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Tema: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

  1. #101
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    "EL BANQUETE DE LOS MUERTOS SAGRADOS"
    EL BANQUETE DE LOS MUERTOS SAGRADOS

    1-VI-1937

    He asistido hace pocas horas al banquete más emocionante que nunca pudiera soñar Platón. A él concurrían escritores, filósofos, políticos, guerreros, heroicos, sublimes, geniales. Y asistían muertos, muertos de España... Y. entre nosotros, medio muertos de pena, vivos con extraña alegría, sentíamos que estaban ELLOS más vivos que nosotros mismos... Calvo Sotelo, Pradera, Maeztu, García Villada, Sanjurjo, García de la Herrán, tantos otros... nuestros muertos sagrados estaban allí, entre nosotros, en el supremo banquete de Acción Española, en el XXV aniversario de la muerte de nuestro Maestro, Menéndez Pelayo, el Precursor, el Bautista de nuestra Redención

    Acción Española celebró muchos, banquetes en los tiempos de la infame República, que eran como escaramuzas precursoras de la batalla decisiva. Todos tenían un tono marcial, un aire bélico... Siempre nacían de ideas, ideas agudas, ideas verticales, ideas-lanzas, pensamiento militante... Siempre, siempre honramos, exaltamos el heroísmo, la sangre generosa, la muerte por Patria.

    Justo San Miguel, Triana, González, Muro, Del Oro, los del 10 de agosto, fueron los primeros inscritos en el Cuadro de Honor de Acción Española. Después... el número ha hecho saltar el marco.

    ***
    En nuestro banquete último estaban todos presentes. Y a la cabeza, nuestros grandes muertos sagrados. El secretario evocó los nombres de unos cuantos, y allí acudieron. Nos habló en su nombre don Pedro Sainz Rodríguez. Habló con una emoción hacía resbalar gruesos lagrimones por su rostro. Nos habló del prestigio mundial de Maeztu, filósofo honrado y escuchado en Inglaterra y Alemania, , profeta de su desgracia, que presentía que lo matarían, "que lo estrujarían contra sus libros"... Nos habló de aquellas recias inteligencias, de aquellas firmes voluntades indomables que eran Calvo Sotelo y Pradera, nos dijo que estimaba como el más alto honor de su vida el haber colaborado a la estrecha unión de pensamiento y voluntad, que fué el Bloque Nacional,

    Recordó cómo había besado, trémulo, la mano yerta del cadáver destrozado de Calvo Sotelo, sobre la mesa de autopsia del cementerio del Este. Nos narró la santa muerte de Pradera, como un San Pablo, con el Crucifijo en la mano, gritando a sus asesinos: “iESTE no muere! ¡Y si os arrepentís, EL os perdonará, como yo os perdono!"
    Allí estaba, escuchándole, entre nosotros, el hijo de Pradera, alto, espigado, con la barba enérgica, sello de la voluntad de hierro del padre, con unos grandes ojos negros, de luto, con una llama de juventud y de futuro en el fondo...

    Fué tal la emoción de las palabras de Sáinz Rodríguez, que por invitación del profesor Valdecasas, surgió a hablar quien sólo podía contestarlas dignamente: un poeta, un gran poeta. Con la camisa azul desaliñada, con palidez espectral de trovador errante, con ojos febriles de ensueño, nos habló Dionisio Ridruejo de la juventud del frente, con los dedos aún calientes del cañón del fusil... De esa juventud que tiene los mínimos respetos y las máximas rebeldías... "Pero yo os afirmo—agregó con solemnidad de rito—que si esa juventud repugna obediencias y rechaza respetos, a vosotros, los hombres de Acción Española, ha de ser a los únicos de España a los que ha de respetar y cuyos consejos estamos dispuestos a aceptar. ¡Los muertos mandan! ¡Y habláis en nombre de una doctrina resellada con la sangre de vuestros muertos!"

