Revista FUERZA NUEVA, nº 531, 12-Mar-1977
ESPAÑA, EN PLENO BAÑO MASÓNICO
No ignoramos la fronda de confusiones que hoy interesadamente defienden el ataque masónico. En el mismo seno de la Iglesia se han producido fenómenos típicamente masónicos, para minusvalorar su entidad maléfica. Desde la conferencia del padre Riquet, en 1961, en la logia Volney du Grand Orient de Laval, hasta la intervención del obispo Perezil, en 1971; desde que en 1938 monseñor Beaussart, coadjutor del arzobispo de París, entregara a Pío XI la ficha de diecisiete cardenales, arzobispos y obispos, hasta las intervenciones del IDO-C, durante el Vaticano II; desde las instrucciones del B’nai-B’rith al cardenal Bea hasta las contradicciones del padre Caprile en “La Civiltá Cattolica”, circulan aguas cenagosas en creciente inundación. Sin marginar la literatura de Alec Mellor hasta la del jesuita Ferrer Benimelli.
Procuraremos aclarar algunos puntos ahora que, según “Le Point”, está preparándose la legalización de la masonería en España. Decían algunos agoreros que no existía, y resulta que está viva y coleando. Y así digamos, expeditivamente que la incompatibilidad entre la masonería y la pertenencia a la Iglesia sigue vigente. Por encima de todas las veleidades y sondeos, nada ha cambiado en la Iglesia para tolerar la conllevancia con la masonería. Y no aludimos ya a los muchos documentos y disposiciones pontificias contra la masonería. Más recientemente, Juan XXIII, en el artículo 247 del Sínodo Romano, hacía presente que “en lo que se refiere a la secta masónica, recuerden los fieles que las penas establecidas por el Código de Derecho Canónico siguen estando en vigor”. Y el cardenal Seper, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en respuesta al obispo Luigi Orlandi, le escribe:
“En la carta número 1.599, fechada el 17 de abril de 1973, vuestra excelencia se ha dirigido a este Sagrado Dicasterio para preguntar las líneas de acción a seguir respecto a las personas que se adhieren a la francmasonería. Hasta el día de hoy, la legislación que está en vigor sobre esta materia no ha sufrido ninguna variación” (“La Documentation Catholique”, Paris, 18-XI-1973).
Y los mismos masones están acordes en esto: “Estamos íntima, profunda e incurablemente persuadidos de que nuestra posición ideal, metafísica, ética, política, social, humana, está en contraste incurable con la Iglesia”, afirma L. Lupi, en su “Rispondo ai gesuiti”, en unos artículos publicados en 1959, p. 32, en un volumen editado oficialmente por la masonería italiana.
Si tuviéramos que añadir un argumento más, destacaríamos que Pablo VI ha beatificado al mártir polaco padre Maximiliano Kolbe. Y toda la vida del padre Kolbe fue una lucha, cuerpo a cuerpo, contra la masonería. Fundó la Milicia de la Inmaculada, principalmente para combatir a los francmasones y otros agentes de Satanás. Luego, las simpatías y los brazos abiertos a la masonería son lo más contrario al cristianismo.
La masonería es política
Todos los aires pánfilos de filantropía desinteresada, en torno de la masonería, se derriten al comprobar su rabioso intervencionismo en la vida de las naciones, al servicio de la descristianización. En el libro “La politique des francs-maçons”, de Jacques Mitterrand (*), gran maestre del Gran Oriente francés, hay información abundante. Mitterrand certifica que la masonería está opuesta diametralmente a la Iglesia católica, a pesar de los celofanes con que quiere envolver su odio refinado. Afirma Mitterrand:
“Un humanista no acepta ninguna dictadura, cualquiera que sea el origen; con esta visión, el humanista rechaza el papado, tanto en razón de sus poderes exorbitantes como en razón de su infalibilidad proclamada” (p. 175)
Por esto Mitterrand se enfrenta con la Iglesia católica y con el Vaticano II, por no aceptar que en la Iglesia esté el depósito de la verdad revelada. Dice Mitterrand:
“Queda en entredicho la lectura de este texto. ¡Maestra de verdad! Franca, sin duda, en términos tan categóricos, tan definitivos en su brutalidad. Jamás, en una expresión tan sorprendente, la Iglesia no había señalado su voluntad imperiosa de imponer su dogma ni había subrayado que este dogma era la única verdad. Es preciso, pues, honestamente, plantearse la pregunta de saber sobre qué puede desarrollarse un diálogo con un interlocutor que declara en exordio a este diálogo que él es el maestro de la verdad por la voluntad de Dios” (p. 179-180).
