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Tema: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

  1. #1
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    Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    PARA BAJAR MUCHOS HUMOS Y AJUSTAR BICENTENARIOS (1812-2012)



    El cuadernillo liberalón de 1812

    DESMITIFICANDO LAS CORTES DE CÁDIZ

    Con motivo del segundo centenario de las Cortes de Cádiz y la promulgación de la Constitución de 1812 se están diciendo muchísimas tonterías y se dirán todavía más.

    A la derecha española (y al centro) se le ha ocurrido, en su insuficiencia intelectual y para uso de muy deficientes, que no hay mejor modo de defender la unidad laico-secular de España que invocando lo que todos han coincidido en entender como fecha fundacional de la única España que para ellos es posible: la España constitucionalista y liberal. Y, como no podía ser de otra forma, esta reinvención de España se hace dosificando el jacobinismo a gusto del usuario: para los más fachas y centralistas, sírvase jacobinismo a ultranza que uniformice España hasta borrar todas las diferencias regionales y convertirnos a todos en flamenquería de faralaes y España cañí; para los más progresistas, sírvase combinar el federalismo, en lo que va de una España uniforme, artificial y sin alma... A una España fragmentada y diezmada hasta la auto-disolución.

    En previsión de la campaña mediática que sobre las Cortes de Cádiz y su Constitución se nos avecina y, como antídoto contra la intoxicación pseudohistórica que se está perpetrando sobre este asunto, ofreceremos esporádicamente, según se tercie, algunos apuntes que nos sirvan para mantenernos incólumes ante tanta insidiosa y capciosa mitomanía doceañista.

    LAS FRAUDULENTAS CORTES DE CÁDIZ

    Vamos a dejar al margen las triquiñuelas de que se sirvieron los liberales para convocar unas Cortes con los sistemas y recursos más fraudulentos que puedan imaginarse y, no lo olvidemos, en un momento en que, más que ponerse a perorar y charlamentar, lo que estaba en juego era la misma independencia de España, pues los napoleónicos nos habían invadido en 1808 y todavía, para cuando se congregan los "diputados" de estas Cortes anómalas en Cádiz, los mejores españoles no se lo pasan perdiendo su tiempo en redactar un cuadernillo para desmontar España, sino que están dando la cara y batiéndose contra el cruel y sacrílego invasor napoleónico.

    Como fraudes propios de estas Cortes de 1812 podríamos aludir a las pérfidas maniobras de los liberales para salirse con la suya y prescindir de una representación que encarnara mejor a la verdadera España. El clero y la nobleza -como estamentos- fueron soslayados merced a que los liberales se las compusieron para que las convocatorias a los diferentes estamentos se realizaran por separado. Y cuando se llamó al tercer estado, alegaron haber olvidado por descuido que se habría de remitir el respectivo llamamiento a los brazos eclesiástico y nobiliario (pero no se hizo): con esta sucia triquiñuela, entre muchas otras, fue como los liberales se aseguraron tenerlo más fácil en las sesiones de las Cortes y en llevarse el gato al agua tras las deliberaciones de sus descabelladas propuestas: pucherazo, tongo, chanchullo y manipulación... El liberalismo en su estado puro.

    Pero, no: desistimos de ilustrar al lector con estos juegos de prestidigitación, propios de los tramposos liberales de 1812. Otros, más cualificados que yo en el campo jurídico, podrían hacernos el favor de explicarnos con lujo de detalles la fraudulenta actividad política de los liberales en Cádiz.

    EL PRIMER DAMNIFICADO DE LAS CORTES DE CÁDIZ

    Digamos -y baste por hoy- que el primer damnificado con las Cortes de Cádiz fue el propietario del teatro de la Isla de León, primera sede en que se reunieron en asamblea los diputados. Las obras que hubo que hacer en dicho teatro, acondicionándolo para tan inútil reunión, llegó a montar unos 20.000 reales. Hubo que arreglar el teatro, igualando el patio al antiguo foso escénico y abriendo un amplio salón elíptico cuyo diámetro mayor eran 26 varas y el menor lo era de 14. El aposentador de la asamblea de diputados era el teniente general González Llamas y el encargado de realizar el acondicionamiento del local del teatro en orden a obtener un lugar óptimo para el congreso fue Antonio Prat, ingeniero de Marina.

    Las Cortes de Cádiz dejaron a deber 30.000 reales al dueño del local que primeramente se eligió y reformó, el que llevamos dicho. Pero, por si fuese poco, una vez instalados en el teatro de la Isla de León, un sector de congresistas piensa que hay que cambiar de sede, pues temen que los franceses puedan bombardear el lugar en que están. El miedo -argumento muy convincente en los cobardes- causará que, luego de haber hecho tan considerables gastos en obras de reformas, tras adeudarse con el propietario del teatro y habiéndole estragado el local, mudan de sede los "compadres constituyentes" y se van a compadrear a la iglesia de San Felipe Neri, para proseguir sus debates mientras los españoles pugnan contra el gabacho y en España todo está ardiendo.

    Sin embargo, ahí estaban ellos, esos a los que ahora se celebra. La mayor parte de ellos, una recua de volterianos y parásitos, conspiradores y traidores que se estuvieron tan ricamente en Cádiz, divagando sobre cuestiones cuyo debate, en aquel trance bélico, es del todo impertinente y decorativo. Pero, no se nos olvide lo más importante: su misión -alentada por las logias masónicas- era aprovechar el desorden y la confusión reinante en la Península Ibérica para imponer en España los cimientos de la Anti-España.

    El propietario del teatro convertido en primera sede de las Cortes no recibió el dinero que le debían aquellos figurones constitucionalistas.

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  2. #2
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Bicentenarios funestos (I)

    Quiero recoger el guante que lanza Barandán y, como muy bien dice él mismo, cerrar filas, en lo concerniente a este asunto de las Cortes y Constitución de Cádiz, ante la avalancha de desinformación que se avecina.
    Como espero que el amigo Firmus et Rusticus se centre en “El Manifiesto de los Persas”, y Barandán es una fuente inagotable de interesantísimos documentos, cuya existencia desconocemos los mortales comunes y que gracias a él podemos incorporarlos a nuestro acervo, yo recurriré, al menos por el momento, a mi dilecto Dr. D. Marcelino Menéndez Pelayo y su “Historia de los Heterodoxos Españoles”. Para ir abriendo boca:


    Que la Constitución del año 12 era tan impopular como quimérica, han de confesarlo hoy cuantos de buena fe estudien aquel período. Que el pueblo recibió con palmas su abolición, es asimismo indudable. Que nunca se presentó más favorable ocasión de consolidar en España un excelente o a lo menos tolerable sistema político, restaurando de un modo discreto lo mejor de las antiguas leyes, franquicias y libertades patrias, enmendando todo lo digno de reforma y aprovechando los positivos adelantos de otras naciones, tampoco lo negará quien considere que nunca anduvieron más estrechamente aliados que en 1814 Iglesia, trono y pueblo. Ningún monarca ha subido al trono castellano con mejores auspicios que Fernando VII a su vuelta de Valencey. El entusiasmo heroico de los mártires de la guerra de la Independencia había sublimado su nombre, dándole una resonancia como de héroe de epopeya, y Fernando VII no era para los españoles el príncipe apocado y vilísimo de las renuncias de Bayona y del cautiverio de Valencey, sino una bandera, un símbolo, por el cual se había sostenido una lucha de titanes, corroborada con los sangrientos lauros de Bailén y con los escombros de Zaragoza. Algo de la magnanimidad de los defensores parece como que se reflejaba en el príncipe objeto de ella, cual si ungiese y santificase su nombre el haber sido invocado por los moribundos defensores de la fe y de la patria. Las mismas reformas de las Cortes de Cádiz y el muy subido sabor democrático de la Constitución que ellas sancionaron contribuía a encender más y más en los ánimos del pueblo español la adhesión al prisionero monarca, cuya potestad veían sediciosamente hollada en su propia tierra, como si los enemigos del trono y del régimen antiguo hubieran querido aprovecharse arteramente del interregno producido por la cautividad del rey y por la invasión extraña. Del abstracto y metafísico fárrago de la Constitución, pocos se daban cuenta ni razón clara, pero todos veían que con sancionar la libertad de imprenta y abatir el Santo Oficio había derribado los más poderosos antemurales contra el desenfreno de las tormentas irreligiosas que hacía más de un siglo bramaban en Francia. Además, el intempestivo alarde de fuerza que los constituyentes gaditanos hicieron, reformando frailes y secularizando monasterios, encarcelando y desterrando obispos, rompiendo relaciones con Roma e imponiendo por fuerza la lectura de sus decretos en las iglesias, había convertido en acérrimos e inconciliables enemigos suyos a todo el clero regular, a la mayor y mejor parte del secular y a todo el pueblo católico, que aún era en España eminentemente frailuno.


    La Constitución, pues, y toda la obra de las Cortes, cayó sin estruendo ni resistencia y aun puede decirse que fue legislación nonata. Para sostenerla no tenía a su lado más que a sus propios autores, a los empleados del Gobierno constitucional en Cádiz, a los militares afiliados en las logias, a una parte de nuestra aristocracia, que para errarlo en todo se entregaba de pies y manos a sus naturales adversarios; a un escaso pelotón de clérigos jansenistas o medio volterianos y al baldío tropel de abogados declamadores y sofistas de periódicos, lepra grande de nuestro estado social entonces como ahora, aprendices de conspiradores y tribunos y aspirantes al lauro de Licurgos y Demóstenes en la primera asonada.

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  3. #3
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    CORTINA DE HUMO PARA LA ACTIVIDAD SUBVERSIVA (1812-2012)


    Antonio Alcalá Galiano, masón para viajar

    LA MASONERÍA EN CÁDIZ

    Los puertos están abiertos a las influencias exteriores. Su condición portuaria hacía de Cádiz una de las ciudades más comerciales y cosmopolitas de toda la España del siglo XVIII. Los especialistas en masonería (y otros que no lo son) omiten en la mayor parte de los casos que la primera logia francmasónica que levantó sus columnas fue la gaditana, con el nombre de "Antorcha Resplandeciente", logia cuya existencia fue conocida gracias a la incautación del archivo de una logia austriaca. La "Antorcha Resplandeciente" contaba con ochocientos afiliados.

    La razón que llevaba a un español a la masonería era, por aquel entonces, la novedad -siempre tan cara a los pedantes- que ofrecía este tipo de asociaciones: pertenecer a una logia era estar a la última. Pero en el caso de Cádiz, al prurito por las novedades, también habría que añadir la red internacional que las logias ofrecían a su adepto, dado que para realizar sus negocios y transacciones, los mercaderes asentados en Cádiz encontraron en estas asociaciones un ámbito en el que asegurarse el cobro de las deudas y la representación de sus intereses mercantiles en los más lejanos países.

    Así fue por lo que, según confiesa Antonio Alcalá Galiano, ingresó él en una logia gaditana, allá por octubre de 1813. Alcalá Galiano iba a emprender un viaje y le aconsejaron afiliarse a una logia, para poder desplazarse por el mundo sirviéndose de los cauces y contactos que la masonería podía ofrecerle. En este antro Antonio Alcalá Galiano encontró a Mexía Lequerica y a Francisco Javier de Istúriz (merecerían una semblanza, para saber quiénes son), prominentes voces de las Cortes; por lo que las logias, además de prestar una tupida red digamos que como agencias comerciales, también eran centros con marcado signo político y revolucionario.

    Una de las sedes masónicas más activas en Cádiz fue la conocida como "Casa de la Camorra", donde se reunían los sectarios afrancesados y constitucionalistas.

    La francmasonería, tan tempranamente establecida en Cádiz, fue el puente de mando de toda la obra reformista-revolucionaria llevada a cabo en las Cortes y plasmada en la Constitución de 1812. Pronto lo denunciaron los diputados más reacios. Dirigiendo sus dardos contra los masones, verdaderos impulsores de todas las medidas que atentaban contra el orden tradicional. Así la publicación periódica cuya cabecera era "El Sol de Cádiz" publica, en octubre de 1812:

    "Como quiera que se han derramado por toda España una casta de hombres perniciosos, que no desean otra cosa que la subversión del Estado y aniquilamiento de la Religión, si ser pudiera, hemos creído hacer un gran servicio a Dios, a la Patria y a la Religión Santa, que profesamos, poniendo en claro y avisando a la Nación de los peligros que la rodean por la introducción de la maldita Sociedad de los Francmasones, que se han extendido cual zorras astutas por todo el suelo español".
    Pero la historiografía oficialista, sin que por ello nos proporcione ninguna sorpresa, omite o rebaja la actividad de estas sociedades secretas que fueron el entramado organizado para realizar toda la infame falsificación constitucionalista. Por su operatividad, imprescindible para comprender el proceso de las Cortes de Cádiz y su fruto de 1812, tendremos que volver en más ocasiones a este episodio fundamental para comprender todo el alcance de lo realizado en aquel Cádiz obsidional.

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  4. #4
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Sería muy oportuno que los tradicionalistas cerremos filas, en lo concerniente a este asunto de las Cortes y Constitucíón de Cádiz, pues la avalancha de desinformación que se avecina sobre el español medio puede ser la intemerata.

    Creo que el buen elenco de bitácoras tradicionalistas que existen -invitando a sumarse a todas aquellas que, simplemente, sean bitácoras de probada honestidad intelectual- podriamos realizar un esfuerzo, abordando esta cuestión para presentar a los lectores una versión más ajustada a la realidad histórica, lejos de la divulgación manipuladora y demagógica que realizarán ciertas "instituciones".

