Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 1 de 1

Tema: La Restauración alfonsina de 1876: “mal menor” entre Carlismo y República

Vista híbrida

  1. #1
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,441
    Post Thanks / Like

    La Restauración alfonsina de 1876: “mal menor” entre Carlismo y República

    La Restauración alfonsina de 1876: “mal menor” entre Carlismo y República


    Revista ¿QUÉ PASA? núm.203, 18-Nov-1967

    EL MAL MENOR

    ENTRE EL BIEN Y EL MAL ¿TERMINOS MEDIOS?

    Entre la anarquía de la primera República española y el triunfo del carlismo, a la sazón en pie de guerra, había un oportuno pero engañoso término medio, como motivo y pretexto para la restauración de la monarquía liberal en Sagunto: «el mal menor». Era así la realidad de «el siglo de las luces», prendida si no en el pueblo, sí en el cerebro de sus gobernantes y autoridades civiles y militares, tarados casi todos, con el sectarismo y afrancesamiento de sus progenitores.

    Y la restauración fue hecha. Pero no discurrieron los acontecimientos históricos de la Patria con luces y cielo de día festivo, a tono con el optimismo y alegría deseados por el sistema. Mantúvose España en estado de postración, de grave crisis y peligro de muerte, que hubiera acaecido, de no haber mediado, la saludable y gloriosa reacción del 18 de julio de 1936. Bien podría decirse que «las luces del siglo» fueron tristes cirios funerarios y complemento escénico adecuado a aquella situación de debilitamiento, dolor y agonía.

    Elocuentes testimonios son la liquidación de los últimos restos del imperio colonial (iniciada al son del himno de Riego en 1820), dos intentos de regicidio al sucesor del restaurado, la semana sangrienta de Barcelona de 1909, el asesinato de Canalejas en 1912, la huelga revolucionaria de 1917, el asesinato de Dato en 1921, Annual, Jaca y el dramático desenlace del destronado «mal menor», pisoteado peldaño de ascenso a II República de sangre, fango y lágrimas.

    Para la mentalidad liberal, la anarquía de la I República, a la tierna edad de once meses, era ya mala. Pero lo era en función de la peligrosa reacción carlista, que había que evitar a todo trance por inquisitorial y «absolutista». En el término medio estaba la virtud; en poder decir por boca de Alfonso XII en Sagunto: como Rey católico detesto la anarquía de la República y devolveré la paz, pero como «hombre del siglo» soy eminentemente «liberal» y admito sus consecuencias.

    Sin una gran infiltración lograda por el mal en las altas esferas oficiales no se explica la ceguera de muchos católicos advertidos por Pío IX en el Syllabus del error liberal y que, sin embargo, veían un mal mayor en el triunfo de Carlos VII.

    No suponían que como instrumentos del único y verdadero mal, sus hijos habían de pagar las culpas. Entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, el término medio es engañoso.

    Quien tramaba estas ideas falsas en el misterio de los hombres y el secreto de las sectas; quien contaba con autoridades y los más eficientes medios para su difusión, bien sabia que en aquellas circunstancias críticas para la República no había otro camino que el de la exaltación de la Monarquía «del mal menor». Se evitaba de momento el carlismo que se echaba encima y solamente quedaba aplazada la aspiración suprema e ideal de las logias: la II República con un Gobierno compuesto de iniciados, altos grados y Gran Oriente; una República que pudiese decir a los españoles por boca de su primer ministro Manuel Azaña: «¡España ha dejado de ser católica!»

    Si entre el destronamiento de Isabel II y el advenimiento de la I República solamente transcurrió el breve espacio de un lustro, con la restauración de su hijo en Sagunto, las esperanzas republicanas no estaban ni mucho menos perdidas, aunque el paréntesis de espera fuese mayor.

    La corona ceñida a don Alfonso XII era corona de ocasión y plato de segunda mesa, sin que esto ni el violento despojo y el destierro de su madre supusiesen obstáculo para recibirla. El halago, la pompa, la ostentación, el poder y la gloria posiblemente oscurecieron esos recuerdos. Tampoco mereció mayor consideración que Carlos VII, como adversario, replicase así a su profesión de catolicismo liberal»: «Lamento la actitud de mi primo Alfonso, pero sabe la «revolución» que no puedo ser su Rey». A buen seguro que la réplica no fue bien meditada. Pero en estas palabras estaba la clave del desarrollo histórico de la restauración; la razón de que Alfonso XIII, hijo del Monarca restaurado, había de entregar su corona el día 14 de abril de 1931 al llamado Gobierno de la II República, impaciente por hundir con el Trono el Altar de la unidad católica de la patria.

    Pero este clima hostil a la Monarquía legítima carlista y españolísima, que arraiga en las altas esferas y desde allí mueve la opinión, no nace por generación espontánea, ni procede de las fuentes claras de la verdad y del bien. Qué cierto es que por el fruto se conoce el árbol. Y este estado de opinión fomentado en oscuras y secretas fuentes pronto tuvo su manifestación pública, y las consecuencias amargas no tardaron en saborearse. A nadie deben extrañar estas funestas coincidencias de opinión pública y secretas consignas.

