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Tema: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

  1. #21
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 23 de Septiembre de 1972, página 6.


    PUEDE LA POLÉMICA CONTINUAR

    ¿Don Jaime y don Alfonso pactaron en Territet?

    Por J. A. Ferrer Bonet


    De nuevo me acojo a la amable benevolencia del semanario ¿QUÉ PASA? para corresponder –puntualizar y demostrar– a la atención que me han prestado don Francisco López Sanz y don Javier de Iruña por mis escritos del 23 de julio y 19 de agosto del presente año. Con las especiales consideraciones personales que se merecen como leales correligionarios, paso a contestar al escrito del primero aparecido en «El Pensamiento Navarro» del pasado 24 de agosto y también al del segundo que publica ¿QUÉ PASA? del día 2 de septiembre. Sean mis primeras palabras las de sincera admiración por la fidelidad carlista que han testimoniado en su discrepancia hacia lo por mí expuesto el pasado 19 de agosto con respecto a la existencia del pacto de don Jaime y don Alfonso. A ambos debo puntualizarles lo siguiente:

    Los preparativos del pacto de Territet se iniciaron a finales de mayo o principios de junio de 1931 en la residencia que tenía la vizcondesa de Gironde en San Juan de Luz, llevando el peso de las negociaciones don José María Gómez de Pujadas por la parte carlista, y don Julio Dánvila por la parte alfonsina. Dicho pacto no significaba la renuncia de don Jaime, extremo éste que fue siempre desmentido –no era condición esencial para llegar a un acuerdo político con don Alfonso– tanto por el monarca legítimo como por sus leales seguidores carlistas, mentís que sirvió eficazmente para que los negociadores políticos actuaran sin ninguna clase de interferencias o sospechas que dificultaran o imposibilitaran su cometido. Así, pudo llegarse sin contratiempo alguno al pacto de Territet el día 12 de septiembre. Fue después de haber pactado que se entrevistaran por primera vez directa y personalmente don Alfonso el día 22 de septiembre en el domicilio de don Jaime, y tres días después don Jaime acudía a Fontainebleau para entrevistarse con don Alfonso. No pudieron haber posteriores entrevistas porque don Jaime moría poco después, el día 2 de octubre. Analizando con lógica los hechos, era inconcebible, y carecía de lógica, [que] se entrevistasen don Jaime y don Alfonso antes de llegar a un acuerdo político.

    Personalidad carlista tan libre de toda sospecha como lo fue don José M.ª Lamamié de Clairac, en «Notas para la Historia de la II República. Negociaciones y contactos de partes entre las dos ramas dinásticas. (Comentarios a un libro interesante)», publicado en el diario «Informaciones» el 7 de julio de 1954, afirma textualmente: «De la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar».

    Pero más importante es el testimonio del propio Rey don Alfonso-Carlos I, que sucedió a don Jaime. En la carta que envió al doctor don Francisco de P. Oller desde Viena en 1 de diciembre, el Rey afirma lo siguiente:

    «Como sabes, don Alfonso fue a buscar a Jaime, y el 12 de septiembre firmaron juntos un pacto…».

    En fecha 8 de febrero de 1933, don Alfonso Carlos afirmaba en la carta dirigida a don Lorenzo Sáenz –que trataba del conflicto existente entre los seguidores de «El Cruzado Español» y la Junta Suprema de la Comunión Tradicionalista– que

    «hace tres años, Jaime me sorprendió declarándome que después de él vendría la rama de don Alfonso, el que entonces reinaba. Me quedé sorprendidísimo. Otra cosa es ahora, por hallarse don Alfonso desterrado como nosotros. El famoso pacto firmado el 12 de septiembre de 1931 entre don Alfonso y Jaime, me lo envió don Alfonso al morir Jaime. Me quedé desconsolado al ver la firma de Jaime, pues está puesto en términos no tradicionalistas. Estaba dispuesto Jaime a reconocer por Rey a don Alfonso y volverse él infante si las Cortes –¡constituyentes!– lo deseaban. Don Alfonso deseaba tener mi firma, como va indicado en aquel pacto; yo me opuse absolutamente, pues soy tradicionalista decidido y antiliberal. Jaime lo firmó, sin duda, con la mejor intención, siendo de su parte un acto de generosidad; pero no se dio cuenta, en su noble arranque, que no tenía el derecho de ceder en una cuestión que no era suya. En cuanto a mí, quedé del todo libre y no lo firmé; de modo que ningún pacto me ata a don Alfonso…».

    Como sea que «El Cruzado Español» mantuviese su actitud frente a la Junta Suprema, don Alfonso Carlos escribió el 12 de mayo de 1933 una segunda carta a don Lorenzo Sáenz en la que el Rey le afirma lo siguiente:

    «En cuanto a mí, libre estoy de todo compromiso; me negué a firmar el pacto de don Jaime con don Alfonso, de 12 de septiembre de 1931, y tampoco nombré mi sucesor».

    ¡En la no designación del sucesor de don Alfonso Carlos estaba precisamente centrado el conflicto de los seguidores de «El Cruzado Español» contra la Junta Suprema! Pues estaba en el recuerdo de muchos que la disidencia integrista, a raíz de la consagración por don Alfonso XIII de España al Sagrado Corazón de Jesús, acordó reconocer a la dinastía reinante –que mantenía la Constitución liberal–, y don Juan Olazábal y don Manuel Senante cumplimentaron a don Alfonso en el palacio de Oriente. El viaje a Italia de don Alfonso y su visita al Papa Pío XI ratificó la decisión, y «El Siglo Futuro» dedicó un homenaje a don Alfonso XIII, que se publicó en un folleto titulado: «El Rey de España ante el Sumo Pontífice. A nuestro Santísimo Padre el Papa Pío XI, y a su Majestad Católica el rey don Alfonso XIII» («El Siglo Futuro». Madrid, 1924, núm. 12, pág. 32).

    Y como sea que después de abril de 1931 los integristas se habían reincorporado a la Comunión Tradicionalista, la desconfianza de muchos hacia ellos seguía siendo notoria.

    Supongo que el testimonio de los documentos y cartas de don Alfonso Carlos tendrá valor suficiente para que sirva de prueba indubitable a don Francisco López Sanz y a don Javier de Iruña. No creo puedan demostrar que don Alfonso Carlos I faltase a la verdad en lo referente a la existencia del Pacto de Territet firmado por don Alfonso y don Jaime el 12 de septiembre de 1931, ni a los propósitos de don Jaime, que conocía muy bien… Es, fundándome en el testimonio de nuestro último rey, que vuelvo a afirmar de nuevo que con el Pacto de Territet don Jaime III fue desleal a la Tradición, como antes lo había sido Juan III –padre de Carlos VII– y lo es hoy don Javier y su hijo Carlos-Hugo, dando todo ello el resultado de que don Blas Piñar estaba en lo cierto al afirmar en Guadalajara no ser admisible «la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía produce siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición».