    Lo mismo que pueden tocarse aspectos anecdóticos, podría estudiarse y divulgarse las infames maniobras de fraude realizadas por los liberales para vomitar su cuadernillo revolucionario de 1812, pretenciosamente llamado Constitución. Son muchas las dimensiones que pueden ser tratadas: agitación y propaganda de las sociedades secretas en Cádiz en el curso de las Cortes, anécdotas, aspectos jurídicos y violación del Derecho, fraudes... etcétera.

    Es un desafío que tendríamos que encarar por el bien de nuestros compatriotas y el honor de nuestros antepasados.

    P.D. Por supuesto que hay que entender que la napoleónica no fue una revolución de la católica y amiga Francia, sino una invasión de la siniestra Revolución. Si se me ha podido colar alguna palabra fea, como "gabacho" (podría ser por la costumbre), pido disculpas manifestando mi respeto por la verdadera Francia que fue prácticamente aniquilada en 1789.

    Publicado por Barandán

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  5. #5
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Masones como la copa de un pino (Bicentenarios funestos II)

    El Duque de Wharton
    fundador de la primera logia masónica en suelo español,
    ¡en 1728!
    Como ya sabemos, el amigo Barandán, en su estupendo blog “Libro de Horas y Hora de Libros”, se ha propuesto la muy honorable misión de arrojar luz sobre las famosas Cortes de Cádiz y la tan traída y llevada “Constitución de 1812”, “la Pepa”, malnacida abuela de “la Nicolasa” que hoy padece nuestra Patria.


    Empezó contándonos, entre otras cosas, quién fue el primer damnificado con las Cortes de Cádiz, el propietario del teatro de la Isla de León, al que las Cortes de Cádiz dejaron a deber la nada despreciable suma de 30.000 reales.


    Y como cabía esperar, sigue ahora nuestro amigo la pista del diabólico olorcillo a azufre, con el que las logias masónicas impregnaron el panfleto.


    Al mencionar a Antonio Alcalá Galiano, deja Barandán abierta la necesidad de “investigar” a Mejía Lequerica y a Francisco Javier de Istúriz.


    Que José Mejía Lequerica era un destacado masón, no lo niegan ni los liberales más recalcitrantes, amigos de alimentar la absurda versión de que existían entonces pocas logias y con pocos miembros, y que su influencia fue mínima.


    Sin espacio para una semblanza en toda regla, que por otra parte puede hacerla cualquiera sin mucha dificultad, leamos un párrafo de José María García León, poco sospechoso de antiliberal precisamente, sobre las Cortes de Cádiz:


    …Finalmente, se habló también de que, una vez acabada la guerra, se levantase un altar dedicado a la Virgen María como muestra de adoración y agradecimiento por su protección a la causa de España. Entonces, el diputado José Mejía Lequerica, hombre mundano y, además, masón, con cierta sorna añadió que le parecía muy bien ese fervor religioso, sólo propio de los españoles que miran a la religión como el consuelo y término de nuestros males. Pero, ateniéndose a cuestiones más prosaicas, preguntó si los dueños del teatro estaban realmente dispuestos a vender el edificio y si había dinero para efectuar la compra del mismo…


    Respecto a Francisco Javier de Istúriz, exaltado liberal que acabaría sucediendo al mismísimo Mendizábal como Presidente del Consejo de Ministros en 1836, tampoco es difícil hacerse una idea del personaje. Pero no me resisto, al hilo de la manía de algunos historiadorcillos de negar las tropelías de la masonería, a traer aquí otro fragmento de autores liberales, como fueron Juan Varela y Modesto Lafuente, que en su Historia General de España, cuentan lo siguiente hablando de los preparativos del levantamiento de Riego:


    …no se alcanzaba otro medio para sacudir el yugo de la opresión que el restablecimiento de las libertades y de la Constitución de Cádiz, y se trabajaba y minaba en este sentido al ejército, en el cual se había hecho cundir la idea liberal. Favorecía a este propósito la circunstancia de hallarse hacía tanto tiempo reunido en los alrededores de Cádiz el ejercito expedicionario destinado al tenaz y temerario intento de someter por la fuerza de las armas las provincias sublevadas de Ultramar: expedición mayor que todas las otras, o por lo menos tan grande como la que había ido con Morillo a Venezuela Los soldados que de allá venían enfermos o heridos, contando los trabajos y privaciones que en aquellas regiones se sufrían y el ningún fruto que de tales sacrificios se sacaba, encendían la aversión con que ya aquella expedición era mirada. Los agentes americanos no se descuidaban en fomentar la repugnancia y el descontento de los militares, y el pensamiento de insurrección en favor de la libertad se promovía y agitaba en reuniones clandestinas que se celebraban en las casas de españoles acaudalados de las ciudades marítimas de Andalucía.


    Era una de ellas la tertulia que se reunía en casa de don Francisco Javier Istúriz, hermano de don Tomás, diputado en las cortes de Cádiz, y uno de los condenados a presidio, y fugitivo a la sazón. Congregábanse allí varios personajes de cuenta, atraídos por la amistad, la ilustración y las dotes e ideas del don Javier, hombre hábil y de ánimo firme. Y aunque en aquella sociedad no se trabajase tanto como se creía, ejercía grande influjo en otras logias inferiores, así de paisanos como de militares. Dábasele el nombre de Soberano Capítulo, así como el de Taller Sublime a la central que se formó para los trabajos preparatorios del alzamiento. En una junta nocturna, compuesta de individuos de varias logias, y presidida por los del Taller Sublime, presentóse don Antonio Alcalá Galiano, nombrado entonces secretario de la legación de España en el Brasil, y con el ardor y la elocuencia en que tanto sobresalió después, fomentó la repugnancia que ya los militares sentían a ir a América, y los excitó a que buscaran gloria y medros por otros caminos. La arenga hizo su efecto en los concurrentes, y tanto que colocando una espada en la mesa hicieron sobre ella, con fogosas demostraciones, juramentos de derrocar la tiranía…

    La Comedia Humana
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  6. #6
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    LA CLAQUE DE LA REVOLUCIÓN LEGULEYA DE 1810-1812 EN CÁDIZ

    El Tío Paquete, Goya

    Este artículo va dedicado, en su cumpleaños, al amigo Valmadian.

    LA AGITACIÓN EN LAS CORTES DE CÁDIZ

    En cuanto al desarrollo de las sesiones de las Cortes de Cádiz es muy oportuno hacernos una idea del ambiente en que tuvieron lugar las sesiones de las Cortes.

    A poco que escarbemos nos encontraremos, a tenor de los documentos que nos han llegado, con un ambiente que dista mucho de la ejemplaridad cívica -idílica ficción liberal- que pretenden hacernos creer sus acérrimos y demócratas defensores. Han podido elevar a mito fundador de la España moderna esas Cortes que se realizaron de 1810 a 1812, pero lo han hecho silenciando la verdad histórica, manipulando la Historia de España. Y, en la medida de nuestras cortas posibilidades, nosotros pretendemos ofrecer elementos históricos, literarios, anecdóticos para que el lector pueda hacerse una idea más ajustada de lo que fue aquello, para que no sea víctima de tanta manipulación institucional.

    Las Cortes de Cádiz se produjeron en un ambiente que de por sí era anómalo. La ciudad de Cádiz estaba, no lo olvidemos, sitiada por el ejército napoleónico, sufriendo bombardeos indecibles y escribiendo, en lo concerniente a su resistencia, una gloriosa página de heroísmo español. Aquel pueblo gaditano se portó frente al enemigo napoleónico con coraje patriota. Pero, mientras los heroicos vecinos de Cádiz (y los que se habían refugiado) combatían con valentía al invasor, los liberales estaban más ocupados en realizar su obra revolucionaria.

    Los miembros de las Cortes -laicos y clérigos- discutían sobre asuntos muy delicados, disputaban sobre cuestiones que levantaban acaloradas trifulcas y, en el interior de la sede parlamentaria, se vivían enconamientos entre dos formas irreconciliables de entender a España: pues una forma de entenderla era España y la otra era la Anti-España.

    Como suele ocurrir en estos casos, los revolucionarios llevaban la iniciativa. Eran ellos los que planteaban reformas que atentaban contra el orden tradicional y, como no podía ser de otra forma, a la minoría tradicional no le quedaba más alternativa que "reaccionar", enfrentarse a tales medidas subversivas que pretendían aniquilar el orden constituido, oponerse ni siquiera testimonialmente ante tal "revolución leguleya". Esta minoría tradicional (compuesta por laicos y clérigos, pero liderada por el clero más íntegro) sería motejada de "servil". No iban a permanecer impasibles ante las propuestas transgresoras que formulaban los "liberales" y tuvieron el arrojo de alzar su voz, incluso en una circunstancia desfavorable para hacer valer su parecer. (Aprovechamos para hacer notar, a modo de digresión, que uno de los puntos fuertes de la Revolución ha sido casi siempre el lenguaje: los términos aceptados por la historiografía liberal -que hoy se repiten- son palabras acuñadas con el propósito de devaluar peyorativamente a sus contrarios: apodados "serviles", "rancios", "reaccionarios", mientras que palabras tan equívocas como "liberal" se las aplican a sí mismos en una desvergonzada demostración de insolente prepotencia y narcisismo).

    La audacia temeraria de la Revolución no se detuvo a la hora de convocar fraudulentamente unas Cortes, atribuyéndose la representación de una nación que estaba defendiéndose contra Napoleón y que, en la realidad, no estaba equitativamente representada en Cádiz. La audacia de los revolucionarios fue mucho más allá, pues -incluso teniendo de su parte tantos factores- quisieron asegurarse su triunfo y para ello orquestaron -dentro de Cádiz y en el seno de las mismas Cortes- la agitación y la propaganda. Agitación y propaganda sin las cuales los demagogos nunca han podido asaltar ningún poder político.

    Para la propaganda de sus ideas consiguieron imprimir una serie de periódicos, más o menos radicales (algunos de franca tendencia jacobina), que serían sus órganos de propaganda y a los que alguien en Cádiz se opuso llamándolos -con gran acierto- "La diarrea de las imprentas". Este ímprobo esfuerzo publicístico hay que considerarlo en su contexto y, teniendo en cuenta los severos aprietos económicos en que se encontraba una ciudad sitiada, preguntarse: ¿quién pudo sufragar tal inversión económica para pagar a los "periodistas" y el trabajo de las imprentas? La prolífica prensa revolucionaria suscitada en Cádiz durante aquellos años del proceso "constituyente", merecería un capítulo aparte (un análisis detenido), pero hoy queremos presentar un episodio de lo que fue la agitación popular en las Cortes de Cádiz.

    LA "CLAQUE" Y EL COJO

    Las sesiones de las Cortes de Cádiz no cumplieron los requisitos de serenidad, respeto y entera libertad que habría de suponer en un marco ideal de "diálogo" (palabra ésta tan cara a los demagogos actuales). Las Cortes transcurrieron, por lo contrario, bajo el signo de la presión y la amenaza del "argumento ad baculum": o sea, que los liberales escenificaron un parlamento, pero disponiendo de una "mano de obra" a su sueldo, que ellos controlaban y con la que intimidaban sus adversarios: cuadrillas formada por ociosos y desvergonzados. Y, lo que es un indicador: aunque estaban favorablemente posicionados en las Cortes, no quisieron prescindir de este elemento extraño al mismo órgano ingeniado por ellos; por lo que se sirvieron de estas "fuerzas auxiliares", reclutadas entre el lumpen, para abrumar a sus adversarios en la tribuna parlamentaria. En ello se ve que los liberales quisieron asegurarse del éxito de sus propuestas, por las buenas o por las malas. Con ese populacho quisieron amedrentar a sus oponentes reaccionarios, mediante el follón, la amenaza verbal y el riesgo de linchamiento.

    Es lo que se llamará "la claque". Este vocablo es un galicismo que nuestro diccionario de la RAE define así: "Grupo de personas que aplauden, defienden o alaban las acciones de otra buscando algún provecho." Muchas sesiones de las Cortes estaban abiertas al público, que ocupaba las tribunas reservadas para los espectadores. Pero el público que acaparó estas tribunas fue precisamente la "claque", chocarrera, lenguaraz, agresiva y peligrosa.

    Como es normal, no se ha insistido sobre este vergonzoso punto de las Cortes de Cádiz, al revés: se ha silenciado. Pero la tremenda fuerza ejercida por la "claque" a sueldo de los liberales no puede ser cuestionada por nadie que disponga de una básica información histórica sobre este episodio de la Historia de España.

    Alguien como Benito Pérez Galdós -nada sospechoso de absolutista- alude a las interrupciones groseras y amenazantes que protagonizaba la "claque" plebeya, los mercenarios del partido liberal. Cuando era el turno de palabra de algún diputado del partido "reaccionario" la chusma estallaba en cencerrada feroz y atronadora. Pérez Galdós se refiere, con estas palabras, a las olas de animadversión que despertaba un tal Teneyro, huelga decir que del partido reaccionario:

    "Repetir el sinnúmero de dichos, agudezas y apodos que salieron como avalancha de la tribuna pública, fuera imposible. Jamás actor aborrecido o antipático recibió tan atroz silba en corrales de Madrid. Lo extraño es que siempre pasaba lo mismo. Ya se sabía: hablar Teneyro y alborotarse el pueblo soberano, eran una misma cosa."

    (Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, "Cádiz", XIX.)
    Pero si el pasaje citado ofrece dudas, dado que es fragmento de una novela (con lo que de ficción puede tener una novela), ofreceremos un testimonio más convincente, presentando lo que escribió alguien que no puede ser considerado, bajo ningún concepto, un contra-revolucionario, tampoco un novelista. Nos referimos a Karl Marx. Cuando Karl Marx colabora para el NEW YORK DAILY TRIBUNE (julio 1854-junio 1857), escribiendo una serie de artículos sobre la revolución en España para lectores norteamericanos, dice algo que nos confirma que en Europa era un clamor los recursos intimidatorios que habían aplicado los liberales españoles en Cádiz.

