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Tema: 2011 - 12 de Octubre, día de la Hispanidad

  1. #1
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    2011 - 12 de Octubre, día de la Hispanidad

    12 de Octubre, día de la Hispanidad







    Fecha universal, señores; encrucijada de la Historia donde se abrió un capítulo sin cerrarse el anterior, donde se tendió un puente de audacias a través del misterio, para ofrecerle a Dios, convertidas en hombres, las sombras precarias y sin destino que vivían más allá del misterio.


    Fecha de alumbramiento; es un alto en el proceso de los aconteceres corrientes; es la extraña cifra de un calendario, que, cansado de la monotonía de sus signos, combinó un día con guarismos conocidos una fórmula para seguir midiendo el tiempo con viejos relojes, en el panorama de unas nuevas geografías.


    Fecha para el asombro; está en la Historia y excede la órbita de lo episódico; tiene sentido épico y rebosa la fuerza de la epopeya; surge impregnada de lirismo, y no cabe en una oda, ni logra ajustarse en un himno; nace con perfil romántico y va más allá de lo sentimental, de lo generoso y de lo fantástico.


    Fecha con alma y con medula, ¡impregnada de esencias! Cuando un pueblo maneja esencias, trabaja con la arcilla de los conceptos inmanentes y mantiene la calidad de sus elementos de trabajo en cualquier parte donde instale su obrador; el 12 de Octubre fue el nexo que vinculó a España y a América con el material siempre inagotable de una vieja artesanía espiritual, de carácter ecuménico, de vocación peregrina, de naturaleza católica, de impulso evangélico y de aliento universal.


    Tenemos que darle vigencia total a esas calidades, e integrar con ellas el material de nuestro esfuerzo para la labor conjunta de la Hispanidad.


    La Hispanidad, señores, que es un plasma vital necesario para la salud del mundo, debe galvanizarse y reivindicar en la tribuna de las decisiones universales la misma misión rectora que le otorga su tradición.


    La Hispanidad es una voz que debe oírse, es una capacidad que debe tenerse en cuenta, es un modo de ser que debe respetarse, es un concepto de la vida y un sentido de la muerte al que no se puede renunciar.


    La Hispanidad integra irrenunciablemente Occidente, siente sus angustias, conoce sus peligros y no rechaza su cooperación para la hora de las soluciones. Pero tiene una vieja mayoría de edad y no acepta andadores; tiene conciencia de la inquietud que sacude a la civilización cristiana, comparte sus alarmas y está dispuesta a conjugar el verbo “hacer” todo a lo ancho de sus arriesgadas dimensiones, pero, señores, ¡está dispuesta a conjugarlo en español!


    No importa que la Hispanidad esté excluida de los primeros planos en el tinglado de las grandes posibilidades económicas, no importa que escapen a su control las riendas y los timones de la ordenación financiera del mundo.


    Nuestro verbo “hacer” es lírico, audaz, generoso y desinteresado; nuestro verbo “hacer” tiene caminos propios, veredas exclusivas, atajos especiales; nuestro verbo “hacer” tiene raíces solariegas, cepas privativas, fundamentos cabales; nuestro verbo “hacer” tiene metas señeras, objetivos inequívocos, hitos singulares. Nuestro verbo “hacer” no es mejor ni peor que otros: es distinto; los hispánicos no pregonamos ser raza privilegiada; somos simplemente diferentes y, por lo tanto, actuamos, sentimos, vivimos y morimos de otra manera.







    Yo creo, señores, que ha llegado para la Hispanidad la hora de una nueva cruzada.


    Si la Hispanidad se pone en marcha con el oído atento al pasado y el espíritu prudentemente abierto para no estancarse con acartonamiento mi modificarse con novelería; si sabe hacerse solidaria de todo esfuerzo constructivo, venga de donde venga; si sabe poner siempre los ojos en las directivas esenciales de la Silla Apostólica, podrá, como ninguna otra comunidad de naciones, llegar al escenario de las decisiones internacionales trayendo en sus carteras fórmulas que transformen al mundo, de salvaje en humano y de humano en divino.


