La francesa Simone Veil fue galardonada ayer con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional 2005. Dice el acta del jurado que ‘‘por encarnar los ideales y realizaciones de una Europa unida y la proyección de los valores europeos del resto del mundo’’. Pero todo el mundo sabe que eso no es más que parte de la verdad. Nadie duda de que Simone Jacob, conocida como Veil, es una firme defensora de los derechos humanos. Pero algunos le van a recordar que en 1975 fue la impulsora de la ley de liberalización del aborto. Su discurso en la Asamblea Francesa fue decisivo: justificó aquella ley diciendo que ‘‘cuando el Estado, las instituciones, los dirigentes políticos están al corriente del número de mujeres que van a abortar al extranjero, de la cantidad de médicos que practican el aborto, de las redes
aborteras en las poblaciones y se obstinan en cerrar los ojos, es que estamos en una situación de desorden y anarquía inaceptable e insostenible’’. Por lo demás, su defensa de Europa y sus valores tiene otro límite: la inmigración. Se ha opuesto al ingreso de Turquía en la UE. El Premio Príncipe de Asturias se le ha concedido cuando faltan cinco días para que los franceses vayan a las urnas, donde decidirán si ratifican o no eso que hemos dado en llamar Constitución Europea con una simplificación no tan inocente. Porque ha alarmado al 53 por 100 de los franceses y a un 66 por 100 de los holandeses que, según las encuestas están dispuestos a rechazarla. Así que el jurado se ha metido en un berenjenal.
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