....es imposible que una mayoría suficiente de descontentos nos pongamos de acuerdo en sacar adelante un único partido “revolucionario”, ni en seleccionar unos pocos puntos esenciales que constituirían su programa, ni finalmente, en votarlo.
Porque unos quieren liberalismo, otros socialismo; unos centralización, otros descentralización; unos mónadas republicanas, otros democracia directa, otros simplemente un cambio de políticos; unos listas abiertas, otros circunscripción única, otros representación proporcional; unos laicidad, otros confesionalidad; unos familia tradicional, otros familia “libre”; unos una nación española, otros una nación catalana, vasca, gallega… y así seguimos, y seguimos, y seguimos…
¿Realmente alguien cree posible unificar todo eso en un único partido?
Así que, finalmente, tenemos que
volver al principio: a lo de vaciar escaños. Si queremos tener una mínima posibilidad de cambiar las cosas, tenemos que ponernos a vaciar escaños… porque, por insuficiente, por inútil que pueda parecer, desgraciadamente…
no hay ninguna otra alternativa.
Y además, tal vez sí que haya esperanza, tal vez, lo de vaciar escaños, pueda funcionar.
Porque, ante la imposibilidad de llevar a la práctica todas esas ideas y convicciones “imprescindibles” de los descontentos, sí se puede, en cambio, dar la posibilidad a estos de expresar una única idea, la más básica, la esencial, la fundamental: con el voto en blanco computable,
vaciando escaños, se puede generar un clamor ciudadano, pidiendo, o más bien exigiendo… DEMOCRACIA. Simplemente eso, democracia. El programa mínimo posible.
Y ese clamor, potencialmente, puede ser tan poderoso como sea necesario para que la casta política no pueda ignorarlo, so pena de acabar con un parlamento semivacío e ingobernable, un sistema político roto y deslegitimado y, lo que es más importante, con una ciudadanía, mayoritariamente, en rebeldía.
Y ante esa amenaza, las cosas, finalmente, cambiarían.
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