    Y antes de iniciar su marcha con ese bagaje en sus maletas podrá, señores, ponerse de pie sobre el filo de la angustia que vive el mundo, y reclamar desde ese plinto su lugar, diciéndole a ese mundo con voz de pregonero:


    ¡Paso a la Hispanidad!, que viene de lejos, desde donde empieza el tiempo, y marcha más lejos aun, a donde le lleva su fe católica en los ámbitos de la eternidad.


    ¡Paso a la Hispanidad!, que aprendió mucho en su camino y quiere transmitirlo en lo que le resta de jornada a cuantos se asomen curiosos a verla pasar.


    ¡Paso a la Hispanidad!, que trae tanto bagaje de gloria, que llega con alforjas rotas y un cansancio antiguo en su ilustre silueta imperial.


    ¡Paso a la Hispanidad!, llega con ademán de siembra, su viejo ademán, generoso y amplio, para sembrar en su vereda, para sembrar en los aledaños…¡y más allá!, sin mirar; el morral donde hurga no se vacía nunca, su brazo no se cansa nunca, y llegará un día, ¡el último!, en que caerá en el último metro del último surco… acaso para levantarse más tarde y seguir sembrando, más allá de la resurrección de la carne, ¡en los reinos que no son de este mundo!.


    Publicado por Don Quijote en 12:52 0 comentarios Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook


    Etiquetas: De España y Las Españas
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  2. #2
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    CRISTIÁN YÁÑEZ DURÁN está desconectado Miembro Respetado
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    Re: 2011 - 12 de Octubre, día de la Hispanidad

    Estimados Mefístófeles y amigos foristas:

    Es no sólo un deber de gratitud sino una inmensa alegría, el rememorar la ocasión que implicó la incorporación de innumerables gentes a la Ciudad de Dios. Y resulta inexcusable el recordar de dónde procedemos y a quien debemos la Fe y la Civilización la única posible.Esta sola gesta basta para que España ostente la corona de la mayor hazaña registrada por nación alguna en los fastos de la Historia.

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  3. #3
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    12 de Octubre - Fecha gloriosa

    Fecha gloriosa en la que la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo llegó a estas tierras americanas por vez primera.

    El 2 de enero de 1492, en las almenas de Granada se alzó la enseña de Cristo, mientras que el estandarte de la Media Luna era arriado. En el mismo año, las carabelas avistaban América, precisamente el 12 de octubre, aniversario de la aparición de Nuestra Señora a Santiago, en el Pilar de Zaragoza
    La España que nos conquista es la España de los Reyes Católicos, la de Isabel y Fernando; la España que nos educa es la España de Carlos V, ante todo, quien retomó la antigua noción romana de Imperio, según la cual todos los hombres eran considerados al modo de una gran familia, pero transfigurada por la idea de Imperio Católico como marco temporal de la expansión misionera del mensaje evangélico, entendiendo continuar el Imperio Carolingio y el Imperio Romano-Germánico; y también de Felipe II, bajo cuyo reinado «la cristiandad iberoamericana alcanzó su plenitud»

    La Hispanidad es quizás la alternativa valedera que estamos en condiciones de presentar frente al Nuevo Orden Mundial. Ya Pío XII pensaba (con gran valor profético) que el mundo hispánico podía constituir una disyuntiva a los grandes bloques de nuestro tiempo. «España tiene una misión altísima que cumplir –dijo en una de sus alocuciones–, pero solamente será digna de ella si logra totalmente de nuevo encontrarse a sí misma en su espíritu tradicional y en aquella unidad que sólo sobre tal espíritu puede fundarse. Nos alimentamos, por lo que se refiere a España, un solo deseo: verla una y gloriosa, alzando en sus manos poderosas una Cruz rodeada por todo este mundo que, gracias principalmente a ella, piensa y reza en castellano, y proponerla después como ejemplo del poder restaurador, vivificador y educador de una fe»... (Alocución del 17 de diciembre 1942).

    Gracias España, Madre Patria, por traernos el Evangelio, a Cristo y a Nuestra Señora, la Santísima Virgen.

    Hispanoamérica toda espera que retome su papel de guía moral y religiosa, más que nunca en estos tiempos nefastos para re-encaminar estas tierras tras los pasos de Nuestro Señor.