Mitterrand descubre la alianza que hay entre la masonería y los progresistas. Y junto a sus alabanzas a Méndez Arceo, Camilo Torres, al padre Chaine, Marc Oraison, Teilhard de Chardin, al cardenal Suenens y tantos otros que hoy desgarran la unidad interna de la Iglesia, les dice:
“A esos católicos que se han unido a las acciones liberadoras del porvenir humano, a los que se han comprometido en la acción en tal sentido, los masones les tienden las manos, porque para el masón, el hombre -cualquiera que sea- que ama y respeta a los otros hombres, que está dispuesto a discutir el dogma, que rompe las cadenas de la servidumbre, es ya un masón sin mandil”.
Y más explícitamente:
“Estos católicos avispados no han sido engañados por la propaganda conciliar: ellos han juzgado las insuficiencias o las omisiones del Concilio, pero se acogen al clima que contribuyó a crear la exigencia de una verdadera renovación de la Iglesia. El carácter contestatario y liberador de estos católicos no puede sino hacerse acreedor de la simpatía de los francmasones” (p. 189).
Así la masonería se vale siempre de los partidos políticos y de la llamada democracia para lograr sus objetivos. El mismo Mitterrand descubre sus tácticas:
“Los francmasones del Gran Oriente de Francia, en los veinte últimos años que han transcurrido han intervenido en todos los problemas a brazo partido. La defensa y el perfeccionamiento de las libertades republicanas, el derecho a la objeción de conciencia, la denuncia de la energía nuclear con fines de destrucción masiva, la nacionalización de la enseñanza, los problemas de la juventud, el planing familiar y el derecho a la libre procreación, la situación de los trabajadores franceses y de los trabajadores inmigrantes; esta muestra reducida testifica los cuidados de las logias de incrustarse en la realidad presente dándole las soluciones de los francmasones” (p. 87)
Todavía se hace más evidente el dominio internacional de la masonería y sus ambiciones de avasallamiento, con este testimonio del propio Mitterrand:
“Los francmasones… estudian la posibilidad de un gobierno mundial. Una vez más, la Iglesia encuentra, en su camino, la amenaza del pensamiento libre, animador de toda acción democrática, y la francmasonería liberal es una de sus protagonistas. Que se trate del problema escolar, que se trate de los derechos de la ciencia, de la libertad, de la cultura o de la libertad sexual, del socialismo o simplemente los derechos del hombre: el dogma es el límite del pasado, el pensamiento libre tiende hacia el futuro” (p. 170)
Otros datos
Lo que significa este lenguaje, para los no iniciados, se puede traducir más llanamente. La masonería es la impulsora del aborto, de la destrucción de la familia y de la moral cristiana. En el libro “La Contraception”, de M. y A. Blacque Belair, se encuentra este dato:
“La organización masónica francesa Gran Oriente de Francia reunió en París, del 6 al 10 de septiembre de 1965, 400 delegados franceses y extranjeros. Todos ellos afirmaron su aprobación plena y entera a los principios y designios del planing familiar y exhortaron a todos los francmasones a sostenerlos activamente. Se declararon en favor de la modificación de la ley de 1920 que prohíbe la venta de anticonceptivos, de una liberación de la ley sobre el aborto y de la organización de la educación sexual para adultos, con integración de esta educación en los programas de estudios escolares y universitarios” (p. 116-117. Ed. Librairie Maloine).
