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Tema: Puntualizaciones de Fal Conde a las "Memorias" de Gil Robles

  1. #1
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    Puntualizaciones de Fal Conde a las "Memorias" de Gil Robles

    A LO QUE HEMOS LLEGADO (I) (ABC, 2 de Mayo 1968)


    Don Manuel J. Fal Conde, ilustre personalidad del Tradicionalismo, nos remite con motivo del libro “No fue posible la paz”, de Gil Robles, y de los comentarios publicados en estas páginas por el marqués de Luca de Tena, dos interesantes artículos, el primero de los cuales damos hoy con la carta que los acompaña:



    Señor director de ABC, Madrid,

    Las menciones que de mí se hacen por el marqués de Luca de Tena en sus artículos de ABC criticando el libro de Gil Robles “No fue posible la paz”, imponen esta intervención mía, en plano de objetividad sobre hechos de tanta trascendencia histórica para nuestra Patria, y en especial proyectándose contra la Cruzada, una tan gravísima acusación como la que constituye el tema central de la obra. A ese fin me ha parecido procedente pedir a usted que actualice la cuestión -lástima mi enfermedad que ha causado este retraso- insertando estos dos artículos, cuya corroboración podría, caso necesario, hacer con múltiples razones y documentos. Este será suficiente.- Manuel J. FAL CONDE.


    “La defensa es un deber; la agresión, un acto de locura.”

    Me acojo a las páginas de ABC para rectificar del libro de Gil Robles “No fue posible la paz”, y de los artículos sobre ese tema del marqués de Luca de Tena, algo distanciados en el tiempo por enfermedad mía, ciertos puntos a mí tocantes, o en los que inexcusablemente debo procurar cerrar el paso o desvirtuar en lo posible el menosprecio, más aún, la ofensa directa y agresiva a la gesta más gloriosa de la Historia de España, la contención más potente que se ha hecho del comunismo en Europa y el más claro servicio de la Iglesia y la sociedad cristiana: la justamente calificada de Cruzada Nacional.

    El libro de Gil Robles, recibido con gran curiosidad por el público y con extremada atención por la crítica, contiene una valiosa aportación de datos interesantes para la historia de esta época que a parches se va construyendo y aún queda que poner el buen remiendo de la aportación del carlismo.

    Yo no pretendo, ni cabría en este intento, rectificar ni suplir, no ya ese vacío, sino ni siquiera enmendar yerros o sensibles silencios relativos a carlistas relevantísimos o a mí mismo, que, irrelevante y modesto, desempeñé una tarea que desganadamente va dejándose conocer de la gente.

    No es ese el intento que hoy me anima. Únicamente a una intervención mía presentada por Gil Robles en su obra y rectificada, si bien que insuficientemente por Luca de Tena, ha de ceñirse mi presencia ante esta disección que del libro ha hecho la crítica dejando desparramados sus miembros, yertos, de política vieja y pútrida, del cadáver maloliente de la II República.

    Pretende el libro de Gil Robles demostrar, con aportación copiosa de datos históricos, que se hizo cuanto era posible -y él su protagonista- para evitar la guerra, pero que no fue posible la paz. Bien puede afirmarlo, y yo, que soy otro de los pocos que, como en su prólogo lamenta, que ya vamos quedando para testificar, lo suscribo y corroboro desde un ángulo de observación tan distinto como que Gil Robles, sin duda, creyó que la República se consolidaría y que existía, él sabrá, qué necesidad de que se consolidara y perpetuara, para lo que concibió, y puso en práctica, la maquiavélica táctica -dicho sin ánimo peyorativo, pero sí típicamente calificativo- de hacer que el destronado Rey, abandonado de sus jurados cortesanos -y vaya la excepción en alabanza de Luca de Tena-, aceptara y recomendara la República. Y por si todavía no era bastante a la Niña tan nobiliario aval, que el nuncio y el Episcopado se volcaran en la canonización del partido de Herrera. El respeto y el amargor del recuerdo me ha privado de calificar, como demanda la justicia, tal sacralización. Quede el verbo volcar como expresivo del despiste y descarrilamiento.

