PRO CULTURA DEL PUEBLO
Libros y relojes
10-VI-1937
La facilidad con que muchos de los abogados que ejercíamos en Madrid la profesión abríamos las puertas de nuestros bufetes, y cuenta que otro tanto sucede con los médicos, a los que, diciéndose pobres, ganaban, sin embargo, sueldos y jornales notoriamente superiores a los que establece el precepto en que se amparan generalmente para entablar una reclamación de mala fe, justificar a su modo el incumplimiento de una obligación o realizar una estafa al margen del Código Penal, poníanos a veces en contacto con gente desaprensiva y abusona que buscaba, más que otra cosa, en el letrado, la dirección técnica gratuita.
Claro es que, como decimos, tratábase de obreros cuyos jornales habríales permitido, a buen seguro, remunerar su labor al abogado, pero —lo hemos observado con frecuencia— fuese porque creyeran que entre las obligaciones de un jurisconsulto figura ésta de amparar con su toga al desvalido, sea quien sea, o porque estimasen fácil y hacedero su concurso, es lo cierto que a! pisar el despacho del técnico cuya opinión pretendían, no sólo olvidaban sus reivindicaciones , logradas y plasmadas en cien leyes sociales, sino que por cruel y paradójico abuso pretendían que el esfuerzo en su beneficio realizado nunca se consumara a título oneroso.
Gano un jornal muy corto y es muy numerosa la familia que he de mantener, solía decir el visitante a manera de prólogo par acortar toda ilusión en su interlocutor. Le ruego, imploraba meloso, que me atienda, porque soy hombre agradecido y sabré corresponder...
Repetido el disco hasta la saciedad, no se paraban mientes en aquella promesa, que jamás se cumplía y por un espíritu de sacrificio —de verdadero sacrificio— más desarrollado entre los profesionales de la toga que entre los que ejercen otras disciplinas, se aceptaba el encargo, que la mayoría de las veces no proporcionaba al aceptante más que disgustos y pérdida de tiempo.
Así el caso de aquel ferroviario, obstinado en divorciarse de su esposa porque ésta se oponía a un pasatiempo no punible, a su juicio, en ninguna República bien organizada, nos obligó a una serie de lamentables entrevistas, careos y conferencias que hubiesen seguramente terminado con la ruidosa renuncia del asunto o el endoso del pleito a un más pacienzudo compañero. Aunque aquel "mochuelo " cien por cien no, era en verdad recomendable.
No hay causa de divorcio, repetíamos una y otra vez.
Y así una visita y otra, sin más esperanza que Ia que deslizaba aquel terco en sus prometedoras despedidas... Yo soy un hombre agradecido... Sabré corresponder... Si necesitase alguna vez de mí... Porque... ¡quién sabe!; el mundo da muchas vueltas, y a lo mejor un día...
Y en efecto, aquel día llegó. Una cuadrilla de forajidos, iniciada apenas la revolución, acababa de practicar un registro en mi casa, sin que hubiera encontrado ningún documento, arma o papel que me comprometiese. No obstante el negativo resultado del bárbaro allanamiento (destrozaron a culatazos para entrar el tablero central de la puerta del piso) condujeron a mis familiares a la Checa del Círculo de Bellas Artes y prometieron, entre juramentos y blasfemias, volver por mi persona. Porque, como supondrá fácilmente el lector, era yo, el jefe de familia, quien les interesaba…
¿Qué hacer? Llamar a Fiscalía por teléfono... Sí; el fiscal, los abogados fiscales podrán ampararme. Eran los defensores de la ley. Pero además eran los míos; mis compañeros de carrera, mis amigos. No iban a encogerse de hombros ante una detención tan arbitraria...
No dudé más. ¿Dónde mejor? Decepción: desconsuelo, angustia infinita del que se ve desamparado en trance mortal...
¿Pero ustedes no ejercen el cargo?
Sí, sí; todavía lo ejercemos, pero no somos nadie... No podemos hacer nada por usted...
¿Es posible? ¿No está en el despacho Díaz Ordóñez? ¿Ni tampoco Ciudad? ¿Ni Huidobro, ni Ochoa? ¿Ni Escosura?
No hay nadie, ni sabemos dónde están esos señores... pero le repito que nada podrían conseguir... Vea si en el Juzgado de guardia o acaso el señor De Juan, actual subdirector de Seguridad...
No insistimos, pero tampoco el juez a quien desolados hubimos de recurrir podía interesarse...
Si; ya le escucho. Su familia en la Checa y usted perseguido, pero comprenderá que mientras no lo detengan...
