Vale la pena reproducir el artículo en cuestión. Mi enhorabuena al autor por ocuparse de los insurrectos carlistas en las tierras manchegas, una epopeya no demasiado conocida:
ESTANDARTE DE LA PARTIDA DE PALILLOS
La Partida de Palillos fue una de las más célebres unidades de guerrilleros a caballo que levantaron pendón por la causa legitimista de don Carlos V en Castilla la Nueva.
Estaba dirigida por don Vicente Rugero y su hermano don Francisco, naturales de Almagro, quienes «habían pertenecido al ejército en clase de comandantes de caballería; pero clasificados como tenientes, se retiraron á su casa de Almagro. En 1833 conspiraron, como muchos descontentos, y reducidos a prisión se sustrajo de ella don Vicente y levantó una partida» (1). Fueron mejor conocidos con el alias de «Palillos» (2), y llegaron a juntar para su partida más de medio millar de hombres. (3)
La fama de Palillos llegó hasta tal extremo que traspaso nuestras fronteras (4). En cierta ocasión el Conde de España, capitán general de Cataluña, leyendo que el periódico liberal Eco del Comercio llamaba «tigre» a Palillos, aquél exclamó sonriendo «Véase una usurpación, porque sólo soy yo el tigre legítimo». (5)
Tuvo la partida de Palillos su bautismo de fuego el 15 de noviembre de 1833 en Alcolea, donde fue alcanzada y derrotada por los liberales que mandaba el coronel Tomás Yarto, «guareciéndose sus restos en los montes, ese laberinto impenetrable, con mansiones subterráneas, con despejadas y naturales atalayas, donde puede acampar un batallón en el mismo terreno en que otro esté oculto con toda seguridad». (6)
Cuando no combatía, se dedicaba la partida a interrumpir las comunicaciones y arruinar el tráfico, siempre bajo la atenta observancia del coronel Jorge Flinter, creado comandante general de la línea de La Mancha, quien no perdía ocasión para perseguirlos celosamente con el propósito de darles combate, y así el 28 de octubre de 1835 «es derrotado Palillos hacia Tomelloso con alguna pérdida, y el 4 de noviembre, contando ya este partidario, tan temible después, con unos cuatrocientos caballos, se vió acometido en Villanueva de la Fuente. Mas no da el rostro, sin embargo de su fuerza; perseguido, se bate en retirada en Genave, en Sierra de la Cumbre y en Rumblar, la parte más escabrosa de Sierra Morena y en Fuente del Fresno, siendo tan tenaz y decidida la persecución que corre veinte leguas, muriendo en ella veinticinco carlistas, y apoderándose los contrarios de bastantes caballos (…) Bien pronto se indemnizaban aquellos partidarios, merced al brigandaje de su sistema y á la libertad que todos disfrutaban, de tales pérdidas, bastándoles á veces una excursión: así se ve á Palillos aumentando considerablemente los suyos é infundiendo el terror inseparable de sus punibles excesos». (7)
El 10 de diciembre Palillos junto a los hombres de Sánchez y los Cuestas presentan batalla en la llanura atacando más de trescientos jinetes a las columnas liberales en las cercanías de Talarrubias, haciendo prisionero al jefe de estos últimos. «Este quebranto, primero de su clase, porque fue a campo abierto el choque, produjo un efecto terrible, porque demostraba que ya no podían ser insignificantes ni pequeños los combates con Palillos; que las facciones envalentonadas por su número y lo favorable del terreno, pues contaban para el llano con caballos escogidos, y con los montes impenetrables é inmensos de Toledo para la retirada, confiadas también en su espionaje, tomando audazmente la ofensiva; que casi todos los pueblos no bien guarnecidos quedaban á su disposición, y que podían ser aquellos el núcleo de un ejército el día que surgiese un hombre valiente, organizador y entendido á la vez». (8)
El 28 de diciembre de 1837 parte de Los Arcos, Navarra, una expedición comandada por el general don Basilio Antonio García y Velasco quien al frente de unos dos mil hombres encuadrados en cuatro batallones y dos escuadrones pretendía «organizar la guerra en La Mancha y restantes regiones de la España central, para lo que debía contar con el apoyo de una división de Cabrera, a quien se le habían dado instrucciones en ese sentido». (9)
El general don Basilio García
Tuvo que desistir García de su plan de contactar con Cabrera debido al acoso al que se veía sometido por los cristinos, dirigiéndose directamente a tierras manchegas donde sumó a sus efectivos las fuerzas de Palillos. «Jara [José Jara, cabecilla carlista] y Palillos, enfrascados en antiguas rencillas, trataban de manejar al general [García] según sus designios. Finalmente se impuso el primero, y Palillos, varias veces postergado, se separó completamente de la expedición». (10)
Antes de renunciar a la expedición participaron los de la partida manchega, a las órdenes del general, en varios hechos de armas notables entre los que destacan el ataque con éxito a un convoy liberal compuesto por varios carros que desde Ruidera transportaba pólvora o el apoyo prestado por los jinetes de la partida de Palillos a los hombres del coronel Tallada que se retiraban de Baeza el 5 de febrero de 1838, perseguidos por el general Sanz, quien había tomado el mando de la división Ulibarri, que desde Navarra venía persiguiendo a la expedición de García. También son destacables la sonada actuación de las tropas de don Basilio en Calzada de Calatrava, donde los partidarios de Don Carlos quemaron una iglesia donde se habían refugiado aquellos liberales, entre los que parece ser se encontraban mujeres y niños, que negaron su rendición, y el descalabro sufrido en Valdepeñas por la partida de Palillos, en unión a las fuerzas de García quien perdió a cuarenta de sus oficiales, tras el cual los adversarios cristinos vengaron lo ocurrido en Calzada, ensañándose particularmente en aquellos hombres que pertenecían a la partida.