    No era sustancialmente distinta la visión que de la República tuviéramos entonces los hombres de la Ceda y del Tradicionalismo; la obra masónica del pacto de San Sebastián, el atentado al Altar y al Trono. En lo que variaba radical y diametralmente la visión del problema era en el juicio que inspirara ante la Revolución el pueblo español.

    El trasunto de la Acción Católica en la política, con su individualismo despersonalizante, la síntesis gregaria de la sociedad en muchedumbres o masas amorfas capaces de ser impulsadas por caudillajes políticos -“los jefes no se equivocan”- a la aceptación del régimen como artificio formal humano, traje confeccionado de patrones universales.

    La otra visión contraria del pueblo español tomada de su Historia y que revela mejor que un análisis teórico esta anécdota:

    En Pamplona, el día del sepelio en la catedral de los restos del glorioso general Sanjurjo, tuve el gusto de saludar, en el salón del trono de la Diputación, al heroico mariscal Petain, embajador entonces en Madrid. En nuestro proyecto de alzamiento -y como ambiciosa aspiración prevista en los acuerdos con Italia y Portugal- habíamos movido buenas voluntades de la oficialidad de la Caballería francesa para una sublevación simultánea contra los gemelos Frentes Populares.

    Aseguraban contar con Petain; pero llegada la oportunidad se frustró el proyecto.

    Al vernos en la Diputación de Pamplona, el glorioso mariscal me felicitó por el éxito de la conspiración española y por el comportamiento de los requetés, y agregó con sentimiento: “No pudo hacerse allí cosa igual porque Francia no sabe, como sabe España, sublevarse.”

    El fracaso del intento político de la Ceda tiene, igual que la gran victoria del pueblo en la guerra, su enseñanza en la Historia. Es un pueblo que sabe sublevarse. Hay en su biología reflejos, potentes reacciones contra invasores y tiranos.

    ------------------------------------------------------------------------------------------

    El amargo desengaño de Gil Robles ante la inadaptación de los españoles a sus tácticas le lleva a pronunciar esta sentencia, final y colofón de su libro, que no sin verdadero dolor tenemos que copiar -página 862- subrayando algunos puntos para excusar comentarios:

    “Mi drama interno lo ha sintetizado admirablemente Maurice Schumann, en un comentario publicado en “Réalités”, de París, en el número de agosto de 1962:

    “La Adhesión demostrada en todo momento hacia la doctrina de la Iglesia y las simpatías que sintió entonces por el Ejército parecían obligar a Gil Robles a abrazar sin reservas la causa de los militares sublevados el 18 de julio contra el Gobierno del Frente Popular. Pero Gil Robles creyó siempre que la guerra civil era inevitable, y desde un principio manifiesta su dolor mediante el apartamiento. Después de una breve estancia en Biarritz, de donde fue muy pronto expulsado, se exilia en Portugal, donde reside hasta el año 1953. NO TIENE POR LO TANTO, SANGRE EN LAS MANOS…”

    “ESTA HA SIDO MI TRAGEDIA. TAL VEZ HAYA SIDO TAMBIÉN MI MAYOR GLORIA.”

    Es gravísima la afrenta a los que creímos que la guerra empezó en la caída misma de la Monarquía, y que toda la vida de la República fue de guerra fría o cálida, pero de atentado al Derecho Natural. A los que no amamos la guerra, sino la paz, pero que en servicio de este amor y para conseguir la paz aceptamos la guerra. Aceptamos la guerra, no con la apología que de ella hiciera nuestro gran Donoso Cortés, en sus cartas desde París frente al melifluo Lamartine, sino como necesidad de defensa.

