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Tema: Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra

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    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra

    Nota: esta es una serie de artículos publicados por el P. Javier Olivera Ravasi para el periódico digital católico «InfoCatólica»

    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (1-5).
    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (2-5). Nepotismo y poder.
    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (3-5). Notas biográficas breves.
    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (4-5). Acusaciones varias.
    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (5-5). Verdaderas razones del odio contra Borgia.

    __________________

    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (1-5).

    jeremy-borgia-pic.jpg

    «La historia de Alejandro VI, como nos ha sido transmitida es un tejido de falsedades». —Orestes Ferrara.

    Cuando las papas (y los Papas) queman en las discusiones, especialmente en aquellas que se precian de «cultas» y «universitarias», es difícil que no se eche a rodar el nombre de Alejandro VI, el «Papa Borgia». El católico, el católico de a pie quiero decir, queda siempre perplejo ante tal figura renacentista. ¡Ni qué decir cuando el impacto es visual y volcado en series o películas de crimen y romanticonas![1]

    Pero… ¿A qué viene tanto ruido? ¿A quién le interesan los Papas del Renacimiento? A los historiadores serios sí…, pero más aún a los propagandistas de siempre, que, atacando por medio de sofismas, hacen extensiva la posible corrupción de un Papa a todo el resto; y Rodrigo Borgia[2], quien llegó al trono de Pedro con el nombre de Alejandro VI, es aún hoy, el pontífice más vapuleado y denigrado por los fabricantes de leyendas. ¿Por qué será?

    Vayamos por partes.

    El Renacimiento y sus Papas.

    Cuando se habla de «Re-nacimiento» la simplificación impuesta por la progresía imperante nos relata que aquel período cultural y político estuvo volcado al «vivir humanamente», es decir, renaciendo de las tinieblas del «oscurantismo medieval»; para ello era necesario volver a cultura clásica, último período histórico donde el hombre habría vivido realmente como tal. El pensamiento único que nos domina, tanto en las universidades como en los medios de incomunicación, pasa por alto no sólo el pre-renacimiento carolingio y medieval (¿quién sino los «medievales» custodiaron el patrimonio literario de la antigüedad hasta el «Renacimiento»?) sino también aquel verdaderamente católico de un Dante, de un Beato Angélico, o de un Giotto, entre otros.

    A lo que se hace referencia, ensalzándolo, es al período que comienza en el siglo XV principalmente; ese renacimiento pagano que, con sus más y sus menos, reivindicaba los siglos pretéritos en desmedro de los cristianos. Pero todo esto no surgió en la nebulosa, sino en un ambiente incluso propicio que lo favoreció: el descubrimiento del nuevo mundo, la invención de la imprenta, el uso de la pólvora, el telescopio, etc., todo, sumado a una filosofía y una teología que miraba cada vez más a la inmanencia antes que a la trascendencia, hacía que el ambiente occidental, comenzando por Italia, se volviera cada vez más hacia el hombre.

    Ello coincidió también en el «redescubrimiento de la lengua griega clásica, principalmente por influjo de los bizantinos, que, sobre todo a raíz de la caída de Constantinopla en manos de los turcos, se habían trasladado a Italia y allí hacían escuela»[3]. El estudio de lo mejor de la literatura greco-latina, nunca despreciada por la Iglesia pero sí depurada de sus errores, ahora se convertía en modelo permanente de la gente culta pero «al convertirse la antigüedad clásica no sólo en modelo cultural sino también en ideal de vida, el escepticismo comenzó a invadirlos»[4]. De humanismo se pasó a mundanización y de allí a ejemplos poco edificantes en todos los ámbitos, incluido el eclesial, donde incluso numerosos dignatarios se dejaron contagiar por ese espíritu.

    Inicialmente los Papas comenzaron por mostrarse indulgentes con los «humanistas»; amigos del esplendor y la liberalidad, poco a poco fueron convirtiéndose en mecenas de las artes y las letras, lo que condujo a que, no pocas veces, se produjera cierta mezcla de lo sagrado con lo mundano, no sólo en la literatura, sino también en la misma cosmovisión política: el Papa era un príncipe del Renacimiento. Tal fue el caso, por ejemplo, de Sixto IV (1471-1484) con quien, según García Villoslada, comenzó «el triunfo de la mundanidad en Roma», la preocupación del dinero más que de Dios, de los placeres más que de los bienes eternos. Se ha dicho que con Sixto IV, hombre mundano por cierto, en la figura del Papa empezó a menguar el sacerdote y a prevalecer el príncipe»[5].

    Dentro de este ambiente es donde debemos situar a Alejandro VI, el Papa Borgia, quien no será una excepción a la regla de la Roma Renacentista.

    Veamos brevemente el listado del Papado del Renacimiento:


    - Martín V (11 de noviembre de 1417-20 de febrero de 1431). Oddone Colonna. Romano. Cardenal de San Giorgio in Velabro.

    - Eugenio IV(3 de marzo de 1431 - 23 de febrero de 1447). Gabriele Condulmer, nacido en 1383. Veneciano. Monje agustino. Obispo de Siena, 1407. Cardenal. 1408.

    - Nicolás V (4 de marzo de 1447 - 24 de marzo de 1455). Tomasso Parentucelli. Nacido en Pisa en 1398, hijo de un barbero cirujano. Obispo de Bolonia, 1444. Cardenal, 1446.

    - Calixto III (8 de abril de 1455 - 5 de agosto de 1458). Alfonso Borgia. Nacido en Játiva, España, en 1378. Obispo de Valencia, 1429. Cardenal, 1444.

    - Pío II (19 de agosto de 1458 -14 de agosto de 1464). Eneas Silvius Piccolomini. Nacido en Corsignano, Siena. Ordenado diácono, 1447. Obispo de Trieste, 1447. Obispo de Siena, 1450. Cardenal, 1456.

    - Pablo II (30 de agosto de 1464 - 26 de julio de 1471). Pietro Barbo. Veneciano, nacido en 1418. Cardenal de San Marcos, 1440.

    - Sixto IV (9 de agosto de 1471 -12 de agosto de 1484). Francesco della Rovere. Nacido en Celle Ligure, cerca de Savona, en 1414. Franciscano, general de la Orden, 1464. Cardenal de San Pietro in Vincoli, 1467.

    - Inocencio VIII (29 de agosto de 1484 - 25 de julio de 1492). Giovanni Battista Cibbo. Nacido en Génova en 1432. Obispo de Molfetta, 1472. Cardenal, 1473.

    - Alejandro VI (8 de agosto de 1492 -18 de agosto de 1503). Rodrigo Borgia. Nacido en Játiva (España) en 1431. Canónigo en Játiva, varios obispados. Cardenal en 1456.

    - Pío III (20 de setiembre de 1503 -18 de octubre de 1503). Francesco Todeschini, llamado Piccolomini. Nacido en Siena en 1439. Arzobispo de Siena. Cardenal, 1460.

    - Julio II (1 de noviembre de 1503 - 21 de febrero de 1513). Giuliano della Rovere. Nacido en Albisola, cerca de Savona, en 1443. Numerosos obispados. Cardenal de San Pietro in Vincoli.

    - León X (11 de marzo de 1513 - diciembre de 1521). Giovanni de Medici. Nacido en Florencia en 1475. Diácono. Cardenal, 1489. Obispo después de la elección del cónclave.

    - Adriano VI (9 de febrero de 1522 - 18 de noviembre de 1523). Adrian Floriszoon. Nacido en Utrecht en 1459.

    - Clemente VII (noviembre de 1523- 25 de septiembre de 1534). Giulio de Medici. Nacido en Florencia en 1478.

    Todos estos pontífices configuran la época de una Santa Sede reinstalada en Roma luego del «cautiverio» de Aviñón y se corresponden con el período de la descomposición política de los reinos italianos, lo que hace que el gobierno temporal dentro de los Estados Pontificios sea un verdadero y arduo problema.

    Dentro de la marea humanista una de las primeras cuestiones que afectan a esos pontificados es la de la existencia de facciones romanas en pugna. Sobre esto, expone Jacques Heers:

    «Nunca el Papa es verdaderamente el amo de Roma, ni un príncipe unánimemente aceptado, ni un «tirano» déspota capaz de mantener a raya a todas las facciones que dominan al menos una parte de la ciudad; tampoco es capaz de suscitar o mantener grandes movimientos de masas, de provocar o contener revueltas y trastornos que inflaman barrios enteros; entonces los hombres, agresivos, irracionales, dando fe a un simple rumor, se lanzan al asalto de los palacios. Entrar en ese juego político, dominarlo, fue —al igual que en todas las ciudades de Italia— un difícil arte. Para un extranjero, que además es extranjero impuesto por una elección, sin porvenir dinástico verdaderamente asegurado, practicar este arte es de algún modo un desafío, una apuesta». [6]

    Continuará.

    __________________

    [1] La serie «Los Borgia», protagonizada por el famoso Jeremy Irons, estuvo en pantalla hasta el año 2013 con millones de espectadores.

    [2] Seguimos aquí principalmente el gran libro del historiador cubano, Orestes Ferrara, El Papa Borgia, La Nave, Madrid 1943, pp. 410; al mismo tiempo, nos hemos servido ampliamente del trabajo de Enrique Díaz Araujo, Los protagonistas del descubrimiento de América, Ciudad Argentina, Buenos Aires 2011, 239-272 (omitiremos en el futuro esta indicación, pero deseamos que conste nuestra gratitud al cuidadoso investigador). Usaremos aquí, indistintamente, el apellido «Borgia» o «Borja», según las citas.

    [3] Alfredo Sáenz, La nave y las tempestades. El Renacimiento y el peligro de la mundanización de la Iglesia, Gladius, Buenos Aires 2004, 86.