También Mitterrand demuestra el odio feroz de la masonería contra la libertad escolar. Lo dice así:
“La salvaguardia de estos derechos exige que el niño reciba una enseñanza que respete su libertad en potencia. Solamente la enseñanza laica puede dar al niño a todas las posibilidades de su porvenir, permitiéndole, cuando sea hombre, determinar él mismo y por sí mismo sus opciones religiosas, morales y políticas, sin coacciones previas” (p. 101).
Y para que no haya lugar a dudas, aclara:
“Cuando, siempre en nombre de la libertad, una nación, acepta que sean abiertas en su territorio escuelas confesionales, entrega a sus hijos a la enseñanza dogmática... Es todo un tinglado para proclamar el derecho de los padres… Para los francmasones, por encima del derecho de los padres, están los derechos del niño” (pp. 100- 101).
Y para completar este panorama, no será en balde que se conozca el parentesco entre la masonería y el marxismo. Mitterrand escribe:
“En el país en donde el capitalismo pensaba haberlo corrompido, las fuerzas vivas han hecho revivir la francmasonería: en Santiago de Chile, el francmasón Allende renueva la tradición de los grandes libertadores, todos francmasones” (página 203).
Si uno compara este programa masónico y el reformismo que actualmente está invadiendo y debilitando a España, no le costará mucho de encontrar la identidad. Y por el hilo se saca el ovillo.
La masonería lo ha dicho
Jacques Mitterrand, rotundamente, hace este reto:
“Entre la España franquista y la masonería hay una lucha a muerte” (p. 201).
Probablemente a estas horas (1977) estamparía que “había” tal lucha. Porque las realidades -y la legalización que se anuncia, sin ser desmentida-, sobrepuja todo optimismo masónico. En 14 de abril de 1960, en unas instrucciones del Gran Oriente español, en el apartado quinto, se detallaba:
“Es necesario provocar desconcierto entre los españoles y desacreditar a los hombres más representativos del país. Hay que desunir todo lo posible, favoreciendo los grupos políticos que se intenten crear frente a los actuales poderes españoles. La colaboración ha de ser más directa con los que se inspiren en los principios demoliberales de tendencias moderadas, pues éstos son los que pueden abrir paso a una situación política que nos permita la reinstalación en nuestro país. Esta cooperación no supone que nos separemos de los grupos demócratas que, desde posiciones de extrema izquierda, trabajan también por el triunfo de sus ideales. Los qq. hh. han de considerar que estos últimos están llamados a detentar el poder en una segunda fase posterior”.
Ya se entiende, ¿verdad? Primero los centristas, los de la política de “la moderación”. Luego… ya vendrán los genocidas…
En el apartado sexto del mismo documento, se lee:
“La tarea en estos momentos ha de ser disminuir la influencia de la Iglesia española, restringiendo su libertad de acción, minando su supremacía sobre las conciencias y poniendo obstáculos a su magisterio sobre la juventud. Removida la oposición que nos presenta la Iglesia, se abriría un prometedor futuro a las logias. Esta labor es la más adecuada en las actuales circunstancias”.
Y en el apartado séptimo hay esta consigna:
“Tarea urgente es colaborar por la amnistía, apoyar las tendencias separatistas, desacreditar toda medida de gobierno sistemáticamente y fortalecer los vínculos con las organizaciones en el exilio, prestando especial atención a las orientaciones del Spanish Democrat Defense Committee”.