    Héctor el Cruzado


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  4. #4
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    Re: 12 de Octubre - Fecha gloriosa

    ¡Gracias hermano rioplatense por tan hermosas palabras! Qué lástima por el creciente indigenismo suicida a ambas orillas del Océano que quiere destruir nuestra Civilización e insultar nuestra gloriosa historia. VIVA LA HISPANIDAD

  5. #5
    Avatar de juan vergara
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    Re: 2011 - 12 de Octubre, día de la Hispanidad

    Cita Iniciado por CRISTIÁN YÁÑEZ DURÁN Ver mensaje
    Estimados Mefístófeles y amigos foristas:

    Es no sólo un deber de gratitud sino una inmensa alegría, el rememorar la ocasión que implicó la incorporación de innumerables gentes a la Ciudad de Dios. Y resulta inexcusable el recordar de dónde procedemos y a quien debemos la Fe y la Civilización la única posible.Esta sola gesta basta para que España ostente la corona de la mayor hazaña registrada por nación alguna en los fastos de la Historia.

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  6. #6
    Avatar de Mefistofeles
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    Re: 2011 - 12 de Octubre, día de la Hispanidad

    Estoy convencido, la Patria, que por otra parte es común a todos (se encuentre en Europa, América o Asia), agradece nuestra disposición general a exaltar sus virtudes, pero no debemos olvidar que esas virtudes son para todos nosotros un deber.

    ¡Feliz día de la Hispanidad hermanos!


    ¡Que hueste tan veterana
    tripula los galeones!
    El Niño, Ruiz, los Pinzones,
    Escobedo, Alonso, Arana
    y Rodrigo de Triana;
    gente avezada a la mar,
    sin que se pueda encontrar
    mejor tropa para el viaje,
    valor, en el abordaje,
    pericia, en el navegar.


    Allá van dejando a España
    los rayos del sol poniente
    alumbrarán de occidente
    tanto arrojo y tanta hazaña.
    ¡A que inaudita campaña
    se lanza la expedición!
    La brújula y el timón
    son sus arietes de guerra,
    y el grito santo de ¡Tierra!
    será el lauro de Colón.

    Ved al loco, al desdeñado,
    a la borda de su nave
    ¡Solo, pensativo y grave
    sobre el abismo, abismado!
    ¡Contempladle acompañado
    en su azaroso camino
    del libro eterno y divino,
    balsamo de las congojas,
    custodiando entre sus hojas
    el plan del bravo marino.

    ¡Venciste! Rara proeza
    de tu fe y constancia dura:
    tu demencia, era cordura,
    tu mendicidad, riqueza.
    Tu aspiración y grandeza
    las perpetuará la historia;
    Vivirán en la memoria
    del tiempo precipitado.
    ¡Que prodigio!¡El alineado
    cubierto de tanta gloria!


    José Tabares Bartlett
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  7. #7
    Avatar de DON AMBROSIO
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    Re: 2011 - 12 de Octubre, día de la Hispanidad

    Os presento el siguiente artículo de Ramiro de Maeztu referente al Día de La Hispanidad.
    El Diván de Sancho Panza


    "Los pueblos no se unen en la libertad sino en la comunidad"

    Ramiro de Maeztu

    Ramiro de Maeztu

    «El 12 de octubre, mal titulado el Día de la Raza, deberá ser en lo sucesivo el Día de la Hispanidad.» Con estas palabras encabezaba su extraordinario del 12 de octubre último un modesto semanario de Buenos Aires, El Eco de España. La palabra se debe a un sacerdote español y patriota que en la Argentina reside, D. Zacarías de Vizcarra. Si el concepto de Cristiandad comprende y a la vez caracteriza a todos los pueblos cristianos, ¿por qué no ha de acuñarse otra palabra, como ésta de Hispanidad, que comprenda también y caracterice a la totalidad de los pueblos hispánicos?

    Primera cuestión: ¿Se incluirán en ella Portugal y Brasil? A veces protestan los portugueses. No creo que los más cultos. Cámoens los llama (Lusiadas, Canto I, estrof. XXXI):

    «Huma gente fortissima de Espanha»

    André de Resende, el humanista, decía lo mismo, con palabras que elogia doña Carolina Michaëlis de Vasconcelos: «Hispani omnes sumus.» Almeida Garret lo decía también: «Somos Hispanos, e devemos chamar Hispanos a quantos habitamos a peninsula hispánica.» Y D. Ricardo Jorge ha dicho: «chamese Hispánia à peninsula, hispano ao seu habitante ondequer que demore,hispánico ao que lhe diez respeito.» Hispánicos son, pues, todos los pueblos que deben la civilización o el ser a los pueblos hispanos de la península. Hispanidad es el concepto que a todos los abarca.

