Revista FUERZA NUEVA, nº 135, 9-Ago-1969
(Cartas al director)
Ante todo, respetemos al Papa
(…) Acabo de leer el número 685 de la revista “Vida Nueva”, que dedica notable espacio al discurso de Pablo VI del 23 de junio (1969) con los comentarios consiguientes. Es un modelo de sofistería partiendo de un empeño inicial de defender la actitud del Papa contra viento y marea. Bien es cierto, en honor a la verdad que el pensamiento del Pontífice, excesivamente abstracto, se presta en el caso presente a diferentes interpretaciones. Su correligionario demócrata “Ya”, en su día abundó en términos más o menos análogos.
Ambos pecan de un mismo defecto: la defensa cerrada de las palabras del Papa, con extrañeza de que haya católicos españoles que se hayan podido molestar por ello, llegando a la conclusión de que si Pablo VI ha hablado en estos términos es porque le asiste la verdad y los españoles nos lo merecemos.
Soy tan católico como ellos y, por añadidura, sacerdote: siento hacia el Papa la misma veneración que ellos y acaso más respeto, pues no he permitido jamás criticar nada suyo ni en público ni por escrito. La carta que le dirijo no pretende ser una paradójica contradicción, sino la expresión de un sentimiento herido. Y este es el sentido auténtico de los diferentes artículos de la Prensa española que han disentido, en este aspecto, tanto de “Ya” como de “Vida Nueva”.
Ignoro si habrá habido o no intercambio de notas diplomáticas por parte del Gobierno español; pero juzgo que el caso lo merece y ciertamente que cualquier otro gobierno distinto del español, que se hubiera sentido aludido en el discurso, así lo hubiera hecho sin vacilar. Se trata una injerencia en un terreno que no le corresponde al Papa, por ser asunto privado de los españoles: lo de menos es que nos aluda a renglón seguido de Vietnam, Nigeria y Oriente Medio; lo de más es que pretenda dar una lección al Gobierno de la Nación, cuando se podía haber hablado en tesis abstracta sin descender a particularidades que siempre resultan vidriosas: no se puede herir el amor propio nacional, sobre todo cuando llueve sobre mojado; el caso “Grimau” no lo han olvidado los españoles.
Tal vez de haberse tratado de un Gobierno más quisquilloso y menos sufrido en este aspecto que el español se hubieran limado todas y cada una de las palabras. Me vienen a la memoria las palabras de Felipe II a Pablo IV cuando se le quejaba filialmente del trato que le daba por saberlo consecuente con sus principios católicos, pero que jamás hubiera dado al Rey “Cristianísimo” de Francia.
Lo curioso es ver la distinta reacción que ha producido en las revistas antirrégimen y, en más de una ocasión, antiespañolas, y en las de signo contrario. Deslindemos los campos: se podrá ser regimenista o antirregimenista, pero sin echar en saco roto que somos todos españoles; y cuando al español le colocan un par de banderillas desde fuera, automáticamente olvida sus disensiones y rencillas domésticas para reaccionar como español y nada más que como español. La historia es testigo y bien recientemente.
Juan Cruz Elorza |
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