    [4] Ibídem, 122.

    [5] Ibídem, 157.

    [6] Jacques Heers, La Corte de los Borgia, Javier Vergara, Buenos Aires 1990, 53.
    Última edición por Pious; 05/06/2018 a las 14:37
    ReynoDeGranada y César Ignacio dieron el Víctor.

  2. #2
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    Re: Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra

    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (2-5). Nepotismo y poder.


    Monarca electivo, rodeado de tronos dinásticos, generalmente anciano, soberano de una ciudad extraña, gobernada por facciones nobiliarias (los Colonna, los Orsini, los Savelli, etc.), ligadas a su vez por cambiantes alianzas con los señores de Florencia, Milán, Venecia y el reino de Nápoles, y acostum*brados a depender de hecho del Rey de Francia, el Papa no hallaba modo de controlar ese enjambre político.

    Entre las pinturas, esculturas y latines, uno de «los imperativos fundamentales, una de las grandes urgencias para la conquista de un verdadero poder pontificio es abatir primero el poderío de estos clanes romanos, o al menos apaciguar sus conflictos, resolver sus pleitos»[1].

    En tales circunstancias, el Poder del Pontífice se recorta, en primer lugar, por la ausencia de continuidad:

    Caso único en Occidente, este poder sólo dura una vida y, lo que es más, toda la corte se siente igualmente amenazada por caídas brutales. El Papado es así un principado poco firme; toda su historia se encuentra inevitablemente salpicada, a intervalos no previsibles, por dramáticas fracturas en el curso cotidiano de los negocios y lleva la marca de las inseguridades y dramas provocados por las sucesiones. A la muerte del Papa todo se trastorna[2].

    Y, entonces, surgen los remedios nacidos de esa situación de inseguridad: la simonía y el nepotismo. Sobornos para la elección, parientes para la conservación y administración. Es usual que en el cónclave del Sacro Colegio se ofrezcan «beneficios»:

    Los príncipes del siglo intervienen pues por interpósita persona, por medio de sus embajadores y agentes más o menos secretos. Estos tienen conversaciones con los cardenales que aún no pertenecen explícitamente a un partido, que no se han «declarado»; les ofrecen beneficios, sumas de dinero. Se dice que el rey de Francia, en 1503, creyendo hacer elegir a su favorito, mandó depositar 200.000 ducados entre los banqueros romanos y 100.000 entre los genoveses. El rey de Nápoles, el de España, el duque de Milán, la ciudad de Venecia y la de Génova y, naturalmente, los florentinos, llegado el caso, actuaban de la misma manera[3].

    En cuanto al gobierno por los sobrinos, los precedentes también abundan:

    El sobrino del Papa, o al menos uno de sus parientes, poco después se transforma a su vez en Papa. Esto sucede en todas las naciones: entre los naturales de Siena con los dos Piccolomini, Pío II y Pío III; entre los ligures Della Rovere, con Sixto IV y su sobrino Giuliano (Julio II); entre los florentinos Médicis con León X y Clemente VII, separados por un breve intervalo. Tres dinastías, tres elecciones de sobrinos[4].

    Favorecimiento de los parientes, a quienes se cubre de honores y de riqueza, a costa del patrimonio papal, que ayudan a gobernar, cual una fratría, un clan o una tribu. De entre ellos se destaca alguno más privilegiado, nombrado cardenal, eventual postulante por esa familia en un futuro cónclave. Esa es la corruptela político-eclesiástica, que las circunstancias auspician. Como dice Ferrara, «los Pontífices, situados en el corazón de una Italia dividida en pequeños países y sojuzgada por familias poderosas, tuvieron, una vez pasado el gran Cisma y cerrada la tarea de los Concilios, que dedicarse a la construcción de un fuerte poder temporal, sin el cual hubieran de estar siempre sometidos», de allí que «El «nepotismo» de los Pontífices se justifica, en parte, por la necesidad que sentían de rodearse de personas adictas e interesadas en sostenerlos en el gobierno del Estado contra los turbulentos señores usurpadores de los cargos y de las tierras estatales… Era estrategia fundamental del gobernante de todas las épocas, a la que no fueron nunca, por completo, ajenos los jefes absolutos o populares de la antigüedad clásica, ni los déspotas del Renacimiento, ni Reyes de derecho divino, ni otros ilustres Papas, ni, más recientemente, aunque con menos elegancia y justificación, las democracias y los regímenes totalitarios»[5].

    Malas costumbres, empeoradas por el humanismo imperante y familias y estados enemistados por doquier, harán que la mentira y la maledicencia estén a la orden del día. Habiéndose caído de Dios, se habían caído de sí mismos, con el consiguiente impacto en la moral cristiana, o «renaciendo» en una moral mundana; en algún sentido el fin justificaba los medios, frase atribuida a uno de sus máximos exponentes, Maquiavelo —aunque nunca la dijo.

    Todo podía decirse o exagerarse con tal de desacreditar a un Papa no conveniente para ciertas facciones. No que fueran santos (no hubo Papas santos en el Renacimiento) pero se exageraba; así por ejemplo del Papa Inocencio VIII se decía que «vive rodeado de sus hijos naturales. El rumor público le atribuye una docena, pero sólo se ha reconocido a dos, Teodorina y Francesco»[6].

    Funck-Brentano nos traza este cuadro de la época que bien puede ayudarnos a comprender su mentalidad:

    El primer cuidado de un Papa recientemente instalado era el de conducir a su familia al apogeo de la fortuna, del crédito y del poder. Los Papas obraban así, no solamente por el deseo de favorecer a los suyos, sino que para fortalecer su propia autoridad en la sede pontificia y facilitar su gobierno, por el acrecentamiento de la fortuna, del poder y de la influencia de su «mesnada». Como muy bien observa Imbart de la Tour, el nepotismo, en las condiciones en que se hallaban los Papas del siglo XVI, era para ellos casi una necesidad. Los Papas del Renacimiento, casi todos, tuvieron hijos. Ellos los unían a las familias poderosas… Ponían en manos de sus parientes las principales funciones y dignidades de los Estados de la Iglesia (…). Era preciso igualmente que cada uno de estos Papas tuviese el Sacro Colegio a su servicio: ¿qué medio mejor para asegurárselo que poblarlo con los suyos? Y no creamos que los contemporáneos encontrasen algo que decir, por el contrario. No consideraban malo que un Papa tuviese hijos para que le sirvieran de sostén contra los «tiranos» vecinos. Estimaban bueno que un Papa favoreciese a su familia con cuanto podía favorecerla; lo contrario más bien hubiera sido criticado. Lorenzo el Magnífico (…) escribe sobre esto —hacia 1489— a Inocencio VIII: «Otros no han esperado tan largo tiempo como Vuestra Santidad para obrar como papas, no han perdido su tiempo en reserva y escrúpulos de honradez. Vuestra Santidad no es solamente, ante Dios y los hombres, libre de obrar, sino que su discreción podría tornarse en vituperación y atribuirse a quién sabe qué móviles. Por lealtad me veo obligado a recordar a Vuestra Santidad que ningún hombre es inmortal y que un Papa no cuenta más que por lo que él quiere contar. La dignidad de su carácter no constituye una herencia; sólo los honores y los beneficios con que ha gratificado a los suyos pueden considerarse como su patrimonio». Es verdad que Lorenzo de Médicis había casado a su hija con el hijo del Papa, (pero) tales palabras, bajo la pluma de tal hombre, no son menos características de su tiempo[7].

    Hay, pues, un hecho admitido: los Papas, Príncipes temporales, no brillan por su moralidad. «En la Corte pontificia se ve todos los días cómo se pisotean los votos de celibato. Ya ordenado, el propio Papa Piccolomini (Pío II) había tenido hijos naturales, y se lo ha escuchado poner en duda las virtudes del celibato para los sacerdotes»[8]. Hijos o sobrinos («nepos») reciben capelos cardenalicios (el cargo es diplomático-político, de representación pontificia, no necesariamente religioso). Y se enfrentan en sus ambiciones. Los dos sobrinos de Sixto IV, los cardenales Pietro Riario y Giuliano della Rovere (quienes han recibido el capello a los 25 y 28 años respectivamente), luchan entre sí como futuros sucesores de su tío.

    En esta historia tan movida, los intereses de la Cristiandad parecen singularmente sacrificados. El Estado pontificio se asemeja cada vez más a un principado como los otros, en lucha nada más que por sus intereses materiales. La única diferencia con las pequeñas tiranías italianas reside en el modo de transmisión del poder, que se hace por elección y no por herencia. Pero los cardenales sobrinos consideran que tienen derecho prioritario a la sucesión. Pedro Riario se ha postulado como príncipe heredero. Julián della Rovere se comporta de la misma manera. Pero en el camino de su ambición choca con el vicecanciller Rodrigo Borgia. Una rivalidad feroz, apenas disimulada por la pompa de las ceremonias, opone a los dos hombres, cada uno de ellos apoyado por una clientela que le muestra su devoción[9].