    Veamos hasta qué punto los caracteriza. La Hispanidad, [9] desde luego, no es una raza. Tenía razón El Eco de España para decir que está mal puesto el nombre de Día de la Raza al del 12 de octubre. Sólo podría aceptarse en el sentido de evidenciar que los españoles no damos importancia a la sangre, ni al color de la piel, porque lo que llamamos raza no está constituido por aquellas características que puedan transmitirse al través de las obscuridades protoplásmicas, sino por aquellas otras que son luz del espíritu, como el habla y el credo. La Hispanidad está compuesta de hombres de las razas blanca, negra, india y malaya, y sus combinaciones, y sería absurdo buscar sus características por los métodos de la etnografía.

    También por los de la geografía. Sería perderse antes de echar a andar. La Hispanidad no habita una tierra, sino muchas y muy diversas. La variedad del territorio peninsular, con ser tan grande, es unidad si se compara con la del que habitan los pueblos hispánicos. Magallanes, al Sur de Chile, hace pensar en el Norte de la Escandinavia. Algo más al Norte, el Sur de la Patagonia argentina, tiene clima siberiano. El hombre que en esas tierras se produce no puede parecerse al de Guayaquil, Veracruz o las Antillas, ni éste al de las altiplanicies andinas, ni éste al de la selvas paraguaya o brasileña. Los climas de Hispanidad son los de todo el mundo. Y esta falta de características geográficas y etnográficas, no deja de ser uno de los más decisivos caracteres de la Hispanidad. Por lo menos es posible afirmar, desde luego, que la Hispanidad no es ningún producto natural, y que su espíritu no es el de una tierra, ni el de una raza determinadas.

    ¿Es entonces la Historia quien lo ha ido definiendo? Todos los pueblos de la Hispanidad fueron gobernados por los mismos Monarcas desde 1580, año de la anexión de Portugal, hasta 1640, fecha de su separación, y antes y después por las dos monarquías peninsulares, desde los años de los descubrimientos hasta la separación de los pueblos de América. Todos ellos deben su civilización a los pueblos hispánicos. La civilización no es una aventura. Quiero decir que la comunidad de los pueblos hispánicos no puede ser la de los viajeros de un barco que, después de haber convivido unos días, se despiden para no volver a verse. Y no lo es, en efecto. Todos aquellos conservan un sentimiento de unidad, que no consiste tan sólo en hablar la misma lengua o en la comunidad del origen histórico, ni se expresa [10] adecuadamente diciendo que es de solidaridad, porque por solidaridad entiende el diccionario de la Academia, una adhesión circunstancial a la causa de otros, y aquí no se trata de una adhesión circunstancial, sino permanente.

    No exageremos, sin embargo, la medida de la unidad. Pero es un hecho que un Embajador de España no se siente tan extraño en Buenos Aires como en Río Janeiro, ni en Río Janeiro como en Londres, ni en Londres como en Tokío. Es también un hecho que no podrá desembarcar un pelotón de infantería de marina norteamericana en Nicaragua, sin que se lastime el patriotismo de la Argentina y del Perú, de Méjico y de España, y aún también el de Brasil y Portugal. No sólo esto. El mero deseo de un político norteamericano, Mr. William G. McAdoo, de que la Gran Bretaña y Francia transfieran a los Estados Unidos, para pago de sus deudas de guerra, sus posesiones en las Indias occidentales y las Guayanas inglesa y francesa, basta para que dé la voz de alarma un periódico tan saturado de patriotismo argentino como La Prensa, de Buenos Aires, que proclama (18 de noviembre, 1931), que todos los pueblos hispanoamericanos abogan por «la independencia de Puerto Rico, el retiro de tropas de Nicaragua y Haití, la reforma de la enmienda Platt y el desconocimiento, como doctrina, del enunciado de Monroe».

