PREGÓN A NUESTRA SEÑORA DEL PILAR (CIUDAD REAL a 1 de Octubre de 2005, annus Domini)
Por Francisco de Asís Pajarón Hornero
Licenciado en Historia
Aquí nos tienes nívea Señora:
Tu que eres pasión por la verdad,
Tu que eres pequeño y oculto testimonio
de Dios entre los hombres,
Tu que eres la que recoge los suspiros perdidos
Y los acunas en tu regazo maternal.
Tu, Virgencita, eres luz y sueño
De los que tanto dolor llevan
Y en tus ojos brillan
Las ansias de los que calladamente esperan...
Hermano Mayor de la Hermandad de Nuestra Señora del Pilar y Junta Directiva, concejales del Excmo. Ayuntamiento de Ciudad Real, párroco de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora del Pilar y Consiliario de la Hermandad, Hermanos Mayores de Hermandades y Cofradías de Gloria y Pasión, cofrades, hermanos y amigos todos...
Buenas Noches...
Ha sido Sito más que un presentador y lo ha sido así porque ha hablado con el corazón, con la mirada cercana y tierna del amigo. Él sabe mejor que nadie estar cerca del Señor en horas de penitencia y vigilia, y el Señor se lo premia no ya con una familia maravillosa, se lo premia haciéndole receptor de la alegría de ser cristiano y del privilegio de ser cristiano y cofrade.
Él sabe mejor que nadie darle al mensaje de Cristo la medida justa en su labor como Hermano Mayor, cuidando todos los detalles y haciendo exquisito hasta el más mínimo gesto de su vida cristiana. Pero ante todo Sito es Amigo, y amigo con mayúsculas porque solo alguien que merezca este título de Amigo puede abrirte las puertas de su vida de par en par para que entres y te lleves lo mejor de él.
Gracias Sito desde ese fondo tan lejano y tan próximo a la vez, desde esa esencia tan profunda y cristiana que compartimos y a la que muchas veces le sobran las palabras, los epítetos y los ropajes tal y como nos sucede cada noche de Martes Santo... GRACIAS.
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Eran días de zozobra, la nave se inclinaba de izquierda a derecha con fuerza, lanzándonos como peleles sobre las duras maderas de roble castellano. Era un día gris y bochornoso, el estómago encogido y el espíritu hundido por el miedo y la inquietud:
-¡Curro! Dame el cazo del agua...
-Reza a la Virgen un rato que nos vamos a pique...
Era marzo de 1529 y la falucha medio se hundía en las cálidas aguas de las costas de Tierra Firme. Hombres de las cuatro esquinas de las Españas sudaban y bregaban en cubierta, en los almacenes y entre los palos de la nave. Una nave de buen porte, imperial como aquella España merecía, y coronando la bandera del Emperador y un nombre: la Santa María, digamos que del Pilar.
El Mar del Caribe tiene otra luz, bella y a la vez tenebrosa. No obstante ahí se hacen fuertes los huracanes y sus apacibles aguas a veces engullen toneladas de madera, de tesoros y de desdichados hombres. Por eso los marinos españoles a veces llevan escapularios o exvotos, o se santiguan y rezan musitando y arrastrando las palabras...
“Santa Madre del Carmen...ayúdanos... Virgen de las Vírgenes... Madre de Dios... Virgen del Pilar... Reina concebida sin Mancha original...” O cualquiera de las advocaciones de la mariana, por encima de todas, tierra de España.
Y las naves, esas barcazas donde viajan los “barbudos blancos” como les llama la muchedumbre india. Barcos que surcan los mares y océanos del mundo llenándolos de los nombres de Dios, la Virgen y sus Santos... La Santa María, la Santísima Trinidad, San Francisco, San Antonio, San Juan Nepomuceno, San Isidoro y tantos otros que saben a sal, a pólvora y a sueños.