    Don Jaime pasó a la historia con sus actos. Pero don Javier y su hijo Carlos-Hugo viven y llevan a cabo una actuación política.

    En la póstuma carta de don Alfonso Carlos I al señor don Manuel Fal Conde, sobre la cuestión sucesoria, fechada en Viena el 8 de julio de 1936, el rey se expresa así:

    «Pido a Dios lo arregle de modo que don Javier Carlos sea mi sucesor legítimo, y después de él, sus hijos. Tengo plena confianza en mi sobrino Javier, y espero que sea él el salvador de España».

    ¿Acaso con este deseo regio fundaba don Alfonso Carlos una nueva dinastía? Como continuador querido por el último rey carlista, cabe opinar que no. Y, por esa misma razón, su deslealtad es notoria.

    Con respecto a la misma, es muy importante y significativo, además, que el antiguo director de «El Pensamiento Navarro», en la misma época de la Regencia de don Javier, y de su proclamación como rey en Barcelona en 1952, reconozca y testifique en «El Pensamiento Navarro» del 24 de agosto de 1972 que don Javier, «al cabo de los años, y al renunciar en su hijo, ha acabado tristemente proclamando una monarquía socialista, haciendo de la Comunión Tradicionalista lo que nunca fue ni será: un vulgar partido, para ser más revolucionario y marxista. O sea, todo lo más opuesto al Carlismo…». Es importante que así lo proclame don Francisco López Sanz, y más importante aún es que esta afirmación haya sido escrita precisamente en «El Pensamiento Navarro».

    Por lo que respecta a la expulsión de don Javier de Borbón Parma y de su hijo Carlos-Hugo, el primero de los cuales había visitado España varias veces después de la segunda guerra mundial, mientras su hijo vivía y tenía instalada su oficina política en Hermanos Bécquer, 6, Madrid, cuyos actos y declaraciones les descalifican –contactos con la ETA, infiltraciones marxistas, claudicación –y complicidad– ante el progresismo, y otras actitudes…–, sigo sosteniendo que el Generalísimo Franco, Jefe del Estado Español y Jefe Nacional del Movimiento, mucho esperó para decidirla, pero al fin tuvo que rendirse a la evidencia.

    Muy distinta es la resolución citada, de las anteriores señaladas por don Javier de Iruña, por tratarse de que en diciembre de 1937 España estaba empeñada en una dura guerra, y no era correcto correr el riesgo de una posible división política en la opinión pública de los combatientes y de la retaguardia de la zona nacional. Prueba de ello es que después pudo venir a España, y representarle su hijo mayor en Madrid. Como también pudo vivir en España, tener centros políticos propios y una organización el hijo de doña Blanca, al que sus seguidores reconocían el título de Carlos VIII. Murió en Barcelona en 1953.

    Al quedar doña Blanca sin descendencia con derecho a la sucesión, sus seguidores quedaron desarticulados. Don Javier fue incapaz de agruparlos bajo su disciplina. Y no es culpa de nadie el que con la desviación de los Borbón-Parma, Franco haya decidido fundar una nueva dinastía. «Lo mismo hizo –según don Francisco López Sanz– don Alfonso Carlos al señalar como su más preferido sucesor a don Javier, prescindiendo de los hijos de doña Blanca, de los que nunca fui partidario. En cambio, con la actitud de don Javier me he considerado traicionado».

    ¿Es válido para don Francisco López Sanz y don Javier de Iruña el testimonio del rey don Alfonso Carlos? Aunque no lo consideraran así, sepan que gozan de mi más sincera consideración. Son buenos carlistas, aunque en el aspecto que nos ocupa sobre la infidelidad de ciertos príncipes carlistas, quizá no coincidamos.

  2. #22
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 30 de Septiembre de 1972, página 4.


    PUEDE LA POLÉMICA CONTINUAR

    Don Jaime y don Alfonso, ¿pactaron en Territet?

    Por J. A. Ferrer Bonet


    Una mano amiga, merecedora del aprecio de todos los carlistas, sean cuales fueren sus actitudes tácticas, me ha hecho llegar un ejemplar de «El Pensamiento Navarro» del pasado 3 de septiembre, que inserta un artículo de don Francisco López-Sanz –que es el tercero– discrepando del contenido de mis escritos aparecidos en ¿QUÉ PASA? los días 23 de julio y 19 de agosto del presente año, en el segundo de los cuales incluía a don Jaime III entre los desleales a la Tradición, además de Juan III y don Javier de Borbón-Parma y su hijo Carlos-Hugo. Este tercer artículo lo titula «La innegable falsedad. ¿Qué tenía que pactar el Rey carlista con la soledad del destronado liberal?». Con respecto al pacto de Territet (Suiza) que entre don Alfonso y don Jaime tuvo lugar el 12 de septiembre de 1931, después de contactos directos entre ambos, llevados a cabo por el conducto y trámites de las negociaciones de don José María Gómez Pujadas por la parte carlista, y don Julio Dánvila por la parte alfonsina, don Francisco López-Sanz, al replicar mi referencia a él, hace las siguientes afirmaciones:

    «I. Mi contradictor se sacó de la manga que, además de don Juan, padre de Carlos VII…, también don Jaime de Borbón había sido desleal a la Tradición, afirmación improcedente e incierta a la que opuse mi negativa terminante el pasado 24 de agosto, diciendo que ello era una falsedad.

    II. Nadie supo nada de semejante «pacto», que nació de la maniobra de algunos alfonsinos, cuando ya hacía tiempo que había muerto el II Duque de Madrid.

    III. Es un embuste tejido hace años por manos irresponsables, habituales a maniobras de mala ley, que tantas veces han tendido a desacreditar al Carlismo.

    IV. Nadie ha podido mostrar una prueba, por simple que fuera, de la existencia del inexistente pacto.

    V. … me sorprende que… el citado señor Ferrer Bonet haya echado mano, para intentar rebatirnos, a un argumento tan inexistente y poco digno como el traído y llevado pacto, que en su día –o atribuido día– nadie conoció.

    VI. Y no estimo caballeroso ni correcto que a estas alturas, con terquedad impropia de la ocasión, se invoque como cierto un pobre argumento que no fue otra cosa que una calumniosa e «histórica» falsedad».

    Y, a continuación, el articulista y correligionario dice que prefiere reproducir testimonios de los artículos de «Carlos Alpéns», publicados en el «El Pensamiento Navarro» los días 5, 6, 7 y 8 de abril.

    A don Francisco López-Sanz y a «Carlos Alpéns», que es autor de los cuatro artículos citados titulados «El misterio del famoso pacto entre don Jaime y don Alfonso», paso a contestarlos con las consideraciones que se merecen su lealtad carlista. Insistiré en lo expuesto en mi anterior escrito contestando al señor López-Sanz y al señor Javier de Iruña, que en el momento de escribir estas letras aún no ha aparecido en ¿QUÉ PASA?, independientemente de las observaciones pertinentes.