    Porque no soy militar ni tengo otra vocación que el servicio de la Justicia y de la Iglesia, no fue determinación de mi espíritu, sino imperativo de esas circunstancias tremendas de los regímenes políticos contra naturaleza, contra el bien común, contra la paz de la sociedad y de las almas, me vi impulsado -que jamás fue político en el sentido estricto de la palabra- a la acción en el ejercicio de derechos sacratísimos de católico y español y como consecuencia de su misma legitimidad, cinco veces procesado, varias encarcelado, confiscados mis bienes. ¿Qué sino situación bélica la que determinaba el acuerdo de asesinatos de los que varios pudimos conocer por una buena confidencia de la organización del Requeté, y que me permitió avisar personalmente a los sentenciados por el plan Casares Quiroga? Calvo Sotelo, que de primera intención conseguimos de él se ausentara de Madrid, pero regresó indebidamente y encontró el martirio; Goicoechea, ocasionalmente en París, al que esperé en la estación del Norte a la llegada del sudexprés; Lamamié de Clairac, que quitamos de Madrid, marchando a San Juan de Luz, donde el general Muslera y los tenientes coroneles Baselga y Utrillas trabajaban en nuestro Estado Mayor; Serrano Jover, que representaba a Renovación Española en los trabajos de conspiración, y que con Gil Robles y conmigo formaban la seleccionada lista del pacifista Casares. Cuando fui a la casa de Gil Robles, ya él tenía la misma confidencia -ignoro si por el mismo comisario Lino- y tenía tomadas todas las precauciones. Hombre de temple, no se arredró por el peligro, que bien sabía era grave y próximo. Peligro de un estado de cosas de guerra que hacía el régimen.

    Con la sana doctrina sobre la rebeldía que habían explicado Senante, el primero, en su conferencia de Valencia; Vegas Latapié, Castro Albarrán, yo también había dado una conferencia en Granada y defendido en artículos, se hacía necesaria la acción de la fuerza contra la violencia tiránica e insoportable.

    Un espíritu tan depurado, el zuavo de Pío IX, el gran propugnador y presidente universal de la Liga Contra el Duelo, don Alfonso Carlos había de dar la elevada muestra de españolismo y de defensa de la sociedad amenazada que consta en su orden a mí para los Requetés:

    “Agradezco en el alma a ti y a nuestros heroicos requetés por haberse unido a las tropas de España para batir al comunismo, y te doy infinitas gracias, querido Fal, por haber, siguiendo mis indicaciones, ordenado en el momento decisivo que nuestros requetés apoyen al movimiento salvador.

    “En momentos como los actuales no debe mirarse a cuestiones personales de partidos, sino tratar de salvar todos juntos la Religión y la Patria.”

    ¿También el Rey (1), como los ilustres generales españoles, como las heroicas Milicias de Falange y de Requetés tienen sangre en las manos? – Manuel FAL CONDE.


    (1) N. de la R.- El señor Fal Conde se refiere, naturalmente, a su Rey.



    Fuente: HEMEROTECA ABC
    Última edición por Martin Ant; 19/02/2014 a las 19:05

  2. #2
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    Re: Puntualizaciones de Fal Conde a las "Memorias" de Gil Robles

    EL MEDIO MILLÓN DE PESETAS, APORTACIÓN DE GIL ROBLES AL ALZAMIENTO (y II) (ABC, 3 de Mayo de 1968)


    Otro fallo más de la memoria de Gil Robles -varios le ha señalado Luca de Tena- ha debido llegar a ofuscarle, olvidando el hecho que me toca poner en conocimiento de los lectores porque el libro lo cambia y, en parte, silencia, y el marqués lo rectifica insuficientemente:

    En las páginas 797 y siguientes, bajo el epígrafe “Mi actitud en relación con el Movimiento” empieza declarando que los que prepararon el mismo no contaron con él ni le tuvieron al corriente, lo que no es cierto enteramente, pues yo, dos veces, antes y después de las elecciones traté de persuadirle de la necesidad de prevenir un golpe de fuerza frente al cada día más avanzado asalto comunista al Poder; y además debía tenerle informado el general Fanjul que bajo la presidencia de nuestra general Villegas estaba en la junta de Madrid. Pero sigamos el pasaje que va a constituir el argumento aquiles de la tesis gilrroblerista, la de su perfecta virginidad y asepsia en el uso de la fuerza. En nota, que según anuncia en el prólogo debe atribuirse a la fecha de publicación y no al primitivo trabajo de fines de 1936, dice que varias personas se le acercaron pidiéndole una parte del remanente del fondo electoral de la Ceda para ayudar económicamente al general Mola “en caso de que tuviera que huir al extranjero” -pasaje este de menguada elegancia espiritual del acrisolado militar-. Nada concreta sobre ese viático al supuesto fugitivo, pero agrega que en principios de julio se le hizo la petición por los señores don Francisco Herrera y don Carlos Salamanca, ahora para impedir que por falta “de recursos adecuados fracasara lo que ya estaba decidido y era inminente”. Sigue luego revelando ante la opinión el problema de conciencia que se le planteó. No me permito analizar los distingos y dictámenes en que fundó su conciencia para acceder y dar orden a don Antonio Escudero para que entregara 500.000 pesetas a don Carlos Salamanca. Tras vacilaciones y escrúpulos de conciencia acaba legitimando la aportación al movimiento como “único medio de impedir el triunfo de la anarquía”.

