Ahí va un ensayo que nos muestra la inmensa carga histórica, mística, simbólica y moral que posee el toreo y que los jenízaros que lo combaten no saben captar en el mejor de los casos, y, en el peor, aborrecen.
Soy consciente de que algunas aseveraciones distan mucho de ser ortodoxas, pero no por ello el texto deja de ser interesante y, en gran medida, aleccionador:

EL TOREO, UN RITO SACRO

Hace miles de años, por efecto de un tercer movimiento de la tierra, que provoca la precesión de los equinoccios, el sol abordó el equinoccio de primavera, en el signo del zodiaco que recibe el nombre de Tauro. Este signo de la constelación celeste fue considerado como el signo del sol primaveral, del sol fecundador, del Dios sol. El reconocimiento popular y los homenajes rendidos al Sol, se dirigieron naturalmente hacia el signo del zodiaco que era su símbolo, hacia el signo del Toro, el cual siendo partícipe, en alguna forma, de la acción del sol fecundador fue, en este aspecto, identificado con el astro. Se le rindieron honores y se le atribuyeron sus virtudes, poder y beneficios. Este signo abandonó el objeto significado, se convirtió en un dios y se adoraron las representaciones del Toro celeste. El entusiasmo religioso fue más lejos; no sólo se adoraban las representaciones del Toro zodiacal, sino que incluso un toro vivo gozaba de honores divinos. Fue así como el toro, la bestia mágica, signo dibujado, pintado o esculpido, en los zodiacos artificiales, fue identificado con el sol de primavera, se convirtió en TORO-SOL y , metamorfoseado en toro vivo, fue adorado como un dios, un dios solar.

Como vemos, muy lejos se remonta la religión del toro, se pierde en los tiempos. El mazdeísmo profesaba que el toro había sido el primer ser vivo creado. El Indra védico es el Toro divino, como Marduk o Anu en Babilonia, como Horus en Egipto. Heliópolis era un centro de adoración del Toro de Ra. Los hebreos tomaron prestado de los egipcios del becerro de oro. Hace 6 mil años en Creta, radiante cuna de la civilización pre-helénica se celebraba el culto al toro con ejercicios taurinos. En Grecia, Júpiter tomaba la forma de toro para seducir a Europa. Pasifae se entregaba a un toro blanco, que la hacía madre del Minotauro. En Tesalia, las tauro-catapsias eran análogas a la tienta hispánica y a la ferrade de la Camarga. Los germanos adoraban a Thor o toro, cuyo ídolo se encontraba en Upsal en el templo del sol. Según Diodoro de Sicilia, el toro en Hispania tuvo carácter sagrado desde que Hércules, fundador de Sevilla, regaló tres toros a un reyezuelo nativo. Fue Julio César el introductor de los combates de toros en Roma donde perduraron hasta el final del Renacimiento. Los romanos tuvieron su toro expiador y reparador. Los monumentos simbólicos al Dios-Sol Mitra muestran un toro que es sacrificado y cuya sangre purificaba a aquellos sobre los cuales se extendía: el Taurobolio.

El Mitraismo fue aquella religión que en un cierto momento amenazó el triunfo del cristianismo. Como bien escribió Renán "si el cristianismo hubiese sido detenido en su marcha por alguna enfermedad mortal, el mundo habría sido mitriaco." El culto del dios sol-Mitra pasó directamente del mundo indo-ario al latino, su vehículo de expansión fueron las legiones romanas que lo acogieron muy entusiastamente pues se trataba de un dios protector de los guerreros, rasgo que lo acompañó siempre e hizo de su religión un culto vinculado a la milicia. Esta religión, que embriagara a las legiones romanas, pasó a la plebe y a las clases superiores llegando a contar con el favor imperial. Cómodo se hizo iniciar en las ceremonias sangrientas de la liturgia y entonces los altos dignatarios del Imperio siguieron su ejemplo y se convirtieron en celosos guardianes del culto al dios-sol Mitra. Mitraismo y Cristianismo lucharon con dureza a causa justamente de sus analogías . El clero mitraista reprochaba a los cristianos que tomaban de su religión muchas cosas, entre otras que plagiaron, en su purificación por la sangre del cordero, la purificación por la sangre del toro. Sin embargo el cristianismo, tras muchos combates, termina prevaleciendo; el emperador Constantino se convierte a la religión de Cristo dándole un enorme impulso. En cuanto pueden, los cristianos, a su vez se convierten en perseguidores y dan muerte a los mitraistas. Pero este culto solar estaba profundamente arraigado; el cristianismo tuvo que conservar e integrar elementos de la religión del dios-sol Mitra, para conformar un sistema en mayor o menor medida sincrético, como son sincréticos todos los sistemas culturales. De ahí viene, tras muchas confrontaciones marchas y contramarchas, una especie de entendimiento entre la Iglesia Cristiana y la supervivencia tauromáquica del mitraismo. La fe en el toro muerto santamente pasaba del taurobolio y del mitraismo al culto cristiano. El Imperio muerto se alzaba de su tumba para desposarse con la Iglesia viviente que había querido matar.

Pío V excomulgó a los taurinos. La excomunión fue suprimida por Gregorio XIII. Pero Sixto V, dirigiéndose al obispo de Salamanca, la había restablecido . El claustro salmantino se niega a obedecer y es el gran Fray Luis de León quien redacta la protesta. Hasta que por fin Clemente VIII reconoce que las corridas son una escuela de valor, que pertenecen al patrimonio de España y levanta la excomunión. Entonces comenzó, para continuar hasta nuestros días, la comunión de Iglesia y Tauromaquia.

¿Qué es lo que representa el toro en la conciencia de los hombres?. La energía primitiva y salvaje y al mismo tiempo la ultra potencia fecundadora. El hombre debe conducir y disciplinar la fuerza con la inteligencia, debe ennoblecer y sublimar el sexo con el amor. Le corresponde vencer en sí mismo la animalidad primigenia, los elementos taurinos que hay en él: la adoración de la fuerza erótica y muscular igualmente agresivas. Su antoganista más evidente en su voluntad de purificación es el toro. La corrida es la representación pública y solemne de esa victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial. Así pues la corrida de toros, a pesar de sus acompañamientos espectaculares, es en realidad un misterio religioso, un rito sacro. Con sus subalternos o acólitos, el torero es una especie de sacerdote de los tiempos paganos, pero al que el cristianismo ya no puede condenar. El torero es el ministro cruento en una ceremonia de fondo espiritual, su estoque no es otra cosa que el descendiente supérstite del cuchillo sacrificial que utilizaban los antiguos sacerdotes paganos. Y así como también el cristianismo enseña a los hombres a liberarse de las sobrevivencias bestiales que hay en nosotros, nada tiene de extraño que pueblos católicos como los nuestros, en Europa y en la América española, concurran a este rito sacro, aun cuando no comprendan con claridad la íntima significación del mismo. Si no con su inteligencia, con sus entrañas, saben que desde hace miles de años adoran al Sol y al toro, que es un signo solar.

"...recuerdo canciones de guerra en batalla,
¡A los hijos del sol, nadie nos calla...!"