    En el Pontificado siguiente, el de Inocencio VIII, no mejoraron las cosas en orden a la moralidad:

    Desde Sixto IV, las cortesanas de la ciudad debían abonar un impuesto anual de 20.000 ducados; la prostitución, de tal modo autorizada por el Vaticano, era floreciente, y los clérigos la aprovechaban abiertamente. Durante el pontificado de Inocencio VIII, en 1490, un vicario pontificio creyó obrar bien al ordenar a todos los clérigos o laicos que vivían en Roma que despidiesen a sus «concubinas públicas o secretas», so pena de excomunión. Pero el Papa desautorizó esa iniciativa, al declarar que el derecho canónico no imponía nada por el estilo. Por lo demás, las «cortesanas honestas» contribuían al esplendor de las Cortes cardenalicias (…). El Papa se encontraba en mala posición para dar consejos de moral. Su hijo, Francesco Cibbo (…), descuidaba y engañaba a su esposa, Magdalena de Médicis, con mujeres de mala vida. Por las noches se lo veía recorrer los barrios de mala fama en compañía de Girolamo Tuttavilla, hijo natural del cardenal de Estouteville. Violaban a las mujeres, penetraban en las casas por la fuerza, se arruinaban en el juego (…).Las nominaciones de los cardenales estaban siempre manchadas de simonía. Ya nada asombraba a los romanos. Gregorovius, un historiador moderno, compara a los cardenales de entonces con los senadores del Imperio Romano. Se mostraban en público, a pie o a caballo, llevando al costado una espada de gran precio. Cada uno mantenía en su palacio a un personal de varios centenares de servidores, que podían reforzarse a voluntad con esos mercenarios conocidos con el nombre de «bravi». Además, tenían una clientela de personas del común a quienes alimentaban por su cuenta. Casi todos poseían su facción propia, y rivalizaban entre sí en magnificencia (…).Los cardenales eclipsaban a los antiguos barones romanos[10].

    No creemos que sea necesario añadir nada más para tener una idea aproximada del ambiente de la Curia romana en ese siglo. Panorama suficiente como para poder asegurar que la corrupción de las costumbres no fue introducida en Roma por la familia Borgia. En consecuencia, la conclusión en este punto es la que asienta Ivan Cloulas: «Las costumbres de Rodrigo (Borgia) no difieren para nada de las de la mayoría del Sacro Colegio»[11]. Desde luego, que el mal de los otros no exculpa el propio. Pero, en esa perspectiva señalada, no podrá singularizarse la persona de Alejandro VI con más rigor que lo que cabría hacer respecto de cualquiera de los otros Papas del Renacimiento.

    Quizás algún lector se sorprenda con los párrafos precedentes. En tal caso es necesario recordar la imprescindible máxima para la interpretación de la historia, recordada por Hilaire Belloc, quien señala que «no es historiador quien no sabe juzgar desde el pasado». Es decir, es necesario ubicarse en la mentalidad de un contemporáneo de entonces para indagar si calzaban o no dichas conductas según su cosmovisión o si se consideraban extemporáneas y dignas de rechazo para el desenvolvimiento de la res publica. No era así entonces.

    Continuará.

    __________________

    [1] Ibídem, 55.

    [2] Ibídem, 58, 59, 61.

    [3] Ibídem, 63.

    [4] Ibídem, 74-75.

    [5] Orestes Ferrara, op. cit., 16

    [6] Ivan Cloulas, Los Borgia, Javier Vergara, Buenos Aires 1988, 77.

    [7] Franz Funck-Brentano, El Renacimiento,Zig-Zag, Santiago de Chile, s/f, 118-119.

    [8] Ivan Cloulas, op. cit., 56.

    [9] Ibídem, 71-72.

    [11] Ibídem, 85-86.

    [12] Ibídem, 87.
    Última edición por Pious; 05/06/2018 a las 14:34
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    Re: Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra

    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (3-5). Notas biográficas breves.


    El caso del «Papa Borgia».

    El problema de la familia Borgia ha dado mucha tela para cortar por los libelistas anticatólicos… Asesinos y envenenadores para Leibniz, Gordon, Bayle, Voltaire, Federico II de Prusia, Rousseau, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Jules Michelet, etc., parecería que no hubiera habido peores gobernantes que ellos ni peor Papa que Alejandro VI.

    El célebre elogio de Maquiavelo a César Borgia («hijo» o sobrino de Alejandro VI) ha sido tan gravoso para esa familia valenciana como las malignidades del «Diario» («LiberNotarum» o «Diarium») del maestro de ceremonias pontificio Juan Burckard. Los rumores y panfletos que este sacristán anotó contra Alejandro VI han sido tomados al pie de la letra por generaciones de historiadores, desde Francesco Guicciardini hasta Jacobo Burckhardt. En suma, que casi no hay cronista, ensayista o novelista anticatólico que no haya escrito algo contra los Borgia.

    A partir de Gregorovius y de Ludwig von Pastor, dos historiadores de fuste, puede decirse que la real historia de este Pontífice comienza a escribirse en serio, aunque también adhieran a algunas historias no probadas. Recién en el siglo XX una serie de historiadores ha rehabilitado la memoria del cuestionado Papa: Frederick William Rolfe, Emile Gebhart, Louis Gastine, Emmanuel Rodocanachi, J. Lucas Dubreton, Fred Berence, Giovanni Soranzo, etc. Entre ellos se destacan las obras de los historiadores Monseñor De Roo[1] y del cubano Orestes Ferrara, quien ha presentado el tema del siguiente modo:

    El nombre «Borgia» es, en la vida diaria, sinónimo de veneno y asesinato, astucia malévola, incesto y fratricidio, engaño constante; y, dentro de la Iglesia, es expresión de simonía, nepotismo, negación de fe, y hasta de la idea de Dios (…). Si, como muchos equivocadamente opinaron, Maquiavelo fue el teórico de métodos repulsivos a las conciencias honradas, los Borgia representaron la maldad en acción (…) historia que, después de haber salido de la pluma de los escritores, se ha transformado en tradición popular, en drama y hasta en morbosa emotividad poética. Es la leyenda negra que se forja caprichosamente en muchos sucesos de la Historia[2].

    De ahí que,

    someter a un proceso de revisión las ideas tradicionales resulta difícil (…). Volver a estudiar a Alejandro VI sobre los documentos originales y examinar la formación de la leyenda en cada caso, o mejor dicho en cada delito; reducir a las proporciones reales, ayudado por una crítica imparcial, los actos considerados monstruosos, es, en cierto modo, hacer caer una ilusión, destruir un conjunto artístico que ha hecho palpitar a autores y lectores, dramaturgos y público, y, en estos últimos tiempos, a las masas infantiles de los cines[3].

    Y eso que el cubano no conocía internet…

    Los mitos y las leyendas modernas cuentan con métodos de divulgación masivos, eficaces y persuasorios. Como los que los libelistas anglosajones han desplegado en contra de la Inquisición española o de la conquista americana. Sin embargo,

    lo cierto es que esta realidad palpitante (…) es una creación fantástica. Lo cierto es que esta que creemos historia de los Borgia es leyenda (…). Leyenda poco a poco elaborada (…). Para hacerla verosímil se han añadido paulatinamente hechos imaginarios a hechos ciertos, aumentando luego su volumen, convirtiendo hipótesis en realidades y, al final, ya a distancia de siglos, se ha dramatizado todo el conjunto. La historia de Alejandro VI, como nos ha sido transmitida (…) es un tejido de falsedades (…). Como la leyenda de Alejandro VI ha llegado a ser una opinión general, a fuerza de ser repetida, su verdadera historia resulta nueva[4].

    Se ha impuesto el relato sobre la historia; para ello, se ha recurrido a un par de autores que, desde el siglo XVI, han venido atacando la figura del Papado o simplemente eran enemigos personales de Alejandro VI: Infessura, Matarazzo y Sanazzaro:

    A nuestro entender, los historiadores han sido llevados a tantos errores (…) porque han adaptado los hechos al tipo histórico que se han forjado y no han creado el tipo histórico sobre los hechos (…). En realidad, para quien conoce por directo examen de sus obras a Infessura, Matarazzo y Sanazzaro, sabe que en ellos no hay nada exacto, y la mayor parte de lo que han dejado escrito es falso. Sanazzaro era un escritor satírico, que divirtió a sus lectores y sirvió a sus Príncipes a expen*sas de Alejandro VI; vivía en Nápoles y odiaba al Papa, servía a sus reyes aragoneses (…). Matarazzo (…) vivía en Perugia, donde recibía en cartas divertidas todas las intrigas y embustes que los académicos del tiempo le enviaban, agriados por el servilismo a que estaban sometidos (…). Stefano Infessura (…) fue el calumniador por fanatismo. Lo vemos como uno de los últimos representantes de la Roma que había tenido veleidades republicanas (…). Todos los Papas son sus enemigos, y contra todos usa el mismo lenguaje (…). Su método es crear hechos o tomar pretextos de hechos reales para demostrar la infamia de los Papas. La verdad no le importa. Ningún historiador ha dado valor a los escritos de los dos primeros, y todos han considerado igualmente el Diario de la Ciudad de Roma de Infessura poco fidedigno. No obstante, al mismo tiempo de considerarlos como poco fieles, estos historiadores los aceptan, considerándolos buena fuente de información. Von Pastor repetidamente dice que no puede tenerse confianza en ellos; así, Gregorovius, e igualmente Oreste Tomassini (…). Pero lo cierto es que estos eruditos mencionados, como todos los otros, usan las inexactitudes, errores y falsedades, especialmente de Infessura, cuando se trata de los Borgia[5].

    En cualquier caso, se comparta o no el punto de vista de Orestes Ferrara, en lo que hay que convenir es que, a esta altura del conocimiento científico, la leyenda de los Borgia, como símbolos del veneno, el puñal, el incesto, el filicidio y de cuanto crimen horroroso quepa imaginar, ha quedado como la «historia oficial», especialmente divulgada por la televisión norteamericana.