    Supe después -sigue diciendo- que Mola había pedido ese dinero y que cuando lo recibió de manos de los señores Herrera y Salamanca lo ingresó en un Banco en una cuenta a nombre del capitán Barrera. Cuando más tarde escribió a Mola “para aclarar este asunto” -que no debía parecerle claro a Gil Robles- el general le dio una cumplida explicación en carta de 1 de enero de 1937 y puso a su disposición el saldo resultante después de deducir de las 500.000 pesetas las pequeñas sumas que había dispuesto que no llegaban a cinco mil. Termina con esta frase: “como es natural me negué a aceptar la devolución” cuando tantas miserias había que remediar y sobre todo cuando la Ceda no tenía existencia legal por haberse decretado la disolución de todos los partidos políticos.

    (Nota: Esta última razón no es válida es primeros de enero de 1937 porque hasta 19 de abril no se decretó tal disolución. La C.E.D.A., mejor dicho la J.A.P., tenía una centuria de chicos excelentes en las nevadas posiciones de la Mata de San Blas, frente a El Escorial, y sin mejor asistencia propia, estaba abastecida por nuestros Tercios de Navarra y del Alcázar. Acabaron por disolverse. Los afiliados de la C.E.D.A. ciertamente que se desparramaron por las milicias, pocos en el Requeté, la mayor parte en Falange, alféreces provisionales bneméritos, donde no probaron a levantar banderines de milicianos cívicos, blancos, buenas personas, que pronto fueron desconocidos por la realidad.)
    ------------------------------------------------------------------------------------------


    En otro pasaje -páginas 728 en adelante- cuenta Gil Robles en su libro las gestiones con Mola y Sanjurjo, en las que se muestra la disparidad entre dirigentes carlistas navarros conmigo y con la Junta de la Comunión. Pormenores ésos que no me interesa tocar en este lugar, habiendo sólo de dejar constancia de que en tales discrepancias estaba asistida mi actitud por el Rey, por Don Javier, por la Junta, por los jefes militares y civiles del Requeté y, en definitiva, aprobada por Sanjurjo.

    Pero lo que interesa recoger es la nota de la página 733, en la que afirma el autor que le pidió el marqués de Luca de Tena que le acompañara aquella mañana del 12 de julio a entrevistarse con Lamamié de Clairac en San Juan de Luz en un finca de las cercanías, y allí Lamamié se mostró irreductible en la exigencia de la bandera bicolor y la inmediata restauración de la Monarquía. Y siempre atento a la prueba de su inocencia agrega que ésta fue la única vez que habló con un miembro de la Junta tradicionalista.

    Rectifica este pasaje el marqués de Luca de Tena en su artículo de ABC del día 10, [señalando que no fue con] Lamamié, sino conmigo esa entrevista. Ahora yo completo que tampoco en fecha del 12, sino en la tarde del 5 y en la “chateau” La Ferme, de las cercanías de San Juan de Luz, visitándome, en efecto, don Juan Ignacio Luca de Tena, don Francisco Herrera y don José María Gil Robles.

