UBI SUNT? ¿DÓNDE ESTÁN?



Esos poetas olvidados, cuyos versos –si es que se publicaron- no se han vuelto a reeditar, esos poetas de pueblo que retrataron, como los fotógrafos antiguos retrataban a sus vecinos, las costumbres sencillas y honestas de los pueblos: esos hombres eran nuestros abuelos, nuestros bisabuelos. Y esos poetas quiero, y no poetas hechura de intereses artificiales, elevados sobre pedestales, incensados por turiferarios profesionales. Puede ser que los poetas consagrados tengan unos versos imprescindibles, pero también los olvidados son imprescindibles cuando todo se depaupera, y las costumbres se corrompen.

Unos versos leo, que son como remembranza de la vida antigua en los cortijos, muchos años antes de esa orgía de sangre que fue nuestra desgraciada guerra civil:

“Es de noche; en la cocina
del cortijo ya se hallan,
peones y cortijeros
que tornan de la jornada,
llenando de animación,
la antes solitaria estancia.”

Y es como si los viese, a esa raza de hombres duros, trabajados, venir al cortijo tras la faena con los olivos.

“La casera, junto al fuego
corta el pan en rebanadas;
suena el hervor de la olla
como una canción muy grata,
pues ya se acerca la hora
de cenar, y ya es volcada
la sopa sobre la fuente
que humeante les aguarda
y haciendo cerco alredor
de una mesa cojitranca,
al asalto de la olla
van enhiestas las cucharas.”

Y después de su yantar en comunidad, los campesinos se hacen un ovillo, y tapándose con sus mantas duermen el sueño de los justos, aquellos que trabajan para ganarse el pan que se comen. Esos versos me recuerdan estampas apacibles y hermosas, también las hay incluso más antiguas, como esa escena magnífica que nos pinta Lope de Vega en su “Peribáñez y el comendador de Ocaña”, cuando los segadores de Peribáñez se echan a dormir tras la jornada con la hoz.

Dejadme, sí. Dejadme ensimismarme en estas estampas campesinas, como la de esos versos que compusiera A. Molina, un viejo y olvidado poeta de mi pueblo. Aquel mundo se nos ha perdido. Los cortijos son ahora guarida de alimañas. Y el campo… ¡Cómo duele ver el agro bendito tan degradado por el plástico y por la química! El hombre moderno –esa criatura monstruosa- es el hombre de plástico.

Pero hubo hombres de pedernal. Hombres que todavía permanecen inmortalizados en retratos antiguos, en daguerrotipos y fotografías viejas. Fueron hombres rústicos, curtidos en las labores de la gleba. Todos tenemos retratos de ellos en nuestras casas, si es que hemos podido conservar piadosamente la memoria de nuestros antepasados. Los rostros de esos hombres me interpelan: y admirado pienso en cuánta fuerza espiritual hay en ellos... cuánta dureza la de sus vidas. Esos hombres fueron la agreste raza de los cortijos. Muchos de ellos, sin reales con que poder escapar de las quintas, fueron embarcados a Cuba, a Filipinas, al norte de África; les trocaron la azada y el hocino por un fusil y una bayoneta, y fueron tan buenos soldados como habían sido tan buenos segadores. Su dureza en el combate fue admiración del mundo, incluso derrotados por todos. Y la cifra de su resistencia estaba en la reciedumbre en que su crianza, severa y austera, los troquelaba.

Entonces, pensando en ellos... Una melancolía grandísima me embarga. ¿Dónde están esos hombres, herederos de una raza insumisa y fiera? Ubi sunt?



Publicado por Maestro Gelimer

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