El Rey Don Carlos V. (Tomás Baleztena)
Ya desvinculados los Rugero de la expedición del general García emprenden con nuevos bríos acciones guerrilleras, la más importante fue la del ataque sobre Ciudad Real perpetrada en mayo de 1838, donde logran obtener un cañón: «al amanecer del [día] 28, los disparos sobre la puerta de Santa María anunciaron su empeño de penetrar en la ciudad. Acudieron veloces y valientes varios nacionales [miembros de la Milicia Nacional] y paisanos á reforzar la poca tropa que custodiaba aquel punto, y á los pocos momentos, los carlistas convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, se retiraban de la muralla, donde perdieron la vida algunos trabajadores que trajeron para abrir la brecha. A esto debieron limitarse las disposiciones de la autoridad militar que desempeñaba entonces don Luis Suero, comandante del batallón franco de la Patria, que dio enseguida ocasión á Palillos para que hiciera una horrible carnicería. Retirábase hácia el camino de Miguelturra, cuando el comandante Suero envió en su persecución una de las dos piezas de á cuatro que había en la capital, escoltada apenas por unos ochenta hombres, entre ellos varios nacionales. Llegó el cañón hasta la mitad del camino de Miguelturra, rodeado de tan heterogéneo refuerzo, y al primer disparo hecho sobre los carlistas, sucedió lo que era fácil haber previsto. Aguerrida y audaz la caballería de Palillos dio una vigorosa carga á las fuerzas contrarias, y aquella escolta falta de unidad, sin jefes propios, y aturdida con tan impetuoso é inesperado ataque, cedió un momento al espanto y fue perdida. En vano el desgraciado y bizarro teniente de Castilla, Lahera, quiso infundir su valor á los fugitivos; empezó la fuga y allí encontraron una honrosa muerte, no solo aquel valiente patriota, sino muchos otros que, decididos á vender cara su vida, hicieron frente al enemigo.
Muchos fueron acuchillados en el acto, y otros entre los que se encontraba el valiente joven don Antonio Puebla, hijo de un comerciante de la ciudad, fueron fusilados incontinenti, aunque pidió Puebla su rescate á peso de plata.
Palillos, después de haber sembrado el campo de cadáveres de aquellos desgraciados, y perseguido hasta las puertas de la ciudad á los pocos voluntarios nacionales que salieron á reforzar á sus compañeros de armas, tomó la dirección de Miguelturra, llevándose con el mayor entusiasmo el cañón, cuya inoportuna salida tantas desgracias había causado, y que por ser arma inútil para aquellos carlistas [que eran de caballería y una pieza de artillería les servía de estorbo], fue enterrado, hasta que le sacaron en Agosto siguiente las tropas de Narvaez.