Desgraciadamente, no hay que demostrar como todo esto se ha transformado en hechos y amenazas para España. Y es que la masonería tiene pendiente su venganza sobre nuestra Patria. Nada menos que Eliseo Bayo, en “Gaceta Ilustrada”, del 11 de julio de 1976, en un artículo titulado “Hablan los masones”, divulgaba lo que los propios masones, en este caso Fernando Valera, José Zaplana y Constantino Álvarez, afirman de la masonería en España. Mientras, José Zaplana mentía descaradamente al decir que la masonería “había actuado muy discretamente durante la República, Fernando Valera, grado 33, confiesa que “es cierto que los hombres de la masonería contribuimos de forma muy especial al triunfo de la II República. Poco antes de abril de 1931 nos reunimos la Gran Logia en asamblea y de allí salió el acuerdo que luego se plasmaría en gran parte en la Constitución de 1931”. (…)
Y, como si nada, se nos dice:
“Alguien, un masón que coordina el movimiento masónico en España y que guarda en el mayor de los secretos el número actual de afiliados y de logias, afirma que un baño de masonería no le vendría mal al país, por cuanto significaría fortalecer la convivencia nacional, tolerar las ideas de los contrarios y proceder a reconstruir el país sobre la vía del entendimiento y del diálogo”.
Lo que no dice es en qué consiste este “entendimiento y diálogo” Porque los masones que, durante la República, por un instinto patriótico, se separaron del Frente Popular, durante el periodo rojo fueron asesinados intencionadamente bajo consignas masónicas, como Salazar Alonso, Abad Conde, Melquiades Álvarez, el general López Ochoa, Rico Abello, todos ellos masones, pero que fueron purgados por la propia masonería para castigarles sus veleidades anticomunistas.
Hacia la III República
La masonería quiere destruir la Monarquía de don Juan Carlos. Si la Monarquía fuera fiel a sus características fundacionales sería imbatible. Pero si la monarquía degenera en un régimen liberal, con el socialismo aupado, con los separatismos desenvueltos, con el inmoralismo permitido, con la prensa desatada, con la universidad en manos del marxismo, es imposible que resista el embate. En la revista “Cronos”, de la masonería mejicana, después del derrumbamiento de la monarquía liberal, se dice:
“España es ya una logia masónica que comprende las cuatro quintas partes de la Península Ibérica. Es un templo a la libertad, la bondad y la virtud, erigido el memorable 14 de abril de 1931, bajo la presidencia del venerable maestro Alcalá Zamora”.
En el “Boletín Oficial del Supremo Consejo del Grado 33 para España y sus Dependencias”, número 393, del tercer trimestre de 1931, se podía leer:
“La República es nuestro patrimonio. Acaba de inaugurarse en España una República fundada en los tres grandes e inalterables principios, pilares básicos y exclusivos de toda organización política humana: Libertad, Igualdad, Fraternidad… La nueva República nace libre de todo pecado y con la enorme fuerza de todas las virtudes civiles. Podemos decir que es la imagen perfecta, modelada por dulces manos, de nuestras doctrinas y principios. No es posible realizar una revolución política más perfectamente masónica que la revolución española. Si nuestra satisfacción es hoy tan legítima como intensa, no menor tiene que ser nuestra previsión. El inmenso patrimonio moral que España acaba de recibir es, ante todo, y por encima de todo, patrimonio de nuestra institución”.
En el “Boletín Oficial”, número 8, del primer trimestre de 1931, de la Gran Logia Española, se testifica:
“Como españoles y francmasones que contemplan hecha ley la estructura liberal de un nuevo Estado engendrado por los inmortales principios que fulguran en el Oriente (palabra del ritual para designar el altar del venerable en Logia, y de una manera general y esotérica la suprema dirección judía de la Masonería ya que el Templo, Israel, está al Oriente), tenemos que sentirnos satisfechos. A los francmasones que integran el Gobierno provisional, al alto personal, compuesto, asimismo y en su mayoría, de hermanos, nuestro aliento les acompaña”.
Lo que decía Franco
Por esto Franco, lúcidamente, estaba convencido:
“Es inimaginable que los vencedores de una guerra cedan el poder a los vencidos diciendo: aquí no ha pasado nada y todo debe volver al punto de partida, o sea, a cuando se instauró la República. Eso sería un abuso y una traición a la Patria y a los muertos que lucharon en la Cruzada por salvar a España” (4-II-1963).