    "Finalmente, la circunstancia de que las Cortes se reunieran en Cádiz ejerció una influencia decisiva, ya que esta ciudad era conocida entonces como la más radical del reino y parecía más americana que española. Sus habitantes llenaban las galerías de la sala de sesiones y, mediante la intimidación y presiones desde el exterior, dominaban a los reaccionarios cuando la oposición de éstos se tornaba demasiado enojosa".
    (Karl Marx, "La España revolucionaria".)

    Karl Marx no cuenta con un dato. Y es que en Cádiz, durante esos años, no sólo había gaditanos. Había una muchedumbre de españoles y americanos que se habían refugiado en Cádiz y que participaron, como los primeros, en esas pandillas de gamberros alborotadores que formaban las "claques". Uno de los grandes errores es haber identificado al noble pueblo de Cádiz con estos extremistas mercenarios y malhechores. Y a continuación vamos a ver que, lejos de ser gaditanos, muchos de los más señalados gamberros eran forasteros en Cádiz.

    Ha quedado constancia del juego sucio de los liberales en las Cortes de Cádiz.

    EL COJO DE MÁLAGA, BUEN AMIGO DE LOS INGLESES

    Uno de los personajes que más fama adquirirá, como cabecilla de la claque liberal, será "El Cojo de Málaga". El apodo de "El Cojo de Málaga" corresponde a la oscura persona de Pablo López.

    Allá por 1808, cuando estalla la Guerra de la Independencia, Pablo López era sastre en Coín. Aunque estaba tullido, como indica el mote por el que se le conocía, se ofrecerá voluntariamente, suponemos que con celo patriótico, a colaborar con la Junta de Sevilla, proponiéndole a ésta la confección gratuita de uniformes para la tropa española, algo que, sin duda, es de lo poco que le honra en su biografía.

    Pablo López no era un pobre sastre, pues en Málaga era "alcalde del gremio de sastres" en 1808; podemos afirmar que, por lo tanto, en el aspecto social podría figurar como un miembro de la pequeña burguesía. Eso explicaría que ponga a disposición de los patriotas la producción de ropa para el ejército y, al no poder servir con las armas debido a su minusvalía, consta que el Cojo de Málaga realizó todo lo que en su mano estuvo para alistar a muchos, incluso a sus expensas (de no haber tenido recursos económicos no podría haber hecho estos servicios).

    En Málaga se le pusieron las cosas feas y parece ser que se vio obligado a fugarse de Málaga, huyendo de los franceses. Es escapando de la persecución -según cuenta él- como llega a Cádiz. En Cádiz estará hasta junio de 1811 en que, sin que aclare las razones, se marcha a Gibraltar.

    La mayor parte de los alborotos producidos durante la estancia de las Cortes en la Isla de León se le imputan al Cojo de Málaga, cabecilla que logró tener a sus órdenes a una cuadrilla de vocingleros y perdonavidas, pagados por el Cojo de Málaga, pero con el dinero que "otros" (no se sabe quiénes; pero puede deducirse) le daban al Cojo para que costeara a los de su claque. Estos servicios consistían, ya lo sabemos, en alterar el orden de las sesiones cuando estaban ejerciendo el turno de palabra los diputados desafectos a la revolución, o sea: los "reaccionarios". Cuando el Cojo se va a Gibraltar, en junio de 1811, los alborotos continuaron produciéndose en Cádiz -aunque no puedan achacárseles a él directamente, por estar ausente. Y, en ausencia del Cojo, hubo alborotos tan considerables que incluso corrió peligro la integridad física de algún diputado reaccionario: diputado reaccionario al que la turba aguardó a las puertas de la sede de las Cortes, en cierta ocasión, para lincharlo a su salida y que salvó la vida gracias a la intervención de la fuerza de orden público.

    Una vez que Fernando VII retornó al Trono, restablecido como Rey absoluto, el Cojo de Málaga fue objeto de investigación. Por esa razón, para autodefenderse, escribió un folleto en que cuenta lo que le conviene y trata de desentenderse de las acusaciones que pesaban sobre él. Sin embargo, se había señalado de tal manera en Cádiz, como factótum de la agitación, que de poco le valió aquel folleto apologético. Este texto se titula "Manifiesto de la conducta y servicios hechos a la Patria en el tiempo de nuestra gloriosa revolución, por Pablo López, conocido como el Cojo malagueño", Imprenta de la Viuda de Vallín, 1814.

    A la postre, el sastre agitador fue procesado y el tribunal lo halló culpable, condenándolo a diez años de presidio. Fernando VII no se conformó con esa sentencia tan clemente y, rectificando a los jueces, condenó a muerte al Cojo de Málaga.

    Sin embargo, el Cojo de Málaga salvaría el pellejo en el último momento. Cuando lo llevaban al patíbulo llegó el indulto que le salvó la vida. El indulto que lo salvó lo había arrancado de manos de Fernando VII el mismísimo encargado de Negocios de Inglaterra en Madrid.

    Las relaciones del Cojo de Málaga con los ingleses podrían remontarse a su pacífica vida en Málaga, antes de la invasión napoleónica: está documentada la importante colonia inglesa asentada en Málaga desde el siglo XVIII. Pero que los conociera antes o después de la guerra de la independencia es poco significativo. Lo importante es que notemos el interés que por él se tomó un personaje de tanto postín como era el "encargado de Negocios de Inglaterra en Madrid".

    A los ingenuos esto puede parecerles la providencial intromisión de un diplomático inglés para salvar la vida de un pobrecito español (por si fuese poco, un pobre lisiado) y el incauto podrá pensar que fue una muestra de la filantropía de aquel espléndido señor inglés. Que una personalidad extranjera se interesara por la suerte de un "pobre diablo" no puede interpretarse sin recordar que, conociera o no a los ingleses en su Málaga de origen, el beneficiado de este indulto -el Cojo de Málaga- se había ido a Gibraltar en 1811, después de poner en marcha la maquinaria de agitación en Cádiz. Hacemos mal si pensamos que el Cojo de Cádiz no era nada más que un pobre diablo. Por un pobre diablo no hubiera interferido un diplomático inglés. Muchos pobres diablos fueron agarrotados por Fernando VII y éste sería el primero que salva un diplomático británico.

    Con un margen muy pequeño de error podríamos aventurar que el Cojo de Málaga había sido captado para servir a los propósitos de desestabilización política de la Península, al servicio de Inglaterra. Y seguro que el Cojo de Málaga lo haría sin ser consciente de ello y pensando que hacía un enorme servicio a su Patria, como tantos y tantos liberales.

    El Cojo de Málaga cojeaba a la inglesa.

    CONCLUSIÓN:


    Lejos de producirse en un ambiente distentido, las sesiones de las Cortes de Cádiz no fueron, en modo alguno, un modelo de sereno debate en libertad. El proyecto revolucionario se realizó sirviéndose de todos los medios y, sobre todo, de los más censurables como son: la presión, la calumnia, la intimidación, la amenaza y, en definitiva, la imposición.

    Todo lo que este año del bicentenario se cuente sobre el talante democrático de los liberales de Cádiz es una burda burla a la realidad histórica.

    Aquella mojiganga constitucionalista no fue, ni mucho menos, algo que brotara de las entrañas del auténtico pueblo español. No: aquella Constitución de 1812 fue el parto de los montes de una minoría extranjerizante y traidora, un hatajo de burgueses que ambicionaban el poder y que, para lograr sus fines, no tuvieron ni un atisbo de escrúpulo a la hora de poner en funcionamiento los mecanismos más viles de la propaganda y la agitación. El terrorismo dosificado para acallar a sus contrarios fue aplicado con maestría. Y con estas malas artes terminaron por imponerse a la mayoría del pueblo español, al que tenían conceptuado como un rebaño de atrasados e ignorantes palurdos.

    La claque, como hemos visto, fue uno de esos recursos extra-legales.

    LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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  7. #7
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Viva España! (Bicentenarios funestos III)

    (Un par de aportaciones para hacer más soportable, este fin de semana, las conmemoraciones del bicentenario del panfleto masónico, traidor y antiespañol perpetrado en Cádiz en 1812)




    Don Ramiro de Maeztu y Whitney

    La Hispanidad (De la revista “Acción Española”, 15 de diciembre de 1931)


    ...Saturados de lecturas extranjeras, volvemos a mirar con ojos nuevos la obra de la Hispanidad y apenas conseguimos abarcar su grandeza. Al descubrir las rutas marítimas de Oriente y Occidente hizo la unidad física del mundo; al hacer prevalecer en Trento el dogma que asegura a todos los hombres la posibilidad de salvación, y por tanto de progreso, constituyó la unidad de medida necesaria para que pueda hablarse con fundamento de la unidad moral del género humano. Por consiguiente, la Hispanidad creó la Historia Universal, y no hay obra en el mundo, fuera del Cristianismo, comparable a la suya. A ratos nos parece que después de haber servido nuestros pueblos un ideal absoluto, les será imposible contentarse con los ideales relativos de riqueza, cultura, seguridad o placer con que otros se satisfacen. Y, sin embargo, desechamos esta idea, porque un absolutismo que excluya de sus miras lo relativo y cotidiano, será menos absoluto que el que logre incluirlos. El ideal territorial que sustituyó en los pueblos hispánicos al católico tenía también, no sólo su necesidad, sino su justificación. Hay que hacer responsables de la prosperidad de cada región territorial a los hombres que la habitan. Mas por encima de la faena territorial se alza el espíritu de la Hispanidad. A veces es un gran poeta, como Rubén, quien nos lo hace sentir. A veces es un extranjero eminente quien nos dice, como Mr. Elihu Root, que: «Yo he tenido que aplicar en territorios de antiguo dominio español leyes españolas y angloamericanas y he advertido lo irreductible de los términos de orientación de la mentalidad jurídica de uno y otro país.» A veces es puramente la amenaza a la independencia de un pueblo hispánico lo que suscita el dolor de los demás.

    Entonces percibimos el espíritu de la Hispanidad como una luz de lo alto. Desunidos, dispersos, nos damos cuenta de que la libertad no ha sido, ni puede ser, lazo de unión. Los pueblos no se unen en libertad, sino en la comunidad. Nuestra comunidad no es geográfica, sino espiritual. Es en el espíritu donde hallamos al mismo tiempo la comunidad y el ideal. Y es la Historia quien nos lo descubre. En cierto sentido está sobre la Historia, porque es el catolicismo. Y es verdad que ahora hay muchos semicultos que no pueden rezar el Padrenuestro o el Ave María, pero si los intelectuales de Francia están volviendo a rezarlos, ¿qué razón hay, fuera de los descuidos de las apologéticas usuales, para que no los recen los de España? Hay otra parte puramente histórica, que nos descubre las capacidades de los pueblos hispánicos cuando el ideal los ilumina. Todo un sistema de doctrinas, de sentimientos, de leyes, de moral, con el que fuimos grandes; todo un sistema que parecía sepultarse entre las cenizas del pretérito y que ahora, en las ruinas del liberalismo, en el desprestigio de Rousseau, en el probado utopismo de Marx, vuelve a alzarse ante nuestras miradas y nos hace decir que nuestro siglo XVI, con todos sus descuidos, de reparación obligada, tenía razón y llevaba consigo el porvenir. Y aunque es muy cierto que la Historia nos descubre dos Hispanidades diversas, que Herriot días pasados ha querido distinguir, diciendo que era la una la del Greco, con su misticismo, su ensoñación y su intelectualismo, y la otra de Goya, con su realismo y su afición a la «canalla», y que pudieran llamarse también la España de Don Quijote y la de Sancho, la del espíritu y la de la materia, la verdad es que las dos no son sino una, y toda la cuestión se reduce a determinar quién debe gobernarla, si los suspiros o los eructos. Aquí ha triunfado, por el momento, Sancho; no me extrañará, sin embargo, que los pueblos de América acaben por seguir a Don Quijote. En todo caso, hallarán unos y otros su esperanza en la Historia: «Ex proeterito spes in futurum.»


    Don Marcelino Menéndez y Pelayo


    (Del conocidísimo epílogo de su “Historia de los heterodoxos españoles”)


    ...Dios nos concedió la victoria y premió el esfuerzo perseverante dándonos el destino más alto entre todos los destinos de la Historia humana: El de completar el planeta, el de borrar los antiguos linderos del mundo. Un ramal de nuestra raza forzó el Cabo de las Tormentas, interrumpiendo el sueño secular de Adamastor, y reveló los misterios del sagrado Ganges, trayendo por despojos los aromas de Ceylán, y las perlas que adornaban la cuna del Sol y el tálamo de la Aurora. Y el otro ramal fue a prender en tierra intacta aún de caricias humanas, donde los ríos eran como mares y los montes veneros de plata, y en cuyo hemisferio brillaban estrellas nunca imaginadas por Tolomeo ni por Hiparco. ¡Dichosa edad aquella de prestigios y maravillas, edad de juventud y de robusta vida! España era, o se creía, el pueblo de Dios, y cada español, cual otro Josué, sentía en sí fe y aliento bastante para derrocar los muros al son de las trompetas, o para atajar al sol en su carrera. Nada parecía ni resultaba imposible; la fe de aquellos hombres, que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba guardado el hacer sonar la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa Occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas con la espada en la boca y el agua a la cintura, y el entregar a la iglesia romana cien pueblos por cada uno que le arrebatara la herejía.

    España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra.


    
    Fue en la batalla de Rocroi, en mayo de 1643, cuando se dice que un oficial francés, tras la derrota del ejército imperial a manos de la caballería francesa, preguntó a un oficial español el número de soldados españoles que habían participado en la batalla. La leyenda dice que contestó: "Contad los muertos y los prisioneros"


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  8. #8
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    "¡Vivan las cadenas!"



