Por qué los felices están locos
Richard P Bentall ( Ver todos sus artículos )
Richard P. Bentall es profesor de psicología clínica en la Universidad de Liverpool. Este texto es parte de su libro A Proposal to Classify Happiness as a Psychiatric Disorder.
Según descubren estas páginas, el instinto de felicidad es una pieza más del rompecabezas en que se ha convertido la psicopatología. La hipótesis expuesta puede hacer infeliz a cualquiera: la felicidad es un trastorno mental.
La felicidad es un fenómeno que ha recibido muy poca atención de los psicopatólogos, quizá porque normalmente no se considera causa de interés terapéutico. Por eso la investigación sobre el tema de la felicidad es muy reducida y, por lo tanto, cualquier toma de posición se basa, al menos en parte, en la observación clínica no controlada. No obstante, yo sostengo que hay un argumento prima facie para clasificar la felicidad como un trastorno psiquiátrico que habría que incluir en las revisiones futuras de los manuales de diagnóstico. (Soy consciente de que esta propuesta es contraintuitiva y es posible que la comunidad psicológica y psiquiátrica le oponga resistencia).
Quizá sea prematuro intentar una definición exacta de la felicidad. Pero a pesar de que aún no se llega a un acuerdo sobre los criterios formales de diagnóstico, podemos afirmar que la felicidad se suele caracterizar por un estado de ánimo positivo, al que a veces se describe como "elación" o "alegría", aunque ésta puede estar relativamente ausente de los estados de felicidad más benignos, denominados en ocasiones "contento". Los componentes conductuales de la felicidad son más difíciles de caracterizar, pero se han observado expresiones faciales en particular, como la "sonrisa"; lo interesante es que existen pruebas de que esas expresiones son comunes a todas las culturas, lo cual indica que deben ser de origen biológico. Observaciones no controladas, como las que encontramos en obras de teatro y novelas, indican que las personas felices suelen ser descuidadas, impulsivas e impredecibles en sus actos. También se ha informado de determinados tipos de comportamiento social que acompañan a la felicidad, incluida la alta frecuencia de contactos interpersonales recreativos y actos prosociales hacia otros a los que se identifica como menos felices. Esta última observación contribuye a explicar la persistencia de la felicidad a pesar de sus consecuencias debilitadoras (que se describirán más adelante): parece que la persona feliz desea imponer su estado de ánimo a sus compañeros y parientes desdichados.
A falta de señales psicológicas establecidas, parece probable que la descripción subjetiva que un paciente hace de su estado de ánimo siga siendo el indicador más ampliamente reconocido del sentirse feliz. Ya Argyle advirtió que "si la gente dice que es feliz, entonces es feliz". A este respecto, las normas para identificar la felicidad son muy similares a las que utilizan los psiquiatras para identificar muchos otros trastornos, como la depresión.
La epidemiología de la felicidad apenas ha sido investigada, y aunque parece probable que la felicidad sea un fenómeno relativamente poco frecuente, las tasas exactas de incidencia dependen de los criterios de felicidad que se emplean en cualquier estudio en particular. Por lo tanto, aunque Warr y Payne encontraron que no menos del 25% de una muestra inglesa dijo que "les agradaba lo que había pasado el día de ayer", Andrews y Withey, en el estudio de una gran muestra de norteamericanos, encontraron que sólo el 5.5 de los entrevistados se atribuía la calificación máxima de una escala de nueve puntos de vida satisfactoria. Lo interesante es que a pesar de esta incertidumbre, hay algunas pruebas de que la felicidad está distribuida de un modo desigual entre las clases sociales: en general, los individuos de los altos grupos socioeconómicos manifiestan una emoción positiva mayor, lo cual ilustra el hecho de que están expuestos con más frecuencia a los factores de riesgo ambientales que favorecen la felicidad.
Los estudios genéticos de la felicidad son una vía de investigación muy desatendida, pero hay pruebas neurofisiológicas que indican la implicación de determinados centros cerebrales y sistemas bioquímicos. En consecuencia, a través de los estímulos a diversas zonas cerebrales se han reducido los componentes afectivos y conductuales de la felicidad en los animales, lo mismo que con la administración de drogas que afectan al sistema nervioso central, como las anfetaminas y el alcohol.
