LA SOCIEDAD EN LAS FRONTERAS DE ARAGÓN :


La Reconquista del Valle del Ebro en Aragón planteó problemas de repoblación puesto que, no habiendo finalizado aún la fase repobladora de los somontanos y la Tierra Nueva, no parece que el Reino dispusiera de sobrantes para repoblar las villas y ciudades recién reconquistadas y garantizar su defensa. José María Lacarra calculó en unos 39.000 kilómetros cuadrados el espacio reconquistado entre el 1117 y el 1170. La crisis política de los almorávides, que estalló precisamente en aquella época, facilitó la retención del territorio en manos aragonesas, a pesar de la aparente debilidad del poblamiento español y de la permanencia de pobladores islamistas; ésta última necesaria para mantener la riqueza agraria ( Pues por ello no se aconsejaba la despoblación ) y obligada también por los pactos de capitulación. A tenor de estos acuerdos, los mahometanos podrían seguir viviendo en las villas y ciudades del Ebro durante un año, pasado el cual deberían abandonar los inmuebles urbanos cuya propiedad perdían; Deberían entonces residir extramuros o en el campo, donde podrían retener los bienes muebles y las fincas de cultivo ( almunias ); pagarían el diezmo y conservarían sus mezquitas, jueces y leyes propias. La paz del vencedor permitió que en Tudela, en el curso del Jalón y en el Bajo Aragón sobreviviera una densa población musulmana; lo cual no dejaba de ser un problemón para la Reunificación Hispánica. De época andalusí, el cultivo estaba radicado en buena parte en manos de colonos muslimes ( exáricos ), vinculados al dueño de la tierra por contratos de parcería que obligaban al pago de una parte proporcional de la cosecha, y que se mantuvieron tras la nueva situación, incluso cuando el antiguo propietario islámico huyó y sus heredades pasaron a un señor de la Cristiandad. La malintencionada e ideológica mitología, abanderada a su manera de la insufrible leyenda negra, atribuye todo el mérito de la agricultura ( En especial de regadío ) a los musulmanes…Teniendo en cuenta de que la mayoría eran descendientes de muladíes amén del importante contingente beréber ( De muwallad, esto es, “ converso “ ) y que esas técnicas ya eran conocidas y aplicadas en la Romanidad; la conclusión de la Verdad es que el islam destrozó más que hizo; y que, gracias a Dios, tras la Reconquista Cristiana, no nos pasó lo mismo que en la Mauritania Tingitana….También es de recibo recordar que en el Valle del Ebro subsistían comunidades mozárabes que en Zaragoza celebraban culto en la Iglesia de Santa María la Mayor y en la de Santas Masas, extramuros de la urbe. Es imposible dar estimaciones ( Y más imposible aún fiarse del alud ideológico antiespañol….) sobre el número de mozárabes; sólo cabe recordar que Alfonso el Batallador se trajo de su expedición a territorio andalusí del 1126 a unos 10.000 mozárabes que asentó en las tierras recién reconquistadas. En ellas, sobre todo en las urbes, aún persistieron aljamas hebraicas.


A la repoblación del Valle del Ebro acudieron aragoneses, sobrarbeses, ribagorzanos, navarros, bearneses, francos, castellanos y catalanes; lo que, unido a los mozárabes, muslimes y mosaicos ya asentados, nos puede proporcionar una imagen de aquella abigarrada sociedad de frontera. Los problemas de repoblación más agudos se dieron en los núcleos urbanos, sobre todo en Zaragoza, a causa de la expulsión de los coránicos que habitaban intramuros y de la dificultad de encontrar gentes de burgo de las tierras viejas navarro-aragonesas ( Como Jaca, Sangüesa, Pamplona, Puente la Reina y Estella ) dispuestos para la emigración. Muchos de estos mercaderes y artesanos eran francos atraídos hacia las ciudades del Camino de Santiago por privilegios otorgados por Sancho Ramírez y Alfonso el Batallador.