    Veamos un testimonio en el discurso pronunciado en el Congreso por el general Pavía el día 17 de marzo de 1875. En uno de sus párrafos decía:
    «La anarquía hubiera sido el triunfo inmediato y seguro del carlismo. Mi situación de capitán general de Madrid ante unas Cortes impotentes para gobernar era dificilísima. Así, pues, decidí llevar a cabo el acto violento del 3 de enero. ¡Ah, señores diputados!, si yo no hubiera ejecutado aquel acto no hubiera quizá terminado el mes de enero sin que hubiera entrado en Madrid don Carlos de Borbón».

    Esta era la voz pública, la voz del Congreso, la voz del periódico y de la calle en Madrid. ¿Estaba de acuerdo con la de la prensa impía, con las maquinaciones de tenebrosas sectas?... «Latomía», órgano masónico oficial, decía lo siguiente: «La masonería fue partidaria de la restauración». En el mismo artículo hace referencia después a otra publicación de la Orden: «El Debate» (no el de don Angel Herrera) de 30 de noviembre de 1882 donde se afirma que «el código inmortal de 1866, que no arraigó con Amadeo de Saboya, echaría raíces con Alfonso XII». Y continúa diciendo textualmente:

    «Tras un largo e infructuoso período de aventuras, tras el desdichado ensayo de la República, durante la cual la nación estuvo a punto de caer en brazos de la demagogia primero y después en las guerras del «absolutismo», es lógico que pensemos todos, que piensen todos los demócratas en contribuir con su prestigio y sus fuerzas a robustecer lo existente, buscando la restauración de las conquistas de septiembre por medios pacíficos y abandonando por gastados los recursos revolucionarios» (Las “conquistas de septiembre” de 1868 nacieron en Cádiz al grito de ¡abajo los Borbones! y dejaron sin trono a Isabel.)

    La semejanza de la consigna secreta, con su expresión pública en el Congreso, queda absolutamente confirmada y fidelísimamente cumplida estuvo la ejecución de la restauración de Alfonso XII en Sagunto en un pronunciamiento sin sangre, cuando la violencia estaba circunstancialmente proscrita en la publicación oficial de la Orden.

    II

    Ciertamente que las ideas eminentemente católicas y patrióticas defendidas con firmeza de carácter por Carlos VII no podían ser del agrado del Gobierno de Madrid, cuyos ministros y autoridades, so pretexto de un liberalismo en boga, no eran sino dóciles instrumentos de ocultos enemigos de Dios y de la patria. Esta disparidad de criterios irreconciliables queda patente en los manifiestos de ambos Reyes en guerra; el del católico «liberal» y católico a secas, cuya dignidad no le permite otra protesta contra la «revolución» que la formulada por la boca de los cañones.

    Lo acendrado del auténtico catolicismo a machamartillo de don Carlos queda reflejado en las páginas de su diario. Dice así en la correspondiente al día 22 de febrero de 1871, de cuyo final es este hermosísimo párrafo:

    «La revolución francesa dio mucha luz: era la luz seductora del mal; pero esa luz, que aún no se ha apagado, hará apreciar y conocer la luz verdadera del bien, cuyo resultado tiene que ser una gran regeneración social; regeneración que, como toda cosa grande, no puede triunfar sin una gran lucha. A esa lucha nos preparamos. Las campos se dividen; de un lado está Jesucristo, del otro, Satanás representado por la Diosa Razón. Es imposible que estudie uno la política sin ver estas cosas. Yo las veo y por eso tengo fe en el triunfo; no desmayo nunca, trabajo sin cesar, no me hago las ilusiones que otros porque la cosa me parece demasiado grande para que pueda conseguirse tan pronto y tan fácilmente. Que mi divisa sea siempre ¡Adelante! ¡Que sea mi gran virtud la constancia, la actividad, el amor patrio! ¡Que el pueblo español me secunde y Dios nos bendiga! Y de seguro venceremos

    Así opinaba con profética visión cuando no tenía los veinte años de edad; cuando se preparaba para la difícil lucha contra la antiespaña del «mal menor», iniciada por su abuelo, Carlos V. En la madurez y desterrado en Venecia, su fe seguía inquebrantable cuando decía: «En mi testamento privado consigno la ferviente declaración de mi fe católica. Quiero aquí repetirla y confirmarla a la faz del mundo. Sólo a Dios es dado conocer qué circunstancias rodearán mi muerte. Pero sorpréndame en el trono de mis mayores, o en el campo de batalla, o en el ostracismo víctima de la revolución a la que declaré guerra implacable, espero exhalar mi último aliento besando un Crucifijo, y pido al Redentor del mundo que acepte esta vida mía, que a España he consagrado, como holocausto para la redención de España».