Y el mismo Franco confiaba plenamente en la continuidad de esencial del Estado surgido de la Cruzada. Son palabras de Franco:
“Tengo la seguridad de que los tres Ejércitos defenderán siempre el Régimen que, desde luego, podrá evolucionar con arreglo a futuras situaciones políticas mundiales, pero que mantendrá inalterables sus postulados esenciales. Querer transformarlo en un sistema liberal sería dar entrada a una República, conservadora al principio, pero que daría paso al comunismo” (3-V-1969).
Y, con visión perfecta, refiriéndose a don Juan de Borbón, Franco juzgaba con plenitud de verdad:
“No cabe duda de que este príncipe, don Juan, está completamente entusiasmado con el liberalismo. Eso sería una solución para que los vencidos de ayer sean los vencedores de mañana: eso es lo que desean todos los rojos del exilio. España se convertiría en una segunda Cuba” (2-III-1963).
Y todavía, machaconamente, Franco vaticinaba:
“Pues la monarquía liberal que desea traer don Juan duraría poco y daría paso a la república que desembocaría en el comunismo. Este desenlace es el que no quiere ver el príncipe ni los que le siguen en su actual política” (6-IV- 1964).
Y para que no quede lugar a dudas, reseñamos también este juicio apodíctico y magistral del Generalísimo Franco:
“En este asunto estoy de acuerdo con el pensamiento de Lequerica, que opina que don Juan desea pasar una esponja al Movimiento Nacional, al decir que ha de ser el rey de todos los españoles y que a todos se debe por igual; a todos los vencidos (frases de Lequerica), separatistas vascos; separatistas, de la CNT, republicanos de varios matices y terroristas también, ¿por qué no?, todos son españoles. A todos se les brinda desde arriba y como regalo de gigantesca novedad el restablecimiento de sus antiguas posiciones… Si se llega a eso algún día, los rojos, después de haber sido derrotados en los campos de batalla, harían una campaña de escándalo en la prensa como ellos saben hacerlo; luego, unas elecciones amañadas y tendríamos el Frente Popular en el poder. República y comunismo después y para siempre. El rey también quiso volver a la democracia (1931), aconsejado por Berenguer y los palatinos. Las consecuencias, ya se sabe cuáles fueron. De no ser por nuestra Guerra de Liberación, España sería comunista, un satélite dominado por Moscú, y los españoles esclavos de Rusia. Parece mentira que lo que hemos visto y sufrido no haya servido de escarmiento a toda persona medianamente culta y sensata” (15-I-1962).
Conclusión
El baño masónico ya riega a toda España. Las aguas suben. Si se permite que la masonería cumpla sus proyectos, la paz de España está terminada. Y con ella, la Monarquía, que solo durará lo que interese a la maduración de los futuros pasos de destrucción de España. ¿Algunos se ríen? También María Antonieta, dos años antes de que la decapitaran, en una carta escrita a la princesa de Lamballe, Gran Maestre de las logias femeninas del Gran Oriente, en 27 de noviembre de 1791, le escribía:
“Yo he leído con interés lo que se hace en las Logias francmasónicas que vos habéis presidido en el principio del año y con lo que me habéis regocijado tanto. Yo veo que no se ha hecho más que cantar canciones y se ha hecho también el bien. Vuestras Logias nos han conmovido al liberar prisioneros y casas a las jóvenes; ello no nos impedirá el dotar a las nuestras y colocar a los niños que tenemos en nuestras listas”.
Los que hoy en España, ponderan “la reconciliación”, la “política de moderación”, el desdramatizar, el quitar motivos emocionales, el “legalizar lo que está a nivel de calle”, son tan ciegos para ellos, para la Monarquía y para España, como María Antonieta dos años antes de que cayera en redondo su cabeza, seducida por las mismas endechas del ritmo masónico todos los tiempos.
Jaime TARRAGÓ
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