    En el campo del saber lo compartible es lo que observa Franz Funck-Brentano:

    Seguramente la vida del Papa Alejandro VI registra crímenes que parecen horribles cuando se piensa en que se trata del padre de la Cristiandad y, sin embargo, por lo que a él concierne, nos sentimos inclinados a la indulgencia, acaso porque verdaderamente se le han atribuido demasiados. La política antifeudal, la brutalidad sangrienta y sin escrúpulos con la cual su hijo César trabajó para hacerse de un principado en el centro de Italia, le procuraron en vida enemigos que gozaron en dedicarle sátiras odiosas; y, en nuestro tiempo, sus más autorizados historiadores han resultado ser protestantes, grandes y honrados historiadores ciertamente, Fierre Bayle, Ranke, Burckhardt, Gregorovius, pero que, descubriendo en este pontificado una de las causas y justificaciones de la Reforma, han prestado demasiado fácil oído a las peores suposiciones de sus contemporáneos. No creemos, por ejemplo, en esas historias de cardenales envenenados por el Papa con el objeto de apoderarse de sus riquezas. Llegaríamos hasta pretender que el «famoso» veneno de los Borgia no es más que una leyenda sin otro fundamento que las pasiones y la imaginación de los enemigos de Alejandro y de César. Sin hablar de esa pobre y pequeña Lucrecia, cuya rehabilitación ya no es discutida, dudamos de que Alejandro VI ni César Borgia hayan jamás hecho envenenar a nadie y no logramos comprender cómo historiadores de muy grande y sólido valor como Ranke y Burckhardt hayan podido dar el crédito y la autoridad de su pluma a cuentos rocambolescos como la historia de la muerte de Alejandro VI, tal como la han presentado[6].

    El asunto sería inagotable si quisiésemos analizar acusación por acusación; aquí más bien nos propondremos dar un pantallazo sucinto para luego elaborar algunas probables causas de las mismas.

    Vida y obra de un acusado.

    Rodrigo Borgia nació en Játiva (Valencia, España) en 1432, en el seno de una noble y rica familia. Con apenas quince años fue destinado a la carrera eclesiástica, aprovechando una situación ventajosa: su tío era el famoso Cardenal Alfonso de Borja quien lo colmaría de beneficios.

    Poco tiempo después, Rodrigo dejará España para trasladarse a Boloña, Italia, donde, luego de siete años de estudios y graduándose con todos los honores, será ordenado sacerdote con 24 años; pero no le aguardaría una apacible capilla española, sino las cortes romanas.

    Después de haber cantado su primera Misa un hecho cambiará su vida por completo pues su tío, el español Alfonso de Borja, subirá al trono papal bajo el nombre de Calixto III y lo nombrará cardenal inmediatamente, asegurando así la continuidad de su familia en el papado. Para quien pueda asombrar este tipo de nombramientos, hay que tener en cuenta lo que señala Ferrara al respecto, a saber, que «el cardenalato no era entonces el último premio a una vida dedicada a la Fe y al Culto: era algo más complejo. El Cardenal tenía muy a menudo funciones de príncipe y de gobernante, y en ocasiones era comisario general cerca de los ejércitos o de las escuadras»[7]; es decir, se trataba de un cargo más político que religioso y, caso extraño, pero real, los Papas de mayor importancia del Renacimiento fueron precisamente escogidos entre estos jóvenes que el nepotismo había elevado a la púrpura cardenalicia (Julio II, León X, Clemente VII, Pablo III y, fuera de los Papas, el mismo San Carlos Borromeo).

    Nombrado vicecanciller del Papado en 1457 y encargado de la organización interna, obtuvo relevancia propia por su actividad y solvencia en el cargo, al punto tal que no cesó en sus funciones durante todo el tiempo que fue cardenal, aunque pasasen cuatro Papas luego de su tío.

    Enviado como legado Papal en unas tierras españolas que tendían a disgregarse, logró servir de puente para su unidad, favoreciendo el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, logrando hacer refrendar su matrimonio[8] por parte de Sixto IV.

    En cuanto a su personalidad, se lee:

    Él está en relación con los poderosos de la tierra. Los recibe en Roma cuando llegan, abriendo de par en par las puertas de su magnífica casa. En los programas oficiales de tales acontecimientos hay siempre un acto suntuoso en casa de Borgia. Ascanio Sforza (…) no puede dejar de manifestar (…) la belleza de uno de esos banquetes al cual asistió (…). En las fiestas religiosas, el Cardenal Borgia, igualmente, toma el primer puesto, despliega sus tapices, cubre de flores un largo trecho de la calle, ilumina maravillosamente la fachada de su casa. Su prodigalidad en tales casos raya en la extravagancia. En su vida privada es, en cambio, modesto hasta lo frugal; Bruchard, Maffei y otros nos dicen que en su mesa se sirve un solo plato, y que César Borgia y los otros Cardenales evitan quedarse a comer con él. A diferencia de Julio II, a quien todos deseaban no encontrar después de las comidas, es completamente abstemio[9].

    En Roma, sus labores como hábil diplomático fueron admirables, al punto que el mismo Papa, confiando «de su habitual prudencia, de su integridad y solicitud y de la gravedad de sus costumbres»[10], le encomendó en 1477, la difícil tarea de coronar a Juana de Aragón como reina de Nápoles, quien acababa de casarse con el Rey Ferrante (recordemos que Nápoles, por aquél entonces, era disputada por Francia y Aragón).

    Todo esto hizo que en los cuatro cónclaves que precedieron a su elección como pontífice, Borgia se caracterizase por una «habilidad de saber ganar siem*pre, o dirigiendo una elección o dando margen debido en el momento oportuno». Cardenales y príncipes elogiaban reiteradamente su capacidad política y diplomática, haciendo que su candidatura resultase un hecho natural.

    A la muerte de Inocencio VIII, por ejemplo, éste era el concepto que se tenía de él:

    Era, por otra parte, el más laborioso de los Cardenales, el que tenía fama de ser el mejor administrador y el más entendido en cuestiones de finanzas. Sus antecedentes eran mejores que los de cualquier otro candidato. En aquel momento era el decano del Sacro Colegio, habiendo sido Cardenal treinta y seis años, era Vicecanciller, y lo había sido durante el pontificado de cinco Papas, habiendo desempeñado, además, las más altas misiones. Nada de extraño que fuese electo espontáneamente sin la simonía de los votos (…). Alejandro VI fue electo por unanimidad[11].

    Continuará.

    __________________

    [1] Peter de Roo, Material for a History of Pope Alexander VI, His Relatives and His Time, Desclée de Brouwer, Brujas 1924, 5 vols.

    [2] Orestes Ferrara, op. cit., 25-27.

    [3] Ibídem, 27.

    [4] Ibídem, 27-29.

    [5] Ibídem, 21, 22, 23, 25, 150, 158, 159.

    [6] Franz Funck-Brentano, op. cit., 189.

    [7] Orestes Ferrara, op. cit., 55.

    [8] Isabel y Fernando, siendo primos segundos, debieron pedir una dispensa papal para poder unirse en matrimonio. La dispensa llegó por medio de una Bula papal y entonces el sacramento pudo administrarse, pero con el tiempo, se descubrió que el documento papal era falso; esto atormentó mucho, especialmente a Isabel. Fue el cardenal Borgia quien, como legado papal, consiguió por un documento auténtico revalidar el matrimonio realizado.

    [9]Orestes Ferrara, op. cit., 69.

    [10]Ibídem, 97.

    [11] Ibídem, 63, 107-108, 115.
    César Ignacio dio el Víctor.

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    Re: Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra

    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (4-5). Acusaciones varias.


    Veamos algunas de las acusaciones lanzadas contra el Papa y el Cardenal Borgia.

    1) Fiestas mundanas.

    En primer lugar la acusación del Papa Pío II donde se le acusó de participar en fiestas mundanas. En efecto, en junio de 1460, mientras el cardenal Borgia contaba apenas con veintiocho años, el Papa Pío II, haciéndose eco de ciertas historias, le escribió una carta reprochándole una conducta disipada:

    Hemos oído que hace tres días, un gran número de mujeres de Siena, ataviadas con toda vanidad mundana, se reunieron en los jardines de nuestro bien y amado hijo Juan Bichas, y que Vuestra Eminencia, descuidando la dignidad de su posición, estuvo con ellas desde la una hasta las seis de la tarde, y que teníais en vuestra compañía a otro Cardenal, a quien, si no el honor de la Santa Sede, al menos su edad, debía haberle recordado sus deberes. Se nos dice que los bailes fueron desenfrenados y que las seducciones del amor no tuvieron límite, y que vos mismo os habéis comportado como si fuerais un joven del montón secular[1].

    El Papa Pío II, en efecto, parecía sorprendido de esta actitud desordenada del joven cardenal, considerándolo siempre «un modelo de gravedad y de modestia» (te semper dileximus et tamquam eum in quo gravitatis et modestiae specimen vidimus). Varios escritores han reproducido dicha carta una y mil veces, como era de suponer, e incluso agravándola en sus traducciones y aduciendo una conducta completamente inmoral de Borgia.

    La respuesta inmediata de Borgia a la acusación del Papa fue destruida en el período posterior a su propio pontificado por parte de sus enemigos políticos, pero subsiste la réplica a esa respuesta que el mismo Pío II realizó:

    Hemos recibido la carta de Vuestra Eminencia y tomado nota de las explicaciones que me dais. Vuestra acción, querido hijo, no puede estar exenta de culpa, aunque tal vez sea menos grave de lo que al principio se dijo. Os exhortamos a absteneros en lo futuro de tales deslices y a cuidar con mucho esmero de vuestro honor. Os concedemos el perdón que nos pedís; de no amaros como hijo predilecto, no os hubiéramos reconvenido tan tiernamente[2].

    La misma acusación resulta una defensa pues, sin ser un santo, el Papa se desconcertaba de algo que no era habitual en él.

