Madrid / Londres, 19 abril 2021. Tras el fallecimiento el pasado día 9 de abril de Felipe de Schleswig-Holstein-Sonderburgo-Glucksburgo y Battenberg, consorte de la Jefe de Estado del llamado Reino Unido, se han sucedido manifestaciones no sólo de pesar, sino de aparente admiración, por parte de supuestos católicos y monárquicos (destacándose en su entusiasmo los falsos legitimistas franceses, pero no sólo ellos). También ha habido manifestaciones de anglofobia primaria, procedentes de quienes prefieren ignorar que el fallecido --francmasón, eugenista y otras cosas-- no tenía una gota de sangre inglesa ni británica, sino alemana, danesa y judía; y que el Reino Unido no es propiamente Inglaterra, sino un invento impuesto a partir de 1707 por los usurpadores holandés y alemanes, que oprime por igual a Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte.


Dios haya perdonado al difunto. Frente a tanta confusión destaca este editorial del periódico carlista La Esperanza:


Un pésame masónico

Se ha recordado en otras ocasiones lo que contaba el profesor Frederick D. Wilhelmsen de un amigo suyo que detestaba tanto a los ingleses que repetía con frecuencia cómo no merecían siquiera ese simulacro de monarquía que tienen. El profesor Francisco Canals, por su parte, dejó escrito --con referencia a finales del siglo XVII-- que si en la Francia de Luis XIV la monarquía tenía una ficticia representación aristocrática, en los países que a la sazón la combatían ocurría un hecho paralelo. Singularmente en Inglaterra, donde a partir de la revolución de 1688 y las transformaciones sociales que la siguieron se iba a llegar a una situación casi inversa, pues el poder fue a parar a una oligarquía de comerciantes whigs que habían desplazado a los terratenientes tories y concluyeron revistiendo al poder del dinero de forma monárquica. De ahí que se pudiera afirmar que Inglaterra no era una tanto una monarquía como una oligarquía representada monárquicamente. Por eso también Donoso Cortes sentenció que había de convertirse en el señuelo de todas las monarquías constitucionales. Y parlamentarias después, podríamos añadir. Hasta la fecha.

La muerte de Felipe de Battenberg, rebautizado Mountbatten, y conocido como duque de Edimburgo, ha vuelto a dejar en evidencia muchas cosas de la singularidad inglesa y su adhesión a la --llamémosla así-- monarquía. Buena parte de ellas merecerían reflexión y comentario. Pero excederían de este espacio. Vamos, pues, a una sola: el pésame que han hecho llegar al Palacio de Buckingham diversas obediencias y logias masónicas. La Gran Logia de España, así, ha hecho público un comunicado en el que expresa sus "más sentidas condolencias a S.M. la Reina Isabel II, a la Familia Real Británica, a todo el pueblo y a nuestros Hermanos del Reino Unido ante el pase al Oriente Eterno de nuestro Querido Hermano, S.A.R. el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo". El difunto, por su parte, era miembro de la Gran Logia Unida de Inglaterra, en la que un nieto del rey Jorge V, el príncipe Eduardo, duque de Kent, ejerce desde 1967 como Gran Maestro.


Sin embargo, no es una casualidad. Es sabido, pero no está de más recordarlo de vez en cuando, que en Inglaterra la Corona rige ese mundo sinárquico. Así como que para descollar en la diplomacia, los ejércitos o el civil service hay que pertenecer al mismo. Más aún, es en las islas británicas donde se encuentra uno de los centros, si no "el" centro, de impulsión y dirección de la masonería, presentada como una escuela ética, naturalista y tolerante, esto es, compatible con la religión que no es fundamentalista. Con este término, que nació precisamente en el mundo protestante y se aplicó posteriormente al mahometanismo, se apunta hoy sobre todo a la tradición católica. Porque si la masonería representa el naturalismo, en la raíz de la verdadera Iglesia de Cristo está la vida sobrenatural. De ahí la oposición insanable entre ambas.

No es la inglesa la única "casa real" ligada a la masonería. Se conoce la pertenencia del Duque de Orleáns al Gran Oriente de Francia, del que fue Gran Maestro, lo que no le sirvió para evitar la guillotina, la misma que había contribuido a aplicar al rey Luis XVI. Don Sixto Enrique de Borbón ha comentado a este respecto que los Orleáns se suceden de padres a hijos en las logias. También tocó a parte de la familia Habsburgo, más bien Lorena, como el desdichado Maximiliano, instrumento en Méjico de la política de Napoleón III. Por no acercarnos a nuestros días, con la figura sospechosa del difunto archiduque Otón, sucesor del conde Coudenhove Karlergi en la presidencia de Paneuropa. Podría hablarse también de los Saboya, que condujeron la unificación italiana y usurparon temporalmente el trono español. Respecto de los "Borbones" instalados en Madrid tras el despojo de Don Carlos V en 1833 hay también indicios vehementes. Así del llamado Alfonso XII, aunque de su hijo Alfonso (XIII) se ha dicho que perdió la corona en 1931 por no haber querido ingresar. Juan, el hijo de éste, se inició en todo caso en Londres. Se lo dijo al rey Don Javier de Borbón un aristócrata inglés que lo hizo el mismo día...

Desde que Inglaterra cayó en herejía se convirtió en el enemigo geopolítico de las Españas. Pero la raíz es de otra naturaleza: odium theologicum. Su élite es la que rige, en buena medida, el mundo moderno (y posmoderno). Aunque hay algunos poco avisados que no lo entienden y alimentan una absurda admiración por esa familia que acaba de enterrar casi centenario a uno de sus miembros más conspicuos.




Agencia FARO