    No se me discriminó qué papel tenía cada uno de los visitantes. Al parecer, el primero no tenía un especial cometido, sino más bien mero acompañante; Herrera, testigo de algo importante en lo crematístico y el director y protagonista principal era el jefe de la C.E.D.A. Hemos visitado, dijo, al general Mola para ofrecerle nuestro concurso para el movimiento que va a producirse. Paco le ha entregado medio millón de pesetas de Editorial Católica y yo le he dicho que quería hablar con él de ciertas condiciones de índole política que quería poner a mi colaboración. Me ha contestado que vengamos a verle a usted.

    Pregunté en distintos momentos qué condiciones eran y en qué consistiría su aportación al movimiento. Y le oí, con verdadero estupor, que todas las condiciones se reducían a que, triunfante el mismo, se entregara el Gobierno a una concentración de derechas, más en concreto, a un Gobierno provisional de los jefes que habíamos constituido el Comité Electoral de las elecciones de febrero.

    Sin arrogarme representación alguna del Ejército ni fuerzas comprometidas, refuté tan delirante pretensión, con tanta energía como miramiento personal, con razones de honor político rayano en el decoro, con la demostración del enorme fracaso que a él principalmente era imputable y del que yo tenía autoridad revalorada en la circunstancia de haber sido el único de sus miembros que había rehusado -como en la elección del 33- presentarme diputado, lo que me permitió dedicarme con entrega total al trabajo electoral, en el que no creía, pero por cuyo ejercicio había que pasar.

    Al siguiente día, 6 de julio, escribí al general Mola:

    “Ayer he recibido la visita de D. José María G. R., acompañado de un correligionario suyo que se titulaba también emisario de V. y al propio tiempo que aquél se declara de absoluto acuerdo con V. y con los gen. C. y Q., con quienes el aludido emisario dice que ha tenido entrevistas, me han dicho que la futura política está acordado que sea, después de una breve actuación de los militares, un Gobierno formado por los partidos de derecha que, por lo tanto, habrían de quedar subsistentes. Y por fin la versión autorizada que tengo de Lisboa es de que las condiciones que allá se han llevado de parte de gen. C. son de República con Gobierno de Miguel Maura.”

    (Las iniciales se refieren a los generales Cabanellas y Queipo de Llano.)

    Sigue luego la extensa carta refiriéndose a las condiciones puestas por nosotros en nota anterior para nuestra colaboración que ya son de dominio público. En síntesis, la derogación de la Constitución y leyes laicas, la disolución de todos los partidos, incluso aquellos que tomaren parte en el Alzamiento, como asimismo la de los Sindicatos para la reconstrucción orgánica de la sociedad que hacía innecesario los partidos. Dictadura militar para esa estructuración, hasta unas Cortes representativas y complemento de ese directorio militar mediante consejeros civiles. Se terminaba diciendo: “Se da por supuesto que el movimiento será con la bandera bicolor.”

    El día 15 de junio, al entregarse dicha nota del 12 al general Mola, éste nos dio la suya de fecha anterior con las condiciones pactadas con los otros generales, y que al parecer eran exigencia de Cabanellas. También son de dominio público, y constan en ella el compromiso de mantener el régimen republicano, la separación de la Iglesia y el Estado y la libertad de cultos.

    El conocimiento de esta nota hizo necesario mantener la exigencia de la bandera bicolor. La resolución del general Sanjurjo fue clara y terminante. La primera presencia mía en Pamplona en la mañana del 19 fue ponerla en el balcón de la Diputación.

    De la marcha real nada se habló en aquellas negociaciones. Eso fue tarea posterior en choques necesarios con gobernadores militares que seguían afectos -hay gustos para todo- al himno de Riego.

    No era cosa trivial ni puerilidad mía como de consuno Gil Robles y Luca de Tena, según el artículo de éste, hacía evocar aquella obstinación con que el conde Chambord mantuvo la exigencia de la bandera blanca de París. Honrado en gran manera por la comparación, tengo que aclarar que el insigne Enrique V de Borbón no mantuvo la exigencia de la bandera de la legitimidad como mero simbolismo convencional, sino como lenguaje público de unos principios que en su caso eran los de la Revolución Francesa contenidos en la Constitución de la República de Mac Mahon.
    -------------------------------------------------------------------------------------------


    Nada dije por elemental delicadeza al general Mola de la aportación numeraria de Gil Robles al alzamiento en esa carta mía del 6 de julio. Pero uno de los primeros días que nos vimos, ya después del 19, tuvo el general prisa en contarme que Herrera le había entregado medio millón, pero que él no lo admitía, visto el condicionamiento político que hacían don José María Gil Robles del que yo le había informado y pienso que posteriormente había el mismo general confirmado. Lo reprobaba con indignación y me dijo que había tomado de la cantidad unas cincuenta mil, que repondría cuando pudiera para devolvérsela a don Francisco Herrera. En otras ocasiones posteriores volví a oírle el mismo ánimo de rechazo del dinero y de protesta por la pretensión partidista.

    Al leer el libro “No fue posible la paz” y ver el nombre de mi querido amigo don Manuel Barrera y González Aguilar, en aquellas fechas capitán que tantos y abnegados servicios prestó al alzamiento, y que se le atribuye haber sido depositario de las 500.000 pesetas en cuenta corriente, le he preguntado y con su fidedigno informe puedo rectificar la afirmación de Gil Robles -pág. 598- en el sentido de que el general le dijo -al capitán Barrera- que había venido Paco Herrera por encargo de Gil Robles a entregarle medio millón de pesetas para gastos del Movimiento. Que resistió recibirlas porque no hacían falta, pero que accedió depositándose en una caja de un Banco de Pamplona a nombre de la señora del director, con una contraseña consistente en una tarjeta de la entidad convenientemente recortada.

    Que las recogió el general el mismo 18 de julio, y de ellas entregó, por medio de Barrera, cantidades, para gastos de las columnas, a Solchaga, García Escámez, Beorlegui, Ortiz de Zárate, para los primeros gastos.

    Que en el mes de febrero, sigue informándome Barrera, parece ser que el general se molestó por una intervención de Gil Robles como si éste le pidiera cuentas. Llamó a Ávila a Barrera, que estaba en el frente de Madrid, y le pidió la nota de las asignaciones que se habían hecho a dichas columnas. Don Manuel Barrera le dio dicha nota, y el general, que agrega era “dechado de honradez”, que es concepto que también suscribe Gil Robles, quedó resuelto a devolver el dinero.

    Queda patente que Gil Robles aportó al Alzamiento medio millón de pesetas. Sálvense las confusiones que existieran sobre el origen y el destino. Me diría como procedencia Editorial Católica por rubor conmigo -compañeros del Comité de elecciones- por esa “filtración”. Borremos esa aplicación molesta, ofensiva para Mola y falsa de toda falsedad, del viático para escapar a uña de caballo, y siempre quedará clara la intención cooperadora a un acto de fuerza. Si en primero de febrero de 1937 el general Mola quiso devolverle las sobrantes que el contribuyente no quiso recibir, quedan para la historia dos notas calificadas:

    La primera es la colaboración del caudillo de la C.E.D.A. a la conspiración, esto es, al alzamiento antes de su ejecución. Y que el general Mola, que las recibió de mala gana, sólo utilizó pequeñas cantidades, ya sea cinco ya cincuenta mil pesetas, de primeros gastos de inicio, y a los seis meses quiso devolverlas, sin duda porque no admitía la hipoteca de entrega de la nación salvada con sacrificio de vidas a un Gobierno de partidos.

    ¿Será esta la causa de la inhibición política del autor de “No fue posible la paz”?- Manuel FAL CONDE.


    Fuente: HEMEROTECA ABC

  3. #3
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    Re: Puntualizaciones de Fal Conde a las "Memorias" de Gil Robles

    Cita Iniciado por Martin Ant Ver mensaje
    “No pudo hacerse allí cosa igual porque Francia no sabe, como sabe España, sublevarse.”
    Vaya, ahora es justo al revés.
    "De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"






  4. #4
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    Re: Puntualizaciones de Fal Conde a las "Memorias" de Gil Robles

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    Vaya, ahora es justo al revés.
    La esperanza es lo último que se pierde. Nunca sabemos las circunstancias que puede deparar la Providencia. La Patria todavía es salvabable y, de hecho, se salvará como se lo prometió Cristo al Beato Bernardo de Hoyos.

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