    ***
    Estamos en Salamanca, entre piedras seculares de Sabiduría. En esta guerra sagrada no hay coincidencias casuales; todo es simbólicamente providencial. Y por eso está en Salamanca, hoy, el centro de la Vida Hispánica. Para que aquí oigamos a Eugenio Montes dirigirse al secretario de Acción Española "que es de la estirpe de los grandes fundadores que se esconden, de la raza de Santo Domingo de Guzmán y de Santa Teresa de Jesús"; y aquí, en Salamanca, a orillas del Tormes, a treinta kilómetros del cuerpo de la Santa no nos parezca el elogio desmedido, tanta es la fiebre española de fundación, que a nuestro secretario consume.

    Y aquí en Salamanca, en la misma cátedra magistral de Melchor Cano y de Domingo de Soto, de Nebrija y del Brocense, no vacila en llamar a Eugenio Montes, maestro en toda la hermosa plenitud del concepto; porque como gran maestro de cultura y de Política, nos habló, con belleza de talla y amplitud de arquitectura imperial, de la importancia del momento español, de lo frágil de la civilización, de la gravedad de la tarea, de la enorme responsabilidad política del porvenir; y a todos nos llegaba al alma—y más hondo tal vez que a nadie al que escribe— cuando en palabras graves y concisas cincelaba los rasgos elegantes y profundos, macizos y exquisitos, del gran ausente—otras veces presente en los banquetes de Acción Española—José Antonio...

    El Conde de Rodezno tuvo hondos acentos de señoril serenidad, de emoción profunda y sobria, índice ejemplar de lealtad, de honor y de conducta...

    Y en estas orillas del clásico fray Luis, un altísimo poeta, digno de nuestro Siglo de Oro, José María Pemán, puso áureo broche al banquete de nuestros Muertos Sagrados, más puro y alto, en su hispánica austeridad que el helénico inmortal, haciéndonos llorar a todos por dentro al leer una poesía inédita al dolor de la madre española ; a una madre a la que vio en el Hospital de Sevilla, entre dos cadáveres de dos hijos suyos muertos, por la Patria, cuyos labios exangües no lloraban, sino rezaban...
    "Porque hay labios de madres que rezan y no lloran." ¡Triunfará España!

    ***
    Asistía al banquete un joven e ilustre publicista argentino, de mirada inquieta de místico, que pocos minutos después había de enviar a su periódico, La Nación, un largo radiograma, que nos leyó. Y he aquí que en este radiograma, que las ondas eléctricas habían de llevar a la América hispana a través de miles de kilómetros de esa nada que llamamos espacio, volaba la palabra precisa, que ahonda en el significado de aquella extraña y sublime reunión: "Se reunieron militares, requetés, falangistas e intelectuales de Acción Española para festejar a sus muertos."

    Y esa hondísima paradoja era nuestro banquete. Festejábamos dolorosos a nuestros grandes Muertos Sagrados; tan doloroso, con llanto tan íntimo y callado, porque no había ni uno solo siquiera de los allí presentes que no uniéramos un gran dolor personal en aquella mesa de comunión de grandes dolores y de grandes amores de España.
    Pero por eso estábamos también solemnemente alegres. Porque adivinábamos en aquella cena algo de la Cena Sagrada, que todos los católicos adoramos; porque los discurso nos sonaban a sermón de Institución, porque sobre aquellos manteles partíamos, por mandato de nuestros Muertos, con las jóvenes generaciones, el pan y el vino de la Vida Intelectual futura... Porque presentíamos que, en plazo no lejano, como después de aquella Cena de la Pascua del Parasceve, toda florida de lirios morados, habrá de amanecer sobre las colinas de la "Nueva Jerusalén-España" la aurora de Resurrección de una Nueva Cristiandad.

    JOSÉ PEMARTÍN
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

  2. #102
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    "Picaresca vasca"


    LOS RECURSOS DE LA PICARESCA

    2-6-1937


    Los golfos, los rateros y demás pilletes practican una maniobra muy conocida, cuando se ven sorprendidos por los guardias; una maniobra muy conocida, pero que siempre les da resultado. Se tiran al suelo, gritan y sollozan, protestan de que están maltratándolos y de que ellos no hacían nada y son unos inocentes. El público se aglomera en torno, e indefectivamente sale a favor del golfo. Los más indignados increpan a los guardias por su "brutalidad", y nueve veces entre diez el cínico granuja consigue aprovechar el barullo para escabullirse y escapar.