    2) Dormir acompañado

    En otra oportunidad, estando en Ancona para una misión contra los turcos, donde moriría Pío II, Rodrigo se vio sorprendido por una terrible enfermedad que casi le costó la vida. Dado el tenor de su cargo (era vice-canciller del Papa) Jacopo de Arezzo comunicó el estado del cardenal a su príncipe por medio de una nota que decía:

    Informo también a Vuestra Ilustrísima Señoría que el Vice-Canciller está enfermo de morbo, y esto es cierto; tiene dolor en el oído y bajo el brazo izquierdo. El médico que le vio enseguida, dice tener poca esperanza de curación, debido especialmente a que poco antes no durmió solo en la cama (non solus in lecto dormiverat). La deducción que se ha hecho por la fácil crítica es que el morbo era la conocida enfermedad que se llamó «mal francés»[3].

    —¡Suficiente!—dirá alguno. Era un mujeriego…

    Como narra Ferrara, si bien se piensa, la opinión del médico debe tomarse no como una maledicencia o deseo de revelar los secretos de su paciente, sino como un dato técnico.

    La ciudad Ancona se encontraba en guerra y superpoblada, de allí que,

    no debe parecer anormal que en las grandes camas de aquella época, donde dormían habitualmente, a despecho de todo pudor, familias enteras, haya dormido con otros clérigos de su corte el Cardenal Borgia, y, en cambio, debe, sí, considerarse como muy anormal que mientras el Papa moría, en un período de epidemia violenta, en una ciudad que tenía veinte o más veces su habitual población, haya podido encontrar una alcoba tan íntima y tener una diversión del género indicado[4].

    También en este período enfermaron de lo mismo (¡y en Ancona!) los cardenales Scarampo, Barbo y otros, sin que por ello se los tilde de libertinos.

    3) La acusación del Cardenal Ammanati Piccolomini.

    El cardenal italiano lo acusará de haber procurado la elección de Sixto IV con malas artes, de ser vano, mezquino, de gastar el dinero de la Iglesia en la misión que le cupo como legado en España… Al respecto, como muy bien dice von Pastor, este Cardenal Ammanati no puede ser tenido muy en cuenta, por lo tornadizo de sus ideas, que le llevaban a escribir en los más opuestos sentidos y referir las cosas más contradictorias al mismo tiempo.

    Sólo para citar un ejemplo, en otra ocasión le escribe cuando Borgia se encontraba en España para que vuelva por ser indispensable su misión en Roma, donde «todos desean verle allí».

    4) Las amantes y los hijos del Papa.

    Quizás sea una de las acusaciones más extendidas. «El Papa que tuvo hijos» como decíamos más arriba, en el caso de haberlos tenido, esto no constituía una excepción entre los pontífices del Renacimiento; además, como narra Ferrara:

    Nosotros no discutimos esta cuestión, movidos por la creencia de que Alejandro VI, ya en el papado, no podía haber llevado una vida irregular (…). Es más, opinamos que quien creyera que Rodrigo Borgia mantuvo el voto de castidad se podría equivocar. Porque teniendo en cuenta que hijos, y por consiguiente relaciones anticanónicas, tuvieron Pío II, el erudito Eneas Silvio, y Sixto IV; que a Inocencio VIII se le atribuyeron nada menos que dieciséis hijos, fijándose en igual número varones y hembras, y que Julio II tuvo tres hijas conocidas en toda Roma, no podemos suponer que Alejandro VI fuera una excepción[5].

    Que el Papa Borgia no haya sido San Luis Gonzaga nadie lo niega; lo que no deja de sorprender a lo largo de sus biografías es ver cómo por este tema se lo ataca casi sistemáticamente y en soledad, oscureciendo las glorias de su papado e incriminando sólo a él como el lujurioso de la película.

    Es dable recordar que la inculpación de sus amoríos se dieron sólo después de estar sentado en la silla de San Pedro; es decir, no hubo imputaciones importantes en su período cardenalicio. ¿Por qué? Es claro que se quiso hacer hincapié en el Borgia Papa, y no tanto en el Borgia cardenal, atacando su gestión más importante.

    Pero vayamos a las faltas que se le imputan en este ámbito. Dos fueron especialmente «las mujeres del Papa»: la famosa Vannozza Catanei y Julia Farnese.

    Estos amores tienen su base narrativa principalmente en los tres propagandistas ya citados (Infessura, Sanazzaro y Matarazzo), como narra Ferrara:

    Las llamadas relaciones de Alejandro VI con la bella Farnese no nos vienen de una información seria y verosímil, sino que salen, como las de la Vannozza, de la confusión y alteración de los hechos conocidos, y nos vemos obligados a afirmar que no solamente no hay pruebas concluyentes que nos induzcan a creer en ella, sino que las hay negativas, que nos imponen suponer que tanta vileza es una invención más de las muchas que cayeron sobre la cabeza expiatoria del Papa Borgia (…). Si las relaciones de Vannozza Catanei y Rodrigo Borgia están todavía sometidas a pruebas, las de Julia Farnese alcanzan una demostración negativa[6].

    Otro tanto alega en el plano más comprometido moralmente de los supuestos amores incestuosos de Lucrecia Borgia, con sus hermanos y con su «padre». Explica:

    No hay por qué decir, sin embargo, que todo es simplemente una fantasía arreglada sobre el tema de los Borgia de la leyenda. La acusación de incesto está tan descartada hoy en día que ningún escritor serio la considera cierta. Ella tuvo su origen en la lucha de fango que se entabló entre Giovanni Sforza y los Borgia, cuando el Papa para anular el matrimonio de Sforza con Lucrecia, lo declaró impotente (…).Giovanni Sforza se defendió como pudo a través de sus poderosas influencias; pero el 18 de noviembre del mismo año 1497 reconoció, en documento auténtico, su estado[7].

    Borgia habría cometido todos los crímenes posibles: fornicación con Vannozza, estupro con Julia e incesto con Lucrecia, su «hija»…

    De la primera habría tenido cuatro hijos: Juan, César, Lucrecia y Joffre Borgia, los famosos «hijos del Papa» (se le suman unos seis más, dependiendo de los autores)[8].

    Sólo para resumir el tema y sobre la base de Ferrara (que en esto sigue a De Roo), basta recordar que se trataba de los hijos de Guillermo Raimundo Llangol y de Borja con su esposa, Vannozza de Borgia (quien firmaba así por ser su apellido de casada). Si esto no basta, resultará aún más convincente ver las fechas de los nacimientos de los cuatro hijos para encontrar claras discordancias.

    Sucede que, o bien tales incongruencias podrían atribuirse a la existencia de más de una «Vannozza» o bien que Borgia hacía viajes interespaciales o intertemporales… —con lo que se habría anticipado a Wells y su máquina del tiempo…

    Veamos algunas de las discordancias en su conjunto:

    - De ser cierto la paternidad del Papa respecto de los hijos de Vannozza, esta mujer extraordinaria debió ser un tanto extraña para dar a luz, pues «dio un hijo al Papa en el mismo período de gestación en que dio un hijo a uno de sus maridos legales»[9] (estuvo casada más de una vez).

    - Los hijos de Vannozza nacieron en España en tiempos en que el Cardenal Borgia ya no estaba allí y que no coincide con el período en que fue Legado del Papa por aquellas tierras. Y eso que eran épocas en que la fecundación artificial no corría…

    - Los hijos del Papa son muchos o son pocos, o no los tiene, según el humor de quien escribe y el tiempo en que se escribe.

    En cuanto a la «Bella Julia» Farnese, joven y hermosa romana de apenas quince años, hay ríos de tinta escritos: poseída por Alejandro VI como cardenal y como Papa, la habría hecho casar ya habiendo gozado de ella. La misma madre de la joven la habría entregado a la lascivia del ya maduro hombre de cincuenta y ocho años, para alcanzar los beneficios de la corte papal. Las fuentes de esta historia se encuentran en madrigales recitados a escondidas sin ningún tipo de información seria y verosímil. Se confunden indistintamente los nombres de Vannozza y Julia como si fueran la misma persona: hoy tiene 15 años, mañana 40. Parece increíble, pero es así. De nuevo los panegiristas de siempre sueltan a correr las injurias y la «historia» se va consolidando poco a poco: una carta dirigida a Lucrecia Borgia donde Alejandro VI se lamenta de la ausencia de Julia y Adriana (ama de llaves del Papa), ante el fallecimiento de un hermano de la joven Farnese, hace presuponer amoríos con ésta. Como narra Ferrara: «¡Qué conspiración de cieno se debe suponer para interpretar dicha carta en el sentido de que el viejo amante se queja a su propia hija, real o putativa, de que la madre del marido de su concubina le ha sustraído a ésta por unos cuantos días, redactando la misma un Obispo, luego Cardenal del todo respetable!»[10].

    Si a esto le sumamos que el mote de Esposa de Cristo (con el que se quería hacer pasar a Julia como la concubina del Papa) fue colocado por Stefano de Castrocaro al acusar al Papa de nepotismo por favorecer el cardenalato del joven Farnese, todo entra en un combo digno de fast-stories.

    Tantas contradicciones y mezclas pueden llevar al lector común a perderse en la madeja. El mismo Infessura, principal enemigo del papado y autor del Diario mil veces citado contra Alejandro VI llama a veces al cardenal de Monreale «figlio del Papa» y también «nepote del Papa», es decir, hijo y sobrino al mismo tiempo…

    Como defensa, y con documentos oficiales, digamos sólo tres cosas:

    - En un documento de 1501 dirigido al reino de Francia (aún neutral respecto del papado de Borgia), se hace una proposición a Luis XII sobre determinados puntos considerando allí a los hijos del Duque de Gandía, a César, a Lucrecia, etc., neveux et parens, es decir, sobrinos y parientes de Alejandro VI.

