EL DÍA MÁS HERMOSO

JUAN MANUEL DE PRADA





La fiesta de los Reyes es idónea para reflexionar sobre lo que somos y sobre lo que queremos ser



¿NO es acaso la fiesta de Reyes el día más hermoso del año? En este día, uno puede sanar las descalabraduras de su vida destronada con un remojón gozoso en las ilusiones intactas de los niños; y volver a vivir con la memoria –que es como se vive más plenamente– las ilusiones que algún día lejano nosotros también albergamos. Podemos rememorar aquellas cartas que escribíamos a los Reyes Magos sobre papel rayado, para evitar que los renglones nos salieran torcidos, procurando imitar la letra redondilla aprendida en los cuadernos de caligrafía. Podemos recordar nuestro pasmo durante aquellas cabalgatas mitológicas de la infancia, en las que el papel albal y la purpurina de las coronas de cartón relumbraban como metales preciosos, en las que las barbas de pega semejaban fluviales barbas intonsas, en las que los disfraces más astrosos se transfiguraban en mantos de armiño y marta cebellina, y en las que hasta los caramelos que arrojaban desde las carrozas se nos antojaban perfumados de especias orientales. Podemos recordar, en fin, la zozobra de las horas previas, la noche excavada de sigilos en la que tratábamos de escuchar a los Reyes escalando el balcón, envolviendo los regalos en el comedor y cuchicheando en sus lenguas vernáculas, mientras los camellos (¿o eran dromedarios?) los aguardaban en la calle, tascando la hierba aterida y prisionera de los alcorques. Podemos rememorar todas estas cosas, y muchas más, con tan sólo cerrar los ojos; y enseguida se nos ensancha el alma, mientras la infancia vuelve a nosotros, como una patria entrevista.
También la fiesta de Reyes nos permite hacer cosas que ya nadie se atreve a hacer, porque resultan de mal gusto para el espíritu (protervo) de los tiempos. Así, por ejemplo, uno puede aprovechar la fiesta de los Reyes Magos para declararse monárquico y fustigar un poco a los republicanos que le rodean, recordándoles que en el Evangelio no se habla de reyes, sino de magos; y que fue la imaginación popular la que convirtió a los adoradores del Niño en reyes, por la sencilla razón de que, cuando el anhelo popular necesita pensar en algo verdaderamente grande, piensa en testas coronadas, no en zascandiles encorbatados que firman decretos. Unos Presidentes Magos serían, en verdad, una aberración horrenda que mataría las ilusiones de los niños; del mismo modo que nadie querría leer unos cuentos de hadas en los que los reyes barbudos y las pálidas princesas fuesen suplantados por presidentes bien rasuraditos y primeras damas con sonrisa profidén, ni jugar al mus con una baraja con presidentes de copas y de bastos. Porque los reyes son majestuosos y los presidentes chabacanos; y los hombres, para sentirnos tales, necesitamos inclinarnos ante la majestad verdadera.
Que es lo que hicieron los magos venidos de Oriente ante aquel Niño. La fiesta de los Reyes, en fin, es idónea para reflexionar sobre lo que somos y sobre lo que queremos ser. «Cuida de ser pastor, si no eres mago», escribió Eugenio d’Ors, recordándonos que sólo la sencillez y la sabiduría (que no son antitéticas, sino complementarias) permiten una vida noble. La única vida innoble es la del ignorante letrado –la vida propia de nuestra época–, que a la vez que ciega las fuentes de la auténtica sabiduría exalta la soberbia humana con una plétora de conocimientos de segunda mano en cuya digestión la inteligencia está ausente; y aún se atreve a presumir de culta esta época innoble. Pero ser culto es lo peor que le puede ocurrir a un hombre que aspire a una vida noble, que sólo hallará siendo mago o siendo pastor.


Feliz fiesta de Reyes para todos, queridos lectores.

Histrico Opinin - ABC.es - lunes 6 de enero de 2014