Este desgraciado acontecimiento abatió, más de lo que estaba, el espíritu público liberal, y alentó el carlista; y sin la pronta llegada de las tropas que componían el ejército de reserva, los defensores de don Carlos hubieran dominado completamente el país, en el que tenían adeptos, por más que se hiciera creer lo contrario en Madrid (…) Casi al mismo tiempo que Palillos sitiaba a Ciudad-Real, invadía Archidona, con ciento veinte caballos, los pueblos de las inmediaciones de Roda, robando y asaltando en los caminos las diligencias y fusilando á los nacionales que las escoltaban». (11)
El general Ramón María Narváez fue enviado a pacificar Ciudad Real, mientras Espartero operaba en el Norte, con el objeto de aplastar a los carlistas de esta provincia y de La Mancha. El «espadón de Loja» emprende una persecución implacable sobre los voluntarios de Don Carlos al mando de una considerable fuerza consistente «en un cuerpo de reserva en la provincia de Jaén, cuya base serían los batallones de la Milicia Nacional movilizados en las capitanías generales de Granada y Andalucía, y los cuerpos francos estacionados en las mismas que no fueran absolutamente indispensables para otros menesteres. Los quintos que aún quedaran en los depósitos, y los desertores aprehendidos, constituirían batallones provisionales, a los que se dotaría de los cuadros necesarios, completándose esta fuerza con el cuadro del batallón de marina de San Fernando. Estas tropas, puestas a las órdenes del brigadier Narváez, debían acabar con las facciones de Castilla la Nueva, y el 30 de octubre [de 1837] recibían una nueva organización, pues se incorporaban a las mismas los regimientos provinciales de Murcia, Sevilla, Ronda y Santiago, así como el tercer batallón de la brigada de artillería nacional de marina, los cuadros de seis batallones regulares, los cuartos escuadrones de la guardia real de caballería, y un par de baterías. Dotado de la correspondiente plana mayor, este ejército se subdividiría en 4 brigadas, 3 de infantería y una de caballería, cuyo jefe estaría a las inmediatas órdenes del gobierno. A principios de junio de 1838 comenzaron a llegar a La Mancha las primeras unidades, haciendo Narváez su entrada en Ciudad Real el día 13». (12)
El Ejército de Reserva de Narváez comenzó a operar a mediados de junio de 1838. Palillos atacó, en Ballesteros, con ciento cincuenta de sus jinetes a la retaguardia de la segunda brigada de la división, siendo finalmente rechazado por el escuadrón de coraceros leales a Isabel. El día 29 cabalgó hasta Torrenueva, donde «quemó las eras y asesinó y cometió horrorosos excesos, ya que, gracias á la resistencia de los nacionales, no pudo enseñorearse del pueblo». (13)
Debido al implacable hostigamiento que las fuerzas liberales ejercían sobre las partidas carlistas en Castilla la Nueva y derrotados, huidos, presos o muertos muchos de sus jefes (Orejita, Calvente, Revenga, «el feo de Buendía», Juan Calderón, «Bailando», Giner, González alias «Gil», «Cuentacuentos»), la de Palillos se vio incrementada por los hombres dispersos que permanecían fieles a la causa de Don Carlos, escogiéndose los montes de Toledo como seguro refugio y tomando los pueblos cercanos como teatro de operaciones. Mientras tanto, Narváez recibe su nuevo nombramiento como capitán general de Castilla la Vieja (14), pero antes de abandonar su puesto a su sucesor el general Agustín Nogueras (15), resuelto a terminar con los carlistas en su jurisdicción militar declara un amplio «indulto á todos los carlistas y sus jefes que se presentasen, siempre que no tuviesen crímenes imperdonables». (16)(17) A indulto se acogieron numerosos combatientes ya por cansancio, ya por no ver futuro en la causa que defendían, pero Palillos permaneció inquebrantable en su ideal en medio de un verdadero río de desafección y apostasía legitimista, alzando su rojo estandarte y así el 12 de noviembre, al mando de 200 jinetes, logró plantarlo en Ballesteros y dos días después en Fernán Caballero. Fue por estas fechas cuando los de la partida capturaron a un yerno del duque de Frías, ministro de Estado, pidiendo la importante cantidad de diez mil duros a cambio de su rescate. (18)
Aunque la espada de Palillos seguía alzada imperturbable a los adversos acontecimientos alrededor suyo, los mandos liberales ya seguros en su cercano triunfo escribían: «tenemos cogidos y presentados a más de mil facciosos. “Palillos” y su hijo errante por los montes, cogido su secretario que era su entendimiento, y no hay día que no se presenten lo menos 20 para arriba, que no se cojan 8 o 10 y tarde en que no se fusilen». (19)