    Esta aclamación popular, con la que dicen que fue recibido Fernando VII al regresar de su exilio en Francia, ha quedado grabada en la historia como prueba del servilismo de unos españoles aborregados por el absolutismo. Se ha perpetuado como todo un símbolo, que seguramente oiremos repetir abundantemente durante este glorioso año bicentenarial.


    La frase, desde luego, resulta impactante. ¿Serían capaces de estar celebrando su propia esclavitud? No parece probable. El esclavo más feliz es el que se cree libre: al menos es así en nuestros tiempos, donde nuevas formas de esclavitud aparecen bajo sutiles subterfugios. El “vivan las cadenas”, más bien, parece esconder un punto de ironía burlona.


    Y si lo entendemos así, pensándolo un poco, en seguida cobra todo un significado que estaba oculto detrás de nuestra primera impresión sensacionalista. La escena se nos representa rápidamente: pongamos la imaginación en una calle de Madrid de 1814.


    La Guerra de la Independencia ha acabado. Casi podemos ver las caras largas de aquellos diputados de Cádiz que pasaron la guerra aleccionando paternalmente desde sus púlpitos convertidos en tribuna ―que si la Nación soberana, que si hasta ayer vivíais en las serviles tinieblas, que si las luces romperán vuestras cadenas― cuando Fernando VII entra triunfalmente en Valencia y declara nulas las Cortes y la Constitución. Y nos imaginamos a los entusiasmados españoles, que acaban de experimentar los amargos frutos de la “Liberté, Égalité, Fraternité (ou la Mort!)” de la mano de Napoleón, y que ya parecían presentir su secuela en lo que traería el liberalismo español del siglo XIX, saliendo a las calles engalanadas a celebrar la venida del monarca. Al encontrarse entre la muchedumbre a aquellos improvisados repúblicos que ayer condescendían en instruirles (que ya han dejado sus aires de soberanos para intentar pasar desapercibidos) la gente no se puede contener:


    ―Si eso es la libertad... ¡vivan las cadenas!―


    Es imposible conocer la intención que perseguían los que pronunciaron la frase, si es que es verdad que se llegara a pronunciar. Pero eso importa menos: es un símbolo lo que nos ha quedado. Y un símbolo que tiene su valor... no solo para los liberales.


    Desde Firmus et Rusticus lanzamos una reivindicación del "vivan las cadenas", sazonado con esta pizca de ironía, como una exclamación auténticamente realista (es decir, monárquica), sin servilismo alguno. Y no lo hacemos para defender el cariz absolutista que tomara en sus últimas épocas el desafortunado gobierno de Fernando VII (que no el de sus antecesores), como se ha venido entendiendo de una lectura literal de la frase, sino en recuerdo de ese pueblo indudablemente realista que supo con su sabiduría práctica, su seny, mantenerse inaccesible a las fantasiosas abstracciones de aquellos serios y elitistas teorizantes y a sus grandes palabras vacías de contenido concreto, a la vez que supo hacer la guerra en sus propias casas al temible Corso y sus legiones de “antiguos cristianos y herejes modernos” [1].




    Bajo los auspicios de este incomprendido grito inauguramos la nueva sección de escolios, que se colocará debajo de la columna de la Agencia FARO, servicio de noticias ajeno y muy anterior a esta bitácora, pero que por su importancia única enlazamos en puesto de honor. En constante actualización, FARO es de interés no solo por su cobertura de la actualidad del tradicionalismo, sino por llevar a cabo una formidable labor de periodismo independiente, informando sobre las noticias incómodas que son calladas por la prensa principal.




    ―――――――――――――――――――
    [1] Así lo decía un "catecismo popular" de 1808. Una prueba más de que aquella guerra no se entendía en clave nacionalista, como se la presenta ahora interesadamente. No era una lucha contra "el francés" en cuanto tal, sino contra el enemigo de la Religión y del Rey. Menos de diez años después, en 1823, los "cien mil hijos de San Luis" cruzan España aclamados por la población para rescatar a Fernando VII. Los soldados franceses, muchos de los cuales habían luchando bajo Napoleón, han dejado constancia en su correspondencia de la sorpresa generalizada francesa ante la facilidad y rapidez de esta campaña, cuando algunos esperaban una resistencia tan tenaz como la de 1808. Naturalmente, los herederos de los diputados de Cádiz insisten en la visión nacionalista de la Guerra de la Independencia, pues solo así se puede creer que la resistencia española se debiera a la imposición extranjera de las doctrinas de la Revolución francesa, y no a las doctrinas mismas.

    FIRMUS ET RUSTICUS
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  9. #9
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    "¡Vivan las cadenas!"



    Esta aclamación popular, con la que dicen que fue recibido Fernando VII al regresar de su exilio en Francia, ha quedado grabada en la historia como prueba del servilismo de unos españoles aborregados por el absolutismo. Se ha perpetuado como todo un símbolo, que seguramente oiremos repetir abundantemente durante este glorioso año bicentenarial.


    La frase, desde luego, resulta impactante. ¿Serían capaces de estar celebrando su propia esclavitud? No parece probable. El esclavo más feliz es el que se cree libre: al menos es así en nuestros tiempos, donde nuevas formas de esclavitud aparecen bajo sutiles subterfugios. El “vivan las cadenas”, más bien, parece esconder un punto de ironía burlona.


    Y si lo entendemos así, pensándolo un poco, en seguida cobra todo un significado que estaba oculto detrás de nuestra primera impresión sensacionalista. La escena se nos representa rápidamente: pongamos la imaginación en una calle de Madrid de 1814.


    La Guerra de la Independencia ha acabado. Casi podemos ver las caras largas de aquellos diputados de Cádiz que pasaron la guerra aleccionando paternalmente desde sus púlpitos convertidos en tribuna ―que si la Nación soberana, que si hasta ayer vivíais en las serviles tinieblas, que si las luces romperán vuestras cadenas― cuando Fernando VII entra triunfalmente en Valencia y declara nulas las Cortes y la Constitución. Y nos imaginamos a los entusiasmados españoles, que acaban de experimentar los amargos frutos de la “Liberté, Égalité, Fraternité (ou la Mort!)” de la mano de Napoleón, y que ya parecían presentir su secuela en lo que traería el liberalismo español del siglo XIX, saliendo a las calles engalanadas a celebrar la venida del monarca. Al encontrarse entre la muchedumbre a aquellos improvisados repúblicos que ayer condescendían en instruirles (que ya han dejado sus aires de soberanos para intentar pasar desapercibidos) la gente no se puede contener:


    ―Si eso es la libertad... ¡vivan las cadenas!―


    Es imposible conocer la intención que perseguían los que pronunciaron la frase, si es que es verdad que se llegara a pronunciar. Pero eso importa menos: es un símbolo lo que nos ha quedado. Y un símbolo que tiene su valor... no solo para los liberales.


    Desde Firmus et Rusticus lanzamos una reivindicación del "vivan las cadenas", sazonado con esta pizca de ironía, como una exclamación auténticamente realista (es decir, monárquica), sin servilismo alguno. Y no lo hacemos para defender el cariz absolutista que tomara en sus últimas épocas el desafortunado gobierno de Fernando VII (que no el de sus antecesores), como se ha venido entendiendo de una lectura literal de la frase, sino en recuerdo de ese pueblo indudablemente realista que supo con su sabiduría práctica, su seny, mantenerse inaccesible a las fantasiosas abstracciones de aquellos serios y elitistas teorizantes y a sus grandes palabras vacías de contenido concreto, a la vez que supo hacer la guerra en sus propias casas al temible Corso y sus legiones de “antiguos cristianos y herejes modernos” [1].




    Bajo los auspicios de este incomprendido grito inauguramos la nueva sección de escolios, que se colocará debajo de la columna de la Agencia FARO, servicio de noticias ajeno y muy anterior a esta bitácora, pero que por su importancia única enlazamos en puesto de honor. En constante actualización, FARO es de interés no solo por su cobertura de la actualidad del tradicionalismo, sino por llevar a cabo una formidable labor de periodismo independiente, informando sobre las noticias incómodas que son calladas por la prensa principal.




    ―――――――――――――――――――
    [1] Así lo decía un "catecismo popular" de 1808. Una prueba más de que aquella guerra no se entendía en clave nacionalista, como se la presenta ahora interesadamente. No era una lucha contra "el francés" en cuanto tal, sino contra el enemigo de la Religión y del Rey. Menos de diez años después, en 1823, los "cien mil hijos de San Luis" cruzan España aclamados por la población para rescatar a Fernando VII. Los soldados franceses, muchos de los cuales habían luchando bajo Napoleón, han dejado constancia en su correspondencia de la sorpresa generalizada francesa ante la facilidad y rapidez de esta campaña, cuando algunos esperaban una resistencia tan tenaz como la de 1808. Naturalmente, los herederos de los diputados de Cádiz insisten en la visión nacionalista de la Guerra de la Independencia, pues solo así se puede creer que la resistencia española se debiera a la imposición extranjera de las doctrinas de la Revolución francesa, y no a las doctrinas mismas.

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  10. #10
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Lo mismo que yo siempre he dicho. Si es verdad que se dijo aquello de "Vivan las cadenas" (si es que no es otra de tantas leyendas, como lo de Galileo diciendo "Eppur si muove" o María Antonieta diciendo "Que coman pasteles!), se dijo con innegable ironía.
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  11. #11
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Cádiz / Madrid, 19 marzo 2012, fiesta de San José, patrono de la Iglesia Universal. Con el habitual dispendio de fondos públicos, el Gobierno (de ocupación) de España, con el Usurpador y su consorte al frente; el gobierno de la "comunidad autónoma de Andalucía" y los ayuntamientos de San Fernando y de Cádiz están celebrando el bicentenario de la ilegítima Constitución de 1812, por mal nombre "la Pepa", segundo de los intentos de la masonería por imponer a España una constitución escrita a la usanza liberal. El primero había sido el Estatuto de Bayona o "Acte Constitutionnel de l'Espagne", jurada por el antecesor de Juan Carlos, José Bonaparte, en 1808. Mientras los españoles se batían en el campo de batalla contra la Revolución francesa representada por Napoleón, en la retaguardia los señoritos liberales luchaban a su manera por esa misma Revolución, improvisando unas falsas Cortes y una constitución espuria, proclamada ésta hoy hace doscientos años. Fecha aquella que marca el primer intento serio de destronamiento de Nuestro Señor Jesucristo, Rey, en la Monarquía hispánica, y el comienzo de la disgregación de ésta, para desgracia de sus súbditos de todos los continentes.

    Es imposible no referirse al
    vergonzoso papel de comparsa de estas celebraciones que está desempeñando el titular de la diócesis de Cádiz y Ceuta, Rafael Zornoza Boy, al parecer más preocupado por participar en los fastos del anticristiano régimen imperante que por reprimir los escándalos aberrosexualistas de sus párrocos.

    Agencia FARO


  12. #12
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    ¡Y viva la Pepa!

    JUAN MANUEL DE PRADA

    Las celebraciones peperas (por la Pepa y el PP) del bicentenario de la Constitución de Cádiz no han tenido el boato y el relumbrón de los grandes fastos; en lo que debemos volver a agradecer los efectos benéficos de la crisis. La Constitución de Cádiz, afirman sus turiferarios, señala el nacimiento de la "nación española"; a lo que podríamos oponer la afirmación famosa de cierto gobernante de infeliz memoria que, si bien tenía por boca una cornucopia de insensateces, en aquella ocasión tuvo más razón que un santo: "La nación es un concepto discutido y discutible". En efecto, pocos conceptos han provocado tanto debate y controversia en el pensamiento político como el de nación; pero, por muy discutidores que nos pongamos, nadie podrá negar que en aquella Constitución de Cádiz se formuló por vez primera, en un texto legislativo español de rango máximo, el concepto de nación liberal, indisolublemente ligado al concepto de soberanía; así lo recoge expresamente su artículo tercero: "La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales".
    Pero, ¿qué es la nación? Para Renan, un plebiscito cotidiano; para Maistre, el alma colectiva de un pueblo; un conjunto de socios que viven bajo una ley común para Siéyès; y así podríamos seguir hasta llenar mil folios. A la postre, llegamos a la conclusión que la nación es el falso Dios de la modernidad; y su sustancia seudodivina (idolátrica) se la otorga la soberanía. El Diccionario de la Real Academia prueba una definición que recoge a la perfección la dependencia mutua de ambos conceptos -nación y soberanía-, según la formulación liberal: "Colectividad humana asentada sobre un territorio definido y una autoridad soberana que emana de sus miembros, constituyendo por tanto un Estado". En realidad, es el concepto de "autoridad soberana" lo que instila su veneno a la nación que nace de las revoluciones liberales; y contra ese veneno no se ha encontrado antídoto, por la sencilla razón de que no lo tiene. Pues soberanía es un poder absoluto que no conoce ninguna autoridad superior, ni humana ni divina; de donde se desprende que basta que cualquier "colectividad humana asentada sobre un territorio definido" se proclame soberana para que surja una nación. Esto, ni más ni menos, es lo que pretenden nuestros nacionalistas vascos o catalanes, que consideran que las regiones de Cataluña o el País Vasco (territorios definidos) pueden constituirse en naciones si así lo deciden sus pobladores, o sus representantes, mediante un acto soberano de voluntad; en lo que nadie podrá negar que son los hijos más granados de aquellas Cortes de Cádiz, celebradas hace doscientos años.
    Es, en efecto, la noción liberal de nación, constituida mediante un acto de soberanía, la que alienta los procesos nacionalistas que desde entonces se han multiplicado en Europa. Y también la que ha rebajado la entidad de nuestro patriotismo, en el que la lealtad que se debe a la propia patria -resultado de un proceso histórico de hermanamiento de pueblos vecinos- se sustituye por la lealtad a unas leyes emanadas de una voluntad soberana y, por lo tanto, cambiantes y sometidas a veleidades políticas. A esto lo llaman "patriotismo constitucional", que entre las gentes suscita aproximadamente el mismo entusiasmo que el sistema métrico decimal.
    Y este proceso, en fin, es el que celebramos en estos días, lo que bien mirado es como si el sifilítico celebrase el aniversario del día que le contagiaron la espiroqueta. ¡Y viva la Pepa!