    Tenía toda la razón don Carlos dando público testimonio de su catolicismo a secas y poniendo en evidencia el catolicismo «liberal» de Alfonso XII, mimado por las sectas, y al que aquél declaró guerra tenaz e implacable durante toda su vida. Y proféticas fueron sus palabras: «Que ei pueblo español me secunde y Dios nos bendiga!», porque ni el concurso del pueblo ni la bendición de Dios estuvieron ausentes en nuestra Cruzada; en el maravilloso resurgir del carlismo el 18 de julio de 1936, no sólo en Pamplona, sino en Sevilla, Burgos y todas las capitales y pueblos de la zona nacional. Por ello tuvo que decir el Generalísimo Franco: «Los requetés aportaron al Movimiento, junto con su espíritu guerrero, el sagrado depósito de la tradición española, tenazmente conservada a través del tiempo, con su tradición católica, que fue elemento formativo principal de nuestra nacionalidad, y en cuyos eternos principios de moralidad y justicia ha de seguir inspirándose». Y hubo de justificar la razón de las guerras carlistas «cuya explicación la vemos hoy en la lucha por la España ideal y representada entonces por los carlistas contra Ia España bastarda, afrancesada y europeizante de los liberales».

    Porque se dividieron los campos como don Carlos lo había previsto: «De un lado Jesucristo y de otro Satanás», representado ahora por el comunismo ateo engendro del «liberalismo», por eso surgió el 18 de julio de 1936.

    Terminó la guerra, y después del triunfo, al que el carlismo no fue extraño, y después de una paz próspera y feliz disfrutada como premio durante más de un cuarto de siglo (fenómeno desconocido en más de cien años de «liberalismo»), la guerra fría contra el carlismo se acentúa de día en día en la prensa de mayor difusión.

    Pero ¿será coincidencia?... También en el secreto de la logia se acaricia la idea del «mal menor» como «única posibilidad» ¿Para qué?... Para usurpar nuevamente los derechos adquiridos por el único príncipe no complicado con el liberalismo causante de nuestra Cruzada por Dios y por España; el único príncipe vinculado a ella con hecho cierto que la historia no puede ocultar: la movilización general del requeté cuya orden firmó y que le acredita como digno sucesor de Carlos V y Carlos VII.

    Por eso a nadie puede extrañar que el día 20 de junio de 1943 se hablase en el Oriente de Iberia, en Lisboa, de una nueva Pavíada y se dijera lo siguiente: «Apoyemos todos la caída de Franco y la subida de Juan III. Hoy es la única posibilidad». En otro párrafo del acta declaran manejable a este candidato. Y termina así el documento: «Resumiendo: Haláguese a los sectores diversos, contrólense las pasiones y apetencias, preséntese como solución única la Monarquía juanista: ¿Falangista?... ¿Tradicionalista?... ¡Liberal sí lo sabemos hacer!» Nuevamente «el mal menor juanista pero liberal», promovido en la logia como solución al problema sucesorio español, resuena a diario en tribunas y periódicos intentando hacer opinión favorable a sus designios. ¿Hasta cuándo? Hasta que los lectores curen de su amnesia y reconozcan el engaño.

    No será entonces prudente dejar que la historia se repita; consentir que expongan a quien prodigan tanto afecto y simpatía, que yo respeto, a un destronamiento dramático como el de la Regente María Cristina, el de Isabel II y el de su padre Alfonso XIII.

    Si la logia del Oriente Iberia le declaró manejable en 1943, a los dos años se hizo público su manifiesto antifranquista de Lausana repetido después en Estoril. También se lee en el citado documento masónico que cuando se propuso a Prieto como «mal menor» la candidatura monárquica juanista se le rogó que su convicción republicana aburguesada la conservase como «meta ideal». Y recuerden ios lectores que esta misma proposición se le hizo después a Rodolfo Llopis en la «farsa de Munich» de 1962.

    Esta es la triste verdad de «el mal menor». Termino con las palabras de Carlos VII: «Que la luz seductora del mal haga apreciar y conocer la luz verdadera del bien».

    MANUEL DE VALDIVIELSO


    Última edición por ALACRAN; Hace 6 días a las 13:25
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. Batalla de Abárzuza (1874) : cuando el carlismo acabó con la 1ª República
    Por Hyeronimus en el foro Historia y Antropología
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 09/08/2020, 14:36
  2. Respuestas: 0
    Último mensaje: 05/06/2015, 12:15
  3. El fracaso electoral en el año 1876. Historia de una mentira.
    Por Hyeronimus en el foro Historia y Antropología
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 25/06/2013, 11:25
  4. La Contrarrevolución Legitimista ( 1688-1876 )
    Por Ordóñez en el foro Historiografía y Bibliografía
    Respuestas: 8
    Último mensaje: 21/02/2009, 23:25
  5. República espanhola ou República ibérica
    Por Ibérico en el foro Política y Sociedad
    Respuestas: 3
    Último mensaje: 26/04/2005, 21:18

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •