La tumba del napoleon del oeste
La tumba de Santa Anna

Historia de México, capítulo 1: Los malos son como el diablo encarnado—aunque ocupen 11 veces la presidencia de la República.
Capítulo 2: Los buenos no matan ni una mosca, aunque igual se quieran perpetuar en el poder.

Vista Aérea del panteón.


Andy Warhol decía que la muerte equivale al estrellato, sobre todo cuando sucede al morir jóvenes. Pero para aquellos que tienen la desgracia de vivir lo suficiente como para pisar su propio mito, el tiempo se vuelve un juez implacable. Ojalá fuera tan fácil identificar a héroes y villanos en el panteón nacional, pero nadie pudo haberlo expresado mejor que el general Curtis LeMay, al reflexionar sobre sus acciones como general de los EE.UU.: "De haber nosotros perdido [la Segunda Guerra Mundial] se nos hubiese juzgado como criminales de guerra." Delgada línea la que divide a unos de otros.
Croquis del panteón.

Los rudos en nuestro panteón laico: ahí tenemos el caso de Iturbide, Miguel Alemán o Díaz Ordaz. Los técnicos no están mejor parados: Juárez enviando a Melchor Ocampo a vender la península de Baja California y paso irrestricto por Tehuantepec. Pero incluso hoy, un personaje sigue despertando opiniones encontradas. Nos han inculcado su odio desde la primaria, y ocupó 11 veces la presidencia del país (¡qué sujeto tan poco popular debió haber sido aquel hombre!): Antonio López de Santa Anna.

¿Dónde está la tumba?

La tumba del controversial personaje descansa en el Panteón del Tepeyac, junto a la Basílica de Guadalupe, en lo alto del cerro. El lugar está abierto al público pero, por desgracia es imposible tomar fotografías del lugar.



Tumba de Santa Anna.

El sitio es pequeño, en realidad. Apenas un centenar de tumbas. Muchos personajes célebres se encuentran enterrados ahí: los Andrew Almazán, Villaurrutia, los Borda, y por supuesto, Santa Anna.

La única imagen que atiné a tomar, desde fuera del portón, muestra algunas tumbas y mausoleos, todos bellamente decorados. Hay estatuas de piedra y metal, como hay tumbas modestas y otras más lujosas. Todos descansamos, al final, bajo tierra, pero otros prefieren hacerlo con estilo.

En el croquis que muestro arriba, la entrada al panteón no es por el portón principal, sino por uno secundario, lateral al cementerio, que es por donde entran los muertos, propiamente. La tumba de Santa Anna está a sólo unos metros, bajo un árbol. La tumba es modesta comparada con las demás, y en ella descansa también Dolores de Tosta—Doloritas—la segunda esposa de Santa Anna. La inscripción reza: "Excelentísimo General, Antonio López de Santa Anna" junto con las fechas de nacimiento y muerte. Febrero 21, 1794, en Xalapa - Junio 21, 1876, Ciudad de México. Columnas de metal encadenadas custodian la lápida, que es de piedra clara. Insisto, para el observador casual la tumba pasaría desapercibida, olvidada en el centro del panteón.
El panteón del Tepeyac.

Para el mundo de hoy, puede que el personaje todavía suscite controversias, pero en este lugar, este panteón, el tiempo y el barullo parecen pertenecer a otra época: aquí el tiempo no transcurre. Debido a su posición en lo alto del cerro, pocas personas se atreven a subir, o más bien lo pasan de largo, pues la Basílica y su explanada están más a la vista.
El personaje

Amado u odiado, lo cierto es que Antonio López de Santa Anna fue un personaje decisivo en la historia nacional. Dominó la política de México por un cuarto de siglo, durante tiempos muy turbulentos, y participó en prácticamente todas las guerras desde la Independencia Mexicana hasta la Revolucion de Ayutla. Habiendo estado en más batallas que Napoleón y George Washington juntos, y regularmente en la línea del frente, pudo burlar a la muerte numerosas veces. Lo curioso es que, de haber sido muerto durante la Campaña de Texas o la Guerra de los Pasteles, no sería descabellado pensar que hoy habría calles y monumentos en su nombre. Después de todo el mejor héroe es el héroe muerto. Pero la tragedia de su vida fue que le tocó vivir demasiado.
Vista del Panteón del Tepeyac.


