El pasado 15 de junio tuvo lugar, en el restaurante "Gambrinus", de Madrid, un homenaje con motivo del Centenario del nacimiento de León Degrelle, quien fuera fundador del Movimiento Rex, en Bélgica. Organizado por la Asociación de Amigos de León Degrelle, ofreció dicho homenaje su presidente, José Luis Jerez, y al final Blas Piñar pronunció el discurso que, íntegramente, publicamos en estas páginas.
Hoy, 15 de junio, se cumplen 100 años del nacimiento de León Degrelle; y al conmemorar este centenario los que tuvimos la fortuna y el privilegio de conocerle, de ser sus amigos y poder ayudarle en situaciones críticas de muy diversa índole, debemos traer a colación lo que nos dejara escrito con carácter profético: "(Yo) tenía que haber desaparecido de la mente de los hombres hace mucho tiempo. Pero agrade o no sigo presente más que nunca en el recuerdo de los veteranos, y, más aún, en la imaginación de numerosos jóvenes. Mi nombre es más conocido hoy que en los antiguos tiempos de combate del rexismo".
Esta profecía se ha hecho realidad, más intensa después de su muerte, acaecida el jueves de la Semana Santa de 1994.
¿Y quién era, cómo contemplaba su mundo y qué hizo León Degrelle para que la profecía se haya hecho realidad? Las preguntas, que creo acertadas al conmemorar el centenario de su nacimiento, tienen, a mi juicio, como presupuesto indispensable, una distinción previa entre el culto idolátrico a la personalidad, como el que tributó a Stalin el poeta chileno Pablo Neruda, y la ejemplaridad, que se ofrece como estimulante y guía de conducta, ante arquetipos admirables como en el campo político fueron José Antonio Primo de Rivera, Cornelio Zelea Codreanu y León Degrelle.
Los que han sido objeto del culto a la personalidad, cuando se descubre quiénes fueron y cómo se comportaron, o pasan al olvido o se integran en el panteón de los hombres nefastos de la historia, mientras que, en antítesis, los arquetipos que acabamos de mencionar, y que se ganaron a pulso esta calificación, se nos hacen presentes, con el atractivo de sus biografías excepcionales, y se incorporan a un panteón diferente: al panteón de los hombres modélicos e ilustres de esa misma Historia.
I.- ¿Quién era León Degrelle?
Su retrato, sin máquina fotográfica, lo haremos tan solo con unas frases que lo definen a la perfección, tales como éstas:
"El caballero andante y el cruzado de hazañas increíbles hasta el punto de que su vida estuvo más cerca del guión de una buena película de aventuras que la de un simple mortal de nuestra época". (Francisco Torres).
El orador y escritor dotado de tal magnetismo y de tal fuego interior, que su palabra, oral o escrita, no pierde un ápice de su vitalidad al enfrentarse con el obstáculo, y a la vez el peligro, de la traducción, que debilita, tergiversa o ensucia el texto original. La palabra oral o escrita de Léon Degrelle, con su fuerza incontenible, rompe ese obstáculo y ese peligro y mantiene completo y nítido el mensaje.
El combatiente por Europa en su frente oriental contra la herejía comunista; el voluntario en la legión valona que asciende por méritos de guerra de soldado a general.
El perseguido, y con tal saña y con tal odio que su muerte natural parece un milagro. No era un criminal de guerra, pero se le condenó a la pena de muerte, prolongándose su eficacia, estando prescrita, por diez años, añadiéndose después la prohibición de que sus restos mortales fueran trasladados a Bélgica. Aunque felizmente fracasaron son dignos de mención: los intentos de secuestro, la orden de búsqueda y captura dada por el que fuera nuestro ministro de Asuntos Exteriores López Bravo, y el asesinato y las vejaciones de todo género a sus familiares que continuaron en su país.
El portador y comunicador incansable del optimismo, aún en las peores y más amenazadoras circunstancias, que, como asegura Utrera Molina, "no padeció jamás el drama de la jubilación de la esperanza", hasta el punto de que para él su derrota no fue definitiva, sino tan solo una derrota provisional.
II.- El mundo en el que vivía
Al segundo interrogante ¿cómo veía León Degrelle el mundo en el que vivía?, podemos contestar con frases escuetas cinceladas por la contemplación atenta y apasionante de su entorno: "el mundo perece porque su espíritu se ahoga"; "es el corazón del hombre el que está en quiebra por falta de amor y de fe"; "el cuerpo del mundo está enfermo porque lo está el alma, y es el alma la que tiene que curarse y purificarse, y son las almas vencidas (las que requieren) la llamarada de la Resurrección.