    De otra parte, habría muchas razones para dudar de que sea muy sólida esta unidad que llamamos hispánica. En primer término, porque carece de órgano jurídico que la pueda afirmar con eficacia. Un ironista llamó a las Repúblicas hispanoamericanas «los Estados Desunidos del Sur», en contraposición a los Estados Unidos del Norte. Pero más grave que la falta del órgano es la constante crítica y negación de las dos fuentes históricas de la comunidad de los pueblos hispánicos, a saber: la religión católica y el régimen de la Monarquía católica española. Podrá decirse que esta doble negación es consubstancial con la existencia misma de las repúblicas hispanoamericanas, que forjaron su nacionalidad en lucha contra la dominación española. Pero esta interpretación es demasiado simple. Las naciones no se forman de un modo negativo, sino positivamente y por asociación del espíritu de sus habitantes a la tierra donde viven y mueren. Es puro accidente que, al formarse las nacionalidades hispánicas de América, prevalecieran en el mundo las ideas de la revolución francesa. [11] Ocurrió que prevalecían y que han prevalecido durante todo el siglo pasado. Los mejores espíritus están ya saliendo de ellas, tan desengañados como Simón Bolívar, cuando dijo: «Los que hemos trabajado por la revolución hemos arado en el mar.»

    Ahora están perplejos. Ya han perdido los más perspicaces la confianza que tenían en las doctrinas de la revolución. En su crisis actual, no quedarán muchos talentos que puedan asegurar, como Carlos Pellegrini hace tres cuartos de siglo, que «el progreso de la República Argentina es un hecho forzoso y fatal». La fatalidad del progreso es una de las ilusiones que aventó la gran guerra. Todos los ingenios hispanoamericanos no tienen la ruda franqueza con que el chileno Edwards Bello proclamó que: «el arte iberoamericano, sin raíces en las modalidades nacionales, carece de interés en Europa.» Pero muchos sienten que las cosas no marchan como debieran, ni mucho menos como en otro tiempo se esperaba. En lo económico, esos pueblos, que viven al día, dependen de las grandes naciones prestamistas, antes, de Inglaterra, ahora, de los Estados Unidos. No son pueblos de inventores, ni de grandes emprendedores. Sus investigadores son también escasos. Padecen, agravados, los males de España. Lo atribuye Edwards Bello, a que están divididos en tantas nacionalidades. Lo que hizo grande, a juicio suyo, a Bolívar y a Rubén Darío, fue haber podido ser, en un momento dado, el soldado y el poeta de todo un Continente. El hecho es que los pueblos hispánicos viven al día, sin ideal. ¿Y no dependerá la insuficiente solidaridad de los pueblos hispánicos de que han dejado apagarse y deslucirse sus comunes valores históricos? ¿Y no será esa también la causa de la falta de originalidad? Lo original, ¿no es lo originario?

    Ahora está el espíritu de la Hispanidad medio disuelto, pero vivo. Se manifiesta de cuando en cuando como sentimiento de solidaridad y aún de comunidad, pero carece de órganos con que expresarse en actos. De otra parte, hay signos de intensificación. Empieza a hacer la crítica de la crítica que contra él se hizo y a cultivar mejor la Historia. La Historia está llamada a transformar nuestros panoramas espirituales y nunca ha carecido de buenos cultivadores en nuestros países. Lo que no tuvimos, salvo el caso único e incierto de Oliveira Martins, fue hombres cuyas ideas supieran iluminar los hechos y darles su valor y su sentido. Hasta ahora, por ejemplo, no se sabía, a pesar de los miles [12] de libros que sobre ello se han escrito, cómo se había producido la separación de los países americanos. Desde el punto de vista español parecía una catástrofe tan inexplicable como las geológicas. Pero hace tiempo que entró en la geología la tendencia a explicarse las transformaciones por causas permanentes, siempre actuales. ¿Y por qué no han de haber separado de su historia a los países americanos las mismas causas que han hecho lo mismo con una parte tan numerosa del pueblo español? Si Castelar, en el más celebrado de sus discursos ha podido decir: «No hay nada más espantoso, más abominable, que aquel gran imperio español que era un sudario que se extendía sobre el planeta», y ello lo había aprendido D. Emilio de otros españoles, ¿por qué no han de ser estos intrépidos fiscales los maestros comunes de españoles e hispanoamericanos? Si todavía hay conferenciantes españoles que propalan por América paparruchas semejantes a las que creía Castelar, ¿por qué no hemos de suponer que, ya en el siglo XVIII, nuestros propios funcionarios, tocados de las pasiones de la Enciclopedia, empezaron a propagarlas? Pues bien, así fue. De España salió la separación de América. La crisis de la Hispanidad se inició en España.