    Ahora son los rojos quienes recurren a esa maniobra de la picaresca. Los de Valencia se han puesto a gritar que ellos no han hecho nada, que son unas honradas personas con Parlamento y todo, y los separatistas de Bilbao, probablemente más pilletes que nadie, imitan a la perfección a los descuideros cogidos in fraganti, y ahí están, bajo el fuego de los cañones nacionales, lanzando al mundo sus alaridos de queja e invocando la compasión con las teatrales evacuaciones de niños y mujeres.

    No falta, es claro, un público internacional que les asiste con su irreflexiva compasión, porque el recurso de los pobres niños abandonados no se gasta nunca, y esto lo saben bien desde Indalecio Prieto hasta los cazurros políticos del separatismo vizcaíno. También surte siempre buen resultado el recurso de los pueblos oprimidos. Nadie había esclavizado al país vascongado, ni nadie entre nosotros desea más que su bien; gozaba de todas las protecciones arancelarias, de todas las ventajas económicas y de una autonomía conveniente y privilegiada; su religión es la misma que la de la España verdadera, y los habitantes que sabían el vascuence podían hablarlo a su placer, mientras los que lo ignoraban (y eran las tres cuartas partes del país) hablaban voluntaria y gustosamente el castellano. Pero los separatistas han inventado un problema de pueblo oprimido, ¡pobrecito pueblo!, y para la mentalidad del papanatismo internacional esto es lo que cuenta y lo que gusta. ¡Qué no darían la mayoría, por no decir la totalidad de las regiones de España, por disfrutar la riqueza, los halagos y las distinciones de las provincias vascongadas!

    En este momento, los últimos separatistas vascos están haciendo la maniobra del golfo que se tira al suelo y lanza alaridos patéticos. El Ejército nacional representa a los guardias, a la Autoridad. Y el público de internacionales hace el papel del coro populachero, pronto a soliviantarse contra la "brutalidad" de los agentes de la Ley. ¿Pero el público está formado completamente por personas de buena fe? En las trifulcas callejeras, los que defienden al golfo suelen ser ellos también un poco golfos, y los demás se hacen los tontos o los ingenuos. Por muy sospechosos de limitación mental que sean Maritain, Mauriac y Pertinax, no vamos a creer que estén convencidos de que les pobrecitos separatistas, cómplices y socios de los sanguinarios rojos, son unos desdichados oprimidos. Pero Íes conviene hacerse los tontos y. aparentar que creen esas pamplinas.

    Todos los enemigos de Franco, todos los que desearían malograr su victoria (y son innumerables y de los más variados pelajes) se hacen los ingenuos ante el fenómeno español y fingen una ignorancia que a nadie puede convencer. Indudablemente, el mundo está lleno de mentalidades simplistas o bobaliconas que se tragan sin la menor violencia el cuento de los niños evacuados, de los pueblos martirizados y de la ferocidad y despotismo de la España nacional. Son los que piensan con arreglo al sistema standardizado; son los lectores en serie de esos periódicos de las grandes metrópolis, que hacen con los hechos y las verdades las prestidigitaciones más habilidosas. Para semejantes mentalidades multitudinarias, la paradoja del golfo que pega alaridos a la vista de los guardias tiene eficacia convincente. Pero esas muchedumbres de mentecatos internacionales no son las que deciden las cosas; son los otros, los avisados y despiertos, y a éstos no se les engaña con teatrales alaridos. Pero a su política conviene el hacerse los convencidos.

    Aquí lo importante es pesar las conveniencias, y cada una de las dos Españas en lucha propone una solución distinta. O una España disminuida, debilitada, partida en pedazos y presa del espíritu de la plebe, o una España esperanzada, que aspira a la grandeza y obedece a la tradición racial de lo noble y elevado. La promesa de una España disminuida resulta para ellos más conveniente y cómoda, y así no es extraño que surjan consecutivamente tantas dificultades, tantas hostilidades enmascaradas.