Unos cuantos filósofos han indicado que el mejor modo de distinguir los trastornos psiquiátricos de los comportamientos que no merecen atención psiquiátrica es determinar si el comportamiento es racional. Tanto Radden como Edwards sugieren que la irracionalidad se puede demostrar mediante la detección de déficit cognitivos y de falseamientos de uno u otro tipo. Hay pruebas experimentales de que, en este sentido, las personas felices son irracionales. Está demostrado que las personas felices, comparadas con personas desdichadas o deprimidas, empeoran cuando recuperan acontecimientos negativos de la memoria a largo plazo. También está demostrado que las personas felices muestran diversos prejuicios que les impiden adquirir una comprensión realista de su entorno físico y social. Hay pruebas firmes de que esas personas sobrevaloran su control de los acontecimientos (muchas veces hasta el punto de considerar que acontecimientos completamente azarosos están sometidos a su voluntad), hacen evaluaciones positivas y disparatadas de sus propios logros, creen que otros comparten sus opiniones irrealistas sobre ellas mismas, y muestran una falta general de imparcialidad cuando se comparan con otras. Aunque la ausencia de esos prejuicios en personas deprimidas ha llevado a muchos investigadores en psiquiatría a centrar su atención en lo que ha llegado a conocerse como realismo depresivo, es más digna de mención la falta de realismo de las personas felices, que es sin duda una prueba diáfana de que, psiquiátricamente, a esas personas hay que considerarlas trastornadas.
He sostenido que la felicidad cumple todos los criterios razonables de un trastorno psiquiátrico. Estadísticamente es anormal y consiste en una acumulación inconexa de síntomas. Hay algunas pruebas de que refleja el funcionamiento anormal del sistema nervioso central, y se asocia con diversas carencias cognitivas, ante todo con una falta de contacto con la realidad. La aceptación de esos argumentos nos lleva a la certeza obvia de que habría que incluir la felicidad en las taxonomías futuras de la enfermedad mental, quizá como una forma de trastorno emocional. Esto la situaría en el Eje 1 del Diagnostic and Statistical Manual de la American Psychiatric Association. Pensando en esta perspectiva, sugiero modestamente que el término "felicidad" sea sustituido por la descripción más formal de importante trastorno emocional de tipo placentero, en aras de la precisión científica y con la esperanza de reducir cualquier ambigüedad posible en el diagnóstico.
Se pueden hacer dos objeciones a nuestra propuesta de incluir el trastorno emocional de tipo placentero entre los trastornos psiquiátricos. En primer lugar está el posible argumento de que normalmente la felicidad no es causa de interés terapéutico. En realidad, Kraupyl y Taylor propusieron el interés terapéutico como un criterio de enfermedad, pero Kendell criticó esa definición y la consideró peor a que no hubiera ninguna por su circularidad obvia y por la implicación inevitable de que las enfermedades son fenómenos cultural e históricamente relativos. En cuanto a esto, la anemia siega-células (¿perniciosa?), la anorexia nerviosa y la psicopatía (por sólo nombrar tres ejemplos inequívocos de enfermedad descritos en los últimos tiempos), antes de ser descubiertas no eran enfermedades.
La segunda objeción a la propuesta de que la felicidad sea considerada un trastorno psiquiátrico apunta al hecho de que normalmente la felicidad no se evalúa en sentido negativo. Pero en este argumento está implícita la idea de que nuestro planteamiento de la clasificación psiquiátrica tendría que estar determinado por juicios de valor. Esta sugerencia es enemiga de la idea de que habría que considerar a la psicopatología como una ciencia natural. En realidad, si la psicopatología sigue excluyendo a la felicidad de la lista de los trastornos psiquiátricos, esto equivale a admitir que los valores subjetivos son la base de su sistema de clasificación.
Traducción de Isabel Vericat
Harper's
Nexos - Por qué los felices están locos
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