    ¡Y viva la Pepa! - abcdesevilla.es
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  13. #13
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Jovellanos y el tradicionalismo político contra el liberalismo de las Cortes de Cádiz


    Leíamos recientemente el interesante artículo de Firmus et Rusticus, blog correligionario y de gran interés, donde se hace alusión a la expresión popular quizá algo ingenua, pero con su dosis de ironía y buen sentido, de "vivan las cadenas", con la que el pueblo español recibía a Fernando VII de su exilio después de la Guerra de Independencia. El significado, que refleja de forma magnífica el humor español, estaba claro: si era "Libertad" lo que traían los brutales invasores franceses, mejor quedarse con las antiguas cadenas. Esta misma idea recogía tiempo después el pensador tradicionalista Aparisi y Guijarro cuando afirmaba que "el despotismo de ayer aún era más libre que la libertad de hoy".



    Este grito de la entraña del pueblo es un punto de partida muy interesante para considerar el lugar que ocupó Jovellanos en los acontecimientos de su tiempo, y con ello, dar cierta idea de la toma de conciencia del tradicionalismo político español que iba a materializarse más claramente con la disputa dinástica y el surgimiento del carlismo. Miguel Ayuso ha dicho al respecto, que "la tradición española, durmiente durante el siglo XVIII, halló en tal disputa la ocasión propicia para, ante la agresión de la revolución liberal, desperezarse y movilizar a todo un pueblo, con sus monarcas, sus pastores y sus sabios" (1). En ese mismo artículo se resalta una idea que aquí encaja a la perfección, y es que el tradicionalismo, a medida que fue perdiendo pujanza vital, fue afinando su doctrina hasta unas cotas admirables de perfección, particularmente hacia la segunda mitad del s. XX, con pensadores como Elías de Tejada, Canals Vidal, Rafael Gambra o Álvaro D'Ors.


    Aquí nos encontramos en un momento de vivencia social impregnada de la tradición hispánica católica, pero en plena decadencia doctrinal después de ese "durmiente" s. XVIII. Por eso, pese a la ironía, no deja de tener algo de ingenuo esa frase simbólica de "vivan la cadenas", pues el pueblo se encontraba ante la impiedad revolucionaria de un lado y la una Monarquía con sus derivas absolutistas accidentales de otro, pese a lo cual era todavía muy preferible, y por ello fue aclamada popularmente. Aunque aún no han llegado los monarcas usurpadores liberales, la monarquía hispánica adolece ya de contaminación de las ideas absolutistas e ilustradas. Juan Mª Roma afirma de manera tajante: "Los que gobernaban durante los reyes absolutistas eran, como hemos visto, los liberales, masones y volterianos. De manera que el absolutismo español era monárquico, pero era a la vez liberal, masón, afrancesado y volteriano". Este proceso de contaminación se había manifestado en abusos y políticas concretas en detrimento de los fueros tradicionales, particularmente a partir de la supresión de los fueros aragoneses realizada el 29 de junio de 1707 por Felipe V. Como afirma José Antonio Ullate, "la destrucción de los fueros de Aragón supone el auténtico comienzo de la España moderna" (2).


    Así pues, se entiende que desde la monarquía tradicional española era necesario corregir las desviaciones que por perniciosa influencia del absolutismo y despotismo europeo se habían introducido en ella como elementos extraños. En este sentido, no es raro que el verdadero tradicionalista se presentase como cierto tipo de reformador, y esta posición es la que propiamente corresponde a Jovellanos, falsamente llamado liberal por ello. Puede decirse además, que no eran verdaderos enemigos del absolutismo los liberales, sino sus auténticos descendientes, pues ambos tenían a la base de su pensamiento la idea de "soberanía", condenada por Jovellanos, y que siendo un principio fundamental del liberalismo, tiene su origen en Juan Bodino, principal teórico del absolutismo. La soberanía es según Bodino "el poder absoluto y perpetuo de una república", y esto mismo es lo que el liberalismo reclama cuando ensalza la soberanía nacional; es en definitiva el poder político y temporal como fundamento de todo derecho y toda verdad, independientemente de la ley natural y las verdades de la fe, a las que no se reconoce calidad de tales sino en cuanto lo decida el Estado. Nada cambia que esa pura voluntad tiránica la ejerza uno sólo, el monarca absoluto, o muchos, como sería en la soberanía popular liberal, pues ninguna decisión arbitraria hace algo justo y verdadero, la realice uno o muchos. Por eso ha afirmado el pensador tomista, político y dominico Fr. José Domingo Gafo: "tan ridícula y absurda es la consabida fórmula del liberalismo clásico: "la ley es la expresión de la voluntad nacional", como decir que es "la expresión de la voluntad de un soberano"; la ley es la expresión de la razón y de la justicia y nada más" (3).


    Con motivo de su participación en las Cortes de Cádiz, y enfrentado a las ideas liberales que allí se expresaban, la figura de Jovellanos es presentada de esta manera por el tradicionalista Manuel de Bofarull y Romañá en su obra Las Antiguas Cortes: El Moderno Parlamento: El Régimen Representativo orgánico (1912): "Entre los raros hombres que en la Junta Central de Sevilla y en la Asamblea de Cádiz pensaron serena y desapasionadamente y vieron clara la realidad y el proceso histórico de nuestra España, sobresalen un astur y dos catalanes. Jovellanos, en su Memoria en defensa de aquélla, se muestra enemigo acérrimo de la "manía democrática", de la "herejía política", como él llamó al dogma de la soberanía nacional y de todas esas Constituciones quiméricas, abstractas y a priori que rápidamente se hacen y efímeramente viven".


    No es de extrañar entonces que Jovellanos haya sido considerado como uno de los principales antecedentes del tradicionalismo carlista, y como tradicionalista lo califica Juan María Roma en su folleto sobre Las Cortes de Cádiz (1910), igualmente enfrentado al absolutismo y al liberalismo: "El que propone romper a este régimen opresor no es un liberal. El que quiere entrar en un régimen democrático y lo propone a la Central y lo realiza, es Jovellanos, un tradicionalista asturiano ilustre, uno de los hombres más notables de España, enemigo acérrimo del liberalismo, del afrancesamiento, del volterianismo y de la masonería". Igual lo consideraba el diario tradicionalista El Norte, que el 24 de septiembre de 1911, ante el centenario que se aproximaba, afirmaba: "Por todos estos motivos no es de extrañar que Jovellanos, como otros muchos, hayan sido calificados de liberales, por más que, a nuestro entender, sólo les puede convenir tal calificativo de un modo impropio o incompleto, toda vez que estos hombres extraordinarios, siempre y en todo tiempo se mostraron sumisos al principio de autoridad, no sólo religiosa, sino civil y hasta científica". No obstante, uno de los grandes divulgadores de la obra de Jovellanos, fue el gran político y orador carlista Cándido Nocedal, que escribió una biografía sobre él, fruto de un profundo estudio de su vida y obra.

    Está claro que Jovellanos ha sido simpre reclamado por el tradicionalismo con justicia, y casi exclusivamente se le ha creído liberal por una falsa concepción simplista de la historia, en la que se reduce todo a enfrentar a los reformadores liberales y a los reaccionarios absolutistas, cuando los hechos históricos no pueden de ninguna manera reducirse a tal consideración, y aún los mismos principios doctrinales tampoco, como hemos mencionado a propósito de la relación entre absolutismo y liberalismo en base a su común concepto de soberanía.

    Juan Vázquez de Mellalo reconoció también como tradicionalista, y evocando las Cortes de Cádiz dice: "...cuando en los proyectos de las Cortes de 1812 representaba nuestros principios Jovellanos en los apéndices a la Memoria de la Junta Central..." (4). Sobre la consideración de Vázquez de Mella en relación a Jovellanos, dijo Manuel de Vereterra: "Vázquez de Mella fue uno de los pensadores que más temprana y profundamente entendió a Jovellanos; el tantas veces citado don Gaspar Melchor de Jovellanos, citado casi siempre por quienes no lo han leído. Pues bien: Mella señalaba agudamente cómo Jovellanos sufre alguna desviación en materia económica, y sólo en este sentido cabe referirse a él como algo liberal. En materia política, sin embargo, Jovellanos es ortodoxo, es tradicionalista. Tal vez el primer tradicionalista político moderno con conciencia de serlo. Jovellanos habla de constitución en el sentido de constitución histórica, no escrita ni improvisada, sino formada por el conjunto de leyes, fueros, costumbres e instituciones que la Monarquía española y sus pueblos, sus distintos reinos, principados y señoríos, se han ido dando a sí mismos en el transcurso de los siglos y de las generaciones." (5)

    En definitiva, Jovellanos fue un verdadero precursor del tradicionalismo carlista, pese a sus ligeras desviaciones, pues vivió un momento histórico en el que la encarnación de los principios tradicionales, que era la Monarquía hispánica, vivía un período de decadencia en su doctrina esencial, cada vez más olvidada. Su esfuerzo, como el de tantos otros, como el P. Alvarado, o Capmany o el Barón de Eroles, presentes también en las Cortes de Cádiz, fue el de sacar a la luz de manera reflexiva los verdaderos principios de la Monarquía tradicional, para así darle una nueva vitalidad sin caer en el liberalismo, que acechaba para darle su última estocada y destruirla completamente.


    -------------------------------------------------------------------------------------------------

    (1) Ayuso, M.: El carlismo, entre la vivencia y la teorización, en A los 175 años del Carlismo. Una revisión de la tradición política hispánica, VVAA, Itinerarios, Madrid, 2011, p. 21.

    (2) Ullate Fabo, J. A.: Españoles que no pudieron serlo. La verdadera historia de la independencia de América, Libros Libres, Madrid, 2009, p. 75.

    (3) Domingo Gafo, J.: Las Cortes y la Constitución de Cádiz, Ciencia Tomista, Tomo V, p. 232.

    (4) Obras completas, tomo XI, pág. 81, citado en el Estudio Preliminar de Rafael Gambra a El Verbo de la Tradición. Textos escogidos de Juan Vázquez de Mella, p. 36

    (5) Manuel de Vereterra Fernández de Córdoba, "Asturianismo, ¿Tradición o Estatuto?", Club Prensa Asturiana, 24 de febrero de 2006.

    Non nisi te, Domine
    Última edición por Hyeronimus; 19/03/2012 a las 21:25
    ReynoDeGranada y Pious dieron el Víctor.

  14. #14
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    LA CONSTITUCIÓN LIBERAL DE CÁDIZ Y LOS CARLISTAS DE HOY

    NOTA DE PRENSA
    
    
    Cuadro conmemorativo de la
    proclamación de la Constitución de 1812.
    El llamativa la "leyenda rosa" elaborada
    en torno a esta "Constitución",
    que ha cuajado en generaciones
    de escolares. Para que luego digan
    que no hay una pseudo historia "oficial"
    
     LOS CARLISTAS ANTE EL BICENTENARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ
    La constitución de Cádiz fue la primera de la serie de constituciones que por la fuerza nos impusieron a los españoles. Los partidos del sistema vigente, empezando por el Partido Popular, están celebrando las bondades de una “carta magna” que no sería tan buena como dicen cuando posteriormente nos han colocado, por la fuerza o el engaño, otras muchas distintas. No es cierto que supusiera el nacimiento de la Nación Española. Antes de ella ya existía España, que tenía su propia “constitución” histórica, que había realizado una magna obra por la que es fuertemente alabada o criticada.

    
    El monumento a los Fueros de Navarra
    fue y es un mentís al centralismo liberal.
    Si en 1893-1894 los navarros querían sus Fueros
    vulnerados por el ministro liberal Gamazo,
    en 1814, 1820, 1833... querran mantener
    el Reino "por si" de Navarra, vulnerado
    por la Constitución de 1812
    y las que le siguieron.

    La constitución de 1812, nacida en unas Cortes llenas de irregularidades, fue una traición a los españoles que, huérfanos de monarca, luchaban contra otra constitución del mismo signo que Napoleón nos quería imponer. Fue obra de una minoría. El mismo Jovellanos se negó a participar en la elaboración de una constitución de las “que se hacen en pocos días, se encierran en pocas hojas y duran pocos meses”.

    La constitución de Cádiz marca el inicio de todas las desgracias sobrevenidas a España durante los dos últimos siglos: disgregación y pérdida de los virreinatos americanos, cuatro guerras civiles para someter a un pueblo que se negaba a aceptar las innovaciones liberales, decenas de pronunciamientos militares, luchas a muerte entre los partidos, inestabilidad en los gobiernos, dos destronamientos, dos repúblicas, dos dictaduras, guerras coloniales, etc. Así hemos llegado a la Constitución de 1978 que padecemos. Ya están pidiendo cambios en la misma. Sus frutos los tenemos a la vista y no necesitamos recordarlos aquí. Mientras tanto, los que sostienen el presente sistema se dedican a festejar el bicentenario de la primera Constitución. Así nos quieren embaucar: con falsas glorias de un pasado funesto. Los carlistas, herederos de la Monarquía Católica, enemigos del despotismo, defensores de la tradición política de España, rechazamos estas celebraciones que son un nuevo engaño al pueblo español.


