¿DÓNDE HUBO OTRA JAMÁS?
Entre los libros antiguos que yo poseía leí un compendio cronológico de la Historia de España, por don Joseph Ortiz y Sanz, quien lo publicó en Madrid, en la Imprenta Real, el año de mil setecientos noventa y ocho.
Las páginas seiscientas once y siguientes me dejaron el recuerdo precioso de una vibrante defensa de doña Isabel de Castilla, elogio que yo por fortuna no he perdido y encontré hoy junto a mis papeles para guardar. El interés de la evocación presente se funda en la anécdota final, sublime episodio de dos caracteres hispánicos, del más puro sentido católico racial, cumbre de nuestro genio religioso-nacionalista, tema histórico que fue aviesamente desfigurado con sus borrones sectarios por un infame escritor judío, en un libro moderno, obra que costeó una editorial republicana de Madrid.
El retrato ideal de la Reina, hecho con firmes líneas y colores eternos, por el buen escritor español, que tiene un acento granadino, o que vivió en aquella hermosísima ciudad andaluza, consta en el lienzo magnífico de sus páginas justamente así:
“Pocas Princesas conocen las historias, no digo mayores, pero ni aun iguales a la Reyna Católica doña Isabel, atendidas todas las prendas que componen una mujer grande. Virtuosa, prudente, advertida, animosa y aun valiente; piadosa, caritativa, honesta y casta en sumo grado, humilde y sujeta a su marido, atenta a los consejos de nuestra santa Religión, madre de sus pueblos, amante de la justicia y escudo del Estado eclesiástico.
¿Dónde hubo jamás otra Reyna que extendiese tanto por el orbe el Evangelio de Jesu-Cristo? ¿Ni qué merecimiento habrá que se iguale con el de quitar al Príncipe de las tinieblas el imperio del Nuevo-Mundo, que tantos siglos tenía tiranizado, y plantar el árbol de la Cruz donde había prosperado la superstición, y era Cristo ignorado de todos? ¿Quién declaró nunca más actividad no continua guerra al Mahometanismo y perfidia Judáyca, hasta estirpar de sus dominios una y otra secta? Su fe, su valor, su constancia en la muerte, fueron tan admirables como en su vida. En su larga enfermedad hacía toda España fervientes rogativas a Dios por su salud: pero mandó esta heroina no rogasen por su vida temporal, sino por la eterna; ni llorasen por su muerte, sino que la encomendasen a Dios con oraciones y sacrificios. Quiso que sus exequias y sepultura fuesen sin pompas ni vanidades: su túmulo sin gradería, pirámides, colgaduras, ni demás ornatos de luxo; sino poniendo sólo trece hachas en rededor; los otros gastos de costumbre se invirtiesen en vestir desnudos y remediar necesidades, especialmente de Iglesias pobres”.
“Todas las acciones de su vida fueron grandes o notables, por algunas circunstancias. La primera vez que siendo ya Reyna confesó con Prior de Prado el V. P. Fr. Fernando de Talavera, del Orden de San Gerónimo, comenzó a dar prueba de su ánimo y reverencia a las cosas sagradas. Era costumbre confesarse los Reyes arrodillados junto a un reclinatorio, y el confesor arrodillado también al lado mismo; pero Fray Fernando se sentó en el reclinatorio para la confesión de la Reyna. Díxole ésta que según estilo ambos habían de estar arrodillados; pero respondió el Confesor: “No señora: yo he de estar sentado, por ser este el tribunal de Dios, y yo hago en él sus veces. Vuestra Alteza estará de rodillas”. Obedeció la Reyna sin réplica ninguna; y acabada la confesión dixo en presencia de otros que lo habían visto: “Este es el Confesor que yo buscaba”. En efecto, con él confesó siempre hasta que fue nombrado obispo de Granada, y aún después cuando estaba en ella. Era virtuosa, pero alegre y festiva, sin hipocresía ni fingimiento, aunque sus donayres eran sin menoscabo de la Majestad… En suma, no hay alabanzas que puedan igualar los méritos de esta Señora”.
Por el contrario, y como es lógico en un libelista, enmascarado de Israel, el gacetillero judío Jacob Wasserman, a sueldo de las editoriales masónicas, con traductores sobornados para Madrid, como labor política de la Anti-España, desde el extranjero, maltrató cobardemente a la Reyna Católica, refiriendo escenas violentadas de grotescas exclamaciones frailunas, invención de novelista malo, como en los folletos librepensadores contra la Inquisición española, que se vendieron en los puestos sucios de periódicos para solaz de la plebe criminaloide.
Injuria a la gran Señora, diciendo que sus opiniones dependían de los dignatarios eclesiásticos, y entre reticencias innobles o tontas fábulas llama a doña Isabel de Castilla mujer ingenua con rabioso celo por la fe y con la ignorante sumisión de una mujer del pueblo. Al insigne Fray Hernando de Talavera lo señala con necia ironía como omnipotente y fanático. El libro del falso Jacob –tipo expulsado de Alemania, que estará ahora en París, adulando a los franceses con la Marsellesa- es un mamotreto colombista en la forma y una agresión de venganza hebraica en el fondo contra nuestra Patria como nación y su Realeza: el teatro que levantó el rabino con sus tramoyas no tiene otro argumento ni finalidad.
Pero no le sirven la piratería intelectual, ni sus falsedades talmúdicas, y fracasará en su cultivo mercenario de los más siniestros detalles de la leyenda negra. Los Reyes Católicos, y con ellos la España juvenil y creyente que fue al Descubrimiento y Conquista de las Indias Occidentales, son la gloria de la civilización, el orgullo de la Europa cristiana, la luz espiritual del siglo XV, en su vocación de originalísimos cruzados del verdadero progreso redentor para la tierra incógnita del Nuevo-Mundo. Prelados como Hernando de Talavera, el castellano-granadino, son apóstoles suscitados por Dios en los momentos providenciales de la vida nacional y humana, y en cuanto a doña Isabel, la confesada sublime, la mujer y Reyna modelo de excelsitud. ¿Dónde hubo otra jamás?
F. CORTINES MURUBE
(ABC, 26-Feb-1937)
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