GARCÍA MORENO (XVIII), A García Moreno.
Agosto 13, 2009 - 2 Responses
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A García Moreno
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Porque sabio es aquel que saborea
las cosas como son, y señorea
con el don inefable de la ciencia.
O descubre que en Dios se vuelve asible
la realidad visible y la invisible.
Llamaremos virtud a su sapiencia.
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Porque al Principio el Verbo se hizo hombre,
encarnado en María, cuyo nombre
el Ángel pronunció como quien labra.
Toda voz cuando fiel es resonancia
de la celeste voz y en consonancia,
llamaremos invicta a su palabra.
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Porque viendo flamear las Dos Banderas,
izó la que tenía las señeras
bordaduras de sangre miliciana.
Prometió enarbolarla en un solemne
ritual latino del amor perenne.
Diremos que su vida fue ignaciana.
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Porque sufrió el castigo del destierro,
persecuciones duras como el hierro
–si en herrumbres el alma se forjaba–.
Enfrentó con honor la peripecia
por defender la patria y a la Iglesia.
Diremos que su guerra fue cruzada.
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Porque podía, con el temple calmo,
versificar hermosamente un salmo,
penitente de fe y de eucaristía.
Mientras en Cuenca, Loja o Guayaquil
empuñaba la espada y el fusil.
Proclamaremos su gallarda hombría.
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Porque probó que el Syllabus repone
el orden en el alma y las naciones,
desafiando el poder de la conjura.
Bajó la vara de la justa ley,
alzó el gran trono para Cristo Rey.
Proclamaremos grande su estatura.
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Porque sabía en clásico equilibrio
inaugurar un puente o un Concilio,
unir la vida activa al monacato.
En el gobierno fue arquitecto o juez,
estratega o liturgo alguna vez.
Nombraremos egregio a su mandato.
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Porque asistió a los indios y leprosos
con la humildad de los menesterosos
y el señorío de los reyes santos.
Cargó en Quito la Cruz sobre su espalda.
De España amó el blasón en rojo y gualda.
Nombraremos su gloria en nuevos cantos.
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Porque las logias dieron la sentencia
de difamarlo con maledicencia,
matándolo después en cruel delirio.
Pagó con sangre el testimonio osado
de patriota y católico abnegado.
Honraremos la luz de su martirio.
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Era agosto y lloraban las laderas,
las encinas, el mar, las cordilleras
del refugio que el águila requiere.
Un duelo antiguo recorría el suelo.
Una celebración gozaba el cielo.
Todo Ecuador gritaba: ¡Dios no muere!
Antonio Caponnetto
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GARCÍA MORENO (XVII), Invocación del 6 de Agosto de 2009
Agosto 13, 2009 - Leave a Response
Invocación por la conmemoración del 6 de agosto de 2009, en ocasión del 134 aniversario de la muerte de Gabriel García Moreno.
“Después de mi muerte, el Ecuador caerá de nuevo en manos de la revolución; ella gobernará despóticamente bajo el nombre engañoso de liberalismo; pero el Sagrado Corazón de Jesús, a quien he consagrado mi patria, lo arrancará una vez más de sus garras, para hacerla vivir libre y honrada, al amparo de los grandes principios católicos”. Profetizó nuestro caudillo poco antes de su asesinato.
Yo habría preferido no hablar ahora y perderme como uno más entre los afligidos ante la patria malherida, cuyo silencio de abismo y cuyo rumor de océano es superior, en casos tales, a todo empeño de elocuencia; pero traigo mandatos irrenunciables y he de saber cumplirlos con el laconismo forzoso de quien debe rendir homenaje a un coloso, de quien debe rendir homenaje al Padre de la Patria.
Nosotros, que estamos aquí, en presencia de la figura eterna de Gabriel García Moreno, somos en algún sentido los representantes de una nación entera, de todo el verdadero pueblo ecuatoriano, y estamos aquí para conmemorar el día dónde la patria quedó huérfana; del esplendor del espíritu de nuestra tierra natal hubo de surgir el héroe de Dios y de la Patria. Nosotros estamos aquí clamando por su nombre, frente a los restos de una nación en ruinas, ahora invalida.