    
    Tanto la monarquía de España
    como el Reino de Navarra
    -parte de ella-
    tenían sus leyes fundamentales
    o "constitución" histórica.
    En 1812 la monarquía estaba configurada
    y fue vano olvidarla para, partir de cero,
    "fundar" una nueva Nación.
    Junta de Gobierno de la Comunión Tradicionalista Carlista 19 de marzo de 2012


    carlistas@carlistas.es
    c/ Zurbano, 71 - of. 3 --- 28010 Madrid
    Teléfono: 91 399 44 38 - Correo-e:
    Comunión Tradicionalista Carlista – Junta de Gobierno




    P.D. No en vano, el actual Gobierno de Navarra ha colocado, en su palacio y antiguo Archivo General y Real de Navarra, un cartel conmemorativo con las fechas "1212, 1512 y 2012". Mi pregunta es: ¿por qué falta la fecha de 1812, si la actual constitución y la LORAFNA (1982) subordinada a ella, tanto deben a la vergonzante Constitución de Cádiz de 1812? Sin duda ésta es una contradicción más del actual sistema. ¿Por qué dicha contradicción? Pues muy sencillo: el liberalismo quiere justificarse -y justificar hoy "su" simulacro de España- frente al nacionalismo separatista, mientras que último quiere hipócritamente denunciar una soberanía nacional revolucionaria "española" que sin embargo ansía para la parte de España que desea artificialmente separar. "De guatemala a guatepeor" dice el dicho (y perdón por la hispánica Guatemala). Sólo saldremos de esta aparente contradicción y falsa oposición entre el nacionalismo liberal falsamente "español" y el nacionalismo liberal separatista, si entendemos rectamente qué fue y qué significaron las mal llamadas Cortes de Cádiz, y si retomamos la tradición española representada por los realistas no absolutistas y los carlistas después. Renovación, regeneración, tradición. Y para ello derrumbar los falsos mitos.

    En 1812 el Reino de Navarra tenía su propia constitución histórica que se fue formando desde mediados del siglo IX. ¿Quién da más? ¿Liberales de ayer y hoy, nacional-separatistas...? Dicha "constitución" histórica de mil años fue borrada por el grupito "idealista" e innovador -revolucionario- de Cádiz en dicha fecha. Y ahora quiere ser borrada por la LORAFNA (en lo que tiene de liberal) y los nacionalistas falsamente "vascos" (liberales, antitradicionales y antivascos). Para Navarra lo realizado en 1812 fue un acto ilegítimo en todo sentido y, además, ridículo. Navarra está por encima de las modas de cada época, y durante mil años ha sido fiel al contenido básico de Dios-Patria-Fueros-Rey, fiel a una expresión católica de la vida, tradicional, muy vasca por hispánica e hispánica por vasca, y desde luego no sólo vasca, formando ese todo una variada síntesis que es Navarra.

    Ramón de Argonz
    Alzamiento del primer rey de Navarra sobre el pavés. Tras 1512 Navarra será un Reino "por si"
    dentro de la Corona de Castilla.
    Cuadro conmemorativo en el palacio de Navarra.

    Última edición por Hyeronimus; 19/03/2012 a las 21:34
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  15. #15
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Las Españas contra la "Constitución"

    "Voluntarios Realistas haciendo su entrada en Barcelona"

    Con pródigo dispendio de fondos públicos se está conmemorando una visión manipulada y acrítica del golpe de Estado liberal que acabó imponiendo temporalmente una constitución escrita a la usanza liberal. Una conmemoración especialmente injusta para Cádiz, caprichosamente situada en el centro de los actos, como si el pueblo gaditano hubiese tenido hace dos siglos una especial querencia liberal. Por el contrario fue mayoritariamente contrario a los principios establecidos en esa constitución escrita, fruto de maniobras oscuras y torticeras de una minoría de liberales por completo ajenos a la milenaria ciudad. Mientras los españoles se batían en el campo de batalla contra la Revolución francesa representada por Napoleón, en la retaguardia los señoritos liberales luchaban a su manera por esa misma Revolución, improvisando unas falsas Cortes y una constitución espuria, proclamada ésta hoy hace doscientos años.


    De Jesús Evaristo Casariego. La Verdad del Tradicionalismo


    Los Tradicionalistas en las Cortes de Cádiz


    "En un mes de septiembre se celebraron en España las primeras elecciones políticas bajo el signo liberal. Desconocíase hasta entonces en nuestra Patria tal sistema que tanto y tan hondamente se diferenciaba de las antiguas instituciones políticas de la Tradición gloriosa y fecunda.


    El 17 de septiembre de 1810 tuvieron lugar los primeros comicios generales en Cádiz, ya que por correr a toda prisa, estar América muy lejos y ocupada casi toda la península por los franceses, se nombró a los diputados al buen tum-tum, entre los naturales de las distintas provincias que allí residían. Es decir, que el primer instrumento de la después tan cacareada "soberanía nacional" nació ya con un gravísimo pecado de origen, pues, fruto de las tertulias, podía representar a un amable grupo de amigos, pero de ningún modo a la "voluntad nacional", empeñada entonces, con motivo de la guerra, en menesteres más nobles que "politiquear" y "caciquear".


    Contra ese primer abuso del instrumento revolucionario surgió la primera reacción política del tradicionalismo. Los tradicionalistas de la Regencia, para oponerse al poder de la futura Asamblea, que prometía peligrosamente ser innovadora y turbulenta, pidieron con muy buen acuerdo el restablecimiento del Consejo Real, que examinase las actas y paliase la acción de los diputados, aunque luego en la práctica, no resultase tal propósito, que fue arrollado por la ofensiva revolucionaria. Mas quede ahí, constatado en la Historia, ese primer acto, certero y profético, del tradicionalismo español.


    El 24 de septiembre se abrieron las Cortes con gran pompa de músicas, desfiles, aplausos y los consiguientes discursos, ya que comenzaba una época de verborrea a todo chorro. Muñoz Torrero, catedrático y canónigo, amigo de los masones y enemigo de los frailes, pronunció un discurso rimbombante y retórico.


    Las Cortes de Cádiz, consideradas por el liberalismo como lo mejor de la Historia contemporánea, fueron en realidad un areópago tumultuoso de emboscados y de pedantes. La mayoría de los diputados liberales eran jóvenes, en lo que ahora se llama edad militar, y prefirieron jugar a la revolución en Cádiz que "ir al frente"; ser "padres de la Patria" que soldados. Incluso hubo algunos, como el después tan famoso Alcalá Galiano, que siendo oficiales no se molestaron en sacar la espada. ¡Eran ellos, con sus fraques ceñidos y sus botas de vuelta "a la francesa" demasiado elegantes y demasiado "filósofos" para mezclarse en los campos de batalla con el buen pueblo, que Toreno (uno de ellos), había de llamar "singular demagogia, pordiosera, afrailada, supersticiosa y muy repugnante". Claro está, que en tanto los "legisladores" peroraban esa singular "demagogia", el pueblo realizaba gestas colosales, de altísima gloria épica, batiéndose contra Napoleón a los gritos de ¡Viva la Religión! ¡Viva el Rey!


    A los afeminados señoritos del liberalismo gaditano los pintó muy bien un periódico titulado El Burlón, en el siguiente soneto:


    "¿Quieres ser liberal? Ten entendido
    que has de traer muy bien compuesto el pelo,
    gran corbatín, y como el mismo cielo
    de las lucientes botas el bruñido.
    Con las damas serás muy atrevido;
    habla de la "Nación" con grande celo
    y por gozar placeres sin recelo
    echa a la "Religión" luego en olvido.
    Siempre "Constitución" y "Ciudadanos",
    siempre la ley resonará en tu boca,
    a los serviles llamarás villanos,
    pancistas, pitacines, gente loca.
    Y serás sin empeño ni cohecho
    un gran liberalón hecho y derecho"


    Mal podían esos diputados sabihondos y parlanchines representar a la heroica España. Como dice muy bien el maestro Menéndez y Pelayo: "Que sabían de nuestros tratadistas de Derecho político, ni menos de nuestras Cartas municipales y Cuadernos de Cortes? ¿En qué había de parecerse un diputado de 1810...a Alonso de Quintanilla o a Pedro López de Padilla o a cualquier otro de los que asentarón en el trono a la Reina Católica o negaron los subsidios a Carlos V?.


    Pero en esas Cortes actuó un lucido grupo tradicionalista, compuesto por sacerdotes y hombres maduros. Los jóvenes realistas prefirieron hacer la guerra a trenzar retóricas. Y mientras el joven Galiano discurseaba en Cadiz, el joven Zumalacarregui se batía en Aragón. (Por cierto que Zumalacarregui, siendo teniente, tuvo que ir a Cádiz con otros oficiales a exigir que las Cortes se ocupasen más del Ejercito, que tenían abandonado.)


    Entre los diputados tradicionalistas que llevaron la voz campante en la defensa de la España auténtica contra los principios importados de Francia, son dignos de recordar los asturianos Pedro Iguanzo (despues Cardenal-Primado) y don Alonso Cañedo, a los que se debe el artículo II de la Constitución, de sentido católico. Brillantísima y erudita fue la defensa que Iguanzo hizo de la Inquisición.


    De estas Cortes ha dicho el gran historiador Gebhardt, con acierto insuperable: "Ellas, legisladoras de España, cuyos pueblos habían llevado el guión por la senda de las libertades; ellas, representantes de esta tierra tan rica en instituciones libres, en garantías para todas las clases del Estado, no pensaron en volver a las mismas los ojos, no para copiarlas, que eso habría sido imposible e irrealizable, sino para tomar modelo para las nuevas leyes con que habían de dotar a España. Despreciadoras de todo lo antiguo, sólo por serlo, esclavas del espíritu racionalista y ciegos enemigos de la Historia, no vieron que en la misma península existían gérmenes de sublimes Constituciones, y que en un extremo de ella, en los antiguos reinos de Aragón , se encontraba una completa que había muerto, no por los abusos ni el descrédito, sino por golpe airado de Felipe V; no supieron, ya que los aguijoneaba el deseo de buscar ejemplos extranjeros, introducir en su obra las máximas del Gobierno representativo, experimentadas con tanto éxito en la libre Inglaterra, sino que fieles a los principios que los animaba, fueron a buscar por modelo un Código abortado en la fiebre de una revolución descreída y desacreditada hacia tiempo por sus funestos resultados, que había llevado a Francia al despotismo napoleónico"


    De esa misma opinión era Jovellanos, el cual, frente a la actuación de los de Cádiz, opinaba que en nuestros antiguos reinos se debían buscar los elementos para la Constitución de la Monarquía, sin copiar servilmente los de la Revolución francesa. En este sentido escribió el inmortal asturiano una Memoria admirable."

    El Matiner

  16. #16
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Última edición por Hyeronimus; 20/03/2012 a las 15:25

  17. #17
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Sobre la sedicente Constitución de 1812

    Diego Mirallas Jiménez

    Dos tesis se conjugan acerca de los sucesos pade cidos : Los principios revolucionarios que descoyuntaron la Constitución histórica de la Monarquía española manifiestan su principal ariete en la mis ma Casa Real; las tareas emprendidas en Cádiz invocando la “soberanía nacional”, contra el espíritu y los hechos d el levantamiento popular contra Napoleón, fueron en sus trazas y desembocadura, siendo ilegítimas, contra derecho. Los sucesos posteriores, y hasta nuestros días, vienen de aquellas ciénagas, en la pretensión de hacernos “vivir” en la mentira. Pero si toda comunidad política supone la cordialidad –en tanto cierta amistad-, siendo la amistad en la definición del Filósofo “la reciprocidad en el bien”, nuestra conciencia humana denota como primero el andar en la verdad.

    En la obra denominada “de Cádiz” podemos observar el principio de nuestros males modernos y la constante pesadilla de nuestra historia presente: La pretensión de vivir sin Dios e incluso contra Él; la supresión del principio foral ora por intención unificadora, ora por la disgregadora; el sostenimiento de la “soberanía nacional”, que es una afirmación de lo anárquico bajo sucedáneos de efect iva Monarquía, más allá del mero nombre. Corruptio optimi, pessima.



    Caricatura que representa España bajo la forma de una plaza fuerte y sobre ella vela el genio del patriotismo

    Nulidad de pleno derecho de la obra de Cádiz
    De todos es sabido el golpe de fuerza que desbarató la Junta Central de Regencia agonizante en la Sevilla de finales de 1808, cuando España estaba invadida por la perfidia napoleónica. Hasta entonces, pese a algún que otro error, aquella institución había ejercido dignamente la representación de la soberanía, tan denostada por nuestra Familia Real en Bayona como hollada por el ejército francés. Del escaso o nulo liberalismo que había en aquella patriótica Junta Suprema da cuenta cualquiera de sus bandos y proclamas, pero quizá como ningunas estas hermosas palabras de la Declaración de guerra “al emperador de la Francia” hecha en el Alcázar de Sevilla el 6 de junio de 1808: “La Francia” −dice−, “o más bien su emperador (…) ha declarado últimamente que va a trastornar nuestra santa religión católica, que desde el gran Recaredo hemos jurado y conservamos los españoles (…)”.

    Empero, muy pronto los escuetos liberales que había en España, que casi cabe contar con las manos, hurtaron la representación del Reino. ¡Y de qué modo sibilino lo hicieron! ¡De qué artera manera se unieron los contaminados por la francmasonería y los absolutistas próximos a la camarilla del agraz Fernando VII para abrogar tan soberana representación de la Corona y suplantarla por las subsiguientes y siniestras cortes gaditanas!