    Por fortuna, la razón sigue a la victoria. Nada hay tan convincente como el triunfo. La victoria confiere al que gana el derecho a la posesión de la verdad, y al momento en que la fuerza de las armas pronuncia su última palabra, ahí mismo terminan las conspiraciones, las insidias y las habilidades abogadescas de los cómplices del mal. Es como cuando los guardias, sin reparar en las protestas y empaques del público callejero, trinca al golfo por el cogote y se lo llevan a la cárcel. La razón estaba previamente de nuestra parte, la fuerza nos ayuda; no hay más que ejercitar la fuerza con creciente actividad, y la victoria final nos dará la razón definitiva contra todas las conspiraciones y complicidades.

    CAPITÁN NEMO





    Última edición por ALACRAN; 27/10/2022 a las 17:06
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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    "Catalanes y catalanistas"


    CATALANES Y CATALANISTAS


    9-6-1937

    Hay—inútil sería ocultarlo—en muchos lugares de la España en salvo un sentimiento muy acusado de rencor contra los catalanes. De una parte, por el convencimiento de que incumbe grave responsabilidad al catalanismo en la enorme tragedia que vivimos; de otra, por la ayuda manifiesta que un sector vastísimo del pueblo catalán ha prestado a la revolución roja, que sin estos auxilios se encontraría ya en quiebra. Pero de que este rencor se agrande y active a cada nuevo día en lugar de extinguirse hay que culpar a muchos catalanes que vinieron a la zona redimida en son de ayuda, fingiendo arrepentimientos y adhesiones, pero que en el fondo siguen alentando la misma pasión exclusivista, insolidaria, la misma visión fragmentaria y local de los problemas nacionales. Catalanistas encubiertos en su mayoría, con antecedentes que habrían bastado para recluir a alguno de ellos en un campo de concentración, son ahora, como lo fueron antes, los eternos y turbios maniobreros, los pescadores de siempre en río revuelto, aunque, por fortuna, el río revuelto traiga en nuestra España tan escaso caudal.

    No todos los catalanes son así; lo aclaramos con gusto. Siempre hubo en Cataluña unos núcleos heroicos que resistían al contagio del nacionalismo criminal. Baluartes de la hispanidad, desde los cuales una política inteligente y resuelta—sobre todo resuelta—podía haber intentado la reconquista espiritual de Cataluña. Pero estos núcleos de fermento español eran escasos y estaban imposibilitados de toda acción por el bloqueo de que les hacía víctimas el catalanismo, que usaba contra ellos toda suerte de armas. Por eso, cuando había que luchar por España y defender su bandera éramos tan pocos, aunque ahora haya tanta gente por aquí con el lacito bicolor en la solapa.

    De siempre, no de ahora, los que deseábamos ver libre a Cataluña de la roña del nacionalismo puntualizábamos cuando la ocasión se presentaba, que una cosa eran los catalanes y otra los catalanistas. Y eran éstos los que se rebelaban contra el distingo y a su vez nos designaban con el calificativo injusto de anticatalanes.

    —Está usted dando una paliza a Cataluña—me dijo días pasados un catalán, a raíz de la publicación de un artículo en el que sólo se hacían cargos a la Lliga.

    El truco era el de siempre. Confundir a Cataluña con el catalanismo; borrar la divisoria entre el catalán y el catalanista; sembrar, en definitiva, la confusión entre términos y clasificaciones que ahora más que nunca interesa que permanezcan claros.

    Estamos frente a una realidad tan palmaria, que es estúpido buscarle explicaciones metafísicas. El rencor contra Cataluña lo fomentan inconscientemente esos catalanes que continúan creyendo que atacar a la Lliga es ofender a Cataluña, que se resisten cuanto pueden al empleo y uso del castellano, verdadero lazo de solidaridad "hispánica, y que todavía—a estas alturas— no han formulado una condenación explícita contra los extravíos de tipo doctrinal, político y espiritual a que llevó a aquella región el nacionalismo.

