«Corazones en la oscuridad» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 12/III/2016.
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¿Quién se atreve hoy a ser escritor y nada más que escritor, como quien se lanza a ciegas desde un trampolín, sin saber siquiera si hay agua en la piscina? Uno de los últimos mohicanos de la vocación literaria sin red ni paracaídas es Joaquín Pérez Azaústre, al que conocí hace ya mucho tiempo, cuando ambos éramos jóvenes (él mucho más que yo) y acababa de ganar el mítico premio Adonais. Luego, con los años, Pérez Azaústre llegaría a convertirse en uno de los poetas más ciertos de su generación, con títulos como "Las Ollerías" o "Vida y leyenda del jinete eléctrico"; pero Pérez Azaústre no se conforma con esta vitola y ha querido ser también novelista, para afirmarse como escritor, para demostrar y demostrarse que los géneros sólo son la camisa con que se viste la vocación. Y Pérez Azaústre tiene la vocación más ferviente y denodada que yo haya conocido nunca: muchas veces lo he visto hablar de la literatura como si fuera su esposa, con unción casi religiosa, y también como si fuera su amante, con gozo casi lascivo. Al escritor auténtico se le reconoce enseguida porque ha entablado una relación conyugal con la literatura y, sin embargo, nunca se cansa de tener aventuras con ella.

En sus primeras novelas, Pérez Azaústre probó el magisterio de Scott Fitzgerald; y fue después creando una mitología más elaborada y personal. Pero en todo escritor auténtico hay siempre un ansia de alumbrar la verdad humana más desnuda, despojándose de las mitologías culturalistas que embriagaron su juventud. En "Corazones en la oscuridad" (Anagrama), su más reciente entrega, se cuaja por fin el escritor que mira la vida con arrojo y abnegada piedad. Es "Corazones en la oscuridad" una novela de mujeres magulladas y solitarias, de mujeres que necesitan el asidero de los afectos para seguir respirando, de mujeres que tienen que defenderse del arañazo de los años y del olvido. Es también "Corazones en la oscuridad" una novela de climas muy logrados, donde la tensión de los sentimientos a flor de piel alcanza una amalgama muy lograda con la evocación de un pasado neblinoso y elusivo. Pero, sobre todo, "Corazones en la oscuridad" es una muy convincente novela de relaciones personales por la que fluye, a veces secreto como un río subterráneo, a veces tumultuoso como una cascada, el amor que enlaza desde los manantiales de la sangre a un grupo de personajes que se saben solos, que se saben viejos, que se saben heridos por los recuerdos, que se saben atrapados por los secretos. Tal vez la novela alcance sus pasajes más conmovedores cuando posa su mirada sobre los ancianos: esa Águeda, peregrina en los pasadizos de la demencia senil, que se deja bañar y cuidar delicadamente por sus hijas Nora y Susana, a las que ya no reconoce; ese Claudio, viejo actor al final de su carrera, que sale a pasear por una urbanización del extrarradio donde acaba de comprar un piso y tiene que sentarse en un banco porque no sabe donde se halla. "Corazones en la oscuridad", al posar su mirada sobre los viejos que parecen ausentes o extraviados en los laberintos de la desmemoria y sin embargo siguen siendo ángeles protectores que alumbran nuestras oscuridades, lanza un reto –sin aspavientos ni jeremiadas, como sólo saben hacer los grandes escritores—a nuestra época desalmada.

Me ha alegrado mucho leer "Corazones en la oscuridad", una novela hipnótica y ferozmente humana, sembrada de íntimas delicadezas y misterios entrevistos, sembrada sobre todo de verdades humanas muy hondas y dolientes, sanadas finalmente por el amor. Joaquín Pérez Azaústre nos brinda su mejor novela hasta la fecha; y será, estoy seguro, tan sólo el inicio de una madurez fecunda.

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