Por eso, León Degrelle alude a la pérdida del honor, patrimonio del alma: "al honor del juramento, al honor de servir, y al honor de morir". Por eso, también en este orden de cosas "vemos en nuestros propios países la descomposición de las costumbres, la ruina de la patria, de la familia, de la religión, del orden social, el fracaso de toda autoridad, el insaciable apetito de bienes materiales, y a miles y miles de muchachos y de muchachas (esclavos de la droga) con el corazón vacío. Europa -concluye León Degrelle- huele a agrio de rebotica y nuestra sociedad de consumo ya no es una civilización sino un vertedero".
III.- ¿Qué hizo León Degrelle?
Es de toda evidencia que superó el trabajo de un dictamen tan verdadero como excelente, que elaboró una doctrina, y creó un movimiento apto para aplicarla. Lo que interesa destacar aquí es el fundamento de esa doctrina, no sólo por lo que tiene de diferencial en el escenario político que surgió entre las dos guerras, sino porque pone de relieve su coincidencia con los movimientos similares que surgieron en Rumanía y en España.
Esta nota diferencial y común a los tres movimientos, no es otro que la concepción teológica de la política y el convencimiento de que la historia de la humanidad no es historia profana sino historia sacralizada por el destino trascendente del hombre y por la presencia en el tiempo del Cristo Redentor.
Y así, León Degrelle parte de este principio: "sólo concibo lo temporal como un añadido a lo espiritual, y (siendo) Dios amor, (sólo) ese amor de Dios es lo que guía mi conducta". Mi alma, podría decir León Degrelle, se acomoda con dificultad a la vasija de barro que es su morada en la tierra.
La revolución no era para Degrelle la revolución o la rebelión de las masas, de la que nos habló Ortega, ni la revolución o rebelión de las minorías, a la que aludiera Uscatescu, ni tampoco la revolución o la rebelión de los estudiantes, como tituló su libro David Jato, sino la revolución o la rebelión de las almas. Se trata de una revolución "que pone a punto, no la máquina del Estado, sino de la que, primero, enfrenta vicios y virtudes en la vida secreta de las almas, cuyo resultado, una vez curadas y purificadas ha de ser "la victoria de cada uno sobre sí mismo".
Lo que es necesario, ante todo, como requisito indispensable para el éxito de la reforma estructural, es el logro de esta victoria íntima que nos convence de que "no estamos en este mundo para comer a horas fijas, para dormir con regularidad, para vivir cien años. Todo esto es vano y necio. Sólo una cosa cuenta: perfilar el alma y servir a los demás". "La vida sólo vale algo si en el instante de entregarla no tenemos que sonrojarnos de ella", pues es "entonces tan solo, cuando empieza la vida"; y al comenzar esa vida, abandonando la del tiempo, pudo, sin duda, León Degrelle decirle al Señor, con sencillez y humildad: "al servicio de la Fe, mi vida ha sido una espada".
Al servicio de la Fe -pues "en la vida todo es cuestión de fe"- su doctrina se sintetizó en una proclama con acento de arenga: "no podremos salir de esta decadencia más que por un enorme resurgimiento moral". La salvación del mundo ya no depende, por ello, de un pelotón de soldados, como dijo Spengler, porque, me atrevo a decir, que los ejércitos no son ya columnas vertebrales de las patrias, al convertirse en instrumentos mercenarios del poder, sino de escuadrillas de almas fieles, de voluntarios en los que laten corazones de oro, de creyentes que atraviesan el desierto en el que hoy la Cruz se alza erguida, pero abandonada y sola, para acompañarla, abrazarse a ella y si es necesario con ese abrazo dar el testimonio del martirio.
No quiero terminar sin agradecer a nuestro héroe su enamoramiento de España que puso de manifiesto en reiteradas ocasiones. Pero, en esta hora dramática de la nación, cuando está a punto de ser descristianizada desde el punto de vista religioso, corrompida desde el punto de vista moral y mutilada o fragmentada desde el punto de vista político, conviene que recordemos las palabras esperanzadoras de León Degrelle que, a pesar de todo ello, dirige a España: "Ningún país hoy, tiene tu fe (y) ha sido bendecida con más amor por la Virgen. España, yo creo en tu misión: la de derramar en las almas en agonía la sangre de tu alma ardiente".
¡Y esa sangre "de los héroes muertos cruzará Europa como un río de vida"!