Dada la tenaz persecución a que se veía sometido Palillos por el marqués de las Amarillas, jefe de Estado Mayor del Ejército de Reserva, y por ser prácticamente la única partida leal a Don Carlos aún activa en La Mancha, el jefe carlista establece un concierto con las partidas aragonesas y prestarse ayudas mutuas de socorro y ataque. En una de estas incursiones a Aragón el 28 de noviembre, diecisiete jinetes fueron muertos entre las localidades de Perdernoso y Provencio. A mediados de diciembre el hijo de Palillos junto a cien hombres «al atravesar la provincia de Cuenca, acampó en un monte entre Enguidanos y Paracuellos; atacado por los granaderos á caballo de la Guardia real que mandaba el teniente Pozas, dejaron en poder de estos, caballos y efectos». (20)(21)
Los de Palillos ya sin su estandarte (22), aunque pudieron tener otros, «atravesaron las sierras del Burgo y de Guadarrama, y los ríos Tajo, el Tietar y el Alberche, dejando la desolación en pos de su extensa huella. Para atajarles en aquellas terribles y rápidas correrías mandó nuevamente el capitán general de Castilla la Nueva inutilizar las barcas del Tajo; entreteniéndose en tanto Palillos en apoderarse de algunos destacamentos liberales, y desarmar a los que defendían los pueblos de Quijozna, Perales, el Viso de Illescas y otros inmediatos a la corte». (23)
Los primeros días de febrero de 1839 la partida fue atacada en Hito por el teniente Urrea Portillo, causándole gran quebranto y dejando veinticuatro muertos carlistas entre los que se encontraba el hijo mayor de Palillos. Con el objeto de satisfacer su sed de venganza, Palillos, en los albores del día 25 de febrero, envía a 180 jinetes mandados por Rito Flores a Orgaz, causando una verdadera sangría entre la población y los milicianos nacionales destacados en la villa, a cuyo frente estaba el capitán Ramón Perea. Cuarenta y cinco personas, militares y civiles, murieron a manos de los de la partida —entre los que se encontraban veintitrés milicianos que fueron pasados a cuchillo—, once individuos fueron retenidos a cambio de canjes y hasta una mujer, dijeron, fue violada. «A una honrada mujer, cuyo nombre no hace al caso, la violaron de la manera más horrible que imaginarse puede. Mientras cuatro la sujetaban, los demás, que eran en gran número, satisfacían su brutal apetito, dejándola exánime».(24)
Monumento erigido en el cementerio de Orgaz en memoria de los milicianos nacionales que perdieron sus vidas a manos de la partida de Palillos el 25 de febrero de 1839
Don Carlos ve alarmado los excesos que se estaban cometiendo en Castilla la Nueva, y deseando imponer el orden entre sus partidarios comisionó al general Cabrera acudir él mismo u otro de su confianza a esta región para organizarla. «Cabrera recibió en tanto una órden de don Carlos, en la que participándole el estado de desorganización en que se hallaban las fuerzas de la Mancha, le prevenía, por estar más en contacto con este país, que destinara un jefe de celo é instrucción que usando de política grangease los ánimos de los de aquellas partidas, las organizara é introdujera en ellas la disciplina.
Para darla cumplimiento hizo él mismo [Cabrera] una atrevida excursión á estas provincias, consiguiendo su sagacidad que Amor [Bartolomé Amor, que interinamente sustituía al general Nogueras] no la evitara, á cuyo efecto hizo correr la voz de que iba á atacar de nuevo Villafamés, Caspe y Alcañiz: movió los aprestos de sitio, mandó recomponer los caminos, y mientras los liberales estaban á la expectativa, adelantó Cabrera dos jornadas. Cuando se reunían fuerzas para batirle, regresaba á Aragón con el botín cogido en Castilla». (25)
La llegada a tierras manchegas del general Trinidad Balboa supuso un nuevo hito de brutalidad, instaurando entre la población un auténtico régimen de terror, represión y guerra sin cuartel a todo lo que pudiera estar relacionado con el carlismo «publicando en su consecuencia el 25 de Agosto un bando riguroso, y por sus efectos horrible, inhumano que llevó al patíbulo inocentes víctimas, mujeres embarazadas, niños hasta de cuatro años; y tales horrores permitió impasible, que se resisten á la narración. Origen fue de terribles acontecimientos harto ruidosos, y bien amargos después para el mismo Balboa, á quién se formó, y á otros jefes, las causas que obran en el Archivo del Tribunal de Guerra y Marina». (26).
