Cuando Cesar perdió una pierna

A Dios pedía fervorosamente
que cortara el hilo de mis días
para morir con gloria…


Finalizaba 1838, y Antonio López de Santa Anna continuaba en Manga de Clavo, convalecientes los sueños, maltrecha la fama por la injuria filibustera. A caballo, por la tarde, gustaba llegar a la playa y dejar sobre la arena su huella efímera, al arbitrio del mar, como su gloria quedara un día a las resultas de una siesta.
Vagaba silencioso entre palmares y ceibales. Y bajaba un día y otro hasta los médanos, en busca de dialogo silencioso con las olas.
Las volubles olas del atlántico han traído frente a Veracruz una flota de iracundos franceses. Protestan por una serie de supuestos atropellos a conciudadanos suyos radicados en México. Ha comenzado la Guerra de los Pasteles.
Su Excelencia el general Santa Anna ha terminado su comida del medio día. En una hamaca tendida a la sobra de grandes árboles, dormita en espera del momento en que habrán de comenzar las peleas concertadas con unos galleros de Guanajuato. Entre el murmullo de las frondas y de las aguas en corriente, de los ganados y de los peones, en medio de su somnolencia Don Antonio percibe un rumor diferente: como si el mar hubiera entrado en tierra.
Se incorpora, trata de captar los detalles de ese temblor sonoro que llega envuelto en viento de mar.No le es desconocido aunque ya casi lo había olvidado. Le basta medio minuto para comprender lo que sucede. Es el cañón que truena.
Mientras el temblor arrecia, coro de doscientas voces de cañón, el Excelentísimo hace un balance de si mismo: el gobierno lo posterga y lo humilla, el presidente y sus ministros lo odian o lo desprecian o lo envidian. El pueblo ya ha olvidado a Tampico y el Álamo. Los periódicos de vez en cuando le hincan el diente en su vida privada. Parece que la nación entera le ha vuelto la espalda.
Es feliz entre los suyos: la esposa Doña Inés de la Paz, los cuatro muchachos, dos hombrecillos y dos mujercillas que corren por toda la finca, inquietos e incansables como el padre. Su hacienda prospera, sus sirvientes afectuosos y fieles, sus gallos y algún que otro placer que no logra por mas que procura, que ignore su mujer. Tranquiló, olvidado, general de división, millonario, medio enfermo…
Ni quien haya tenido en interés de anunciarle que Veracruz estaba en peligro. Es el cañoneo el que le avisa de la batalla, el que le dice el peligro, el que lo llama.
Vuelan varios minutos de silencio. Se cierra el balance. El viento sigue y el rumor del cañoneo. Las bombas francesas deben de estar cayendo sobre el castillo, sobre el puerto….Se acerca la hora en que comenzara la partida con los galleros de Guanajuato. Los niños, de paseo a caballo, no regresaran hasta las primeras sombras….¡Ese cañoneo!...
-¡Un caballo! ¡Mi caballo blanco!...
Mientras se lo enjaezan, corre a ponerse las botas. Al minuto brinca sobre la silla. Sale del patio de la hacienda a todo galope. Solo, dejando todo lo que tiene. Sigue su primer impulso, como siempre. Galopa hacia la metralla. Hacia la gloria o al ridículo. Jugador empedernido, se arroja a el mismo como apuesta, en el más emocionante de los albures.
Al verlo acercar, devorando el camino en su corcel de nieve, le abren la puerta los centinelas sin saber quién es pero adivinándolo. Apenas traspone la muralla, los vítores acompasan el choque de las herraduras con el empedrado.
El general Rincón rinde la plaza, Santa Anna se excusa de firmarla por no haber participado en la defensa. No reprueba la capitulación pero tampoco la acepta.
El treinta de noviembre el presidente Bustamante desaprueba la capitulación, retira a Rincón y nombra a Santa Anna encargado de la tomar la ofensiva como pueda.
Santa Anna llega las once de la noche. Enfermo y cansado. Inmediatamente dicta para Baudin un oficio comunicándole que el gobierno de México ha reprobado las capitulaciones y que la guerra a Francia está declarada. Santa Anna reúne a los jefes y oficiales para darles igual informe y se encuentra con que todos son partidarios de la tregua debido a las carencias y el poderío francés.
Su Excelencia se pone de pie en medio del silencio, echa la cabeza atrás, levanta la diestra, ahueca la voz:
-¡Se defenderá la ciudad a todo trance!
A las 4 de la mañana el príncipe Joinville ha desembarcado con la misión de capturar a Santa Anna para llevarlo a educarse a Paris, entran pero Santa Anna logra escapar.
Su Excelencia corre de cuartel a cuartel , excita a los soldados, ordena rápidas movilizaciones con un tono que se hace obedecer, levanta la moral de todos, toma un rifle y lanza un disparo, acomoda un saco de arena, envía a media docena de oficiales con órdenes, saca la espada la blande en alto, la envaina…Hace reconocimientos sin compañía. Los soldados mexicanos están resistiendo.
Entonces Santa Anna busca a Joinville. Príncipe de la sangre en Francia, es enemigo de categoría con quien da gusto batirse. Si lo captura, lo llevara a Manga de Clavo para educarlo….en el difícil arte de pelear gallos.
Alteza y Excelencia se encuentran en la calle de las Damas levantan sus barricadas y comienza el tiroteo, después de algunas horas de tiroteo un cañonazo lejano y único trae a los expedicionarios la orden de reembarcarse. Don Antonio se envalentona al ver la retirada de los franceses, organiza una columna de trescientos con la intención de cortarles la retirada.
Monta su corcel blanco. Viste su uniforme de pantalón color crema y casaca azul, con gran pechera roja orlada de laureles. Sombrero adornado con plumas de gallo peleador, antes de llegar al muelle manda a redoblar la marcha. Desnuda la espada se levanta sobre los estribos y grita:
- ¡A la bayoneta!
- Pero los franceses protegían su retirada con un cañón de a ocho. Suena el disparo a cien pasos, cae el caballo blanco con el pecho destrozado. Muere el capitán Campomantes, un alférez, siete soldados y hay nueve heridos. Y bajo el bridón caído, don Antonio yace en tierra, rota la pantorrilla izquierda. Sangra de la mano del mismo lado porque ha perdido un dedo. Las heridas y el golpe al desplomarse lo han desmayado.
- Tendido en una camilla dicta el parte de guerra :
- <<>Vencimos, si , vencimos, al concluir mi existencia no puedo dejar de manifestar la satisfacción que también me acompaña, de haber visto principios de reconciliación entre los mexicanos>
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- <<>Pido al gobierno de mi patria que mis restos sean sepultados en estos mismo médanos para que sepan mis compañeros de armas que esta es la línea de batalla que les dejo marcada…..>> <<Los mexicanos todos, olvidando mis errores , no me nieguen el único título que quiero heredar a mis hijos: el de buen mexicano….>>