La “Infantería” es la reina de las batallas, y no sólo en el orden de los avances bélicos, sino también en el de los culturales e históricos.

Un español, preocupado en ese gran negocio histórico y actual que llamamos Europa, no tiene mejores caminos para empezar a entender y sentir cabalmente lo europeo auténtico que “pasar” por la comprensión y sensibilidad cabales de lo vasco-navarro, de lo aragonés, y, muy principalmente –dada la esencial dosis de mediterraneidad que integra lo europeo en su misma base–, de lo catalán.

He aquí el “caso” de una poderosa mente española que, alardeando justamente de anti-europeísmo, cabe estimar como el más original y profundo “español-europeo” del momento intelectual presente. Me refiero al catedrático de la Universidad de Sevilla don Francisco Elías de Tejada y Spínola. Madrileño por nacimiento, extremeño e italiano por linaje, enraizadamente ibérico por su tradicionalismo militante, este español fabuloso ha llegado a desentrañar no pocos secretos oscuros de eso que llamamos hoy Europa, no sólo por el conocimiento directo y a fondo de los países que integran el viejo Continente, la posesión de sus idiomas, sus modos de vida y sus esquemas culturales, sino, principalmente, por su manera plural de entender y sentir las Españas.

Una lealtad inteligente y ambiciosa a la mejor esencia de Castilla lleva a Elías de Tejada a una avidez intelectual y cordial por todo lo español no castellano: Portugal, Galicia, Navarra, Aragón, Vasconia, Cataluña. Desde los años de nuestra Cruzada hasta 1950, sus publicaciones, casi siempre en torno al pensamiento jurídico o político hispano o europeo, suman una cincuentena de títulos apasionantes. Y en ese año que corona la primera mitad del siglo XX aparece en Barcelona uno de sus libros fundamentales: “Las doctrinas políticas de la Cataluña Medieval”. No se comprende, sin poner en duda la vitalidad de nuestro mundo intelectual, cómo un libro de tal peso y horizontes no levantase entre los españoles un revuelo auténtico. Mucho más si se piensa en la cosecha opulenta de libros que le ha seguido, alguno tan intencionado y enjundioso como “La Monarquía Tradicional”, publicado por la Biblioteca del Pensamiento Actual, en 1954.

Viajero y catador voraz de las más varias geografías (toda América, muchos países de Asia, África casi entera, incluso en sus entrañas más inaccesibles); políglota fabuloso que no ahorra esfuerzo por adentrase en idiomas asiáticos o dialectos africanos, poseedor de la biblioteca actual y plurilingüe tal vez más interesante de España. Elías de Tejada ahonda en esta última década en la molla española, ora estableciendo sus reales en un caserío vasco, para adentrarse mejor en el idioma, la cultura y la vida de este pueblo que él estima como una de las claves del secreto hispánico, ora afincándose en archivos, bibliotecas y librerías del viejo Barcelona, Mallorca o Valencia, para informarse y formarse en la sabiduría de los grandes juristas y pensadores de estos pueblos y de sus instituciones políticas, alumno y devoto de aquella Monarquía catalano-aragonesa, verdadera y primera “commonwealth” de pueblos libres y autónomos, ceñidos por la Corona.

Esta curiosidad españolísima por el orbe político catalán fructificó en el magistral libro antes citado, meta para quien no fuera Elías de Tejada, mas, para él, punto de partida de una serie de estudios y libros notabilísimos en torno a ideas e instituciones políticas del Mediterráneo abierto a España por los Jaimes y los Pedros. Se intensifican en esta etapa sus viajes de estudios a Sicilia, a Cerdeña, particularmente a Nápoles, removiendo archivos, levantando entusiasmos, abriendo horizontes y despertando vocaciones entre los estudiosos de aquellas tierras hermanas. Y se intensifican también sus contactos con Barcelona o Valencia, con Gerona o Mallorca, con Tortosa o Perpiñán. De este castellano extremeño no en vano ha podido decirse, justamente, que es un verdadero catalán imperial, a escala –en moderno– de Ramón Muntaner.

Surge en 1958 el primer volumen de su magno “Nápoles Hispánico”, seguido de dos volúmenes más, y dejando no poca materia para otros que han de seguirle. ¿Qué despierta en los medios intelectuales españoles esta aparición? En los napolitanos levanta, desde luego, una oleada de comentarios, de sorpresas, de entusiasmos. Un napolitano ilustre, el profesor Carlo Curcio, de la Universidad de Florencia, nos pinta en dos palabras su impresión ante esta obra deslumbrante: “Quedé, más que sorprendido, estupefacto… ¡Qué riqueza de información, qué escrúpulo de investigación, qué originalidad en la estructura e interpretaciones la de esta obra suya, que ningún napolitano ha sabido jamás, ni siquiera parcialmente, escribir con tanta paciencia de investigador y con tanto calor de sentido histórico!”.

No se trata de hacer aquí el bosquejo de una personalidad –para la que se necesitaría más de un libro– sino de una tarea y una obra. Pero esta obra pluriforme y monolítica de Elías de Tejada sobre las Españas –nuevo descubrimiento del Mediterráneo– no puede comprenderse sin la premisa humana –torrencial– de su autor. Miguel Dolç, catedrático de la Univesidad de Valencia y finísimo escritor, nos daba hace poco una caliente semblanza de este “centauro” del saber histórico-político: “Sería ocioso recordar que Elías de Tejada, antiguo catedrático de la Universidad de Salamanca, y hoy en la de Sevilla, viajero por todas las zonas de la cultura y de la geografía humanas, espíritu belicoso y violento, se halle en perenne estado de discusión. Pero no es, desde luego, el polemista que tanto se da en nuestro indefinible mundillo de hoy: el tipo de franco-tirador que, revestido de su barniz, se lanza imperturbable a pontificar sobre lingüística, historia, política o etruscología. Nada más lejos de este peligro que la vigilante actitud de Elías de Tejada. Es cierto que, para el simple espectador de la aventura terrena, su figura humana puede inducir a error… porque Elías de Tejada es una humanidad tumultuosa, irreprimible, oceánica, dionisiaca. Pero bajo esta capa de adjetivaciones desordenadas y acaso arbitrarias, alienta siempre una mentalidad clara, un pensamiento agilísimo, un razonamiento riguroso, una ciencia profunda y granítica, una cultura sin fronteras ni límites precisos”.

Es un hombre así quien ha podido darnos, en medio de la publicación de los volúmenes de su colosal “Nápoles Hispánico”, otro libro del mismo empeño y aliento, su “Cerdeña Hispánica”, de tanta repercusión en la isla bravía, florón antaño de la Corona Aragonesa, y en la que todavía se canta y se habla en catalán. Y es un hombre así quien no tardará en darnos nueve libros más sobre la mejor España mediterránea histórica: tres para Cataluña, tres para Valencia, tres para Baleares; la historia ideológica y política de la más preclara Europa española, en lucha dramática contra el europeísmo suicida de los centralismos nacionalistas, enemigo sangriento –desde los días de Muret– de la política humana y liberal de los Jaimes y los Pedros de Cataluña y de Valencia.