A tal extremo de persecución se vio sometido Palillos por sus siempre arriesgadas acciones guerrilleras que los mandos liberales, frustrados en sus vanos intentos de apresarlo aún pese a tener la contienda decidida a su favor, se ensañaron con su anciana madre quienes la emplearon como víctima propiciatoria. (27)
Máximo García Ruiz (28) escribe: «El 11 de octubre del año 1839, en ese mismo sitio —inmediaciones de la puerta de Granada, en Ciudad Real— fue fusilada la inocente y anciana madre de "Palillos", a la edad de ochenta y un años, siendo tan heroica y edificante su apostura en el momento de ser fusilada que conmovió fuertemente a los espectadores y las últimas palabras que salieron de sus labios fueron para pedir al Redentor por sus verdugos». También fueron corrientes las represalias tomadas contra carlistas que pese a haber depuesto voluntariamente las armas se habían acogido a indulto, que no fue respetado, siendo fusilados sumarísimamente prescindiendo de cualquier fórmula legal «dando así comienzo a un régimen de terror, tanto contra los guerrilleros como contra sus posibles colaboradores, que sirvió para que buena parte de los carlistas se dispersaran». (29)
Lo cierto es que el hartazgo de tantos años de guerra sumado a la feroz amén de eficaz persecución de Balboa y al convenio de Vergara (30) hizo notable mella en el ánimo y resistencia de los carlistas manchegos, inclusive en su «núcleo duro» representado por la partida de Palillos «antes de finalizar Octubre se habían presentado unos setecientos hombres solamente en la provincia de Ciudad Real». (31)
El General Balboa a comienzos de noviembre de 1839, emite una alocución (32) en la que relaja sus medidas represivas al considerar acertadamente que el carlismo había sido al fin sometido:
«Comandancia general de las provincias de Ciudad Real y Toledo.- Manchegos y toledanos: cuando cesan las causas tienen que desaparecer los efectos. Bajo de este principio y estando ya pulverizada la facción del ladrón y asesino Palillos, y éste huyendo espantado de estas provincias, os levanto la prohibición que os impuse en mi bando de 25 de Agosto último de no poder pasar a los montes que en él se expresaban, pues que mi fin era quitarle los inmensos recursos y auxilios que recibía de sus paniaguados.- Ansiaba con todo mi corazón que llegase este venturoso día para que pudieseis atender libremente a vuestras comunes necesidades y cuidar de vuestros respectivos intereses, que era el blanco de mi deber y de mi deseo: felizmente lo he conseguido.- Lo que os prevengo, y de su cumplimiento encargo bajo su responsabilidad a las autoridades civiles y militares, es que ninguno pueda transitar fuera de una legua de su pueblo sin llevar un pase que el punto donde se dirige, expresando la condición del viajero y el motivo de su salida, conminando al que faltare, al pago de diez ducados de multa, y si por ser pobre no pudiese, a un mes de prisión, y además a ser castigado según la parte de culpa que le resultare. Igualmente prohíbo que cualquier forastero pernocte en los pueblos, sin que el vecino que los reciba en su casa dé con anticipación parte de su llegada a la autoridad competente; y al que faltare se le pondrá en prisión, quedando a las resultas del delito que aparecer pueda en el culpado.- Estas restricciones son en beneficio de los vecinos honrados y de todo hombre de bien, que no tiene la penosa necesidad de ocultar su cara y persona a sus semejantes; solo el malvado, el delincuente no más es el que procura sustraerse de esta justa y de ningún modo gravosa providencia.- Hágase publicar y pregonar para inteligencia de todos.»
Balboa formó una partida de «Seguridad Pública» integrada por excarlistas acogidos a indulto, cuya misión era la de combatir a sus antiguos compañeros de armas. El día 10 de noviembre se levanta el estado de sitio en las provincias de Toledo y Ciudad Real, a excepción de algunos enclaves, y al día siguiente se emite otra alocución autocomplaciente «diciendo lo que [Balboa] había hecho y los buenos resultados que había obtenido». (33)
Terminada la Primera Guerra Carlista tras el abrazo de Vergara, una facción de la Partida de Palillos continuó la práctica de operaciones guerrilleras al mando de Rito Flores, condenados a vagar por entre los montes y siendo perseguidos como bandoleros.
Museo de inválidos. Banderas y estandartes del Museo de inválidos; su historia y descripción, Sucesores de Rivadeneyra: Madrid, 1909
Manuel González Simancas
Fue cogido este estandarte por los liberales a finales de 1838, remitido al Museo de Inválidos de Atocha por el Capitán General de Castilla la Nueva, ingresando en ese lugar el 16 de enero de 1839. (34)
Es de seda carmesí terminada en dos farpas cuyas puntas y vértice se han adornado con borlas doradas sumando tres, del mismo color dorado que los flecos que la engalanan. Su anverso presenta bordado en plata, formando un rectángulo, el lema que supuestamente rodeaba una estampa de la Virgen Dolorosa (Generalísima de los Reales Ejércitos de Don Carlos) hoy desaparecida, que reza: «CARLOS V DEFENSOR DE LA RELIJION Y LA LEJITIMIDAD», bajo el cual se encuentre las siglas invertidas «A.L.V.D.L.M.» (Ya que la «V» va superpuesta a la «M» podría tratarse de una invocación dedicada a la Virgen, como «A La Virgen María [de los] Dolores»); todo bajo corona real, también en plata. Completa la pieza una borla de hilo de oro para sujetarse a la vaina por medio de un cordón del mismo material. Mide 82 x 80 cm. Acompaña a la enseña una tarjeta del antiguo Museo de Recuerdos Históricos con el siguiente texto manuscrito: “Bandera de Carlos V. «Defensa de la Relijión y de la Lejitimidad»1834”. (35)
NOTAS
(1) Antonio Pirala Criado. Historia de la Guerra Civil. Ed. Felipe González Rojas, Madrid, 1891 tomo 1, pág. 206. También menciona A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág. 289 a un «Zacarías Rujero», tratándose probablemente de un hijo de Vicente o Francisco.