    En agosto de 1808 el Consejo de Castilla anula formalmente los sucesos de Bayona, como cualquier injerencia francesa en España, y, asumiendo y obedeciendo la encomienda de mayo hecha por Fernando VII, ordena la convocatoria de cortes. En efecto, el rey había dado la oportuna orden de convocar Cortes Generales del Reino cuando estaba retenido en Bayona, y así lo hizo por Decreto de 5 de mayo de 1808 (un día antes de firmar su última abdicación del trono en su padre), pero tal decreto (que impelía a convocarlas “en el paraje que pareciese más expedito, que por de pronto se ocupasen únicamente en proporcionar arbitrios y subsidios necesarios para atender a la defensa del reino, y que quedasen permanentemente para lo demás que pudiese ocurrir[1]) no les confería más poder que el de tratar los asuntos económicos y, eventualmente, los atinentes a las propias circunstancias bélicas en las que ya se encontraba España.
    (Biblioteca Virtual Miguel Cervantes)

    Sin embargo, aprovechando el vacío de poder reinante tras la invasión francesa, muchas de las Juntas provinciales (cabe recordar que algunas eran pro-francesas) empezaron a jugar con la posibilidad de erigirse en descabellados entes constituyentes, tal y como después volvió a suceder en el anárquico primer período de la Primera República (1873). Recuérdese, a tal efecto, la propuesta de Álvaro Flórez Estrada en Asturias (junio de 1808) para convocar cortes harto distintas de las históricas, con representantes provinciales que serían legítimos y exclusivos titulares de la soberanía (aunque deja un pequeño resquicio a las tradicionales ciudades con voto en Cortes). Al final se formó una Junta Central Suprema Gubernativa del Reino (afincada en Sevilla definitivamente en septiembre de 1808) que concentró el poder de todas las juntas provinciales (éstas seguirán existiendo para reclutamiento militar y política fiscal, siendo, para muchos, las antecesoras de las diputaciones) y que, a su vez, nombró una Regencia y retomó la necesidad de convocar las cortes.

    Francisco Xavier Uriortúa, consejero del Rey, urde en 1809 un plan de representación nacional que “ha de convocar” -dice, en espantoso libelo de ese año salido de la imprenta gaditana de la viuda de Manuel Comes- “a las futuras cortes”, y sigue advirtiendo del “número de diputados que deben concurrir, y método de elegirlos”. Por si no quedase claro para los ojos atentos -concluye su pomposo subtítulo-, está “escrita de orden superior”. Malinterpretando las genuinas cortes castellanas de los siglos medievales y modernos (como de otro lado hace el no menos siniestro Francisco Martínez Marina), hace Uriortúa sus números, a razón de un diputado por cada 40.000 habitantes divididos por las provincias, resultando 264.

    Y, ¿cómo se hizo realmente tan matemática representación nacional? El sobredicho Martínez Marina, esa ardilla de la falsa interpretación de textos histórico-jurídicos, ese gran valedor de la desamortización de bienes eclesiásticos y de la necesidad de una constitución y unos códigos liberales…, en un extraordinario alarde de sinceridad, no tiene más remedio que reconocer lo siguiente en su Teoría de las cortes:

    “(…) muchas provincias de España y las principales de la corona de Castilla, no influyeron directa ni indirectamente en la constitución, porque no pudieron elegir diputados ni otorgarles suficientes poderes para llevar su voz en las Cortes, y ser en ellas como los intérpretes de la voluntad de sus causantes. De que se sigue, hablando legalmente y conforme a reglas de derecho, que la autoridad del Congreso extraordinario no es general, porque su voz no es el órgano ni la expresión de la voluntad de todos los ciudadanos (…)”[2].
    Sobran comentarios: el golpe estaba dado y la farsa servida. Mas, si dejamos ahora de lado ese hecho, no precisamente baladí, del golpe de mano que sustituyó la Junta Suprema de Regencia por unas Cortes extraordinarias de la nación, y conviniéramos en que era muy necesaria la convocatoria de esas Cortes hecha según la vigente Constitución histórica de Castilla, habida cuenta del gravísimo episodio que estaba viviendo España, atropellada por un ejército extranjero y en medio de una guerra de liberación, tampoco hemos de ver asidero alguno de Derecho. Se llamaron aquellas cortes extraordinarias y, en efecto, así debían serlo en ausencia del Rey, secuestrado en Francia.


    Casado del Alisal: Sesión de inauguración de las Cortes y juramento de los diputados (24-septiembre-1810)

    En otra ocasión he tenido la honrosa oportunidad de hablar sobre las malditas abdicaciones de Bayona y la eterna deshonra en que cayeron nuestros reyes aquellos días aciagos. Dejemos también eso de lado y convengamos en que podían convocarse cortes generales y extraordinarias. Las causas y motivos para su convocatoria estaban muy claras y explícitas en nuestra constitución histórica.

    Demos otra vuelta de tuerca. Olvidémonos de que fueran extraordinarias y vayamos un paso más allá. Por la constitución de sus abuelos hasta los Concilios de Toledo, los reyes de Castilla convocaron o, mejor aún, juntaron Cortes generales en los supuestos que siguen:

    1) jura del príncipe heredero en vida del rey padre;
    2) verificación del rey muerto y jura al sucesor, que a su vez había de jurar guardar los fueros, derechos y libertades de sus reinos y pueblos;
    3) resolución de dudas sobre la sucesión del Reino;
    4) nombramiento de tutor o regente para el rey menor de catorce años si no había testamento del rey difunto;
    5) nombramiento de similar tutor o regente ante incapacidad manifiesta del rey;
    6) graves disturbios durante la minoridad del rey;
    7) cuando el rey superaba su minoridad;
    8) casos de guerra, paz, pacto o alianza con reino extranjero;
    9) enlace matrimonial del soberano;
    10) abdicación o renuncia de la Corona;
    11) imposición de nuevos impuestos;
    12) extrema penuria del Reino por ruina, alteración monetaria, motín o rebelión popular.

    Martínez Marina, tras describir la decadencia de las cortes en los siglos XVI al XVIII y exaltar la necesidad de convocar tan importante cuerpo representativo en el contexto de la Guerra de la Independencia (al socaire de los antedichos supuestos octavo y duodécimo), dice en la citada Teoría de las Cortes:


    “(…) ¿Y qué prescriben nuestras leyes, usos y costumbres? Que en los hechos grandes y arduos se junten cortes generales o la nación entera. ¿Y qué suceso tan grande, qué caso más arduo, más crítico y delicado que el presente? ¿Hubo jamás tanta necesidad de deliberación y consejo? ¿No sería justo oír la voz y voto de la nación en una causa en que va su gloria, su interés y su existencia? ¿No lo deseaba así el rey Fernando? ¿En semejantes casos, y otros aún de menor gravedad, no se observó constantemente aquella práctica en Castilla? Así consta de los documentos de nuestra historia (…)”[3].

    Bellas palabras, ¿verdad? Sin embargo, ¿otorgaba tal necesidad el derecho a que las Cortes de Cádiz hicieran otra cosa que centralizar sus esfuerzos en acabar la guerra y defender España de la invasión francesa? ¿Hicieron eso las cortes? ¿Les correspondía arrogarse el derecho de constituir un nuevo Estado, como hicieron, aprovechando el secuestro del país por un ejército invasor? Mucho nos tememos que no. De sobra sabían los escasos protagonistas de tan desconocido proyecto constitucional que, de plantearse en tiempo de paz, la inmensa mayoría de los españoles lo habrían no ya rechazado, que tal es obvio, sino siquiera admitido. El mismo Martínez Marina lo reconoce sin pudor alguno más adelante, en las págs. 84 y 85 del largo prólogo a su pérfida Teoría de las Cortes, donde dice:


    “(…) A una nación sabia y que ha hecho grandes progresos en las ciencias morales y políticas le es fácil, después de vencidos los enemigos exteriores, asegurar sus imprescriptibles derechos, echar los cimientos de su libertad y establecer el género de gobierno que le pareciese más conveniente, o bien, acomodándose en todo o en parte a sus primitivas instituciones y costumbres, o siguiendo los principios invariables de la naturaleza y del orden social, bases sobre que debe estribar [sic] todo buen gobierno. Pero España estaba infinitamente distante de poseer este grado de sabiduría y de luz: porque el horrible despotismo de tres siglos consecutivos, aprovechando sagazmente las preocupaciones, los errores y delirios de la superstición y el imperio que ésta ejercía sobre los espíritus, después de interceptar todos los pasos del saber, y sofocar hasta las primeras ideas y preciosos gérmenes de nuestra antigua independencia y libertad, de tal manera llegó a degradar el corazón español que, familiarizado con sus cadenas, las amaba y hacía mérito de ser esclavo. Era, pues, necesario, antes de levantar el majestuoso edificio de nuestra regeneración, preparar los espíritus, allanar los caminos, disipar los nublados, derramar las luces y fijar la opinión pública sobre las primeras verdades en que se apoyan los derechos del hombre y del ciudadano (…)”.
    En definitiva, el pueblo español, mayoritariamente ignorante, envilecido y sojuzgado por el viejo orden de cosas, debía, según Martínez Marina, ser “fijado” o dirigido hacia “las primeras verdades” de “los derechos” revolucionarios, y no podía ser de otro modo que en tiempo de guerra.

    Aunque queda claro en cualquiera de sus asertos, véanse también, a tal efecto, los reveladores extractos de las págs. 82 y 83 de su reiterado Prólogo a la Teoría de las cortes, donde este secuaz del liberalismo añade:


    “(…) Bonaparte hizo indirectamente un gran beneficio a España cuando declaró y puso en ejecución el profundo y misterioso consejo de invadirla (…). Porque, desorganizado y disuelto el antiguo gobierno, si merece este nombre, y desatados los lazos y rotos los vínculos que unían a la nación con su príncipe, pudo y debió pensar en recuperar sus imprescriptibles derechos y en establecer una excelente forma de gobierno. Si Bonaparte desistiera del proyecto de sojuzgar la España, o no hubiera habido revolución, o sus frutos serían estériles (…)”.


    Caricatura sobre el reinado de José I. The Spanish Bull Fight or the Corsican Matador in dange (Biblioteca Virtual Miguel Cervantes)

    La convocatoria de las Cortes
    Vayamos ahora al proceso de aquellos años 1809 a 1812. Si en la necesidad de convocatoria de Cortes no había discusiones, sí las hubo en su contenido. Obviando a los seguidores del despotismo ilustrado que defendieron el régimen bonapartista (finalmente agrupados en torno al Estatuto de Bayona que acabó publicándose en la Gazeta de finales de julio de 1808), podemos señalar tres grandes grupos ideológicos presentes en la convocatoria de Cortes:

    a) Los partidarios de la monarquía tradicional y de la celebración de las cortes al viejo estilo, a menudo mal llamados “absolutistas” por la historiografía liberal y marxista.

    b) Los viejos “reformistas” de Carlos III y Carlos IV. Eran ilustrados a medio camino entre la tradición y el cambio, como Jovellanos. Se suelen denominar “realistas” en la historiografía más o menos corriente. Querían compilar las “Leyes fundamentales del Reino” y actualizar la “Constitución histórica” hasta conseguirse una Monarquía de soberanía compartida entre el Rey y las Cortes, añadiéndose en éstas, junto a la representación estamental -que requeriría una segunda cámara, al estilo inglés- y a las ciudades con derecho a cortes, una nueva representación territorial que diera cabida a las juntas provinciales.

    Y c), Muy pronto, empero, toman las riendas de la Junta Central otros mucho más radicales, que lograrán imponer sus tesis pese a constituir una minoría. Es notablemente curiosa la unanimidad con que la historiografía señala este hecho. Se trata de los liberales, cuyo máximo exponente es Agustín Argüelles.

    La teoría de este último grupo, apoyado doctrinalmente por plumas como la de Martínez Marina, es que había que aprovechar la oportunidad de la guerra para que la “nación española”, a través de Cortes cuyos miembros habían de tener mandato imperativo, recobrase su soberanía y elaborase una nueva realidad constituyente fundada en los principios revolucionarios y la tripartición de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial). Sin embargo los liberales, sabedores de que tales ideas provenían de Francia pero que España estaba invadida por ella, coquetearon con la idea de “Constitución histórica” española, y a su servicio pusieron obras doctrinales que intentaban rastrear, tergiversándolas, las fuentes históricas, sobre todo las actas de las Cortes tradicionales castellano-leonesas (consideradas buen punto de apoyo historicista, pero anulable en cualquier caso ante la nueva imposición de la soberanía nacional).

    Con ciertos retrasos, la Junta Central comunicó, fijó y expidió la convocatoria de Cortes entre mayo de 1809 y enero de 1810, con el ínterin de decretar, en junio de 1809, la instrucción para la elección de diputados. Al principio fue Jovellanos el encargado de dirigir el proceso, logrando imponer las antedichas tesis del reformismo ilustrado para la composición de unas Cortes a medio camino entre la tradición (los viejos votos de las Ciudades con derecho de asistencia a Cortes, más los grandes y el orden episcopal) y la nueva representación territorial (con un diputado por cada junta provincial y otro más por cada cincuenta mil habitantes).

    A finales de septiembre de 1809 se formó, junto a la Comisión, una Junta de Legislación que compilara “todas las leyes constitucionales de España”. Aquí fue donde Jovellanos (jefe de la Comisión) fue sobrepasado por los liberales Argüelles y Sanz Romanillos, que capitalizaron el trabajo de dicha Junta de Legislación, pues de la compilación que se les encargó pasaron a elaborar una nueva Constitución. Son reveladoras, a este respecto, las palabras de Jovellanos (de su Consulta de la convocatoria de las Cortes por estamentos, presentada en la Junta Central el 21 de mayo de 1809), muy pronto temeroso de tales intenciones:


    “(…) Oigo hablar mucho de hacer en las mismas Cortes una nueva Constitución y aun de ejecutarla, y en esto sí que, a mi juicio, habría mucho inconveniente y peligro. ¿Por ventura no tiene España su Constitución? Tiénela, sin duda; porque, ¿qué otra cosa es una Constitución que el conjunto de leyes fundamentales que fijan los derechos del soberano y de los súbditos, y los medios saludables de preservar unos y otros? ¿Y quién duda que España tiene estas leyes y las conoce? ¿Hay algunas que el despotismo haya atacado y destruido? Restablézcanse (…)”.