    Un libro todavía reciente, Los Navíos de la Ilustración, de D. Ramón de Basterra, empezó a transformar el panorama cultural. Basterra se encontró en Venezuela con los papeles de la Compañía Guipuzcoana de Navegación, fundada en 1728, y vio que los barcos del conde Peña Florida y del marqués de Valmediano, de cuya propiedad fueron después partícipes las familias próceres de Venezuela, como los Bolívar, los Toro, Ibarra, La Madrid y Ascanio, llevaban y traían en sus camarotes y bodegas los libros de la Enciclopedia francesa y del siglo XVIII español. Por eso atribuyó Basterra la independencia de América al hecho de haberse criado Bolívar en las ideas de los Amigos del País de aquel tiempo. El error no consiste sino en suponer que acaeció solamente en Venezuela lo que ocurría al mismo tiempo en toda la América española y portuguesa, como consecuencia del cambio de ideas que el siglo XVIII trajo a España. Al régimen patriarcal de la Casa de Austria, abandonado en lo económico, [13] escrupuloso en lo espiritual, sucedió bruscamente un ideal nuevo de ilustración, de negocios, de compañías por acciones, de carreteras, de explotación de los recursos naturales. Las Indias dejaron de ser el escenario donde se realizaba un intento evangélico para convertirse en codiciable patrimonio. Pero, ¿no ocurría lo propio en España?

    Un erudito inglés, Mr. Cecil Jane, ha desarrollado recientemente la tesis de que la separación de América se debe a la extrañeza que a los criollos produjeron las novedades introducidas en el gobierno de aquellos países por los virreyes y gobernadores del siglo XVIII. El hecho de que los propios monarcas españoles incitaran a Jorge Juan y a Ulloa a poner en berlina todas las instituciones, así como los usos y costumbres, en sus Noticias Secretas de América, destruyó, a juicio de Mr. Jane, el fundamento mismo de la lealtad americana: «Desde ese momento ganó terreno la idea de disolver la unión con España, no porque fuese odiado el Gobierno español, sino porque parecía que el Gobierno había dejado de ser español, en todo, salvo el nombre.» Pero antes de Jorge Juan y Ulloa, antes de la Compañía Guipuzcoana de Navegación, cuenta D. Carlos Bosque, el historiador español (muerto hace poco en Lima para retardo de nuestras reivindicaciones), que el marqués de Castelldosrius fue nombrado virrey del Perú por recomendación del propio Luis XIV, por haber sido uno aristócrata catalán que abrazó contra el Archiduque la causa de Felipe V. Castelldosrius fue a Lima con la condición de permitir a los franceses un tráfico clandestino contrario al tradicional régimen del virreinato. Al morir Castelldosrius y verse sustituido por el Obispo de Quito, fue éste procesado por haber suprimido el contrabando francés, que era perjudicial para el Perú y para el Rey. El proceso culpa al obispo de haber prohibido pagar cuentas atrasadas del virrey. Es un dato que revela el cambio acontecido. Los virreyes empiezan a ir a América para pagar deudas antiguas. Así se pierde un mundo.