    - Lo mismo sucede en una carta oficial escrita desde Alemania a César Borgia, cardenal de Valencia, en 29 de agosto de 1495, donde se escribe Ad Valentinum, nepotem de Su Santidad.

    - En un pleito debatido en el Parlamento de París, en que es parte Claudio de Borbón, nieto de César Borgia, éste se refiere al Papa Alejandro diciendo du dit Pape Alexandre, son oncle, del dicho Papa Alejandro, su tío, y a César Borgia en la siguiente forma: Cezar de Bourgia neveu du Pape Alexandre Sixciesme[11].

    Quedan apuntadas las acusaciones más escandalosas referidas a la honestidad del Pontífice, y el descargo del historiador revisionista. Es claro que ni siquiera Orestes Ferrara —quien se apoya en la documentación publicada por Peter de Roo (Material for a History of Pope Alexander VI)— puede decir que Rodrigo fuera un santo, o, al menos, un sacerdote observante del voto de castidad. Lo que se intenta simplemente es destruir la singularidad malévola que se le atribuye a este pontífice, fruto de la leyenda negra antiborgiana.


    5) El veneno del Papa Borgia.

    «Un mate en la Plaza San Pedro es menos peligroso que un café en el Vaticano», dicen que habría dicho en broma el Papa Francisco.

    Sucede en este caso que, como bien señala Ferrara «es preciso establecer la premisa de que es difícil encontrar constante en todo este período un caso de muerte más o menos inesperada de un personaje que no provoque una o más insinuaciones de Embajadores o de cronistas de la época, de que se debió a veneno»[12]. Que haya habido envenenamientos durante el Renacimiento no resulta extraño; la práctica eliminatoria de los enemigos no es exclusividad de nuestro tiempo. Pero, ¿de qué veneno estamos hablando?

    Un tóxico especial, cuyo secreto se han llevado a la tumba. Es la «cantarella», a base de cantáridas, o de arsénico, o de otros agentes químicos desconocidos; es un polvo blanco que a veces no tiene sabor, y en otros casos resulta repulsivo; una pequeña dosis en un cáliz, disuelta en el vino, en el agua, en un caldo, o esparcida como sal, y la víctima muere a voluntad del victimario[13].

    Muchas muertes se han imputado a los Borgia; para quien lea algunas de sus vidas, la pregunta a hacerse es directa: «¿por qué entonces vivieron tantos años el Cardenal Áscanio Sforza, el Cardenal Colonna, el Peraud y otros, que le habían hecho continuas traiciones, y que eran ricos y cargados de “beneficios”»?[14] ¿Por qué no son los enemigos del Papa, sino justamente sus amigos quienes morirán por el veneno (su sobrino, el Cardenal de Monreal, el cardenal Juan López, el cardenal Ferrari, etc.)[15].

    La acusación parece ser tan difícil mantener como la confección de la misma cantarella.

    6) Papa simoníaco, que pagó para llegar al Papado

    De todas las acusaciones, quizás esta sea la más sencilla de rebatir.

    Digámoslo de una vez: Alejandro VI no necesitó recurrir a la simonía para ser electo; simplemente porque no le hacía falta.

    Su fama como cardenal y vice-canciller de cinco pontífices hablaba por sí misma (incluso llegó a ser electo sin la participación en el cónclave de los únicos cuatro cardenales no italianos). No sólo no le hacía falta recurrir a la simonía, sino que, incluso, ésta resultaba casi imposible dada la riqueza de los cardenales electores, muchos de ellos, representantes de las más ilustres y poderosas familias de Italia.

    Se ha hablado de «beneficios» que dejó a otros cardenales; es cierto, pero no como consecuencia de simonía, ya que al asumir el Pontificado los cargos, dignidades y beneficios del antes cardenal devenido Papa, quedaban vacantes, y obligadamente debían traspasarse a otros clérigos (tal fue el caso de la donación al cardenal Sforza de su propia casa, para que le sirviera en su desempeño como nuevo Vice-Canciller).

    Rodrigo Borgia debía, necesariamente, al asumir el nombre de Alejandro VI, conceder los innumerables beneficios que había acumulado en su larga carrera. Hacer otra cosa era imposible. Nadie ha intentado probar que tales «beneficios» fueron el precio de la votación, ni nadie ha presentado una prueba de que fueron ofrecidos antes, y no hay tampoco un documento del tiempo que alegue tal hecho. Se dirá que Alejandro VI favoreció a sus partidarios. Es posible; pero entonces hay que admitir lo que parece ser cierto, o sea, que la votación fue unánime, porque todos los Cardenales recibieron favores desde el primer momento de su papado. Los Cardenales que se han dado como adversarios suyos en el Cónclave, fueron beneficiados como los otros[16]

    Lo de las «cuatro mulas cargadas de oro» que se dijo salían de la casa de Borgia y se dirigían a la del cardenal Sforza, es muy probable que haya sido un invento del propagandista Infessura o simplemente una exageración; es sabido que la propiedad de un cardenal, una vez electo Papa «era considerada spolia, al punto que el populacho tenía derecho a asaltar su palacio privado y a saquearlo, al anuncio de la elección»[17], de allí que, de haber existido, se trató de una medida normal de seguridad.

    Hasta aquí, entonces, algunas de las acusaciones. Pasemos ahora ya no tanto a lo que se ha dicho de él, sino a lo que ha hecho él. Quizás recién entonces descubriremos porqué se le han achacado tantos y tales vicios.

    __________________

    [1] Ibídem, 73-74.

    [2] Ibídem, 77-78.

    [3] Ibídem, 79.

    [4] Ibídem, 80.

    [5] Ibídem, 153. «Nosotros no creemos, como Leonetti y De Roo, que estas alteraciones de la vida, que atacamos por falsas, nos obligan a la inversa a creer en un Papa Borgia casto y puro (…). Al reflexionar sobre los tiempos aquéllos, que no invitaban a la contrición y al sacrificio, nos inclinamos a pensar que el voto de castidad pudo ser violado por nuestro personaje, ya que se violaba generalmente por clérigos menores». (ibídem, 154). El erudito Eneas Silvio –Piccolomini- es el Papa Pío II citado.

    [6] Ibídem, 149, 152, 157, 165.

    [7] Ibídem, 177, 251.

    [8] Apuntemos que, quienes acusan a Borgia de haber tenido hijos, aclaran que su posible relación con Vannozza terminó doce años antes de su ascensión al pontificado.

    [9] Ibídem, 149.

    [10] Ibídem, 166.

    [11] Ibídem, 187-188. Hay aún más testimonios al respecto.

    [12] Ibídem, 315.

    [13] Ibídem, 315.

    [14] Ibídem, 314.

    [15] Un escritor inglés ha hecho un examen estadístico sobre los Cardenales muertos durante los pontificados de Sixto IV, de Inocencio VIII, de Alejandro VI y de Julio II, y teniendo en cuenta las proporciones numéricas, declara que no hay ningún aumento apreciable en la mortalidad de los Cardenales del período de Alejandro VI. Y este autor no es nada favorable a los Borgia (cfr. L. Collison Morley, The Story of the Borgias, 237; citado por Orestes Ferrara, op. cit.,323).

    [16] Orestes Ferrara, op. cit., 112. La unanimidad por medio de la cual llegó al solio pontificio resulta de por sí «suficiente no sólo para confundir las voces de simonía, originadas, como hemos visto, en fuentes deleznables, sino para negar todo cuanto se ha escrito de la vida matrimonial que llevaba en Roma el Cardenal Borgia y de sus inmoralidades del arroyo» (ibídem, 120).

    [17] Ibídem, 114.
    César Ignacio dio el Víctor.

  5. #5
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    Re: Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra

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    Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (5-5). Verdaderas razones del odio contra Borgia.

    Pope_Alexander_Vi.jpg

    Las razones de los ataques.

    Así como enumeramos antes las acusaciones, digamos ahora cuáles fueron sus orígenes.

    1) La calidad de sus enemigos y el férreo gobierno en el Papado.

    Es necesario advertir que la principal diferencia de este Papa con los otros del Renacimiento está dada por la calidad de los enemigos políticos que tuvo. Es aquí donde aparecen las figuras que cuentan en este entresijo público. Un Carlos VIII, Rey de Francia, o un fray Jerónimo Savonarola O.P., el dictador rigorista de Florencia, quien, al tiempo que atacaba al Papa, hipostasiaba la imagen del rey francés. Y, por supuesto, la lucha del clan de los «catalanes» (en realidad, valencianos de Játiva), con las otras facciones romanas.

    Alejandro VI hizo política temporal en los Estados Pontificios, conforme a las circunstancias del Renacimiento, e intentó romper las bases de la feudalidad romana. «Yo no acepto ser esclavo de mis barones», dijo; y, con ello, inició una lucha constante con los Colonna, Orsini, Savelli, Conti y otros.

    Sus enemigos contaban con un gran aliado: el Rey de Francia, quien intentó someterlo a tutela y a cautiverio en Sant’Angelo. Rodrigo, con auxilio hispano, se liberó de tal dependencia, e impuso su férrea mano sobre los nobles romanos traidores:

    Si ahora empieza la lucha, también empieza a crearse la fama de los Borgia. Es ahora cuando todos estos poderosos señores con grandes Cortes (…), al verse amenazados, se lanzan a una campaña de descrédito en contra del Papa y los suyos, que se intensifica a medida que van perdiendo los bienes abusivamente retenidos[1].