Agustín Yáñez lo imagina dueño de un carisma arrollador; y el mismo Iturbide le asigna un 'genio volcánico.' Se le reconoce valía, incluso por sus enemigos más acérrimos. Los partes de guerra de generales gringos son encomiables hacia su persona. Y se sabe que era magnánimo hasta con sus enemigos. Salvo la campaña en Estados Unidos, no se le conoce ningún otro acto de crueldad. Pero, ¿cómo era?
La apariencia


La mayoría de estos retratos son óleos anónimos, salvo el de Carlos París, en el Castillo de Chapultepec. Resalto solamente el retrato en blanco y negro, esquina superior derecha: de acuerdo con las fuentes es un daguerrotipo de F.W. Seiders.
La fotografía justo abajo es una imagen de Santa Anna en sus últimos años; la misma imagen a la izquierda probablemente fue retocada, pero podemos apreciar rasgos uniformes: nariz ancha y amplia, y labios gruesos. La frente prominente y alta, cejas más bien delgadas, sobre unos ojos grandes. La patilla larga sólo aparece una vez, y parece que no gustaba de usar bigote y barba. El cabello es lacio en las fotografías, pero ligeramente quebrado en las pinturas.
Santa Anna, circa 1847

Pero las fotos no pueden expresar el carisma (o falta de él) en una persona. De todos sus contemporáneos, no me fío de las descripciones de sus idólatras ni de sus enemigos. No es que crea que tengan razones para exagerar, pero encuentro más imparcial la descripción de su apariencia por parte de Frances Calderón de la Barca, esposa del diplomático español, y quien no tiene razones ni para alabar ni vilipendiar a Santa Anna. En su libro, Life in Mexico, Frances describe con detalle sus observaciones sobre el país: costumbres, lugares y personas.

Decía ella de Santa Anna:

"Un hombre fino, de buen ver, modesto en el vestir, parece más bien melancólico, con una pierna, aparentemente algo de inválido, y para nosotros la persona más interesante en el grupo. Tiene un color cetrino, distinguidos ojos obscuros, suaves y penetrantes, y una expresión interesante en el rostro. No sabiendo nada de su historia pasada, uno diría un filósofo, viviendo en un retiro digno --uno que ha vivido el mundo, y encontrado en él sólo vanidad-- uno que ha sufrido ingratitud, y a quien, si alguna vez se le persuadiese de salir de su retiro, sólo lo haría, como Cincinato, para beneficiar a su país. Es extraño, como frecuentemente esta expresión de resignación filosófica, de tristeza plácida, es encontrada en los gestos de los más profundos, más ambiciosos, y más habilidosos hombres[...] Era sólo de vez en cuando, que la expresión en sus ojos cambiaba, especialmente cuando hablaba de su pierna, que está amputada debajo de su rodilla. Habla de ella frecuentemente [...] y cuando da cuenta de su herida, y alude a los franceses en ese día, su expresión asume el aire de amargura [...] De otra forma, fue muy amable, habló muchísimo de los Estados Unidos, y de las personas que conoció ahí, y sus modales eran discretos y finos, y en suma un héroe mucho más pulido de lo que esperaba ver."
Los biógrafos

Biógrafos le sobran al personaje. A mí juicio una de las obras más completas es la colección de González Pedrero, publicadas por el Fondo de Cultura Económica. Las fuentes obligadas son Fuentes Mares y Rafel F. Muñoz, pero quizá el retrato con más picardía, más aventurero pero no por ello menos elocuente, es la novela de Enrique Serna "El Seductor de la Patria," que tomándose muchísimas licencias, nos muestra con ojos más modernos lo que la erudición con toda su seriedad no puede.