Y esos nombres saltan a tierra: Santa María de Buenos Aires, Santa María de Bogotá, Natividad de Nuestra Señora (el primer fuerte de los españoles en el Nuevo Mundo)... Siempre la Virgen omnipresente en los aventureros de la mayor epopeya que el mundo ha conocido. Volcados en llevar por todo el orbe a su emperador y su fe, esa fe que mueve montañas y mares y océanos. Esa fe a la que acompañó la figura insustituible de la Virgen como estandarte, como consuelo en los momentos de miedo, en la calamidad e incluso en la postrera hora que a muchos llegó en esas desconocidas latitudes.
Pero esos hombres no eran, en muchos casos héroes, sino miserables seres humanos llevando su humanidad con dignidad e ilusión o como decía un académico en tristes horas de vigilia:
“Todos ellos fueron gran*des hombres; escrupulosos y católicos a menudo, di*solutos en algunas ocasiones. Ellos, que no inclinaban la cabeza ni ante sus reyes, se humillaban sin embargo ante una hostia consagrada, ante la barba mal afeitada y las manos torpes de cualquier mísero cura de pue*blo. Los hubo que murieron peleando por Dios y por sus monarcas en guerras europeas, en las Indias o en el norte de África, batiéndose contra protestantes, angli*canos, berberiscos... Fueron valientes soldados, dignos nobles y leales vasallos. Y todos, excepto los que murieron en lugares trágicos y lejanos, tuvieron a un sacerdote junto al lecho en el momento de entregar su espíritu. Como mi abuelo, como mi padre...”
Es así y siempre ha sido. Ya nos lo decía Santo Tomas en su Summa Theologica: “Dios existe porque Dios es”. Pero ni estos hombres ni ninguno de nosotros alcanzamos a entender esas palabras hoy en día, porque la fe no es entendimiento, la fe es algo más que no podemos explicar. Muchos cofrades lo sabemos cuando vivimos cerca de nuestros Titulares momentos y gozos irrepetibles. Todos lo sabemos cuando adoramos en la atmósfera callada a Dios hecho Pan.
Hace mes y medio, en la Explanada del Marienfeld o Campo de María, en Colonia, en el corazón de la antigua Germania, del antiguo Imperium, nuestro Santo Padre Benedicto XVI, nos dejaba y legaba el mensaje nuevamente, nos lo hacía casi mágico con sus palabras:
“¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre? Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, Él anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos (cf. 1 Cor 15,28).”
Y nosotros aplaudíamos, entonces sin entender mucho. Allí nos juntamos 1 millón de jóvenes de todos los continentes, de los lugares más remotos, con distintas lenguas y costumbres, pero todos nos entendíamos por medio de esa fe que a veces parece tan intrincada y difícil pero que se expresa mediante gestos simples y sencillos: una mirada, una sonrisa, una canción o una bulla escandalosa. Nacen de dentro, nacen del Señor.
Pero los españoles hemos aportado una página diferenciada e irrepetible para la Historia. La ciencia histórica, de la que me precio ser humilde servidor, ha analizado y estudiado la singularidad del caso español en numerosas ocasiones. Pero no hay que dejarse engañar por los tópicos y si cuestionarnos la realidad y veracidad de los datos. Eso nos hará ser un pueblo dispuesto a caminar hacia delante y no hundirnos en eternas disquisiciones que no llevan a ningún sitio.
Se ha hablado numerosas veces de la Evangelización de España, de la poca rigurosidad de la llegada del Apóstol Santiago a lo que entonces se llamaba Hispania, provincia del Imperio Romano, perteneciente a la “Prefecturae” de las Galias. Se ha hablado de la más probable llegada de San Pablo y su evangelización de alguna zona del Sur peninsular. Algunos documentos hablan de su desembarco en la costa de Granada o de la provincia cartaginesa, en la actual zona de Murcia. Nada está claro y todo es nebuloso en este aspecto.