(2) También conocidos como los «Rujeros».
(3) Por su interés reproducimos el comentario que el historiador liberal D. Antonio Pirala dedica a las partidas legitimistas de Castilla la Nueva, indudablemente redactados desde la íntima animadversión que el narrador sentía por el combate de partidas —herederas en el arte de guerrear de los guerrilleros que combatieron a los franceses durante la Guerra de la Independencia dos décadas antes y que han condicionado adversamente el posterior juicio historiográfico sobre estos voluntarios carlistas—, Historia de la Guerra Civil, tomo, pág. 146. «La guerra continuaba en Castilla con el mayor desorden, y el país se veía asolado, por las numerosas partidas que vagaban indistintamente por montes y llanos. Sus operaciones se reducían á invadir y sorprender pueblos pequeños, hacer exorbitantes exacciones de todo género, y evadir, eso sí, el encuentro de las columnas destinadas á su persecución. Aumentaban su gente con desertores, quintos, criminales y jornaleros desocupados, y el que tenía algún dinero ó mostraba más osadía, se erigía en jefe de un pelotón de hombres que, por temor al castigo y vivir más a sus anchas, se titulaban carlistas.
El perdido, el desesperado, el que había satisfecho ó deseaba satisfacer una venganza, el perseguido por la justicia, todos estos corrían á engrosar estas partidas independientes a toda autoridad, que lo mismo defendían á Carlos que lo hubieran hecho a Isabel, si en esta causa no se hubieran de someter á la disciplina y pudieran tratar á los pueblos invadidos como á país conquistado.
Así se comprende aquella multitud de partidarios, sin que la muerte de unos, arredre á otros á llenar el vacío que dejaban. Peco, Doroteo, Jara, La Diosa, Revenga, Paulino, Zamarra, Chaleco, el Rubio, el presentado, Tercero, Cipriano, Corulo, Herencia, Palillos, Orejita, Parra, el Arcipreste, el Apañaso, Matalahuga, Escarpizo, Sánchez, Blas Romo y otros no menos dignos, casi todos los alias, cuyos motes eran su mejor apología, sostenían la guerra, si tal puede llamarse el sistema de feroz vandalismo y depredaciones con aquel aluvión de partidas, asolaban cual verdaderas plagas los territorios donde caían. Bermudez, y algunos otros partidarios decentes obraban de distinto modo.
Argués, cuero, Algodor, Villamudas, Puebla Nueva y otros pueblos, son elocuentes testigos de los crímenes atroces de aquellos bandoleros, terror del pacífico habitante, del infeliz arriero, á quienes retenían, como á los viajeros y ganados, y cuanto caía en sus garras, hasta recibir el precio escandaloso á que ponían la vida y libertad de sus presas, maltratando á los retenidos, y asesinando á muchos lentamente, aun después de recibir su rescate. Bloqueados los pueblos, nadie se atrevía a salir, ni salían las yuntas, ni los ganados, ni continuó el tráfico, y arruinados en su aislamiento, era horrible su desesperación.
Desastres sin cuento en la carretera de Andalucía y Valencia, obligaron, á fin de reanudar el interrumpido tránsito, á darle una forma especial haciéndole periódico para poder protegerle. Eran tantos los bandidos y tan desalmados, que los convoyes exigían fuerzas considerables. Fuera del momento de su tránsito, nadie se atrevía á pasar la primera de las comunicaciones. ¡Desgraciado del que lo hacía! Y ni fueron respetados los convoyes, ya que por el aliciente que ofrecían a los malvados, ya por la extensa línea, que presentaban á sus rápidas correrías.
Tan pronto estaban en Despeñaperros, como en Aranjuez, donde robaron en una ocasión la mayor parte de la real yeguada.