El vibrante polemista francés, Luis Veuillot, trazó así en L’Univers, una semblanza de García Moreno que dio vuelta por todo el mundo y que sorprende por muchos acertados comentarios de una actualidad inusitada. Allí leemos: “Saludemos a tan noble figura; es digna de la historia. Los pueblos están ya hartos de tanto gigante de cartón, efímero y miserable, cuyo molde lleva trazas de no deshacerse jamás. Sediciosos, intrigantes, malogrados, fantasmones, se van presentando insolentes para engañar el hambre y sed de grandeza que devora al público. Delante de cada uno de ellos se ha exclamado: ¡He aquí el hombre providencial! Pero se lo toma, se lo pesa, y no pesa nada; no hay hombre siquiera… Tal es la historia común de los presidentes de república: unos cuantos crímenes vulgares, un montón de necedades vulgares y rara vez siquiera la honrada y baja vulgaridad. Nada para lo presente, nada para el porvenir. No hay amor posible hacia estos particulares sin calor y sin idea. Hacen los negocios, y sobre todo, su negocio: nos fastidian y se fastidian. Oficio sin resultados, sin altivez, sin fuerza, y cuyas más felices consecuencias no pueden pasar de consecuencias ordinarias de un negocio que no ha salido mal: pan y olvido, y (eso) cuando se tiene conciencia, remordimientos. García Moreno era de otra especie y la posteridad lo conocerá. Ha sido admirado por su pueblo; se ha salvado del crimen, se ha escapado de la vulgaridad y del olvido; y hasta del odio se hubiera librado si Dios pudiera permitir que el odio no persiguiese a la virtud. Se puede decir que ha sido el más antiguo de los modernos; un hombre que hacía honor al hombre…
“Era un cristiano tal como no pueden soportarlo al parecer los puestos soberanos; un jefe tal que los pueblos no parecen dignos de tener; un justiciero tal, que los sediciosos y conspiradores no parecen que hoy por hoy puedan temer; un rey tal, como aquellos de que las naciones han perdido la memoria. Se vio en él a Médicis y Jiménez de Cisneros: Médicis, menos la trapacería; Jiménez, menos la púrpura y el temperamento romanos. De entrambos tenía la extensión del genio, la magnificencia y el amor a la patria; pero sobresalían en su fisonomía los admirables rasgos de los reyes justos y santos: la bondad, la dulzura, el celo por la causa de Dios…
“Desde que fue conocido, la secta tan poderosa en América (la Judeo-Masonería) y de quien él se declaró atrevidamente enemigo, lo condenó a muerte. Él supo que el fallo, pronunciado en Europa, había sido ratificado en los conciliábulos de América, y que sería ejecutado. No hizo caso; era católico, y había resuelto serlo en todo y por todo; católico a todo trance, de la raza hoy ignorada entre los jefes oficiales de los pueblos, católico que se dirige desde luego a nuestro Padre que está en los cielos, y le dice en voz alta: ¡Venga a nosotros tu reino!
“Este hombre de bien, este verdadero grande hombre a quien sus enemigos no echan en cara más que el haber querido regenerar a su país y regenerarlos a ellos por un indomable amor de luz y de justicia, no ignoraba que era espiado por asesinos. Se le decía que tomase sus precauciones y respondía: ¿Cómo defenderme contra gentes que me reprochan el ser cristiano? Si los contentase, sería digno de muerte. Desde el punto en que no temen a Dios, dueños son de mi vida; yo no quiero ser amo de Dios, no quiero apartarme del camino que me ha trazado. Y seguía el recto y rudo que va a la muerte en el tiempo, y a la vida en la eternidad; y repetía su frase acostumbrada ¡Dios no muere!
“Nos atrevemos a decir que Dios le debía una muerte como la que ha tenido. Debía morir en su fuerza, en su virtud, en su oración a los pies de la Virgen Dolorosa, mártir de su (patria), de su pueblo y de su fe por los cuales ha vivido… ¿Qué le falta a su gloria? Ha dado un ejemplo, único en el mundo y en el tiempo, en medio de los cuales ha vivido. Ha sido la honra de su país; su muerte es todavía un servicio, y tal vez el mayor; ha mostrado a todo el género humano qué jefes le puede dar Dios, y a qué miserables se entrega él mismo por su locura”.
¡Así fue, así murió, y así vivirá por siempre!
Y ustedes, que han seguido y venido hasta aquí como su séquito a lo largo de las centurias, hasta este lugar, sostengan su aflicción, recordemos que esta fecha de sangre y muerte, también es una fecha de victoria y gloria. Nosotros no lo hemos perdido, lo hemos ganado. Ningún hombre entra vivo en los salones de la inmortalidad. El cuerpo debe morir antes que esos portales se abran. Aquel por quien estamos aquí se encuentra ahora ya, entre los hombres mas grandes de todos los tiempos, invulnerable para siempre, y desde allí vela por nosotros. Volvamos a nuestros hogares entonces, acongojados pero serenos por la misión que aún nos aguarda bajo su ejemplo imperecedero.
Más palabras huelgan, pero en esta ocasión quiero que se vuelva a escuchar entre nosotros el siguiente fragmento de la conmovedora oración fúnebre pronunciada por el P. Cuesta hace 134 años en el funeral de nuestro Gabriel: “Nosotros, aquí en el mundo ya no te veremos; pero tú nos ves desde la alta región adonde te han conducido tus grandes virtudes. Di al Señor, sí, dile, con el interés que arde en tu grande alma, que no abandone a tu república a la anarquía… ¡Señor, Dios de las naciones, suscitad en vuestro pueblo hombres semejantes al que hemos perdido, que continúen vuestro reinado en la república! ¡adveniat regnum tuum!”.
Y cuando, a lo largo de nuestras vidas, el poder de su obra rompa sobre nosotros como una tormenta, cuando el gozo se vuelque en el medio de una generación que aun no ha nacido; entonces recuerden esta hora, y piensen: su grito ha de repetirse nuevamente en nuestra América, será el de la victoria en esta nuestra tierra: ¡DIOS NO MUERE! ¡VIVA LA PATRIA!. O será el de la victoria eterna contra nuestros enemigos: ¡DIOS NO MUERE! ¡MUERO CON MI PATRIA!.
ASÍ SEA.
Kitohispánico II.
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