    De muchos profesionales destacados que andan ahora por la España nacional recordamos discursos, conferencias v escritos que no eran precisamente jaculatorias en loor de España. ¿Cuántos de ellos han rectificado a tiempo? Y entre los que rectificaron, ¿cuántos lo hicieron con el estrépito con que cometieron la culpa?

    Si la F. A. I.—no el catalanismo separatista—les ha hecho ahora la vida imposible o difícil en su región, ¡vamos a interpretar su emigración forzosa como una manifestación de solidaridad con el magno empeño que está realizando la España nacional, que lo es sólo antianarquista, sino también antiseparatista, de exterminio de los nacionalismos locales, y de amplia restauración española?

    Días pasados hacían tertulia en el café de una noble ciudad castellana varios refugiados catalanes de notorio relieve. Uno de ellos, hombre de voz fuertemente timbrada, se expresaba en la lengua vernácula.

    —Habla castellano—le advirtió amistosamente uno de los que formaban el grupo.

    —Quiero demostrar que hablando catalán también se puede amar a España—contestó el requerido.

    Buen propósito, sin duda; ¿pero no hubiera sido mejor modo de expresar ese amor usar el idioma que une a los españoles, el que todos entienden y el que corresponde a este momento de unidad y solidaridad nacionales que es la guerra que estamos haciendo?

    De los mismos catalanes depende que la posición sentimental adoptada frente a ellos por un vasto sector de españoles se modifique favorablemente. Pero mientras detrás de un catalán se oculte un nacionalista con todos sus resabios de insolidaridad y toda su vidriosa susceptibilidad localista, no es de esperar que el cambio se produzca.

    A. MARTÍNEZ TOMAS



    Última edición por ALACRAN; 09/12/2022 a las 14:02
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    CLIMA Y ESPÍRITU



    CLIMA Y ESPÍRITU

    10-VI-1937

    «Quitarnos humos...»


    Algunas veces vienen a vernos extranjeros, de países que no ha y que nombrar para no herir susceptibilidades. Suelen ser gentes educadas, vestidas decorosamente, no mal intencionadas. Pero nos hablan en un lenguaje tan lejano, tan distante, que realmente parecen proceder de otro planeta.

    Aquí vivimos en un clima de exaltación y de sacrificio. No se conversa con nadie que no tenga más o menos cercano un drama familiar, una víctima todavía caliente de la barbarie roja y un anhelo de venganza. Los jóvenes—la mayoría de los jóvenes— sienten el ansia de la guerra. Los que están en ella y vuelven, sin poder explicárselo, experimentan una desilusión en la retaguardia. Habían pensado secretamente en los días de descanso, y el descanso les parece monótono y el ambiente del tiempo de paz, que con alguna modificación se encuentra en las ciudades, tras del frente, se les antoja soso, sin sabor ni encanto ninguno. La vida les parece que, fuera de la zona de operaciones, funciona al ralenti, sin la tensión que la hace dramática y a la vez sabrosa donde se combate. (…)

    Uno oye a esos extranjeros hablar de peligros internacionales. Y se dice: "Para cada uno de los miles de hombres y de mujeres a quienes han matado ya un hijo, o que lo tienen en riesgo de morir en el frente, ¿qué más da que el universo entero arda en una conflagración? " Los que nos hablan de eso, pensando intimidarnos, no se dan cuenta del clima heroico, desesperadamente tranquilo en que millones de españoles están viviendo con la mayor naturalidad. Si hubieran tenido la precaución de leer en los periódicos de provincias la colección de estos diez meses, y ojeado las esquelas mortuorias—Luis, o Fernando, o Antonio, de dieciocho, de veinte, de veintitrés años, muerto por Dios y por España en tal frente—, millares de ellas, cuya lectura en serie produce escalofríos, no hablarían aquí sino como el que lo hace en un templo, lleno de unción y de respeto, intimidado por la santidad que en el ámbito español se respira. Porque los imperios extranjeros son temibles. Pero para quien ha visto morir a sus hijos y está dispuesto a morir él mismo por una causa, el único temor que se le puede sugerir es el de Dios. Todo lo demás le tiene perfectamente sin cuidado.