El repoblamiento de la antigua CaesarAugusta, encomendado a su tenente, Gastón de Verán, al justicia y a unos partidores, planteó problemas especiales : Señores laicos y eclesiásticos, que recibieron casas y tierras en su término, no quisieron sustraer colonos de sus dominios de las tierras viejas para repoblar las nuevas; y familias cristianas que teóricamente podían beneficiarse del reparto de casas en la ciudad sintieron escasa atracción por Zaragoza, toda vez que la posesión de la mayor parte de las tierras circundantes en mahometanas manos les privaba de medios de existencia. Incluso muchos ocupantes de primera hora acabaron desprendiéndose de los bienes ( casas, tierras ) que les habían correspondido en el reparto y reemigraron. Para contener la reemigración y el absentismo, Alfonso el Batallador otorgó cartas de confirmación de bienes y de libertad ( 1133 ), pero la lógica interna del sistema obligó a este mismo Monarca a otorgar Fueros a villas y ciudades del interior para evitar su despoblamiento con la consecuencia de frenar las tendencias migratorias hacia el Valle del Ebro. La conclusión es que los feudales de Aragón y sus reyes reconquistaron mucha más tierra de la que razonablemente podían ocupar con sus propias fuerzas.


En las tierras regadas por los afluentes meridionales del Ebro, poblaciones como Belchite, Daroca y Calatayud ( También Soria y Almazán, en el Alto Duero ) tuvieron un papel decisivo en el orden repoblador y defensivo. Esta zona, que Lacarra llamaba la “ Extremadura Aragonesa “, presentaba una problemática diferente, en particular su carácter desértico, la menor riqueza de sus tierras y la relativa desprotección a causa de la inexistencia de una ciudad-fortaleza como Zaragoza. A nuevas necesidades, nuevas soluciones. Alfonso el Batallador concedió a las villas de esta nueva frontera Fueros inspirados en el castellano de Sepúlveda ( 1076 ), que llegaron incluso a eximir a los repobladores-navarros, castellanos y gascones, principalmente-de la responsabilidad de delitos ( homicidios, raptos, robos….) cometidos en sus lugares de origen. A diferencia de otras tierras de Aragón, donde la responsabilidad militar fue confiada a la alta nobleza y a sus vasallos, en esta tierra, la Monarquía quiso comprometer a sus súbditos de villas y ciudades en defensa de la territorialidad española. Puesto que se trataba de una zona de llanuras con núcleos amurallados situados a considerable distancia unos de otros, el servicio militar, fundamentalmente la cabalgada, debía realizarse a caballo. De esta necesidad y de los beneficios que de su práctica derivaban surgió también aquí una caballería villana que poco a poco se hizo con el control militar, político y económico de las ciudades cabeceras de repoblación en este terruño aragonés. Los Fueros consolidaban jurídicamente y con la concesión de privilegios la distinción entre caballeros y peones y las funciones militares respectivas; los peones deberían vigilar la ciudad durante la ausencia de los cabalgadores; los caballeros realizarían periódicas cabalgadas de las que obtendrían un botín que sería repartido en función de la categoría jurídico-militar y de la contribución al esfuerzo guerrero realizado por cada cual; el rey o señor de la villa recibía el quinto del botín; se indemnizaba a los que habían sufrido pérdidas en la expedición, etc. La mayor parte de las villas y las ciudades de esta nueva frontera fueron de realengo, limitándose el monarca a designar un magnate que como tenente le representaba a todos efectos y asumía la dirección defensiva. Los Fueros configuraron concejos para la fortaleza del gobierno municipal, alejando los posibles peligros de las pretensiones señoriales externas al colectivo ( Gobierno por y para la comunidad, con leyes que luchaban contra el abuso de poder; como manda nuestra Tradición ). A mediados del siglo XII, Daroca, Belchite y Alcañiz eran quizá los principales de estos baluartes de la frontera y cabeceras de amplios distritos cuyos límites penetraban en un territorio musulmán que no cesaban de arañar con justicia.


Al filo del 1200, Aragón era una formación social y política formada por una aglomeración de territorios diversos tanto desde el punto de vista geográfico como del humano, social y económico. La documentación todavía distinguía entre los núcleos originarios, es decir, el Viejo Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, y el reino zaragozano, aunque para el análisis histórico es más útil y probablemente ajustado a la realidad del proceso formativo de Aragón distinguir entre la Tierra Vieja, la Tierra Nueva, el Valle del Ebro y la “ Extremadura Aragonesa “.