La persecución de tantas y tan bien montadas partidas, era imposible con el escaso número de tropas de que podía disponer el gobierno, y con el auxilio que les ofrecían los celebrados montes de Toledo. Por esto la mayor parte de los pueblos, sin elementos para defenderse, y no conformándose, aleccionados por la triste suerte de otros, con el papel de víctima, transigían con los carlistas y les servían, en cambio de su seguridad».
Aún peor si cabe es el juicio sobre estas partidas carlistas emitido por carta al Rey del general carlista Don Basilio García, bajo cuyas órdenes participó Palillos en su expedición: «Las tropas de Aragón, cobardes e insubordinadas, huyen a la vista del enemigo, atropellan y roban cuanto encuentran. Las fuerzas de la Mancha son aún peores, sus jefes, oficiales y soldados, no son más que unos facinerosos….Prefiero la muerte a tener a mis órdenes semejantes forajidos que no conocen religión ni rey; son ladrones y nada más». La opinión de Pirala con respecto a don Basilio también deja mucho que desear, quien se expresa en los siguientes términos con respecto al general carlista: «Mas para desgracia de los carlistas, allí [en el campo carlista], como en los demás partidos, prevalecían las opiniones más halagüeñamente presentadas; lucíase el más lenguaraz y petulante, el que más blasonaba de entendido y el que prometía ventajas y hazañas, que era incapaz de conseguir. No importaba que los antecedentes y los hechos desmintiesen las falsas promesas; hubiera en el cuartel real quien apoyase las baladronadas, y esto era bastante. Parecía, pues, que desde el fallecimiento de Zumalacarregui, los hombres que él había despreciado más, eran los más aptos y que á ellos se confiaba la salvación de la causa. Don Basilio Antonio García, á quien sus hechos habían desprestigiado, que tenía fama de audáz en la intriga, de tímido al frente del enemigo, de educación tosca, lenguaraz, estimaba en poco á toda persona de educación y no tenía reparo en ajar públicamente á los que sabía no podían contestarle». (A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 2, pág. 954)
Tan negativos juicios han de ser forzosamente contrastados con otras fuentes, y así Goeben narra: «Estas partidas fueron acusadas por unos y otros de procedimientos poco humanos e impropios de su calificación de carlistas, porque sacrificaban sin miramientos a los enemigos que caían en sus manos. Pero en ello hacían bien. ¿Cómo podían proceder de otra manera aquellos hombres que, porque eran los más débiles, habían sido excluidos por los adversarios de los beneficios de todo Tratado [convenios Elliot y el de Segura], que veían matar, arrasar, aniquilar todo cuanto les pertenecía y les era allegado? He referido antes con que crueldad intentaron aplastar los cristinos el levantamiento en estas provincias; después de hechos tan horrorosos no podían esperar indulgencia jamás. No, cuando aquellos hombres de las partidas, que habían sido arrastrados a la desesperación, se vengaban de los liberales pasándolos a sangre y fuego, los trataban con toda justicia y cumplían su deber; pues en tal sazón la indulgencia y el perdón se hubieran convertido en despreciable debilidad, que habría llevado consigo inevitable ruina.
Pero se deshonraron a sí mismos al extender su furia vengativa fuera de los infames que la habían provocado. Los carlistas, esto es, los hombres que luchaban honrosamente en los ejércitos regulares por el sostenimiento de los derechos de su Rey, no querían, naturalmente, conceder ese título a aquellas cuadrillas de la Mancha».
Más ecuánime a la hora de juzgar a Palillos nos parece la opinión de Alfonso Bullón de Mendoza quien en su La Primera Guerra Carlista, pág. 448,expone: «En opinión de Asensio Rubio [María Manuela Asensio Rubio, El carlismo en la provincia de Ciudad Real 1833-1876, Diputación Provincial de Ciudad Real, 1987], el carlismo en La Mancha cuenta con el apoyo de un sector mayoritario de la población en el cual encontramos a miembros del poder civil (jueces y alcaldes), al clero secular y regular, que se levanta desde un primer momento tomando parte en las partidas y una amplia base popular integrada por las clases sociales menos favorecidas, destacando la presencia de “campesinos, carpinteros, herreros, arrieros, carreteros, sastres; y con gran frecuencia también bandoleros y asaltadores, de entre los cuales adquirieron gran notoriedad en la época los llamados ‘Orejita’ o los hermanos ‘Palillos’”. Sin embargo, y aún prescindiendo de la consideración de bandoleros que se da a algunos de los principales jefes carlistas, tomada sin duda de la historiografía liberal, pero evidentemente falsa en el sentido de que ésta no había sido su forma usual de vida durante la década anterior a 1833, la obra carece de una base documental que acredite debidamente estas hipótesis, o la conclusión final según la cual la guerra en la Mancha es la respuesta dada por los grupos sociales más bajos y deprimidos, apoyados por algunos sectores privilegiados, contra un orden social que los marginaba y empobrecía».