    El mundo europeo que conocemos no respira este aire. Está comido de vicios, de molicie, de codicia calculadora. A veces uno habla con un escritor. Le sorprende la supervivencia de aquella vanidad profesional que nosotros ya hemos rebasado, de la mentalidad ceremoniosa y petulante que todavía perdura cuando aquí el que más y el que menos tiene hechas todas sus cuentas y está dispuesto a emprender el viaje definitivo, y, por tanto, se ha desasido de todas esas nimias preocupaciones: ¿Que hará tal país, qué decidirá tal otro? La masa de los españoles que sufren en su propia carne la guerra piensa, sin jactancia: que hagan lo que quieran. Tenemos nuestra filosofía estoica, expresada en forma socarrona: del suelo no se pasa. Todos nos hemos de morir, y en fin de cuentas sólo es cuestión de abreviar el término de la jornada. A ver si hay muchos pueblos europeos que tengan este estado de ánimo, y si es posible intimidar al que lo tiene.

    Maravilloso tesoro espiritual, que se trueca en eficacia bélica, y a la postre se traducirá en una victoria trascendental, mal que pese a los que pensaban que éste era un país acabado por corrompido. La manera de ganarlo toda es estar dispuesto a perderlo y a perderse con ello. Esta es España, que no teme a la muerte, y que por eso vivirá cuando muchas naciones jactanciosas se hayan hundido.

    Y —en día reciente se lo hacía notar a los alumnos de las escuelas de oficiales del Ejército— cosa singular: los mismos poderosos países que habían dejado a España en paz mientras disfrutaba de la riqueza económica enorme, acumulada en los años de la guerra europea, ahora se desazonan y entrometen en nuestras querellas y ayudan clara o encubiertamente a los traidores al genio nacional y procuran embarazar el camino de nuestra victoria. No les interesó quitarnos el dinero. En cambio les gustaría "quitarnos humos", es decir, seguridad en nosotros mismos, conciencia de nuestra eficacia militar, arrogancia y aplomo. Luego esto, que es puro espíritu, es lo más importante, hasta para los que deberían ser meros espectadores. El paso de la inconsciencia y la molicie, de las intrigas electorales y democráticas al clima heroico en que el español auténtico vive a su gusto, les ha sorprendido y desagradado. Quisieran hacernos retroceder a la abyección y la servidumbre, aunque fueran disimuladas y hasta pagadas. Se nos creía definitivamente desencantados, reducidos a un papel servil. Y mortifica ver que el hijo del gran señor venido a menos, en la primera ocasión deja la domesticidad y se sirve diestramente de la espada.

    JUAN PUJOL


    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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    PRO CULTURA DEL PUEBLO


    PRO CULTURA DEL PUEBLO

    Libros y relojes

    10-VI-1937

    La facilidad con que muchos de los abogados que ejercíamos en Madrid la profesión abríamos las puertas de nuestros bufetes, y cuenta que otro tanto sucede con los médicos, a los que, diciéndose pobres, ganaban, sin embargo, sueldos y jornales notoriamente superiores a los que establece el precepto en que se amparan generalmente para entablar una reclamación de mala fe, justificar a su modo el incumplimiento de una obligación o realizar una estafa al margen del Código Penal, poníanos a veces en contacto con gente desaprensiva y abusona que buscaba, más que otra cosa, en el letrado, la dirección técnica gratuita.

    Claro es que, como decimos, tratábase de obreros cuyos jornales habríales permitido, a buen seguro, remunerar su labor al abogado, pero —lo hemos observado con frecuencia— fuese porque creyeran que entre las obligaciones de un jurisconsulto figura ésta de amparar con su toga al desvalido, sea quien sea, o porque estimasen fácil y hacedero su concurso, es lo cierto que a! pisar el despacho del técnico cuya opinión pretendían, no sólo olvidaban sus reivindicaciones , logradas y plasmadas en cien leyes sociales, sino que por cruel y paradójico abuso pretendían que el esfuerzo en su beneficio realizado nunca se consumara a título oneroso.