    A las tres primeras afirmaciones del señor López-Sanz pueden responder los siguientes testimonios. El prestigioso político carlista, que fue diputado durante los años 1931-1936, don José María Lamamié de Clairac, en unos comentarios titulados «Notas para la historia de la II República. Negociaciones y contactos de partes entre las dos ramas dinásticas. (Comentarios a un libro interesante)», publicó en el diario «Informaciones» del día 7 de julio de 1954 la siguiente afirmación textual: «De la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar». Nadie de la Comunión Tradicionalista le contradijo entonces dicha afirmación.

    En la «Historia del Carlismo», de Ramón Oyarzun, que ha editado Alianza Editorial, el capítulo XXXI, página 506, inserta lo siguiente:

    «Se habló mucho por entonces de una aproximación entre las dos ramas. Incluso se rumoreó que había firmado un pacto por el cual Alfonso XIII aceptaba a don Jaime como jefe de la casa de Borbón y heredero del Trono a base de nombrar éste como sucesor al infante don Juan. Pero existiera o no este pacto del que tanto se habló, jamás se hizo público ni fue reconocido como válido por el sucesor de don Jaime».

    Cuando los seguidores de «El Cruzado Español» mantuvieron una muy firme actitud frente a la Junta Suprema nombrada por el Rey Don Alfonso Carlos, por sospecharse una predisposición en favor de la rama de don Alfonso al morir el último Rey carlista, don Alfonso Carlos tuvo que desmentir en su manifiesto «A los tradicionalistas de España», de fecha 16 de julio de 1932, la falsa noticia de haberse concertado un pacto entre don Alfonso Carlos y don Alfonso. La falsedad de la misma (escrito el texto a máquina y no escrito de puño y letra, como era lo habitual en don Alfonso Carlos I) fue puesta de manifiesto por el señor Lamamié de Clairac en «Informaciones» del 7 de julio de 1954. En el citado manifiesto el Rey hacía mención de «aquellos pocos (que) se oponían (al Rey) interpretando equivocadamente mi manifiesto de 6 de enero de 1932, y pretendiendo cláusulas de un pacto que jamás existió». Se refería, sin duda alguna, a los seguidores de «El Cruzado Español», que se mantenían en su actitud por disconformidad con la no designación del sucesor de don Alfonso Carlos, aspecto básico de la supuesta «disidencia».

    Pero respondiendo a todas las antedichas seis afirmaciones de don Francisco López-Sanz, aportaré el testimonio de la existencia del pacto de Territet (que el 12 de septiembre de 1931 firmaron don Jaime y don Alfonso), que no creo se atrevan a recusar ni el señor López-Sanz ni «Carlos Alpéns». Dicho testimonio nos lo ofrece el mismo Rey Don Alfonso Carlos a través de las siguientes cartas que don Melchor Ferrer recogió en su recopilación de «Documentos de don Alfonso Carlos», que editó la Editorial Tradicionalista, de Madrid, en 1950:

    1.ª Carta que S. M. Don Alfonso Carlos dirigió a don Lorenzo Sáenz el 8 de febrero de 1933.

    2.ª Carta de S. M. Don Alfonso Carlos dirigida a don Lorenzo Sáenz el 12 de mayo de 1933.

    En la primera carta, don Alfonso Carlos –que trataba del conflicto existente entre los seguidores de «El Cruzado Español» y la Junta Suprema de la Comunión Tradicionalista– afirma rotundamente que

    «hace tres años Jaime me sorprendió declarándome que después de él vendría la rama de don Alfonso, el que entonces reinaba. Me quedé sorprendidísimo. Otra cosa es ahora, por hallarse don Alfonso desterrado como nosotros. El famoso pacto firmado el 12 de septiembre de 1931 entre don Alfonso y Jaime, me lo envió don Alfonso al morir Jaime. Me quedé desconsolado al ver la firma de Jaime, pues está puesto en términos no tradicionalistas. Estaba dispuesto Jaime a reconocer por Rey a don Alfonso y volverse él infante si las Cortes ¡constituyentes! lo deseaban. Don Alfonso deseaba tener mi firma, como va indicado en aquel pacto; yo me opuse absolutamente, pues soy tradicionalista decidido y antiliberal. Jaime lo firmó, sin duda, con la mejor intención, siendo de su parte un acto de generosidad; pero no se dio cuenta, en su noble arranque, que no tenía el derecho de ceder en una cuestión que no era suya. En cuanto a mí, quedé del todo libre y no lo firmé, de modo que ningún pacto me ata a don Alfonso…».

    En la segunda carta, el Rey afirma lo siguiente:

    «En cuanto a mí, libre estoy de todo compromiso; me negué a firmar el pacto de don Jaime con don Alfonso, de 12 de septiembre de 1931, y tampoco nombré mi sucesor».

    Con anterioridad a las dos citadas cartas del Rey Don Alfonso Carlos dirigidas a don Lorenzo Sáenz, Su Majestad había enviado desde Viena, con fecha 1 de diciembre de 1931, una carta cuyo destinatario fue el doctor don Francisco de P. Oller, en la que le hacía la siguiente y muy concreta afirmación: «Como sabes, don Alfonso fue a buscar a Jaime, y el 12 de septiembre firmaron juntos un pacto…».

    El testimonio de don Alfonso Carlos I con respecto a la veracidad de la existencia del pacto de Territet (Suiza), de fecha 12 de septiembre de 1931, tiene un valor definitivo y, por lo tanto, muy superior a otros de distinta intención o acceso a las fuentes informativas más fidedignas.

    El testimonio de don Alfonso Carlos viene a desmentir a don Francisco López-Sanz cuando el ilustre periodista de «El Pensamiento Navarro» afirma que «no existe una prueba tan sola que afirme que don Jaime de Borbón firmara pacto alguno, ni que fuera desleal a la Tradición». Porque los hechos son como son y no como hubiéramos querido que hubiesen sido.

    Y al amparo de los citados testimonios del último Monarca carlista queda de manifiesto que no hubo por mi parte ni ligereza ni falta de exactitud documental. Y, por lo tanto, que en su discurso de Guadalajara le asistía a don Blas Piñar toda la razón al no admitir «la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición».

  3. #23
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 5 de Octubre de 1972, página 7.


    Por última vez

    En conciencia, niego la existencia del Pacto entre Don Jaime y Don Alfonso

    Por Francisco López-Sanz


    Ha vuelto J. A. Ferrer Bonet a insistir en el viejo asunto de si hubo “pacto” o no, entre Don Jaime de Borbón y el destronado –destronado porque él no resistió– monarca de la constante revolución liberal, Don Alfonso de Borbón; revolución que empezó en 1833 y acabó el 14 de abril de 1931, dejando el camino abierto ampliamente a la anarquía republicana. Y vuelve a insistir en “¿Qué Pasa?”, del 23 del pasado septiembre, con otro artículo, “¿Don Jaime y Don Alfonso, pactaron en Territet?”. Desde luego, yo entiendo y sostengo que no, porque ambos personajes ni estuvieron ni se vieron en Territet, y nadie ha afirmado con seriedad que estuvieran. Desde luego, Don Jaime, podemos afirmar que no estuvo en la citada localidad suiza.