    Todos los conocedores de la historia americana saben que el hecho central y decisivo del siglo XVIII fue la expulsión de los jesuitas. Sin ella no habría surgido, por lo menos entonces, el movimiento de la independencia. Lo reconoce, con lealtad característica, D. Leopoldo Lugones, poco afecto a la retórica hispanófila. La avaricia del marqués de Pombal, que quería explotar, en [14] sociedad con los ingleses, los territorios de las misiones jesuíticas de la orilla izquierda del río Uruguay, y el amor propio de la marquesa de Pompadour, que no podía perdonar a los jesuítas que se negasen a reconocerla en la Corte una posición oficial, como querida de Luis XV, fueron los instrumentos de que se sirvieron los jansenistas y los filósofos para tratar de acabar con los jesuítas. El conde Aranda, enérgico, pero cerrado de mollera, les sirvió en España sin darse cuenta clara de lo que estaba haciendo. «Hay que empezar por los jesuitas como los más valientes», escribía D'Alembert a Chatolais. Y Voltaire a Helvecio, en 1761: «Destruidos los jesuítas, venceremos a la infame.» La «infame», para Voltaire, era la Iglesia. El hecho es que la expulsión de los jesuítas produjo en numerosas familias criollas un horror a España, que al cabo de seis generaciones no se ha desvanecido todavía. Ello se complicó con el intento del siglo XVIII de substituir los fundamentos de la aristocracia en América. Por una de las más antiguas Leyes de Indias, fechada en Segovia el 3 de julio de 1533, se establecía que: «Por honrar las personas, hijos y descendientes legítimos de los que se obligaren a hacer población (entiéndase tener casa en América)..., les hacemos hijosdalgos de solar conocido...» Por eso, las informaciones americanas sobre noblezas prescindieron en los siglos XVI y XVII, de los «abuelos de España», deteniéndose en cambio en referir con todo lujo de detalles, como dice el genealogista Lafuente Machain, las aventuras pasadas en América; y es que la aspiración, durante aquellos siglos, era tener sangre de Conquistador, y en ellas se basaba la aristocracia americana. El siglo XVIII trajo la pretensión de que se fundara la nobleza en los señoríos peninsulares, por medio de una distinción que estableció entre la hidalguía y la nobleza, según la cual la hidalguía era un hecho natural e indeleble, obra de la sangre, mientras la nobleza era de privilegio o nombramiento real. La aristocracia criolla se sintió relegada a segundo término, hasta que con las luchas de la independencia surgió la tercera nobleza de América, constituida por «los próceres», que fueron los caudillos de la revolución.

    Hubo también otros criollos que siguieron las lecciones de los españoles, y se enamoraron de los ideales de la Enciclopedia, y su número fue creciendo tanto durante el curso del siglo XIX, que un estadista uruguayo, D. Luis Alberto de Herrera, podía escribir [15] en 1910, que la América del Sur «vibra con las mismas pasiones de París, recogiendo idénticos sus dolores, sus indagaciones y sus estallidos neurasténicos. Ninguna otra experiencia se acepta; ningún otro testimonio de sabiduría cívica o de desinterés humano se coloca a su altura excelsa». Ha de reconocerse que Francia tiene su parte de razón cuando recaba para sí la primacía, como cabeza de la latinidad y principal protagonista de la revolución, diciendo a los hijos de la América hispánica: «Vous n'êtes pas les fils de l'Espagne, vous êtes les fils de la Révolution Francaise.» Bueno; ya no hay franceses, por lo menos entre los intelectuales distinguidos, que se entusiasmen con su revolución. Lo que hacen los de ahora es buscar en la música de la Marsellesa, que es himno sin Dios, entre los demás grandes himnos nacionales, la misma letra con que le hablaban a Juana de Arco las voces de Domorémy. Y empieza a haber no sólo españoles, sino americanos, que vislumbran que la herencia hispánica no es para desdeñada.

    Saturados de lecturas extranjeras, volvemos a mirar con ojos nuevos la obra de la Hispanidad y apenas conseguimos abarcar su grandeza. Al descubrir las rutas marítimas de Oriente y Occidente hizo la unidad física del mundo; al hacer prevalecer en Trento el dogma que asegura a todos los hombres la posibilidad de salvación, y por tanto de progreso, constituyó la unidad de medida necesaria para que pueda hablarse con fundamento de la unidad moral del género humano. Por consiguiente, la Hispanidad creó la Historia Universal, y no hay obra en el mundo, fuera del Cristianismo, comparable a la suya. A ratos nos parece que después de haber servido nuestros pueblos un ideal absoluto, les será imposible contentarse con los ideales relativos de riqueza, cultura, seguridad o placer con que otros se satisfacen. Y, sin embargo, desechamos esta idea, porque un absolutismo que excluya de sus miras lo relativo y cotidiano, será menos absoluto que el que logre incluirlos. El ideal territorial que sustituyó en los pueblos hispánicos al católico tenía también, no sólo su necesidad, sino su justificación. Hay que hacer responsables de la prosperidad de cada región territorial a los hombres que la habitan. Mas por encima de la faena territorial se alza el espíritu de la Hispanidad. A veces es un gran poeta, como Rubén, quien nos lo hace sentir. A veces es un extranjero eminente quien nos dice, como Mr. Elihu Root, que: «Yo he tenido que aplicar en territorios [16] de antiguo dominio español leyes españolas y angloamericanas y he advertido lo irreductible de los términos de orientación de la mentalidad jurídica de uno y otro país.» A veces es puramente la amenaza a la independencia de un pueblo hispánico lo que suscita el dolor de los demás.