Sea como fuere la Hispania Romana, como casi la totalidad del Imperio pasa a profesar la religión cristiana no sin antes haber pagado un tributo de sangre por parte de los mártires que orlan la tradición de la Iglesia Católica (Santa Eulalia, las vírgenes Justa y Rufina y tantos otros). El Edicto de Milán, del Emperador romano Constantino, en 313 da naturaleza oficial a lo que ya era una realidad en todo el Imperio: la extensión total del mensaje de Cristo.
Y no solo dentro de los limes que era como se llamaban las fronteras del Imperio, sino fuera de ellos. Los pueblos llamados bárbaros también escuchan y maduran en su corazón el mensaje de Cristo. Así cuando en la Navidad del año 406 los bárbaros invaden el Imperio Romano vienen a aportar la savia definitiva que configurará Europa. Una Europa unida por el cristianismo mal que le pese a cierta clase política actual, creadora de constituciones europeas que niegan la historia y la raíz misma de Europa.
Es desde este momento, donde alborean los estados modernos (reino de los visigodos en Hispania, reino de los francos en Francia, reino de los ostrogodos en Italia, etc) y Europa se llena de monasterios y de monjes. Y es gracias a ellos, a su callada labor de copistas por la que la Humanidad no pierde el enorme legado de cultura y sabiduría de los clásicos griegos y romanos. Y es en este entorno monástico y popular, donde pueblo llano y religión se daban la mano y se confundían, es aquí donde nace el germen de la cultura posterior, donde toman cuerpo las lenguas romances, un latín mal hablado que se mezcla con la lengua de campesinos y da lugar a los idiomas modernos. Es en este entorno sencillo pero deslumbrante de los monasterios, las abadías y las iglesias rurales donde el cristianismo echa los cimientos de una fe popular y limpia, una fe que salta al arte, una fe ininteligible que ahora si que puede ser leída y comprendida gracias al esfuerzo de estos hombre y mujeres.
Hay un documento de la Baja Edad Media que nos muestra en todo su esplendor esa atmósfera fascinante, casi de cuento. Son “Las muy ricas horas del Duque de Berry”. Es una colección de pinturas donde se observa la vida del Duque de Berry, de su séquito y de sus vasallos. Y en ellas la labor de la Iglesia, el orden de Dios. Claro que no se trata de volver a la Edad Media pero como dijo nuestro Papa, el Papa de los jóvenes, Juan Pablo II, cuando hablaba de que se podía mantener el mensaje de Cristo en el mundo por moderno y fastuoso que este fuese. El mensaje de Cristo, el mensaje del amor no pasa de fecha, es imperecedero y hay que hacerlo grande con el corazón a cada momento.
Pues bien ese mensaje cristiano de Europa se ha reactualizado a lo largo de la historia y se ha hecho universal. Gracias en una gran parte a los españoles, a nuestros abuelos que surcaron los mares y océanos como la Humanidad ha reconocido con tantas muestras.
Y ese mensaje ha dejado huellas, testimonios que el ser humano va amasando con la sensibilidad de su interior. Dejando huellas como las del arte. El barroco colonial americano es una prueba de ello, las grandes catedrales americanas (Cuzco, Trujillo, Ciudad de México, Lima, Quito, etc) y su rica imaginería son el testimonio palpable que nos une con nuestra mayor empresa. Pero, a la vez, son el legado de todo lo que un pueblo porta en su interior, es el espíritu de ese pueblo, el “volkgeist” del que hablaban los filósofos alemanes.
Un pueblo cuya raíz, cuya esencia íntima está unida al cristianismo porque España les mostró el camino, les anunció la “Buena Nueva” del Evangelio de Cristo.
La íntima convicción de los españoles al lanzarse a la conquista de un Mundo Nuevo como el que, seductor, se extendía ante sus ojos fue la Evangelización. Ya la reina Isabel la Católica lo manifestó así en numerosas ocasiones, así como el mismo “Almirante de la Mar Océana” Cristóbal Colón. Es evidente que el ansía de enriquecerse, el poder o incluso el mismo afán aventurero supusieron un acicate pero ello no subestima el poder que la fe ejerció en el corazón de aquellos hombres y mujeres.