    A finales de enero de 1810, disuelta la Junta Central y constituido el Consejo de Regencia, se llama a los diputados estamentales y provinciales (con notable nulidad de derecho teniendo en cuenta que muchas zonas estaban invadidas por los franceses), más a algunos americanos y filipinos. Hasta septiembre tiene lugar el fraude liberal porque las Cortes, aún dominadas por la tradición en la convocatoria oficial de la reunión que el Consejo de Regencia hizo en agosto, finalmente se reunieron, en la práctica, con la mayoría de liberales que acudieron al llamado de sus correligionarios. En definitiva, liberales fueron las propuestas que iban a tratarse en el órgano.

    Conclusión: los precedentes, la convocatoria y las sesiones de cortes que, desde 1808, culminaron en la ilegítima promulgación del texto conocido como constitución de 1812, fue un proceso nulo de pleno derecho. Quien desde la decencia histórico-jurídica quiera referirse a aquellas cortes puede, pues, sin temor alguno, hablar del siniestro golpe de Estado liberal de 1808-1812.

    Fuentes


    — CEVALLOS, Pedro: Exposición de los hechos y maquinaciones que han preparado los usurpadores de la Corona de España y los medios que el Emperador de los franceses ha puesto en obra para realizarla. Madrid, Imprenta Real, 1808.

    Colección de bandos, proclamas y decretos de la Junta Suprema de Sevilla, y otros papeles curiosos. Cádiz, ¿1808? Reimpresión de D. Manuel Santiago de Quintana. 127 págs.

    — DESDEVISES DU DEZERT, Georges: “Le Conseil de Castille en 1808”, en Revue Hispanique, Núm. 17, 1907.

    — FERNÁNDEZ MARTÍN, Manuel: Derecho parlamentario español. Colección de Constituciones, disposiciones de carácter constitucional, leyes, decretos electorales para diputados y senadores, y reglamentos de las Cortes que han regido en España en el presente siglo. Ordenada en virtud de acuerdo de la Comisión de gobierno interior del Congreso de los Diputados, fecha de 11 de febrero de 1881. Madrid, Imprenta de los hijos de J. A. García, 1885 y 1900, 3 tomos. Edición facsímil: Publicaciones del Congreso de los Diputados, Madrid, 1992.

    — Martínez Marina, Francisco: Teoría de las Cortes ó grandes juntas nacionales de los Reinos de León y Castilla. Monumentos de su Constitución política y de la soberanía del pueblo. Con algunas observaciones sobre la Lei fundamental de la Monarquía Española sancionada por las Cortes Generales y extraordinarias, y promulgada en Cádiz á 19 de marzo de 1812. Prólogo. XCVI págs. Madrid, 1813. Imprenta de Fermín Villalpando.
    — Uriortúa, Francisco Xavier: Tentativa sobre la necesidad de variar la representación nacional que se ha de convocar á las futuras Cortes: número de Diputados que deben concurrir, y método de elegirlos. Escrita de orden superior el año de 1809. Cádiz, 1809. Imprenta de la Viuda de D. Manuel Comes.

    [1] En Cevallos, Pedro: Exposición de los hechos y maquinaciones que han preparado los usurpadores de la Corona de España y los medios que el Emperador de los franceses ha puesto en obra para realizarla. Madrid, Imprenta Real, 1808. Y Desdevises du Dezert, Georges: “Le Conseil de Castille en 1808”, en Revue Hispanique, Núm. 17, 1907, p. 66-378.

    [2] En Martínez Marina, Francisco: Teoría de las cortes, prólogo, pág. XCII.

    [3] Prólogo de la Teoría…, ob. cit. Pág. LXXVIII.


    Diego Mirallas Jiménez

    Catedrático de Instituto



    Sobre la sedicente Constitucin de 1812 - ReL

  18. #18
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    Re: Para bajar muchos humos y ajustar bicentenarios (1812-2012)

    Otro apunte al bicentenario (1812-2012)



    Primero fue la napoleónica Constitución de Bayona de 1808, y luego la de Cádiz de 1812, que con todas las constituciones liberales habidas y por haber, porque todas ellas son hijas del nefando y punible ayuntamiento de la diosa Razón con los enciclopedistas y utilitarios padres inmundos de los viejos partidos jacobinos y afrancesados, sembraron de falsas libertades, humillaciones y hedor, el suelo patrio, que con tanta claridad de criterio nos pinta el señor Botet: “de sentido cada día mas extranjerizado y con tendencia cada día mas centralizadora creadores del Estado moderno, de este monstruo armado hasta los dientes, con una voracidad insaciable y unas uñas que se clavan en todos los miembros del cuerpo social”.

    He aquí mi resumen escueto y contribución correligionaria, para en este año que nos toca, desmontar y desenmascarar humildemente, ese montón de papel roñoso que nos venden como la primigenia panacea del Estado, desde uno u otro lado del caciquismo político, que a día de hoy descansa sus posaderas (porque no hacen otra cosa que eso, descansar) en eso que llaman injustamente “Cortes Generales”.

    Ramón Nocedal explicaba bien: “la primera vez que el Liberalismo amenazó entrar en España fue en la Constitución de Bayona, la segunda, fue en las Cortes de 1812; aquellas Cortes impuestas a la Regencia por las turbas revoltosas de Cádiz, mientras que los españoles que no amaban las libertades modernas peleaban heroicamente contra ellas y contra los ejércitos franceses”.Después de aquello vinieron los partidos liberales a España, pero no por voluntad nacional. El año 1820 llegaron por la deserción de Riego, que volvió la espalda a la América española (o mejor, la España americana), dejando que se perdiese; y vino a establecer por la fuerza, ante la cobardía del felón Fernando VII, la Constitución de 1812.

    Por ejemplo, en el caso de Navarra, puede decirse que a pesar de viento y marea, nunca se aceptó el panfleto en cuestión, que de un solo golpe lastimó sus acendradas creencias religiosas y holló sus derechos seculares. Como comisionados del Reino de Navarra, el teniente general don Javier de Elio, y su hermano don Joaquín, pusieron en manos de Fernando VII lo que sigue: “V.M. A quien la Divina Providencia destinó el trono de Las Españas (…) para acreditar la justicia de esta respetable súplica; pues le consta que a un príncipe católico delineado, como lo es V.M. para modelo de los virtuosos en los fastos de la posteridad, es sola la imperiosa voz de la Religión emanada del Cielo y pronunciada desde el Trono del mismo Dios, la exclusivamente decisiva de todo asunto, sin consideración a reflexiones humanas y a cuyo imperio ceden los especiosos títulos con que pudiera la política, al favor de la violencia, extorsiones y artificios, pintar como voluntaria la aceptación de una Constitución nueva que siempre detestó el Reino y aun de hecho no llegó a efectuarse por sus legítimos representantes, que son los Tres Estados, congregados que debían ser al efecto en Cortes Generales, en quienes en su soberano, residen unicamente las facultades para añadir, variar o aclarar el precioso tesoro de sus instituciones fundamentales.

    “Si el tiempo, Señor, permitiese correr el velo que cubre esta farsa o aceptación hecha entre el tumulto y la fuerza, aparecería uno de los méritos mas brillantes que ha podido contraer el Reino en obsequio a V.M. (…) Lejos de haber suscrito a la aprobación de dicha Constitución nueva, ha dado siempre señales exteriores de una desaprobación expresa”.
    Concluía pidiendo la reposición de los fueros y libertades del Reino, que Fernando VII restableció efectivamente, aunque de hecho las mutiló y quebrantó repetidas veces por gustarle demasiado el absolutismo regio, como a los liberales gaditanos gustaba el absolutismo liberal (mal llamado, soberanía nacional). Ya se sabe, que polos opuestos, se atraen.

    Publicado por: EL BANDIDO REALISTA
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  19. #19
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    La Pepa, el invento liberal precapitalista, estatalista, opresor y totalitarista

    Siento no poder haber leido antes las participaciones anteriores, pero permitanme comentar algo. Si repito algo -aparte de milagroso-, perdonen la redundancia.

    la Pepa fué el instrumento de los liberales para convertir a España en la máquina de su prosperidad (la de ellos, no la de los españoles).

    La Constitución de 1812 (y esencialmente las posteriores), lejos de ser poco menos que la panacea de libertades y derechos que el aparato institucional-propagandístico estatal preconiza y difunde a bombo y platillo, dio paso en realidad a un auténtico baño de sangre colectivo, arrastrando hasta hoy sus perniciosos efectos, en base a la arbitraria imposición al pueblo (por parte de las élites de entonces y de hoy) de unas medidas y cambios tan forzosos y traumáticos como radicalmente contrarios a toda mínima noción de democracia y derechos humanos y a las tradicionales formas de vida y organizacion del rural español (el 90% de la poblacion).

    Fué una operación de ingeniería social de gran envergadura surgida de un hecho claro: el imperio español se desmoronaba. Es mas, estaba la España misma en serio peligro, invadida por lso franceses y potencialmente invadible pro los ingleses. Sus peores enemigos estaban absolutamente a tiro de piedra.

    Una minoría compuesta por poderosos, terratenientes, militares, potentados y prelados se sacaron de la manga una Constitucion hecha a su medida (no a la del pueblo que despreciaban), y trataron de imponerla a purita fuerza, sometiendo y oprimiendo -con toda la dureza y crueldad imaginables- a la mayoría formada por las clases humildes y desfavorecidas, que se aferraron hasta la muerte a su forma de vida tradicional, donde el autogobierno, la autogestión y la solidaridad comunitaria tenían una presencia sustantiva y fundamental.

    El nuevo Estado se encargó de destrozar y aplastar a la disidencia a partir de la promulgación de “la Pepa”.

    El rural, campesino, desprestigiado y calumniado como lugar de pobreza y miseria, de catetos e ignorantes, pero acostumbrado a las asambleas abiertas, al concejo, a esa colectividad del campo donde tu me ayudas a mi y yo te ayudo a ti y tu trabajas con los aperos de todos, casi comunismo, mas bien eso: comunitarismo, comunidad, colectivismo natural, fué expulsado de su campo y acabó trabajando en las fabricas, donde ha perdido su identidad, y donde siente atracción por las ideologías revolucionarias. El rural siempre se ha levantado contra los que han tratado de imponerle sistemas de vida urbanitas, "modernos", diferentes a sus muy elaborados sistemas secuales, milenarios a veces. Incluso el maquis, que el PCE consideraba obra suya, semantuvo en realidad gracias al empeño de un rural que sentia simpatia por cualquiera que luchara contra el urbanita centralista de Madrid. Si no el maquis no hubiera durado ni dos dias, denunciado por los vecinos, cosa que sucedio cuando el maquis se mostro absolutamente inoperante y sin salida, y no daba ninguna solucion a los problemas del rural que le encubria.

    La Constitución del 1812 es militarista y dirigida por espadones sanguinarios, genocidas a veces: generales como Pavia, que se matan entre ellos y son los que controlan el proceso. No tiene nada que ver con el pueblo. Su consecuencia es una guerra civil continua, brutal, genocida, cuyas fosas comunes nadie reclama ni busca, una Guerra Civil ocultada (1921-1923), apenas estudiada, que la historiografia oficial elude.

    Elogiar a esa Constitucion es elogiar a quien mas y mejor la puso en practica: Francisco Franco Bahamonde en los primeros años de su dictadura.

    La Constitucion de Cadiz fué la herramienta para implantar en Hispania los cimientos de un nuevo pais, patria, España, con la creacion de un Estado moderno, constitucional, antipopular, antitradicional, antirural, y al servicio de lo que se iba intuyendo como el nuevo orden economico: el capitalismo.
    Última edición por Audax; 18/05/2012 a las 17:28 Razón: correccion de texto

  20. #20
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    Re: La Pepa, el invento liberal precapitalista, estatalista, opresor y totalitarista

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    Cita Iniciado por Audax Ver mensaje
    La Constitución de 1812 (y esencialmente las posteriores), lejos de ser poco menos que la panacea de libertades y derechos que el aparato institucional-propagandístico estatal preconiza y difunde a bombo y platillo, dio paso en realidad a un auténtico baño de sangre colectivo, arrastrando hasta hoy sus perniciosos efectos, en base a la arbitraria imposición al pueblo (por parte de las élites de entonces y de hoy) de unas medidas y cambios tan forzosos y traumáticos como radicalmente contrarios a toda mínima noción de democracia y derechos humanos y a las tradicionales formas de vida y organizacion del rural español (el 90% de la poblacion).

    Fué una operación de ingeniería social de gran envergadura surgida de un hecho claro: el imperio español se desmoronaba. Es mas, estaba la España misma en serio peligro, invadida por lso franceses y potencialmente invadible pro los ingleses. Sus peores enemigos estaban absolutamente a tiro de piedra.

    Una minoría compuesta por poderosos, terratenientes, militares, potentados y prelados se sacaron de la manga una Constitucion hecha a su medida (no a la del pueblo que despreciaban), y trataron de imponerla a purita fuerza, sometiendo y oprimiendo -con toda la dureza y crueldad imaginables- a la mayoría formada por las clases humildes y desfavorecidas, que se aferraron hasta la muerte a su forma de vida tradicional, donde el autogobierno, la autogestión y la solidaridad comunitaria tenían una presencia sustantiva y fundamental.
    ¿Es suyo este texto? Es que se parece mucho a este....LA OTRA CARA DE “LA PEPA”. Alish entrevista a Félix Rodrigo Mora sobre el propósito real de la Constitución de 1812 y su bicentenario (tiranía y manipulación) « Liberación AHORA

    Perdone que no comente nada del resto de su mensaje, pero es que parece un simple batiburrillo anarco comunista.
    Última edición por txapius; 18/05/2012 a las 19:53

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