    Éste y no otro es el origen de la campaña de difamación, a base de libelos anónimos, que enlodan el nombre de los Borgia:

    El descontento contra este gobernante, que quería dominar con mano fuerte, empezó a extenderse desde la urbe al resto de Italia, y luego pasó los Alpes. El nepotismo papal ofreció un lado débil a los atacantes, y empezaron los «se dice», «se rumorea», «es opinión general». Los diplomáticos acreditados cerca de la Corte papal, para satisfacer el espíritu ávido de intrigas de Sus Señores, recogían estos rumores con beneplácito, pues el Papa les hacía sentir todo el peso de su indiscutible superioridad mental. El mundo reaccionó rápidamente contra la política del nuevo Pontífice. Los Orsini y los Colonna y las otras familias contendientes seculares tienen ahora un enemigo común, y los vemos, en una hora, pelear en las mismas filas. El Rey Ferrante de Nápoles, expresión de todo abuso y tiranía, se trueca en moralista, porque el Papa lo detiene en su avance contra los Estados de la Iglesia, y escribe una carta a los Reyes Católicos, que denuncia la vida privada de Alejandro VI. Los venecianos, para difamar al Papa, se unen a los tiranos de la Romaña, que oprimen aquellas tierras, y denuncian contra toda ética al Rey de Francia las relaciones y tratos secretos que tienen con la Corte de Roma. Los florentinos, comerciantes tranquilos, ven siniestramente a este Papa, que quiere una Roma en lo temporal fuerte sobre una región extensa que pone cerco a su propio Estado. Los Reyes de Francia invaden sucesivamente Italia y ocupan el Reino de Nápoles y el Ducado de Milán, y no encuentran más que a este Papa que les dificulta su avance[2].

    El poder temporal de los Papas en los Estados Pontificios italianos había sido minado por el «cautiverio» de Aviñón y el Cisma de Occidente. Al regresar a Roma, los pontífices quisieron restaurar su antigua jurisdicción. No lo lograron, pero quien más cerca estuvo de procurarlo fue Alejandro VI. Ese es el designio político que lo enfrenta con tantos adversarios, entre ellos el mismo Fernando de Aragón.

    Alejandro VI fue el iniciador de la unificación de Italia, según se estilaba en la Europa de entonces; para ello, era necesaria la desaparición del enorme poder de la nobleza feudal. Fue esto mismo lo que intentaron tanto Luis XI como los Reyes Católicos y hasta el mismo Enrique VIII. Rodrigo Borgia sucumbió en el intento viéndose sorprendido por la muerte; desde entonces, se intensificó la ola difamatoria que terminó por consolidarse con la pétrea posteridad.

    Orestes Ferrara formula este juicio global:

    El Renacimiento no fue una época normal. Fue una explosión de cuanto de bueno y de malo tenía el alma humana; un período en que lo que acontece no puede medirse por el rasero de la honorabilidad y del deber (…).Alejandro VI fue Papa en la época de mayor fermentación del Renacimiento. Y, además, el Renacimiento continuó después de su muerte, siendo sus enemigos los grandes personajes del tiempo, con poetas cronistas en sus Cortes, con historiadores a sueldo que escribían de los hechos pasados como pretexto para disertar sobre las ideas del presente.

    Los actos del Papa, ya falseados en su época, sirvieron de base para las más exageradas acusaciones posteriores. Tratándose de él, toda hipótesis fue fácilmente admitida como hecho cierto; todo lo inconcebible fue creído y propagado; toda impostura fue acogida. Los «rumores» que inventaron el interés bastardo o la agitada fantasía fueron reproducidos como verdades indiscutibles (…).En realidad, si una parte de ella se formó en vida de Alejandro VI, la mayor parte se fue creando después, empezando las nuevas calumnias en el Pontificado de Julio II, o sea durante el gobierno de sus enemigos. Es la historia de Robespierre escrita por la reacción inmediata que sobrevino a su muerte. Es como si se escribiera la historia de Napoleón tomando los hechos de las gacetas inglesas de su tiempo. Es la historia de Catilina hecha sobre los discursos de Cicerón[3].

    2) La Cruzada contra el Islám.

    A raíz de la caída de Constantinopla en manos del Turco, todos los Papas precedentes cumplieron con la obligación de financiar y organizar una cruzada. Más diligente que ellos fue Alejandro VI. Al respecto es útil leer esta página:

    En estos años de 1500 y 1501, Alejandro VI tomó gran interés en la cuestión turca. Con su vigor habitual, se dirigía a los Príncipes de Europa para que llevasen a cabo la cruzada prometida. Pero los Estados europeos, no sólo no respondían al llamamiento, sino que se entendían con el Sultán más o menos abiertamente (…).El Papa, no obstante todo esto, aprovechando los entusiasmos del jubileo, reunió, el 11 de marzo de 1500, en el Consistorio, una especie de Congreso, formado por todos los Embajadores en Roma. En su discurso de apertura presentó el peligro de una invasión turca (…).Pero los Embajadores salieron de la dificultad de aquel convenio declarando que no tenían facultades (…).La inutilidad de la reunión no descorazonó al Papa. Comprendiendo la avaricia de aquellos Soberanos, empezó a recolectar dinero directamente (…).La guerra contra el Turco, que el Papa había preparado con tanto esfuerzo, sacrificando hasta sus mayores entradas, había sido abandonada por los principales poderes[4].

    En 1501, Alejandro VI insistirá en su proyecto de cruzada, en ocasión del Tratado de Granada, entre Francia y España. Por ese convenio ambos países se dividían el reino de Nápoles (la zona napolitana para Francia, Calabria para España). Conforme al criterio medieval de la ratificación Pontificia, lo sometieron a la potestad de Alejandro VI. Entonces, el Papa aprovechó la oportunidad, e hizo una contraproposición, exigiendo una cruzada como punto esencial del acuerdo y la partición del reino de Nápoles como consecuencia de la misma. Queda así en pie, entonces, el significado de la voluntad de la Santa Sede en ese caso, que es, también, demostrativo de la constancia del Papado en esa gran línea política.

    3) Donó a los Reyes Católicos las tierras «descubiertas y por descubrir».

    El ideal cristiano de la Cruzada contra el Islám había sido el único marco único legitimante del Descubrimiento y Donación de América. El sostenimiento de esa empresa superior, años después de 1493, por Alejandro VI, constituye uno de los datos más positivos de su pontificado. Ya en 1460, siendo vicecanciller del Papa Pío II, Rodrigo Borgia había aplicado el excedente de 100.000 ducados de la explotación de las minas de alumbre de La Tolfa al financiamiento de la Cruzada. Y hasta había puesto en venta los cargos de la vicecancillería con ese mismo fin. Ese es el hecho que los impugnadores de las Bulas Indianas suponen una simonía de Alejandro VI, en colusión con Fernando de Aragón. No había tal, sino que era uno de los tantos expedientes arbitrados por Borgia para acrecentar el tesoro de la Cruzada. Esa fue la «gran ilusión de su existencia», como él mismo la llamó; pues, a pesar de las grandes diferencias éticas personales que lo distancian de Colón y de los Reyes Católicos, la coincidencia política y religiosa en lo principal resulta notoria: la defensa y expansión de la Fe. Y si de tal concordancia en los fines supremos de la Cristiandad devino el magno acontecimiento que incorporó América a la civilización occidental, los iberoamericanos, beneficiarios directos de esa conjunción de voluntades, no podemos tener sino un poco de piedad histórica para con aquel, tan escarnecido, Papa del Descubrimiento.

    4) Fue el impulsor de la evangelización de la recién descubierta «América».

    Las bulas alejandrinas, base del Tratado de Tordesillas delimitaron los fines y objetivos de la conquista española: la evangelización

    Os mandamos en virtud de santa obediencia que haciendo todas las debidas diligencias del caso, destinéis a dichas tierras e islas varones probos y temerosos de Dios, peritos y expertos para instruir en la fe católica e imbuir en las buenas costumbres a sus pobladores y habitantes[5].

    Dichos documentos han sido considerados el primer documento constitucional del Derecho Público Americano[6], y es pertinente destacar que contribuyeron al mejor entendimiento de Castilla y Portugal. En efecto, las suspicacias y guerras entre ambas coronas llevaban ya más de un siglo y habían culminado con la batalla de Toro, que consolidó a Isabel. Recién se suavizaron con la boda de Carlos V e Isabel de Avis y con la unificación de ambas coronas en Felipe II (1580-1640, aunque luego continuaron, esporádicamente).

    Esta digresión no es ociosa, porque ilustra sobre el genio político de Alejandro, quien no podía permitir rivalidades entre dos reinos poderosos y dueños del mar para concretar su sueño de cruzado.

    5)Refrendó el matrimonio y nombró como «católicos» a los reyes Fernando e Isabel.

    Como ya dijimos más arriba, fue a instancias del cardenal Rodrigo Borgia que los príncipes de Castilla y Aragón pudieron subsanar los errores canónicos de su boda. Pero no sólo esto: el mismo título de «reyes católicos» les fue dado por el Papa por medio de la bula Si convenit a raíz de la política que habían llevado en sus reinos.

    6) A raíz de la imprenta, introdujo la censura en la Iglesia.

    Aunque no se preocupaba mucho por lo que se dijera de él (al Embajador de Ferrara le reveló: «Roma es una ciudad libre, en donde cada uno puede decir y escribir lo que mejor le plazca; mucho malo se dice de mí, y yo no me ocupo»), Alejandro VI no sustentaba igual opinión en materia estrictamente eclesiástica:

    Toda desviación en este campo la consideraba un delito. Es él, en efecto, quien introdujo la censura eclesiástica por primera vez. En una Bula de 1 de junio de 1501, después de hacer elogios de la Imprenta, declara, sin embargo, que este instrumento de divulgación, así como puede ser útil para propagar el bien, puede producir grandes trastornos al dar publicidad al mal[7].

    7) Fue el precursor de lo que sería el Concilio de Trento, preparando la reforma de la Iglesia.