Este “poder” que ejerce la fe ha de ser instrumento de evangelización y al servicio de ella ha de estar. Debe recorrer el mismo camino que el culto a advocaciones tan bellas como la de Nuestra Señora del Pilar.
En los llamados siglos oscuros de la Edad Media (X, XI y XII) los "rusticae", que eran los iletrados, vivían aun en muchos lugares de la Vieja Europa impregnados de paganismo y un profundo desconocimiento de los dogmas, la liturgia e incluso las Escrituras. Y fue por medio del arte y las “co-fraternitas” gremiales de hermanos (origen de las actuales hermandades y cofradías) como se reemprendió la labor magna de la evangelización. Nosotros somos ahora los cinceladores del presente y tenemos el medio mas bello a nuestra alcance: el arte del mundo de las cofradías y hermandades.
En esos siglos oscuros los disciplinantes recorrían las embarradas calles de una Europa azotada por la peste y las pandemias con imágenes sencillas y desnudas de Cristo doliente en la cruz. Era la espiritualidad de la sobriedad románica pero la luz del gótico, del “ego sum lux mundi” de las Escrituras se iba abriendo paso. Un gótico que iba a sacar a Dios de la quietud y lo iba a hacer vivir otra vez entre los hombres, mostrándonos su sufriente humanidad, su humanidad por amor. Pero no solo la figura de Dios Uno y Trino va a ser la que cambie en su presencia artística y devocional. Será la figura de la Madre la que ya no solo es “theokokos” que significa Madre de Dios y que tan popular acepción tuvo en los primeros Concilios, ahora la Madre de Dios se convierte en Madre de la Humanidad, Madre del Hombre. Y baja a nuestro mundo, y nos sonríe, nos llena de vida y dulzura. En el parteluz de la Catedral de Reims o en el de la Catedral de León sonríe al Niño Dios y se convierte en ejemplo de maternidad universal.
Nuestro rey fundador, Alfonso X, ya veía esta Madre cercana en su poesía en sus “Cantigas a Santa María” lo expone con esa nueva manera de sentir:
“Rosa das rosas et Fror das frores
Dona das donas, Sennora das Sennores.
Rosa de beldad et de parecer
et Fror d'alegria et de pracer...”
Y el marqués de Santillana le canta así:
“... del jardín sagrado rosa,Y como María salta los continentes como símbolo y guía de Evangelización en la obra del convertido indio tolteca fray Luis Jerónimo de Oré, se lee este bello pasaje que dedicó a la Virgen, toda una lección de botánica mariana.:
e preciosa margarita,
fontana de agua bendita,
fulgor de gracia infinita
por manos de Dios escrita
¡o Domina gloriosa!”
“Tú eres tierra bendita y fértil, monte de Dios hermoso y gruesso, quajado de flores, azucenas y lirios, monte en quien Dios se agradó de habitar para siempre. Los árboles mysteriosos, el acipres, el cedro, la palma, la mirrha escogida, el bálsamo que distila, y el terebhintho en ti se hallan. Tú eres fuente y pozo de aguas vivas, huerto cerrado, jardín y vergel de Dios donde se hallan rosas y flores, y árboles aromathicos, encienso y miles de olores”.
Y centrándonos en nuestra Titular la devoción del pueblo por la Virgen del Pilar se halla tan arraigada entre los españoles y desde épocas tan remotas, que la Santa Sede permitió el establecimiento del Oficio del Pilar en el que se consigna la aparición de la Virgen del Pilar como “una antigua y piadosa creencia”.
Ya lo contaba la Tradición:
En la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando “oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen, Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol”. La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que “permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio”.
Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, con el concurso de los conversos, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes que estuviese terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresar a Judea. Esta fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen Santísima.
Muchos historiadores e investigadores defienden esta tradición y aducen que hay una serie de monumentos y testimonios que demuestran la existencia de una iglesia dedicada a la Virgen de Zaragoza. El mas antiguo de estos testimonios es el famoso sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo IV, cuando la santa fue martirizada. El sarcófago representa, en un bajo relieve, el descenso de la Virgen de los cielos para aparecerse al Apóstol Santiago.
Asimismo, hacia el año 835, un monje de Saint Germain de París, llamado Almoino, redactó unos escritos en los que habla de la Iglesia de la Virgen María de Zaragoza, “donde había servido en el siglo III el gran mártir San Vicente”, cuyos restos fueron depositados por el obispo de Zaragoza, en la iglesia de la Virgen María. También está atestiguado que antes de la ocupación musulmana de Zaragoza (en 714) había allí un templo dedicado a la Virgen.
Y ¿por qué Pilar?, lo vemos de lleno en su simbolismo, su realidad y su valor por encima de lo material. El pilar o columna: la idea de la solidez del edificio-iglesia con la de la firmeza de la columna-confianza en la protección de María. La columna es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra, “manifestación de la potencia de Dios en el hombre y la potencia del hombre bajo la influencia de Dios”. Es soporte de los sagrado, soporte de la vida cotidiana. María, la puerta del cielo, la escala de Jacob, ha sido la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo se han unido en Jesucristo.
Las columnas garantizan la solidez del edificio, sea arquitectónico o social. Quebrantarlas es amenazar el edificio entero. La columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles. María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de Pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios. En la Virgen del Pilar el pueblo ve simbolizada “la presencia de Dios, una presencia activa que, guía al pueblo elegido a través de las emboscadas de la ruta”.
Y retornamos otra vez a nuestra entrañable titular, aquí presente y a la que rendimos culto. Titular a la que una Hermandad rinde culto, se preocupa por honrarla y procesionarla. Y he aquí uno de los movimientos que con más pujanza vive dentro de la Iglesia, el mundo de las Hermandades y Cofradías. Laicos comprometidos con el mensaje evangélico, que con sus Sagrados Titulares hacen de la Evangelización en la calle, en el espacio más o menos hostil de una sociedad laicizada, una valiente labor de testimonio directo. Una labor que ha de ser apoyada y alentada por todos los cuerpos de la Iglesia en fraternal unión y empuje evangélico.
Es la labor de una hermandad la puesta en común por parte de sus hermanos de un doble mensaje: 1) el de la Evangelización y 2) el del compromiso evangélico. La primera como hemos visto con el culto a sus Titulares y la oración para que el Espíritu Santo actúe en los corazones de la Humanidad. El segundo con las misiones de caridad, la atención a los más necesitados tanto material como espiritualmente y la denuncia de las situaciones de flagrante injusticia que atentan contra la esencia del mensaje de Cristo, Nuestro Señor.
Ese es el doble eje a recorrer y para ello una inefable arma: la Oración. La oración impregna y da fuerzas, se convierte en destino y a la vez camino, la oración viene dándose la mano con la devoción y por eso es tan importante, tan insustituible, la misión del cofrade, de la mujer y hombre piadoso, antiguo, sencillo... cuyo corazón late en el pueblo, en las costumbres calladas y limpias de tantos siglos de Historia.
Y la oración se multiplica por entre todos los siglos y se hace eterna. Y la Virgen la recibe con ternura y amorosos destellos. En pleno siglo XX, en tiempos de guerra y odios, un poeta moderno y soñador le cantaba así:
Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro. Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte. Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
“Mira mis manos: son transparentes como
las bombillas eléctricas.
¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?”
“Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba
mi ancianidad.”
“Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil.”
“Hablo una lengua que llena los corazones según la ley
de las nubes comunicantes.”