Bien, pero es que si me detienen, todo será inútil, porque, por lo visto, aquí no manda nadie más que esas partidas de malvados...
Desgraciadamente tiene usted razón...
Aún queda De Juan, pensamos. Parecía hombre de derechas, ponderado, ecuánime y discreto, cuando actuaba en la Audiencia. Si el cargo, que aceptó por medrar, no le ha corrompido…
Pero De Juan, atento sólo a su hoja de servicios —lo supimos más tarde—, presenciaba impávido los crímenes más espantosos, las detenciones más absurdas, los más inauditos atropellos... ¡Perdimos, pues, toda esperanza!
De pronto vino a nuestra memoria un nombre. Si; aquel obrero ferroviario que tantos días me abrumara en el despacho con su asunto. Al dorso de una tarjeta llevaba sus señas y el número del teléfono de cierta tienda próxima a su casa... No había tiempo que perder. Quizás los sucesos le habrían convertido en un hombre influyente, audaz, sinvergüenza, inmoral... Algo tenía adelantado para que lo incluyesen los criminales en sus ternas...
Dos horas más tarde se hallaba en mi presencia en el bar donde le citara. Vestía "mono" azul, camisa, y de seda. Calzaba elegantes botas de charol y paño claro.
Me ofreció un cigarro rubio, que, vanidoso, extrajo de una esmaltada petaca, que cerraba el cabusson de un soberbio zafiro...
Has hecho bien en llamarme, dijo iniciando un tuteo, que se me antojó de buen agüero. Las cosas han cambiado, y hoy me encuentro en condiciones de pagar tu trabajo... aunque aquel asunto ya no me interesa, porque mis camaradas han abolido el matrimonio. Tendré de hoy más, cuantas mujeres apetezca.
No se trata de eso, interrumpí. Es que me persiguen. Mi mujer ya está detenida. Yo, si no lo impides tú, no tardaré mucho en caer en manos de las Milicias... Lo que pretendo, pues, de ti, es que me ayudes a esconderme; que me busques un refugio, ya que tú no has de ser sospechoso a los tuyos; siquiera por esta noche...
Reflexionó un momento y preguntó: ¿Sabes quién soy?
Creo que sí, contesté sorprendido.
No; no sabes quien soy, porque si lo supieras... Me llaman ¡el ejecutor de la Elipa! ¿Entiendes? ¡El ejecutor...!
Sí; ya comprendo. Sé lo que la palabra significa...
Pero en fin, agregó; pese a la trágica misión que la revolución me ha impuesto, soy un ser consciente, un ciudadano comprensivo y para que puedas algún día hablar de mis sentimientos, de mi formalidad, y sobre todo de mi amor a la cultura voy a llevarte al Ateneo Libertario que en la barriada donde vivo acabo de instalar. Verás que magnífico refugio. Allí no dan contigo...
Ya en el escondite, al que llegué en un auto del que acababa de incautarse, no pude en toda la noche conciliar el sueño... Me sabía seguro, porque junto a mi hallábase aquel hombre, cuyo prestigio entre los suyos, ganado en pocos días a fuerza quizás de horrendos crímenes, era entonces la garantía de mi vida, pero el mobiliario, heterogéneo mobiliario de estilos diferentes, las lámparas, los bustos de mármol y bronce, los cuadros, de gran valor algunos, las máquinas de escribir, la profusión de abrigos, el calzado abundante y los libros, desparramados por estantes y mesas, me hablaban de registros, de incautaciones , de robos, de cruentos despojos... Y también de golpes, de torturas, de asesinatos, tal vez por ellos presenciados...
Nos despedimos, ya entrada la mañana, pero antes quiso enseñarme el Ateneo… Todavía se halla en embrión, y está, como ves, desordenado, pero lo iremos arreglando poco a poco... Faltan muchas cosas... Sin embargo, de libros no ando mal del todo, porque estimo que lo esencial para el pueblo es la cultura. ¡Mira! Y, sin importarle la extrañeza que me producía advertir tres relojes de pulsera, uno de platino y brillantes en sus remangados brazos, me iba señalando obras, autores, ediciones...
¿Qué es esto? ¿El Quijote? Sí; de esos tenemos 23 ejemplares...
¿Y esta colección? ¿Es El Espasa?
En efecto. De eso hay en el Ateneo… ¡nueve colecciones! Es lo que yo digo. El pueblo debe destruirse, porque un pueblo sin cultura no va a denguna parte...
¿No te parece, camarada?
MANUEL DELORME
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