    Y más afirmativo todavía [es] que Don Jaime y Don Alfonso, por deseo de éste, la primera vez en la vida que se vieron y se abrazaron fue el 23 de septiembre de 1931, en la residencia del Duque de Madrid, en París; y que Don Jaime, en el curso de la conversación, que duró una hora, y haciendo patente su inclinación a la resistencia en cuestión de derechos cuando se tiene razón, y como cosa que nunca se la había explicado, le preguntó a su egregio visitante por qué abandonó Madrid, sin resistir, el 14 de abril, debilidad en que él no hubiera incurrido sino que hubiese resistido. Y fue entonces, con una respuesta que daba grima, [que] Don Alfonso respondió que no se podía fiar de nadie, y que antes “me fiaría de los tuyos que de los míos”. Don Jaime, según afirma el Conde de Melgar, “no pudo evitar la risa”. Lo cual era definitivo en cuestión de ausencia de lealtad y de voluntariedad para defender el trono, que a nadie tuvo que lo defendiera el día que se entregó, para su huida, la Monarquía de Sagunto.

    Por mi parte, no pretendo alargar el tema, y será ésta la última vez que me refiera a él, porque creo está dicho todo lo que había que decir, e insistir sería dar vueltas sobre el mismo asunto sin nada nuevo que oponer. Sí, Don Jaime no estuvo en Territet, como está demostrado, entre otros testimonios, por el de don Restituto Fernández, fiel servidor castellano, de Nava del Rey, que estuvo a su servicio durante muchos años, hasta la muerte del Rey, y en aquel septiembre de 1931 le acompañó desde Frohsdorf, en donde Don Jaime estaba desde junio, y desde Viena no se detuvieron en ninguna parte hasta París. Esto lo confesó el lealísimo Restituto, que, por amor al Duque de Madrid, se hubiera dejado matar. Lo que nadie hizo por Don Alfonso el 14 de abril. Por eso pudo decir a Don Jaime, con tanta razón como amargura: “no puedo fiarme de nadie”.

    Las entrevistas celebradas en París, el 23 de septiembre, y en Fontainebleau, el 25, fueron puramente familiares, y no para establecer pactos tan graves ni resoluciones tan terminantes que el Duque de Madrid, que había de morir siete días después, mantenedor de la resistencia carlista y de sus derechos, como todos sus antecesores, cometiera lo que en sano juicio es completamente inverosímil. En secreto, de espaldas a la Tradición y a la Historia, a la Comunión Tradicionalista, sin que se enterase ninguna de las personalidades carlistas del país, ni siquiera su Jefe Delegado en España, señor Marqués de Villores, ¿podía Don Jaime de Borbón “suicidarse” políticamente, proponiendo o aceptando su desaparición como Rey y en favor del ex monarca liberal, que se encontraba más solo que la propia soledad? ¿En qué cabeza cabe semejante despropósito, por muchas que después fueran las vituperables maniobras de los que no perdieron el tiempo metidos en el ajo y arrimando el ascua a su sardina?

    No hay documento, por minúscula que sea, que pruebe de verdad la existencia del inventado pacto, aunque fuera “del tamaño de una nuez”, que era el retrato o testimonio que uno de los pícaros mercaderes toledanos, que marchaban por seda a Murcia, exigía al enamorado Don Quijote de la Mancha para poder reconocer y proclamar la hermosura sin par de Dulcinea del Toboso. No hay razonamiento ni documentos más que en contra, nunca afirmativos, porque lo que dijo el 7 de julio de 1954 –ya había llovido desde los últimos tiempos de Don Jaime– en “Informaciones” don José María Lamamié de Clairac, es sólo una opinión y no un testimonio; porque, entonces, en 1931, el caballeroso parlamentario aún no pertenecía a la Comunión Tradicionalista. Y habían pasado 23 años desde la muerte del Duque de Madrid.

    Y, por no alargar demasiado lo que ya hemos repetido, me remito en todo a lo [dicho] en cuatro artículos, tan bien escritos como fundamentalmente razonados, recogiendo frases de diversos escritores que rechazaban la existencia del pacto y la incomprensible debilidad de Don Jaime de Borbón, que siempre fue leal a su Causa, leal a sí mismo y a sus fieles partidarios. Y como ya hablé de lo que fueron las dos únicas entrevistas o reuniones que mantuvieron Don Jaime y Don Alfonso, la primera en París y la segunda en Fontainebleau, copio las líneas finales del libro del Conde de Melgar, “Pequeña Historia de las Guerras Carlistas”:

    “He aquí, en síntesis, lo que fueron las dos únicas entrevistas que tuvieron Don Alfonso y Don Jaime, pocos días antes de la prematura y desdichada muerte de este último. SOBRE ESTAS ENTREVISTAS MUCHOS HAN EPILOGADO, SIN SABER LO QUE EN ELLAS SE TRATÓ; lo cierto es que fueron demasiado rápidas para que sobre las mismas pudiera construirse nada sólido”.

    Y el libro, de 367 páginas, fue publicado en “Editorial Gómez”, en 1958. Y el Conde de Melgar fue Secretario durante muchos años del Duque de Madrid, hasta su muerte.

    Y al poner fin a estas discrepancias con mi modesta argumentación, y negar lo que afirma J. A. Ferrer Bonet, en defensa de la caballerosidad y lealtad de Don Jaime de Borbón, quiero advertir a mi amable contradictor que se ha ocupado del caso, que le guardo toda la consideración en la discusión, que no es diatriba, ni la menor violencia en el lenguaje, sino sincero afecto, porque sería de mal tono defender lealmente un punto de vista que ya es historia, y caer en la inelegancia de la hostilidad, que nunca es correcta ni persuasiva.


    ---------------

    P. S.– Acabo de ver en “¿Qué Pasa?” del 30 de septiembre un nuevo artículo de J. A. Ferrer Bonet insistiendo en sus manifestaciones para dejar en mal lugar a Don Jaime de Borbón. Escrito lo anterior, opongo a todo lo atribuido ligeramente lo [escrito] en la página 201 de su libro “Don Jaime”, publicado varios meses después de la muerte del Rey, por su Secretario y confidente, actual Conde de Melgar:

    “Nunca descendió don Jaime a comprobar el grado de posibilidad de estas ofertas –las de ver si había modo de poner fin al pleito dinástico–, pues, desde la primera palabra, cortaba el paso a su interlocutor:

    “Es inútil –le decía– cuanto intente; antes de pertenecerme a mí mismo pertenezco a una gran idea; soy el representante de una tradición que está muy por encima de mi débil personalidad humana, y, también, he contraído una deuda de sangre con los centenares de miles de españoles que han sacrificado su vida y su hacienda para nosotros””.

    ¿Cómo vamos a creer en pactos impropios e inexistentes, inventados años después de la desaparición del Duque de Madrid? No hubiera sido tan amado en vida, ni hubiese sido en los carlistas tan sentida y llorada su prematura muerte.

  4. #24
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 14 de Octubre de 1972, página 10.


    ¿Hubo acaso pacto alguno en Territet?

    (BREVE RÉPLICA AMISTOSA A FERRER BONET)

    Por Carlos Alpéns


    Por ser suscriptor de «El Pensamiento Navarro», tenía conocimiento de la polémica suscitada entre los señores Ferrer Bonet y López-Sanz, aunque no he tenido la ocasión de leer los artículos del señor Ferrer. Al comprar el último número de ¿QUÉ PASA?, para enterarme de ciertas cosas relacionadas con las Jornadas Sacerdotales de Zaragoza, leo su último artículo, en el que afirma la existencia del pacto de Territet con el apoyo de varios testimonios del rey don Alfonso Carlos.

    Como sea que con ellos intenta rebatir los argumentos de algunos de mis cuatro artículos publicados en el diario navarro y utilizados acertadamente por López-Sanz, de buena gana intervengo en la contienda.

    Creo que el señor Ferrer Bonet es carlista de veras, y, si así es, estoy seguro de que no será difícil que llegue a conocer toda la verdad en su día. Y también estoy seguro de que no habrá leído mis cuatro artículos, porque de haberlos leído y reflexionado, no le bastarían para su seguridad las afirmaciones de don Alfonso Carlos, que a sus ochenta y dos años fue miserablemente engañado, víctima de una indignísima maniobra del proalfonsino Gómez de Pujadas, que de «emisario de don Alfonso» logró colarse, como buen agente de la conspiración alfonsinocarlista, nada menos que a la secretaría particular del último rey carlista de la rama de Carlos V.

    Tenga un poco de paciencia, mi buen señor Ferrer Bonet, que dentro de muy pocas semanas verá publicado mi trabajo «El misterio del famoso pacto. Reivindicación de don Jaime», que fue premiado en reciente concurso en ocasión del Centenario del segundo Duque de Madrid. De este mi trabajo fueron tan sólo un resumen los cuatro artículos del mes de abril. Cuando lo haya leído, confío que rectificará noblemente su empeño en afirmar la existencia del mal llamado pacto de Territet.

    Sí, mal llamado de Territet, porque no existió la entrevista de don Jaime y don Alfonso, en dicha localidad suiza. Jamás nadie, en ningún sitio, ha dejado la menor referencia de tal entrevista, que no llegó a celebrarse, aunque, por lo visto, se pensó en ella, y «para ella» se preparó el famoso documento. Lo que sí llegó a celebrarse fue la visita de reparación y reconciliación que don Alfonso rindió al legítimo rey de España y jefe de la Casa de Borbón, en París, en el domicilio de don Jaime. Visita que dos días después devolvió éste en Fontainebleau.

    Ni en la nota enviada a la prensa francesa por la secretaría particular de don Jaime, ni en las declaraciones del Caudillo de la Tradición a la agencia Havas, hubo la menor alusión a pacto alguno firmado, ni en Territet, ni en París, ni en Fontainebleau.

    Más aún: es definitivo el testimonio de don Alfonso, que, en 1935, cuando la boda de su hijo, don Juan, interrogado por Cortés Cavanillas sobre la unificación de las dos ramas dinásticas, le respondió: «los tradicionalistas conscientes… saben mejor que nadie lo que hablamos don Jaime y yo en París y en Fontainebleau en 1931». Fíjese bien, señor Ferrer: «Lo que hablamos», no lo que firmamos; «en París y en Fontainebleau», no en Territet. Nada, pues, de pacto alguno escrito y firmado; nada de entrevista en Territet.

    Y si no le convence tan elocuente testimonio de don Alfonso, el más interesado en apoyarse en dicho pretendido pacto, lea también lo que sobre él tiene escrito el conde de Melgar, ya juanista, en la página 357 de su obra «Pequeña historia de las guerras carlistas», y en la página 110 de su libro «El noble final de la escisión dinástica», y acabará por convencerse.

    Sobre las afirmaciones de don Alfonso Carlos no hablemos, de momento, porque habría tela cortada para rato. Quedémonos aquí.

  5. #25
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 11 de Noviembre de 1972, página 19.


    Puede la polémica continuar

    Más acerca del llamado “Pacto de Territet”

    Por J. A. Ferrer Bonet


    Una vez más se ha hecho llegar a mi poder un artículo que ha publicado en «El Pensamiento Navarro» del pasado día 5 de octubre don Francisco López Sanz con el título «Por última vez. En conciencia, niego la existencia del Pacto entre Don Jaime y Don Alfonso», acompañado de una «breve réplica amistosa a Ferrer Bonet» titulada «¿Hubo acaso pacto alguno en Territet?», publicada en ¿QUÉ PASA? del día 14 del citado mes.

    A ambos daré cumplida respuesta, y no por última vez, sin tantas veces como sea necesario, pues lo demanda no sólo la verdad histórica, sino también el conocimiento de los entresijos que han imposibilitado el triunfo total y absoluto –pese a la innegable y excelente predisposición de la mayor parte de los falangistas más capacitados– de la dinastía antiliberal abanderada del Ideario Tradicionalista.

    Considero muy natural que el fiel servidor castellano don Restituto Fernández, que estuvo durante muchos años al servicio de Don Jaime, demuestre su fidelidad a la memoria de su difunto señor, negando todo aquello que pudiera enturbiar la admiración de sus leales, como lo es la firma del pacto de Don Jaime con Don Alfonso. Responde este gesto de don Restituto Fernández a la ética más elemental, concordante en este caso con el interés en servir a la causa cuya sucesión legítima debía acaudillar Don Alfonso Carlos.

    La afirmación de que don José María Lamamié de Clairac exponía en «Informaciones» el 7 de julio de 1954 sólo una opinión particular y no un testimonio, es inadmisible. Nadie entonces la desmintió, pese a la publicidad que se le dio. Una supuesta desviación del señor Lamamié de Clairac en un aspecto histórico tan importante no hubiese quedado impune en aquella época en que, por simples discrepancias meramente tácticas, sin menoscabo del reconocimiento de la legitimidad de Don Javier de Borbón-Parma, el calificativo de «traidor» se venía prodigando entre los carlistas desde el Decreto de Unificación. No se hubiese salvado el señor Lamamié de la desautorización y consiguiente expulsión de la Comunión, cosa que entonces se hizo a no pocos por muchísimo menos.

    A la pregunta de don Francisco López-Sanz de si «¿podía Don Jaime de Borbón «suicidarse» políticamente, proponiendo o aceptando su desaparición como Rey y en favor del ex Monarca liberal…?», cabe contestarle que Don Jaime se «suicidó políticamente» varias veces, y no «falleció» políticamente gracias a la robustez de la organización política y del Ideario Tradicionalista, que podía superar los humanos desaciertos de su abanderado. Suicidio político lo fue la permanente soltería de Don Jaime, cuya condición de Rey Legítimo le obligaba, por deber y razón de Estado, a contraer matrimonio, a fin de asegurar la continuidad sucesoria de la dinastía. El que así no lo hiciera ha sido causa de que la línea directa sucesoria quedara extinguida, y si a ello le añadimos la apostasía política de Don Javier y su hijo Carlos-Hugo, queda de manifiesto lo incalificable que políticamente resulta el que Don Jaime no contrajera matrimonio.