“Digo siempre adiós, y me quedo.”
“Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré
proezas aéreas.”
“Tengo tanta necesidad de ternura, mesa mis cabellos, los he
lavado esta mañana en las nubes del alba
y ahora quiero dormirme
sobre el colchón de la neblina intermitente.”
“Mis miradas son un alambre en el horizonte
para el descanso de las golondrinas.”
“Ámame.”
Los cristianos estamos obligados a seguir dando testimonio y en una sociedad tan llena de la llamada “cultura de la imagen” como la que vivimos, no hemos de desperdiciar el legado de arte y sensibilidad de las Hermandades y Cofradías, así como enriquecer la liturgia con ese aporte que la ha hecho “católica”, es decir, universal a lo largo de la Historia.
Y nuestra Madre, la Virgen María, es la receptora de todo ello... ¿Cómo no honrar a Nuestra Madre, Madre de la Iglesia y de la Humanidad? ¿Cómo no llenarla de flores, de oraciones, de súplicas, de miradas...? ¿Cómo no mecerla suavemente por las calles, con músicas y sones que pongan a sus pies nuestro corazón? ¿Cómo no entronizarla sobre plata u oro, para verla más cerca del Cielo, donde nos cuida, nos mima, nos guía? ¿Cómo no coronarla como Reina del Universo, con las estrellas a sus pies y un fulgor celeste de luz en su rostro?
Caminemos cristianamente y juntos en este sendero, con la compañía de Ella que de lejos nos sonríe y nos acaricia con la ternura de su mirada, caminemos bajo el costado redentor de su Hijo que riega con su Sangre nuestro camino haciéndolo fértil y alegre. Porque el cristianismo es también alegría, es luz y es Verdad.
Alegría como la de María Santísima en la hora de su Visitación, alegría que Ella nos contagia, alegría que es nuestra arma más eficaz, nuestra realidad más ubérrima, que da frutos grandes y preciosos.
No perdamos el tiempo estérilmente. A lo lejos vemos sus luceros que el tiempo a hecho viejos y bellos, de nuestra Reina y su Hijo-Dios, y no están tan lejos, solo hace falta que sonríamos con confianza y deseemos alcanzarlos con nuestros sencillos y ajados corazones.
Hermosa doncella,
Delicia de Dios,
¿A dónde caminas
Con paso veloz?
¿A qué vas al templo
Del Rey Salomón,
Y tórtolas llevas
De pardo color?
Decid a esta Virgen
Con santo fervor,
Al aire soltando
La plácida voz:
Bendito el instante
Que Dios te crió:
Bendita la hora
Que el mundo te vio.
¿Por qué va cubriendo
Tu frente el rubor,
Si más pura eres
Y hermosa que el sol?
A Ti de la mancha
De Adán pecador,
A Ti sólo quiso
Librar el Señor.
Placer inefable
Al punto que vio
Tu rostro gracioso
El cielo gozó.
La saña divina
Y antiguo rigor
En paz y clemencia,
Por Ti se trocó.
Y el Dueño del orbe
Prendado de amor,
Albergue en tu seno
Dulcísimo halló,
Y al mundo le diste
Sin ay, ni dolor,
Cual brota de mayo
La cándida flor,
Y llevas al pecho
¡Divino favor!
Colgada la prenda
Que vida nos dio.
Pues no, no te obliga
La ley de rigor,
Que Tú eres la Madre
Del sumo Hacedor.
Mas ya lo comprendo,
Que vas al Señor
A dar de virtudes
Riquísimo don.
Bendita obediencia
Y humilde oración,
Y en uno enlazados
Pureza y amor.
Permite, Señora,
Que yo vaya en pos,
Siguiendo tus pasos
Al templo de Dios.
HE DICHO...
Francisco de Asís Pajarón Hornero
Ciudad Real, mes de Septiembre de 2005 a.D.
Última edición por costerode; 02/10/2005 a las 20:37
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