    Gano un jornal muy corto y es muy numerosa la familia que he de mantener, solía decir el visitante a manera de prólogo par acortar toda ilusión en su interlocutor. Le ruego, imploraba meloso, que me atienda, porque soy hombre agradecido y sabré corresponder...

    Repetido el disco hasta la saciedad, no se paraban mientes en aquella promesa, que jamás se cumplía y por un espíritu de sacrificio —de verdadero sacrificio— más desarrollado entre los profesionales de la toga que entre los que ejercen otras disciplinas, se aceptaba el encargo, que la mayoría de las veces no proporcionaba al aceptante más que disgustos y pérdida de tiempo.

    Así el caso de aquel ferroviario, obstinado en divorciarse de su esposa porque ésta se oponía a un pasatiempo no punible, a su juicio, en ninguna República bien organizada, nos obligó a una serie de lamentables entrevistas, careos y conferencias que hubiesen seguramente terminado con la ruidosa renuncia del asunto o el endoso del pleito a un más pacienzudo compañero. Aunque aquel "mochuelo " cien por cien no, era en verdad recomendable.

    No hay causa de divorcio, repetíamos una y otra vez.

    Y así una visita y otra, sin más esperanza que Ia que deslizaba aquel terco en sus prometedoras despedidas... Yo soy un hombre agradecido... Sabré corresponder... Si necesitase alguna vez de mí... Porque... ¡quién sabe!; el mundo da muchas vueltas, y a lo mejor un día...

    Y en efecto, aquel día llegó. Una cuadrilla de forajidos, iniciada apenas la revolución, acababa de practicar un registro en mi casa, sin que hubiera encontrado ningún documento, arma o papel que me comprometiese. No obstante el negativo resultado del bárbaro allanamiento (destrozaron a culatazos para entrar el tablero central de la puerta del piso) condujeron a mis familiares a la Checa del Círculo de Bellas Artes y prometieron, entre juramentos y blasfemias, volver por mi persona. Porque, como supondrá fácilmente el lector, era yo, el jefe de familia, quien les interesaba…

    ¿Qué hacer? Llamar a Fiscalía por teléfono... Sí; el fiscal, los abogados fiscales podrán ampararme. Eran los defensores de la ley. Pero además eran los míos; mis compañeros de carrera, mis amigos. No iban a encogerse de hombros ante una detención tan arbitraria...

    No dudé más. ¿Dónde mejor? Decepción: desconsuelo, angustia infinita del que se ve desamparado en trance mortal...

    ¿Pero ustedes no ejercen el cargo?

    Sí, sí; todavía lo ejercemos, pero no somos nadie... No podemos hacer nada por usted...

    ¿Es posible? ¿No está en el despacho Díaz Ordóñez? ¿Ni tampoco Ciudad? ¿Ni Huidobro, ni Ochoa? ¿Ni Escosura?

    No hay nadie, ni sabemos dónde están esos señores... pero le repito que nada podrían conseguir... Vea si en el Juzgado de guardia o acaso el señor De Juan, actual subdirector de Seguridad...

    No insistimos, pero tampoco el juez a quien desolados hubimos de recurrir podía interesarse...

    Si; ya le escucho. Su familia en la Checa y usted perseguido, pero comprenderá que mientras no lo detengan...

    Bien, pero es que si me detienen, todo será inútil, porque, por lo visto, aquí no manda nadie más que esas partidas de malvados...

    Desgraciadamente tiene usted razón...

    Aún queda De Juan, pensamos. Parecía hombre de derechas, ponderado, ecuánime y discreto, cuando actuaba en la Audiencia. Si el cargo, que aceptó por medrar, no le ha corrompido…

    Pero De Juan, atento sólo a su hoja de servicios —lo supimos más tarde—, presenciaba impávido los crímenes más espantosos, las detenciones más absurdas, los más inauditos atropellos... ¡Perdimos, pues, toda esperanza!

