Catolicismos irreconciliables: “defensores de la familia” frente a tradicionalistas
Ver: La democracia cristiana, condenada por San Pío X (Encícl. “Notre Charge”, 1910)
Revista FUERZA NUEVA, nº 603, 29-Jul-1978
Con la nueva Constitución aprobada
LOS HEREJES TIENEN SUERTE
El “NO” de los católicos al proyecto de Constitución que se someterá a referéndum está alimentado por un enjambre de grupos católicos variadísimos. Lo cual es bueno, porque ante las habilidades de la guerra revolucionaria en curso, una organización única y monolítica como un elefante es más vulnerable que otra parecida a una nube de mosquitos, en la que las traiciones, las paces separadas, y los textos equívocos pueden hacer presa más difícilmente.
Yo me atrevería a hacer ya un modesto ensayo de clasificación de la literatura católica que está suscitando la oposición a la futura Constitución. Se dibujan dos grupos de orígenes distintos.
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Uno, tradicional, clásico y coherente, que viene de antes del proyecto constitucional, porque centra su esfuerzo en desenmascarar las premisas erróneas que desde el Concilio Vaticano II vienen envenenando nuestro catolicismo, cuya enfermedad de liberalismo recoge fielmente el proyecto de Constitución. Esta clase de escritos reivindica la unidad católica y la confesionalidad del Estado, y denuncia que es precisamente su ausencia el comienzo de un sistema bien trabado con lógica impecable que pasa por la libertad de cultos y termina en el divorcio, el aborto etc. El pensamiento tradicional siempre ha dado la batalla en ese punto del dispositivo enemigo, que es tal que, conquistado, el resto se desploma sólo y no puede rehacerse.
El otro grupo de escritos propagandistas se preocupa con predilección de la subvención estatal a las empresas de enseñanza propiedad de religiosos, y del divorcio y del aborto. Muchas veces engloba éstos en la más abstracta e ineficaz denominación de “ataques a la familia”, quizá con la secreta esperanza de potenciar su pretensiones en la enseñanza, porque las subvenciones a ésta serían también -según ellos- un derecho de la familia. De la libertad de cultos, como “tesis”, incluida en la Constitución, no dicen ni una palabra de queja. “Escuela laica, no; Testigos de Jehová, sí”. Este es su programa, que no exhiben, porque es risible. No menos contradictorio es dejarle al Estado que se proclame aconfesional e inmediatamente después pedirle que entienda de almas y las descubra en los embriones humanos con tal claridad que prohíba el aborto.
Este segundo grupo de escritos procede de advenedizos progresistas, fugitivos asustados de su propia obra, que tratan de desacralizar la Religión y reducirla a fragmentos mal digeridos de Derecho Natural, como si se avergonzaran del mundo sobrenatural. Son los liberales, que con respetos humanos levantan tronos a las premisas y cadalsos a las conclusiones. Son los listillos de la Democracia Cristiana (*), que entregan lo esencial, pensando que luego ya le buscarán las vueltas a una situación adversa con unos planteamientos parciales y numerosos que, ganados uno a uno, contrarresten el error sustancial de base. Como si por encima de todo no existiese la gloria de Dios. Y como si el enemigo fuera tonto.
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Con ese proyecto de Constitución, España dejará de ser católica. Son tantos y tan poderosos los nacionales y extranjeros apasionados en que así sea, que el esfuerzo que tenemos que hacer los católicos para derrotarles es gigantesco. Sea, pues, bienvenida la propaganda a favor del “NO” que describo en este segundo grupo; a unos hombres les mueven unos argumentos y a otros, otros; todo esfuerzo, toda colaboración, son pocos. Como sean igualmente bienvenidos los votos negativos de variadas inspiraciones políticas.
Si es así, ¿a qué viene señalar ahora las deficiencias de ese segundo grupo de propagandas? Viene a prevenir con urgencia dos males graves. Uno, que se haga una paz separada. Otro, que los católicos españoles se familiaricen con la libertad de cultos, y los hechos consumados vayan adquiriendo fuerza de derecho.
La lucha va a ser durísima. Y ya ha habido grupos de sedicentes católicos que han reclamado a los heresiarcas que mantengan sus errores laicistas. Estas presiones pueden predisponer a algunos inspiradores de la propaganda del segundo grupo a aceptar públicamente -privadamente ya lo han hecho-la pérdida de la unidad católica y de la confesionalidad del Estado.
El empujoncito definitivo lo daría la inclusión en el proyecto de Constitución -por otra parte, ya aprobado en el Congreso-de un término equívoco que diera esperanza de recibir subvenciones para las empresas de enseñanza propiedad de religiosos. Aseguradas las pesetas, no tendrían inconveniente en votar “SI”, o en decir que cada católico puede votar lo que le parezca -libre examen-, entregando al enemigo, una vez más, la unidad católica y la confesionalidad del Estado. Entrega que pasaría inadvertida a los que sólo se nutren de la propaganda del segundo grupo, porque esos términos no han figurado nunca entre sus exigencias y condiciones. Esa paz separada sería una auténtica traición, de largas consecuencias, que hay que prevenir aun a riesgo de parecer suspicaces.
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El otro mal grande es que muchos católicos, después de una digestión pesada de la literatura del segundo grupo, queden convencidos, con independencia del resultado del referéndum, de que la unidad católica y la confesionalidad del Estado son disquisiciones teóricas sin interés, ni trascendencia, ni urgencia, ni actualidad. Cuando son precisamente el centro de gravedad de la batalla, donde se decide todo lo demás. Esto nos pondría a nivel europeo. Porque después de la apostasía de los Estados, la gran mayoría de los católicos europeos, a fuerza de años y de silencios punibles, se han acostumbrado a las libertades de perdición del liberalismo, a la igualdad de derechos civiles entre la Verdad y el error, y ya no tienen sensibilidad para distinguir entre el bien y el mal en sus sociedades.
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Esta es la gran suerte de los herejes y de los miembros de las religiones falsas: que, sin esfuerzo por su parte, nuestra sociedad se está habituando a ellos, a aceptar los hechos consumados, a conformarse con lo que es y a abandonar la lucha por lo que debe de ser; a elevar a rango de tesis una triste “hipótesis”.
Manuel DE SANTA CRUZ
Última edición por ALACRAN; Hace 2 semanas a las 15:43
“España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.
A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)
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