    Otro hecho de «suicidio político» lo es el que, en vez de cuidarse única y exclusivamente de los asuntos de España, sirviera en el Ejército Imperial de Rusia, dando lugar, como oficial de dichas fuerzas armadas, a episodios tan pintorescos como el de una celebración por los oficiales compañeros de Don Jaime –culturalmente afrancesados–, a la que él se unió, un 14 de julio, de la conmemoración de la toma de la Bastilla, brindando Don Jaime por esta conmemoración junto a sus compañeros de regodeo festivo. El hecho fue conocido y comentado abundantemente… Y no fue el único.

    Otro hecho de «suicidio político» que con el tiempo dejó sentir sus consecuencias, y que de inmediato provocó una escisión en las filas del carlismo, fue la de separar a don Juan Vázquez de Mella –apóstol de la neutralidad de España durante la primera guerra mundial de 1914-1918, y adalid magnífico de la causa de los imperios centrales– de las filas del carlismo por un escrito por él firmado en París el 30 de enero de 1919 –cuya inspiración y redacción todos atribuyeron al conde de Melgar, decidido partidario de Francia, que fue largo tiempo secretario de Don Jaime (como antes lo había sido de su augusto padre Carlos VII)–, cuya difusión cayó como una bomba, produciendo estragos y estupefacción en las filas carlistas, por lo insólito de la decisión ejercida nada menos que contra el genial Verbo de la Tradición, que supo dar cohesión y actualidad operante al Credo Tradicionalista como resurrección gallarda del espíritu español contra el enciclopedismo y la democracia liberal y capitalista. Esta regia decisión sólo podía favorecer a los enemigos de Mella, por serlo de la concepción mellista de las dictaduras, no como régimen estable, sino como medio para establecer un régimen.

    Otro caso de «suicidio político» –o cuando menos, de «cooperación al suicidio político»– llevado a cabo por Don Jaime fue el que, a los cuatro años y medio de la separación de Vázquez de Mella por regia decisión, al implantarse la patriarcal dictadura del general don Miguel Primo de Rivera –que tanto necesitaba del concurso de los carlistas para que ésta pudiera dar al traste con la Constitución liberal de 1876 y darle salida a dicha dictadura con la implantación de un Estado cuyos postulados políticos concordaran con la doctrina tradicionalista–, Don Jaime «presintió» que ésta tendría una salida desastrosa, y ordenó que no se colaborara con ella. Y como sea que los carlistas que fundaron la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España no compartieron dicho criterio del Monarca legítimo, se produjeron en dichos sindicatos numerosas defecciones de carlistas por obediencia al Rey, precisamente en una época en que si el pleno apoyo inicial de los carlistas se hubiese consolidado, dichos Sindicatos Libres hubieran adquirido un predominio definitivo para el desemboque final de la sociedad española en un Estado Corporativo encarnado en la legítima Monarquía Católica, Tradicional, Social y Representativa, previsión ésta profetizada por don Juan Vázquez de Mella en su concepción de la dictadura, no como régimen estable, sino como medio para establecer el régimen tradicionalista. La publicación por Don Jaime de varias cartas y manifiestos ordenando no colaborar con la dictadura del general don Miguel Primo de Rivera constituyen –por sus consecuencias futuras– un testimonio de carencia de intuición política en el futuro mejor servicio al interés nacional. Porque con el respaldo de la militancia del carlismo y su consiguiente aportación doctrinal, entonces posible en la mayoría de los aspectos de la vida nacional gracias al descrédito que pesaba sobre los partidos políticos y el régimen que en ellos se apuntalaba, la instauración en España de la segunda República hubiese sido imposible. Ni Largo Caballero, ni las «Casas del Pueblo», hubiesen podido ocupar el lugar que la orden de no colaborar dejó disponibles, si los políticos carlistas y los Círculos Tradicionalistas hubiesen estado donde debían y no estuvieron.

    Y que me perdone don Francisco López Sanz el no coincidir con su criterio en esta mi discrepancia sinceramente carlista, a través de la cual me complace testimoniarle mi particular estima.

    Con respecto a la breve réplica amistosa que me dedica don Carlos Alpéns, paso también a contestarle con las consideraciones personales que se merece su lealtad carlista, pero con estricta fidelidad a unos hechos que, si bien son ya historia, merece su debida puntualización, que hago también extensiva a don Francisco López Sanz por su plena coincidencia con el señor Alpéns.

    Si bien es verdad que no he leído los cuatro artículos de don Carlos Alpéns aparecidos en «El Pensamiento Navarro», salta a la vista, dicho sea con los debidos respetos, que el testimonio del Rey Don Alfonso Carlos es de superior calidad y más directo y exacto conocimiento de la veracidad de la existencia del llamado Pacto de Territet, que el 12 de septiembre de 1931 firmaron Don Jaime y Don Alfonso, como lo acredita el Rey Don Alfonso Carlos I en los siguientes documentos:

    1.º Carta de S. M. Don Alfonso Carlos dirigida al doctor don Francisco de P. Oller, fechada en Viena el 1 de diciembre de 1931.

    2.º Carta de S. M. Don Alfonso Carlos, cuyo destinatario fue don Lorenzo Sáenz, fechada el 8 de febrero de 1933.

    3.º Carta de S. M. Don Alfonso Carlos, dirigida a don Lorenzo Sáenz el 12 de mayo de 1933.

    Del contenido de las mismas queda bien aclarado que Don Alfonso Carlos no firmó ni reconoció el pacto que el 12 de septiembre firmaron Don Jaime y Don Alfonso.

    Como es muy natural, es después del citado pacto entre Don Jaime y Don Alfonso firmado el 12 de septiembre de 1931 –cuyos negociadores fueron don José María Gómez Pujadas, por la parte carlista, y don Julio Dánvila, por la parte alfonsina–, que se entrevistaron por vez primera y directamente Don Alfonso el día 22 de septiembre en el domicilio de Don Jaime, y tres días después Don Jaime acudía a Fontainebleau para entrevistarse con Don Alfonso. Y al día siguiente –de conformidad con lo pactado el día 12 y las entrevistas de los días 22 y 25– apareció en los periódicos franceses la siguiente y significativa nota de la secretaría particular de Don Jaime:

    «París, 25. Don Jaime y Don Alfonso de Borbón acaban de celebrar una doble entrevista con objeto de afirmar la unión de su antigua casa para estrechar los lazos entre las dos ramas de la familia de Borbón, de las cuales son ambos los respectivos jefes. Solamente habían estado separados por razones políticas, pero no por disentimientos personales; los dos príncipes, unidos en su amor a España, han decidido establecer entre ellos relaciones de fraternal amistad, a fin de trabajar por la salud de España. Este acuerdo ha sido tomado en París el 23 de septiembre de 1931».

    ¿Acaso Don Jaime no era ya jefe único de la casa de Borbón? ¿No les separaban ya a ambas ramas razones políticas? ¿Por qué para la secretaría particular de Don Jaime éste era citado como uno de los dos príncipes, y no como el Rey? Salta a la vista que no hacía falta hacer referencia alguna al pacto del día 12 de septiembre, pues este comunicado era una aplicación práctica del mismo, pues de otro modo no se conciben los extremos de la citada nota publicada por la prensa francesa.

    Las declaraciones de Don Jaime a la agencia Havas, a que hace referencia don Carlos Alpéns, afirman que

    «Don Alfonso de Borbón vino a verme el 23 del corriente, y yo le he devuelto su visita hoy en su domicilio de Fontainebleau, olvidando nuestras luchas políticas, pues no queremos considerar de ahora en adelante más que el porvenir de España. Hemos decidido unir nuestros esfuerzos con objeto de formar un frente común político que luchará en España contra la anarquía y el comunismo, y esto para evitar a nuestro querido país los errores que ha sufrido. Ni mi primo ni yo hemos abdicado nuestros respectivos derechos, ya que sólo se trata de un acuerdo político que no tiene otra finalidad que la felicidad de España».

    ¿Hasta dónde es comprensible que Don Jaime hubiese decidido formar un frente común político con el verdadero y personal autor de la entrega del Poder a un Comité Revolucionario que ante sí, y de por sí, se constituyó en Gobierno Provisional de la República? ¿Cómo era posible, y qué clase de garantías podía ofrecer, un acuerdo político que olvidase deliberadamente las luchas políticas habidas entre el liberalismo y el tradicionalismo? ¿Por qué este «frente común político que luchará en España contra la anarquía y el comunismo» no tenía que luchar también contra la República? Tales declaraciones responden perfectamente a la aplicación y espíritu de las seis cláusulas firmadas el 12 de septiembre de 1931 entre Don Jaime y Don Alfonso, motivo por el cual era innecesaria –e incluso contraproducente– hacer una expresa referencia del mismo, que el sano pueblo carlista –al que se venía distrayendo con la cortina de humo de la afirmación de que Don Jaime no había renunciado a sus derechos– hubiese rechazado de plano, al igual que lo rechazó ostensiblemente después S. M. el Rey Don Alfonso Carlos, según consta fehacientemente en los tres documentos antes citados.

    ¿Es que acaso se puede negar que existía cierta predisposición, en determinados sectores dirigentes del carlismo, inicialmente favorables hacia Don Alfonso, si éste aceptaba la doctrina tradicionalista? El mismo Rey Don Alfonso Carlos, en la antes citada carta dirigida a don Lorenzo Sáenz el 8 de febrero de 1933 –que trata de la actitud de los coincidentes con «El Cruzado Español» enfrentados con la Junta Suprema–, dice textualmente lo siguiente:

    «La cuestión de sucesión es muy sencilla. Antes de todo, debemos atenernos a la Ley Sálica, según la cual, vino el derecho a la Corona a la rama de mi abuelo. Hace tres años Jaime me sorprendió declarándome que después de él vendría la rama de Don Alfonso, el que entonces reinaba. Me quedé sorprendidísimo. Otra cosa es ahora, por hallarse Don Alfonso desterrado como nosotros».

    Seguidamente Don Alfonso Carlos afirma en dicha carta no haber aceptado el pacto del 12 de septiembre de 1931, añadiendo a continuación:

    «En mi manifiesto de 6 de enero de 1932 declaré tan sólo que, según la Ley Fundamental (Sálica), la rama de Don Alfonso me sucedería si aceptaba como suyos nuestros principios fundamentales (tradicionalistas)».

    El que así no fuese, ni por parte de Don Alfonso, ni de su hijo Juan, es lo que decidió a Don Alfonso Carlos a nombrar Regente al príncipe Don Javier de Borbón-Parma, cuya defección, al igual que la de su hijo Carlos-Hugo, es manifiesta, como en anterior ocasión he demostrado, y don Francisco López Sanz ha declarado también inequívocamente desde «El Pensamiento Navarro».

    Lo que, por todo cuanto antecede, queda bien clara la razón que le asiste a don Blas Piñar al manifestar en su discurso de Guadalajara no ser admisible «la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición».

  6. #26
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: ¿Qué Pasa?, 2 de Diciembre de 1972, página 18.


    PUEDE LA POLÉMICA CONTINUAR… SEÑOR FERRER BONET

    EN DEFENSA DEL REY DON JAIME

    Por Carlos Alpéns


    Cuando se termina de leer el último artículo de Ferrer Bonet en ¿QUÉ PASA? titulado «Más acerca de llamado “Pacto de Territet”» parece evidente la conclusión de que dicho señor no ha sido jamás verdadero carlista, y se preocupa de temas relacionados con la Dinastía Legítima para servir a «su Señor» y no a la Causa del Tradicionalismo español.

    La segunda parte del artículo casi no merece ser contestada; atañe más a don Alfonso Carlos que al propio don Jaime, y ya insinué en mi reciente «breve réplica amistosa» que la actitud del anciano rey en relación al pretendido «pacto» merece un amplio estudio.

    Por lo que a mí me afecta, es claro que el testimonio «de buena fe» de una persona engañada no tiene ningún valor, aun cuando esa persona sea de superior calidad que la mía por tratarse del rey. Ni que fuese el Papa. Y éste es el caso de don Alfonso Carlos, víctima de una vil maniobra, sin más indagaciones por no poder sospechar tan indigna maniobra. Como él, cayeron en el engaño Fal, Lamamié de Clairac y tantos otros.

    En vez de apoyarse en los testimonios cándidos de don Alfonso Carlos, más le valiera al señor Ferrer Bonet estudiar la contradicción entre la primera actitud totalmente favorable del anciano caudillo relativa a la reconciliación y acuerdos entre su Augusto Sobrino y don Alfonso, y el rechazo absoluto de los mismos a los tres meses. Quizá por el hilo sacase el ovillo de las maquinaciones proalfonsinas.

    Y sobre este tema del pacto sólo indicar al articulista su apreciación tan ilógica de que las entrevistas personales entre el rey desterrado de por vida y el rey destronado hacía cinco meses «era muy natural» que se verificaran después de firmado el pacto. Cualquiera puede comprender que es precisamente lo contrario: lo «muy natural» es que antes de pasar al estudio y firma de un pacto de tanta trascendencia, como que se trataba de solucionar el pleito dinástico, se procurase la reconciliación personal, que no podía tener efecto sin las debidas visitas y conversaciones. ¿O no es así?

    Dejo este tema, y paso a la primera parte del artículo, que resulta del todo intolerable, donde se formula un ataque denigrante contra don Jaime, impropio de ser suscrito por quien se precie tan sólo de tradicionalista. Pocas veces se habrá escrito con tanta injusticia y osadía contra el «Príncipe Caballero», y aún quedamos jaimistas para romper una lanza por su fama y su honor. En el señor Ferrer Bonet, o sobra ignorancia de muchas cosas que debiera de saber, o sobra ligereza de juicio.

    Nada menos que de cuatro «suicidios políticos» acusa este señor al caudillo de la Tradición. Es el primero su soltería. Por lo que dice a la sucesión, hubiese podido darse un matrimonio sin hijos, como lo fue el de su tío don Alfonso Carlos. Esto aparte, sepa Ferrer Bonet que no le bastan los dedos de una mano para contar los intentos matrimoniales de don Jaime. Y entre ellos queremos recordar el primer idilio romántico con Matilde de Baviera, que destrozó el maquiavelismo de la segunda esposa de don Carlos. Otro, realmente dramático, con doña Zita de Borbón Parma, que casó con el heredero de Austria-Hungría. Aún recuerdan algunos jaimistas barceloneses que en un cine de las Ramblas se proyectó la película de aquella boda con la emoción de ver al rey don Jaime como padrino de la novia por ser el Jefe de la Casa de Borbón, y saber que él la había solicitado en matrimonio muy poco antes. Otros varios fracasaron por diversas razones. Hay un proyecto matrimonial digno de especial relieve: la sobrina de don Jaime, doña Fabiola, estuvo dispuesta a casarse con él, pero su padre la encerró en un convento y tampoco el Vaticano dio facilidades para la necesaria dispensa. ¿De dónde partían las presiones para el fracaso de tantos intentos matrimoniales del rey legítimo? No atente, pues, indelicadamente el señor Ferrer Bonet contra el drama íntimo de la vida sentimental de don Jaime. A él alude hermosamente el gran poeta actual P. Máximo del Valle, C. M. F., en el soneto que le dedicó y fue publicado en «Montejurra» de los buenos tiempos:

    «Sublime solitario del amor,
    vives y mueres solo; mas pervives
    como un hito inmortal de realeza».

    Es incomprensible que Ferrer Bonet califique de «suicidio político» al hecho tan normal de que un príncipe como don Jaime hiciera su carrera militar en el ejército imperial de Rusia, «en vez de cuidarse única y exclusivamente de los asuntos de España». Olvida con ligereza que por aquel entonces don Jaime era sólo el príncipe heredero de Carlos VII, a cuya muerte dejó en absoluto el servicio de las armas. Su carrera militar fue brillante y tuvo rasgos de extraordinaria valentía en la guerra contra los «boxers», sin olvidar que fueron las intrigas de doña Cristina las que impidieron que su carrera la ejerciera en el ejército austrohúngaro. El propio don Carlos, siendo rey, después de la última guerra carlista, también sirvió en el ejército ruso. Por ninguna parte se otea el «suicidio político», ni del padre ni del hijo.

    Según Ferrer Bonet, otro «suicidio político» fue la expulsión de Mella. Allá cada cual con el juicio que le merezca el manifiesto de don Jaime al término de la contienda europea. Lo he leído y releído en varias ocasiones y siempre me pareció que no debía causar la escisión. Pero el amor propio de los hombres es mal consejero.

    Don Jaime no separó a nadie de la Comunión en 1919. La rebeldía estalló en los restos de la Junta Suprema, y Mella se dejó arrastrar. Ellos fueron los que se marcharon…, para volver la mayoría al caer la Dictadura. Hubo círculos mellistas, como el de mi ciudad, donde el retrato de don Jaime permaneció siempre aquellos años… de cara a la pared, hasta que en 1930, media vuelta al retrato y aquí no ha pasado nada.

    Una última acusación nos brinda el señor Ferrer Bonet, y es el «suicidio político» de haber contribuido al «suicidio» del régimen liberal al no apoyar con todo calor los intentos de Primo de Rivera. Es notorio que el jaimismo recibió bien, y hasta con entusiasmo, los comienzos del Directorio Militar. Don Jaime habló clara y dignamente en su carta al marqués de Villores. El Sindicalismo Libre, obra y hechura de los jaimistas, fue quizá demasiado instrumento al servicio de la Dictadura. Pero ésta persiguió en seguida a los jaimistas. Cuando en abril de 1924, don Jaime instituye la Medalla y la Fiesta de los Veteranos de la Causa, los gobernadores civiles impiden las celebraciones jaimistas. A los dos años don Jaime ha visto claro que la Dictadura se prolonga sin que vaya al fondo de la problemática política nacional. Y anuncia con certera intuición su fracaso y le retira su confianza. A los cuatro insiste, y se ofrece generosamente para ¡una posible solución de tránsito! Hubo casos de jaimistas, como el de Bru Jardí, de Barcelona, que tuvieron asiento en la Asamblea Nacional, no como jaimistas, sino como representantes del Sindicalismo Libre y con autorización del Rey Don Jaime, gestionada por el marqués de Villlores, y al mismo tiempo conservaba su cargo de presidente del círculo jaimista «La Margarita», de Gracia. Ahora bien, pretender que la Comunión Tradicionalista debió comprometerse como tal y volcarse a favor de la Dictadura, que no ofrecía garantías de acierto, para salvar del naufragio a la monarquía liberal, es lo mismo que acusar al Carlismo en toda su historia. ¿Por qué no apoyó la obra restauradora de Cánovas del Castillo? ¿Por qué no se unió a Pidal y Mon? Etc. El gran acierto de Primo de Rivera hubiese sido llamar decididamente a don Jaime. Nos hubiéramos ahorrado el diluvio de sangre y sufrimientos de 1936-39, que sólo el Carlismo supo y pudo convertir en auténtica Cruzada por Dios y por España.

    La alteza de miras, la gallardía, el desinteresado patriotismo de don Jaime tienen muchos argumentos en su favor. Ante su robusta personalidad humana y política se rindieron, de una forma u otra, generales tan ilustres como Franco, Primo de Rivera, Sanjurjo, Martínez Anido y Arlegui; respetos y homenajes le tributaron personalidades tan dispares como Royo Villanova, Santiago Alba, Sánchez Guerra, Cambó, Maciá, Lerroux, Paul Doumer, etc.

    Ningún titular de la dinastía liberal pudo jamás parangonarse con Carlos V, Carlos VII, Jaime III y Alfonso Carlos I.

    Termino con el anuncio de la aparición del folleto que contiene un estudio sobre «El misterio del famoso pacto», editado por la Editorial Católica Tradicionalista, de Sevilla, a cargo de los carlistas de Liria. Esperamos que el señor Ferrer Bonet lea y digiera su contenido, y se dé cuenta de muchas cosas. Porque lo que no se debe hacer es desprestigiar a la Causa y a sus Reyes con interpretaciones torcidas, y lo que no se puede hacer tampoco es escribir de lo que no se sabe.

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