    De pronto vino a nuestra memoria un nombre. Si; aquel obrero ferroviario que tantos días me abrumara en el despacho con su asunto. Al dorso de una tarjeta llevaba sus señas y el número del teléfono de cierta tienda próxima a su casa... No había tiempo que perder. Quizás los sucesos le habrían convertido en un hombre influyente, audaz, sinvergüenza, inmoral... Algo tenía adelantado para que lo incluyesen los criminales en sus ternas...

    Dos horas más tarde se hallaba en mi presencia en el bar donde le citara. Vestía "mono" azul, camisa, y de seda. Calzaba elegantes botas de charol y paño claro.

    Me ofreció un cigarro rubio, que, vanidoso, extrajo de una esmaltada petaca, que cerraba el cabusson de un soberbio zafiro...

    Has hecho bien en llamarme, dijo iniciando un tuteo, que se me antojó de buen agüero. Las cosas han cambiado, y hoy me encuentro en condiciones de pagar tu trabajo... aunque aquel asunto ya no me interesa, porque mis camaradas han abolido el matrimonio. Tendré de hoy más, cuantas mujeres apetezca.

    No se trata de eso, interrumpí. Es que me persiguen. Mi mujer ya está detenida. Yo, si no lo impides tú, no tardaré mucho en caer en manos de las Milicias... Lo que pretendo, pues, de ti, es que me ayudes a esconderme; que me busques un refugio, ya que tú no has de ser sospechoso a los tuyos; siquiera por esta noche...

    Reflexionó un momento y preguntó: ¿Sabes quién soy?

    Creo que sí, contesté sorprendido.

    No; no sabes quien soy, porque si lo supieras... Me llaman ¡el ejecutor de la Elipa! ¿Entiendes? ¡El ejecutor...!

    Sí; ya comprendo. Sé lo que la palabra significa...

    Pero en fin, agregó; pese a la trágica misión que la revolución me ha impuesto, soy un ser consciente, un ciudadano comprensivo y para que puedas algún día hablar de mis sentimientos, de mi formalidad, y sobre todo de mi amor a la cultura voy a llevarte al Ateneo Libertario que en la barriada donde vivo acabo de instalar. Verás que magnífico refugio. Allí no dan contigo...

    Ya en el escondite, al que llegué en un auto del que acababa de incautarse, no pude en toda la noche conciliar el sueño... Me sabía seguro, porque junto a mi hallábase aquel hombre, cuyo prestigio entre los suyos, ganado en pocos días a fuerza quizás de horrendos crímenes, era entonces la garantía de mi vida, pero el mobiliario, heterogéneo mobiliario de estilos diferentes, las lámparas, los bustos de mármol y bronce, los cuadros, de gran valor algunos, las máquinas de escribir, la profusión de abrigos, el calzado abundante y los libros, desparramados por estantes y mesas, me hablaban de registros, de incautaciones , de robos, de cruentos despojos... Y también de golpes, de torturas, de asesinatos, tal vez por ellos presenciados...

    Nos despedimos, ya entrada la mañana, pero antes quiso enseñarme el Ateneo… Todavía se halla en embrión, y está, como ves, desordenado, pero lo iremos arreglando poco a poco... Faltan muchas cosas... Sin embargo, de libros no ando mal del todo, porque estimo que lo esencial para el pueblo es la cultura. ¡Mira! Y, sin importarle la extrañeza que me producía advertir tres relojes de pulsera, uno de platino y brillantes en sus remangados brazos, me iba señalando obras, autores, ediciones...

    ¿Qué es esto? ¿El Quijote? Sí; de esos tenemos 23 ejemplares...

    ¿Y esta colección? ¿Es El Espasa?

    En efecto. De eso hay en el Ateneo… ¡nueve colecciones! Es lo que yo digo. El pueblo debe destruirse, porque un pueblo sin cultura no va a denguna parte...
    ¿No te parece, camarada?

    MANUEL DELORME


    Última edición por ALACRAN; 28/02/2023 a las 13:02
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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