    Es verdad que antes de Alejandro VI se había hablado de una necesaria reforma dentro de la Iglesia, pero sólo fue a instancias suyas que se intentó. Él «conocía por larga experiencia dónde estaban los males de la organización de que formaba parte, como lo demostró en el documento en que preparó la gran reforma de la Iglesia, cuyas guías siguió más tarde el Concilio de Trento»[8].

    El concilio que intentaba convocar no logró realizarse a raíz de las disputas externas en las que se vio implicado; el mismo Julio II, su mayor enemigo, lo dirá en 1511: «el Concilio ha sido largamente aplazado desde los tiempos del Papa Alejandro por las calamidades que han afligido a Italia y que todavía la afligen»[9].

    La llegada de Luis XII a Italia, las conquistas extranjeras de Milán y Nápoles, las incursiones turcas sobre las costas de Italia, los pactos de Ludovico el Moro y de Federico de Nápoles con el Sultán de Turquía, la actitud de los Barones y Príncipes del territorio de la Iglesia, y, por fin, el imperialismo veneciano, no podían producir el ambiente favorable a un Concilio. Sin embargo, la intención y los propósitos de Alejandro VI quedaron bien definidos en el prefacio a un documento redactado por él mismo en 1497:

    Advertimos, con pena, que la conducta de los cristianos se ha ido desviando de la perfecta y antigua disciplina, ha roto los saludables principios de antaño, los decretos de los santos Concilios y Soberanos Pontífices que frenan la sensualidad y la avaricia, y ha estallado en un libertinaje tal, que es imposible tolerarlo por más tiempo (…). Al principio de nuestro pontificado también decidimos consagrar nuestros cuidados a este asunto, anteponiéndolo a toda otra labor, pero envueltos como estábamos en otra mayor dificultad a consecuencia de la llegada a Italia de nuestro bien amado hijo en Cristo, Carlos, el muy cristiano Rey de los franceses, con un potentísimo Ejército, fuimos compelidos a posponer nuestro empeño hasta hoy[10].

    ¿Qué es lo que el Papa hubiese querido tratar en su Concilio? Veamos: no debían venderse las indulgencias; los cardenales deberían llevar una vida pura y santa («sus banquetes deben empezar con un plato de pastas, una carne hervida y un asado y terminar con frutas, y durante los mismos hay que leer versos de las Escrituras Santas y no permitir músicas, cantos seculares ni histriones»); quienes perteneciesen al séquito de los cardenales no debían tener concubinas; en el palacio papal sólo deberían habitar clérigos; y toda simonía o venta de sacramentos sería castigada con la excomunión; todo nombramiento de clérigo debería estar ser precedido de un examen moral del candidato.

    La analogía —en algunos casos hasta identidad— con lo que sería luego el Concilio de Trento (1545) resultan notables.

    * * *

    Terminemos con un excelente resumen que Ferrara escribió con motivo de la inauguración de un monumento en Játiva, ciudad natal de Alejandro VI.

    Expulsó a los franceses, que habían ocupado Nápoles, y comprendiendo que la Santa Sede, a falta del brazo temporal de un emperador medieval que la defendiese, debía constituir un Estado propio que sirviera de baluarte a su libertad eclesiástica, puso mano a la obra. Esta no era fácil ni podía ser suave. Respondía a una necesidad imperiosa. De este noble propósito provino la causa de su triste fama. Los grandes feudatarios de la Iglesia se habían adueñado de los territorios papales, y a la hora crítica habían abandonado al Papa para seguir a Carlos VIII, su enemigo. Los barones que vivían en la ciudad y en los castillos del agro romano, de instrumento de la Santa Sede se habían trocado en dominadores de la misma, luchando los unos contra los otros por esta dominación. Eran gentes poderosas, ricas, cultas, con grandes relaciones, hábiles en la intriga: malos enemigos. Sus Cortes eran centros de maledicencia, alimentada por el genio literario, siempre dispuesto a volar con las alas de la fantasía (…). Ordenó a César, dotado de las más altas cualidades militares que la época exigía, expulsar de su domino a los feudatarios infieles (…). Éstos, como llevados por un vendaval, fueron errando por el resto de Italia y por el mundo, e iniciaron la cruzada verbal, cuyo eco resuena aún. Su labor fue eficaz y hábil. Falsificación de documentos, epigramas, pasquinadas, cartas, relatos históricos, fundamentalmente alterados, fueron las armas usadas, las únicas que poseían (…). Muerto él fueron favorecidos por Julián della Rovere que les devolvió el poder y la riqueza (…) Alejandro VI (…) no había dejado camarillas que le amparasen ni se había preocupado de su fama histórica. Sonreía ante los infundios y despreciaba los insultos: no creía en la fuerza de la calumnia (…) .La fama de Rodrigo Borgia fue ennegrecida por actos de venganza verbal continua e irreductible durante más de un siglo (…). No se examinaron directamente los hechos, no se estudiaron los documentos, no se coordinaron los relatos (…). La familia Borgia, se estatuye como cosa indiscutible por seudohistoriadores, fue incestuosa; y ninguno de ellos se ha tomado la molestia de explicar por qué, entonces, estos supuestos incestuosos entraron en el seno de las más honorables, respetadas y poderosas familias se sangre real de Europa. Efectivamente, Pedro Luis y Juan Borgia se casaron, el uno después del otro, con una sobrina del católico Rey don Fernando; César, del mismo apellido, con la hermana del Rey de Navarra, pariente de Luis XII, célebre en los anales de la calumnia; Lucrecia, con el duque de Mantua, respetado y riquísimo, y el último hermano, Joffre, con una parienta del Rey de Nápoles. Se dice aún más, que el Papa es odiado por todos, y al mismo tiempo se admite que en todas partes pesaba su voluntad y se le obedecía. Le suponen dedicado a los placeres, y a renglón seguido nos ofrecen el relato de su vida laboriosísima, que organiza el Estado Pontificio; da la autonomía administrativa a la ciudad de Roma; fija las bases de la Reforma eclesiástica, que coinciden, en lo fundamental, con las resoluciones posteriores del Concilio de Trento; defiende los derechos territoriales de la Iglesia, ya que no puede impedir que el extranjero se apodere de Milán y Nápoles; interviene en la política internacional para mantener un equilibrio de fuerzas entre los invasores, equilibrio que permita al resto de Italia seguir disfrutando de su independencia. Se le acusa, sobre todo, de envenenar a sus enemigos y al príncipe Djem de Turquía, y no se nota siquiera, tanta es la ceguera histórica, que este último murió después de haber ido en pleno invierno a caballo desde Roma a Nápoles, en el séquito, y, virtualmente, prisionero de Carlos VIII, y que enfermó casi un mes después de haber salido de la reclusión vaticana; ni tampoco que las otras supuestas víctimas de la «cantarella» borgiana fueron amigos del Papa y sus constantes protegidos, mientras gozaron de buena salud sus peores enemigos[11].

    La «Leyenda negra» borgiana recién ahora, luego de siglos de tinta (y más bien deberíamos decir lodo), comienza a ser analizada con mayor ecuanimidad. No sólo resultó la manipulación perfecta para hacer que el papado continuase siendo una factoría de los príncipes renacentistas, sino que fue la excusa ideal de los historiadores protestantes para lanzar la Reforma anhelada.

    La faz humana del Pontífice que instauró la costumbre de rezar el Angelus tres veces al día quedó enturbiada, envuelta en esa maraña de intrigas y conflictos. Cualesquiera hayan sido sus concupiscencias y errores personales, no parece haber sido el peor de los pontífices renacentistas sino todo lo contrario. Como fuere, y aunque fuesen verdaderos todos los crímenes que se le imputan, nadie ha indicado que este Papa faltara a la ortodoxia o que debilitara la Fe con doctrinas heréticas.

    Y podrá haber sido un pecador, como todo cristiano, pero no un hereje ni un apóstata, cosa que resulta por demás milagroso y habla de la perennidad de la Iglesia a pesar de los hombres.

    __________________

    [1] Ibídem, 34, 229.

    [2] Ibídem, 33-34.

    [3] Ibídem, 35-36.

    [4] Ibídem, 304-305, 333. El mismo Ludwig von Pas*tor admite la diligencia de Alejandro VI en esta materia: «Con fecha 1 de junio de 1500 se expidió una Bula dirigida a toda la Cristiandad, pintando la furia terrible y cruel de los turcos contra los cristianos, y excitando a todos urgentemente a la común defensa (…) se declara la guerra en nombre de la Iglesia romana al enemigo hereditario de la Cristiandad» (Ludovico von Pastor, Historia de los Papas. En la época del Renacimiento desde la elección de Inocencio VIII hasta la muerte de Julio II, Gustavo Gili, Barcelona 1950, vol. VI, 33).

    [5] «Inter coetera» (1era.) de Alejandro VI, del 3 de mayo de 1493; traducción extraída de America Pontificia primi saeculi evangelizationis, 1493-1592, J. Metzler, I, Vaticano 1991, 71-75. Ya hemos tocado el tema de la donación papal en otro lugar (Javier Olivera Ravasi, Que no te la cuenten, Buen Combate, Buenos Aires 2013, pp. 164 y ss.).

    [6] Luis Weckmann, Las Bulas Alejandrinas de 1493 y la teoría política del Papado medieval. Estudio de la supremacía papal sobre las islas, 1091-1493 (citado por Doralicia Carmona, Memoria política de México, Memoria PolÃ*tica de México

    [7] Orestes Ferrara, op. cit., 307.

    [8] Ibídem, 111.

    [9] Ibídem, 261.

    [10]Ibídem, 262-263.

    [11] Diario ABC de Madrid, 14/05/1958, p.3.
    Última edición por Pious; 05/06/2018 a las 20:28
    César Ignacio dio el Víctor.

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