(4) Tal fue su fama que hasta fue recurrentemente citado por George Borrowen su obra The Bible in Spain (1842), en términos oprobiosos; valga esta muestra: «The one I liked least of all was one Palillos, who is a gloomy savage ruffian whom I knew when he was a postillion. Many is the time that he has been at my house of old; he is now captain of the Manchegan thieves, for though he calls himself a royalist, he is neither more nor less than a thief: it is a disgrace to the cause that such as he should be permitted to mix with honourable and brave men; I hate that fellow, Don Jorge: it is owing to him that I have so few customers. Travellers are, at present, afraid to pass through La Mancha, lest they fall into his hands. I wish he were hanged, Don Jorge, and whether by Christinos or Royalists, I care not.»
(5) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág. 15
(6) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 1, pág. 206
(7) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 2, pág. 150
(8) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 2, págs. 150-151
(9) A. Bullón de Mendoza. La Primera Guerra Carlista. Ed. Actas. Madrid, 1992, pág.313
(10) A. Bullón de Mendoza. La Primera Guerra Carlista, pág. 315
(11) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, págs. 109-110
(12) A. Bullón de Mendoza. La Primera Guerra Carlista, pág. 335
(13) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág. 111
(14) A. Bullón de Mendoza apunta que este nombramiento se debió a los celos despertados en Espartero ante los éxitos cosechados por Narváez en La Mancha.
(15) En febrero de 1836 Nogueras había dado la orden de fusilamiento de la madre de Cabrera.
(16) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág.118
(17) Narváez llevó consigo a su ejército, haciéndolo desfilar frente al Palacio Real de Madrid el 10 de octubre, y siendo recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando por la formación y organización del cuerpo de reserva y la pacificación de la Mancha.
(18) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág. 187
(19) A. Bullón de Mendoza. La primera Guerra Carlista, pág. 384
(20) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3. Pág. 115
(21) Creemos no es demasiado arriesgada la hipótesis que el estandarte aquí publicado fuera cogido por los liberales en esta acción, ya que un mes después, el 16 de enero de 1839 fue remitida a la Real Basílica de Atocha como destacado trofeo de guerra.
(22) Como figura en su catalogación, el estandarte fue remitido a la Real Basílica de Atocha por el capitán general de Castilla la Nueva con fecha de 16 de enero de 1839.
(23) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág.116
(24) Breve reseña que el Ayuntamiento de la Muy Noble, Leal y Antigua Villa de Orgaz hace de las víctimas inmoladas por la facción Palillos el día 25 de Febrero del año 1839.- Toledo. Imprenta Escuela Tipográfica y Encuadernación Colegio de María Cristina. 1906
(25) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág. 265
(26) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág. 290
(27) Tal y como ya había ocurrido antes con María Griñó, madre del general Cabrera y la posterior represalia de éste sentenciando a la pena capital a otras cuatro señoras en los tristemente recordados fusilamientos de Valderrobles.
(28) Máximo García Ruiz. Diario de un médico, con los hechos más notables ocurridos durante la última guerra civil en las provincias de Toledo y Ciudad Real, Madrid, Imp. T. Aguado, 1847, 2 volúmenes.
(29) A. Bullón de Mendoza. La Primera Guerra Carlista, pág. 336
(30) Se firmó el convenio de Vergara el 31 de agosto de 1839.
(31) A. Pirala Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág. 291
(32) En contraposición al bando publicado el 25 de agosto en el que prometía duras penas para los carlistas y los que los apoyasen.
(33) A. Pirala. Historia de la Guerra Civil. Tomo 3. Pág. 292
(34) De donde desapareció, sin saberse cómo, en la década comprendida entre los años 1839 y 1849; el inventario realizado en ese año ya no lo menciona.
(35) Fue este vexilo estudiado por vez primera por Luis Sorando quien cotejando el estandarte y sus características con el libro-catálogo Museo de inválidos. Banderas y estandartes del Museo de inválidos; su historia y descripción (1909), descubrió que se trataba sin género de dudas del estandarte de la partida de Palillos y así fue publicado en el catálogo editado con motivo de la exposición comisariada por Alfonso Bullón de Mendoza, Las Guerras Carlistas, celebrada en el madrileño Museo de la Ciudad (mayo-junio de 2004).
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