    Entonces percibimos el espíritu de la Hispanidad como una luz de lo alto. Desunidos, dispersos, nos damos cuenta de que la libertad no ha sido, ni puede ser, lazo de unión. Los pueblos no se unen en libertad, sino en la comunidad. Nuestra comunidad no es geográfica, sino espiritual. Es en el espíritu donde hallamos al mismo tiempo la comunidad y el ideal. Y es la Historia quien nos lo descubre. En cierto sentido está sobre la Historia, porque es el catolicismo. Y es verdad que ahora hay muchos semicultos que no pueden rezar el Padrenuestro o el Ave María, pero si los intelectuales de Francia están volviendo a rezarlos, ¿que razón hay, fuera de los descuidos de las apologéticas usuales, para que no los recen los de España? Hay otra parte puramente histórica, que nos descubre las capacidades de los pueblos hispánicos cuando el ideal los ilumina. Todo un sistema de doctrinas, de sentimientos, de leyes, de moral, con el que fuimos grandes; todo un sistema que parecía sepultarse entre las cenizas del pretérito y que ahora, en las ruinas del liberalismo, en el desprestigio de Rousseau, en el probado utopismo de Marx, vuelve a alzarse ante nuestras miradas y nos hace decir que nuestro siglo XVI, con todos sus descuidos, de reparación obligada, tenía razón y llevaba consigo el porvenir. Y aunque es muy cierto que la Historia nos descubre dos Hispanidades diversas, que Herriot días pasados ha querido distinguir, diciendo que era la una la del Greco, con su misticismo, su ensoñación y su intelectualismo, y la otra de Goya, con su realismo y su afición a la «canalla», y que pudieran llamarse también la España de Don Quijote y la de Sancho, la del espíritu y la de la materia, la verdad es que las dos no son sino una, y toda la cuestión se reduce a determinar quién debe gobernarla, si los suspiros o los eruptos. Aquí ha triunfado, por el momento, Sancho; no me extrañará, sin embargo, que los pueblos de América acaben por seguir a Don Quijote. En todo caso, hallarán unos y otros su esperanza en la Historia: «Ex proeterito spes in futurum.»

    Ramiro de Maeztu
    Artículo "La Hispanidad", en Acción Española de 15 de diciembre de 1931

  8. #8
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    Re: 2011 - 12 de Octubre, día de la Hispanidad

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    Cita Iniciado por Mefistofeles Ver mensaje
    ...

    Yo creo, señores, que ha llegado para la Hispanidad la hora de una nueva cruzada.....
    ¡Qué venga otra Cruzada! Estoy pronto.
    ¡Dios lo quiere!
    Hector el Cruzado dio el Víctor.
    Es ésta nuestra finalidad, nuestro gran ideal. Caminamos para la civilización católica que podrá nacer de los escombros del mundo de hoy, como de los escombros del mundo romano nació la civilización medieval. Caminamos para la conquista de este ideal, con el coraje, la perseverancia, la resolución de enfrentar y vencer todos los obstáculos, con que los Cruzados marcharon sobre Jerusalén. Porque si nuestros mayores supieron morir para reconquistar el Sepulcro de Cristo, ¿cómo no vamos a querer nosotros —hijos de la Iglesia como ellos— luchar y morir para restaurar algo que vale infinitamente más que el preciosísimo Sepulcro del Salvador, es decir, su reinado sobre las almas y sobre la sociedad, que Él creó y salvó para amarlo eternamente?”.

    Plinio Corrêa de Oliveira.

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