LOS FRUTOS DEL CONSENSO
JUAN MANUEL DE PRADA
LA rebatiña que han montado los partidarios del aborto libre por plazos y los partidarios del aborto libre por supuestos también tiene su miga. «Con este anteproyecto se volverá al consenso del 85», se afirma desde el Gobierno; y, desde la oposición, sostienen que el anteproyecto nace «sin consenso», o que quiebra el existente. Y todo este tiberio por un quítame allá esos plazos o supuestos, porque en lo sustantivo el consenso político se mantiene inalterado: aborto libre (esto es, impune) en la ley vigente, al menos en la práctica; y aborto libre en el anteproyecto, tanto en la teoría como en la práctica, pues especifica que ninguna mujer que aborte podrá ser castigada.
Entonces, si en lo esencial están tan de acuerdo como los ventrículos y aurículas de un mismo corazón podrido, ¿a qué viene esta rebatiña? Nos lo explica la propia razón de ser del consenso político, que no es otra sino destruir el consenso social. Un orden político sano tiene como misión garantizar el mantenimiento de ese consenso social; del mismo modo que un orden político enfermo tiene el empeño de destruirlo, para que la propia sociedad se desintegre. De esta desintegración social, lograda a través del consenso político, es de donde saca su pujanza la partitocracia, como el moho saca su vigor del alimento putrefacto. La primera condición para que exista consenso político es que se borre de las conciencias la noción de bien común, sustituida por la más utilitarista del «interés general», que en el fondo es el interés real o presunto de las mayorías. El siguiente paso consiste en falsificar la realidad, de tal modo que el interés de las mayorías sea sustituido por los intereses oligárquicos de los partidos que las representan: para ello, el consenso político recolecta las opiniones más variopintas de esa sociedad destruida que ha extraviado el sentido de bien común como el doctor Frankenstein recolectaba miembros de los más diversos cadáveres para fabricar su monstruo y, a través de engaños y manipulaciones, elaborará una síntesis caprichosa y la presentará como opinión canónica ¡opinión pública!, erigiéndola en pensamiento único que, por supuesto, admitirá discrepancias menores (en la cuestión del aborto, por ejemplo, se dejará que la gente dispute con el Macguffin de los plazos y los supuestos), para que la discusión sobre esos matices, convertida en gatuperio aturdidor, degenere en demogresca. Así se matan dos pájaros de un tiro: por un lado, se logra que el meollo del consenso político cuyo fin último es el control oligárquico del poder, y su reparto por turnos o parcelas permanezca intacto, pues la riña de gatos se mantiene siempre en terrenos suburbiales; por otro, se consigue que los últimos vestigios del consenso social sean reducidos a fosfatina, de tal modo que la convivencia social degenere en mera coexistencia desconfiada, para mayor esplendor del moho que la parasita.
Para comprobar que el fruto del consenso político no es otro sino la destrucción del consenso social podemos comparar las reacciones de los católicos a la ley del aborto de 1985 y a este anteproyecto, que recupera su marchoso consenso ochentero. En 1985, el catolicismo español todavía terne, aunque ya había sido desplazado a un gueto se opuso sin fisuras a la ley, porque todavía el consenso político no había logrado destruir su consenso social, ni tampoco ofuscar su comprensión de la doctrina. Treinta años después, el catolicismo español, reducido ya a fosfatina y con la doctrina más olvidada que el catecismo de Ripalda, aplaude mayoritariamente (¡y según quiénes, hasta con las orejas!) este anteproyecto de ley, permitiéndose incluso tildar de integristas a los sectores residuales que lo rechazan. Tomad y comed los frutos del consenso.
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Está bastante bien el artículo de don Juan Manuel, como casi siempre. Ahora bien, únicamente le haría una pequeña salvedad. Cuando don Juan Manuel dice que en 1985 el catolicismo español se opuso frontalmente a la ley del aborto de los socialistas, era porque estaba todavía 'terne', es decir... era todavía un catolicismo perseverante, valiente y robusto, yo diría que no. Por lo que recuerdo, sencillamente, se opuso a aquella ley porque venía, precisamente, de un gobierno socialista. Por eso, cuando años más tarde, los sucesivos gobiernos de Aznar le dieron su bendición, y con ella las estadísticas anuales del número de abortos en España creció a lo bestia, la mayoría de ellos comprendieron que aquella ley del 85 "era buena", y por eso casi nadie dijo ni pío y oponerse al aborto era, ya por aquél entonces, solo cosa de 'tarados ultramontanos de otros tiempos' según el pensamiento oficial entre las gentes de la derecha y de la izquierda.
Ahora bien, llegó ZP y cambió los anchísimos supuestos coladero del 85 por una ley de plazos vergonzantes, siempre para seguir asesinando infantes en el vientre de sus madres, y otra vez las calles se volvieron nuevamente a llenar, como a principios de los ochenta, de airados católicos 'piadosísimos' y obispos molestos 'en defensa de la fé perdida', con globitos de colores con publicidad del diario 'La Razón' y 'ABC' incluídas, en contra de la ley de plazos socialista... Pero, siempre de la mano de los líderes peperos. Todo ello, según rezaba en las pancartas y discursos, 'en defensa de la familia', 'por la vida'... y hasta por la invocación del 'sursum corda' si hubiera sido necesario para traer a Rajoy a la Moncloa (mientras la piadosísima TeleMadrid de doña Esperancita, la de las subvenciones a los abortorios, retransmitía en directo). En definitiva, todo un camelo como algunos más avispados ya suponían. ¡¡Y lamentablemente, como no... acertaron de pleno!!. ¿A qué católicos de espíritu 'terne' se refiere don Juan Manuel?.
Un saludo
Ejercicio: encuentre las diferencias entre ambas imágenes
(usted puede que no las encuentre, pero los votantes del PP son expertos en ello...)
Bebé descuartizado por la
ley de supuestos del 85...
Bebé descuartizado por la
ley de plazos de Zapatero...
Última edición por jasarhez; 04/01/2014 a las 17:36
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