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Tema: "Sociedad de masas y Derecho" (recensión de Fdez. de la Mora)

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    "Sociedad de masas y Derecho" (recensión de Fdez. de la Mora)

    Reseña de “Sociedad de masas y derecho”

    Ed. Taurus, Madrid, 1969, 660 páginas

    Por Gonzalo Fernández de la Mora (ABC, 10 de Julio de 1969)



    Juan Vallet de Goytisolo, barcelonés de 1917, es un jurista autor de numerosos estudios y de varios libros, entre los que destaca su “Panorama de Derecho Civil” (1963). Pero su formación humanística le ha llevado a enfocar los problemas jurídicos desde niveles éticos apoyados en la filosofía tradicional. Así, esta dilatada obra suya que es, por ahora, el benjamín de su copiosa bibliografía y que constituye una crítica de la sociedad actual, una visión que, como admite el autor, “va contra las opiniones más generalizadas y contra las orientaciones más recientes”. La temática abordada es muy extensa e intentaré ceñirme a las opiniones más definitorias y axiales.

    Primero: la nuestra es una sociedad de masas. Precisemos el concepto: “Son características de la masa humana su uniformidad, su carencia de estructura propia jerarquizada, su manipulación desde fuera y su falta de responsabilidad”. A la masificación actual se ha llegado a través de un largo proceso del que son momentos “la formación de grandes ciudades, la industrialización y la pasión por la riqueza”, así como el capitalismo con la obsesión económica y la producción en serie. Pero el socialismo no ha estado ausente: aunque con otra ideología, también ha contribuido a la masificación actual. En definitiva, el crecimiento del Estado (“desaparición de los cuerpos intermedios…, la extensión de las funciones…, los progresos de la técnicas de propaganda”) ha sido el gran determinante del fenómeno.

    Segundo: causas profundas de la masificación. Nuestro autor cita tres. La más radical es “el desarraigo religioso” a que han conducido la “destrucción de las tradiciones”, el “materialismo dialéctico” y, sobre todo, la eliminación de lo trascendente. Otra causa profunda es lo que Vallet llama “la mediatización racionalista del mundo”, que entraña de “pérdida de la interioridad…, de la unidad psíquica…, del sentido de lo real”. En el campo del Derecho, este racionalismo da lugar al “liberalismo”, al positivismo jurídico y, a la larga, al totalitarismo. La última causa profunda es “el dogma de la igualdad”. Nuestro autor afirma las desigualdades reales y relaciona el igualitarismo con “el adocenamiento y la estandarización”.

    Tercera: consecuencias de la masificación. Las más graves son “la pérdida de la libertad e independencia de pensar”, la “sociedad de consumo”, la “vulgarización” de la cultura, la tecnocracia y “el consiguiente empobrecimiento y degeneración interior del hombre”.

    Cuarto: posiciones concretas de política social. Vallet afirma “el derecho a participar todos en el uso de los bienes de este mundo”; pero sin que ello implique “el reparto de la propiedad privada, ni su abolición, ni la redistribución por el Estado de la renta nacional”. Condena la “tributación excesiva”, especialmente en el caso de las transmisiones hereditarias. Cree que “la verdadera cogestión puede y debe realizarse partiendo de aceptar que existen diversidad de condiciones y una jerarquía de funciones”. Rechaza las soluciones económicas del socialismo y del capitalismo en sus diferentes formas y también el híbrido del “intervencionismo”. También censura las deficiencias de la planificación tecnocrática y acusa a los “Polos de Desarrollo” de provocar “verdaderas deportaciones económicas y sociales”. Vallet critica duramente la generalización de la seguridad social y es partidario de que “se estreche”. Considera la inflación como “el más torpe de los errores” e injusta. Por eso postula que el Banco emisor sea “independiente del poder público”. Rechaza la congelación de los arrendamientos. Propugna la estabilidad monetaria y desea que “las posibilidades de ganancia en empresas y negocios estén menos reducidas fiscal y socialmente”. Enumera los inconvenientes de la “democratización de la enseñanza “media”: “rebaja el nivel de los profesores al aumentar su número”, “restará los mejores años para la preparación de muchas artes y oficios”, etc.

    Quinto: esquema conceptual del autor. Lo que viene a preconizar Vallet es el retorno al iusnaturalismo clásico y a la sociedad tradicional. Es lo que él llama el “orden jurídico natural” y el “pluralismo de las sociedades naturales” o intermedias dentro del cual el Estado debe limitarse a cumplir el “principio de subsidiariedad”; o sea, a llenar los vacíos que dejen dichas entidades naturales.


    * * *

    Esta obra comienza por poseer unos rasgos formales muy poco comunes. La mayor parte de su texto, acaso más del ochenta por ciento, está compuesto por largas citas de otros autores. Y, sin embargo, el número de ellos es relativamente restringido. Hay nombres que comparecen con reiteración. Casi todos pertenecen al campo antiprogresista y predominan los escritores de este siglo que se han esforzado en la refutación ya del liberalismo, ya del socialismo. Las tesis del autor suelen estar formuladas en los epígrafes o se supone que se identifican con las de los testimonios aducidos. Esta técnica es de una excepcional modestia intelectual, pero resulta difícilmente defendible. Por su carácter antológico y sectorial, el libro de Vallet es primariamente una antología de las ideas políticas antiprogresistas, dispuestas con orden, nitidez y rotundidad.

    Desde el punto de vista técnico, la mayor virtud de esta obra es que reconstruye sistemática y comprensivamente un sector muy minoritario, habitualmente postergado del pensamiento contemporáneo. Desde el punto de vista moral hay que reconocer en Vallet la asombrosa intrepidez de quien se enfrenta, a derecha e izquierda, con casi todo el mundo y, desde luego, con las opiniones más representativas de nuestro tiempo. Vallet es un campeón de la antidemagogia y se sitúa en las antípodas del oportunismo. Pero a pesar de la extraordinaria simpatía que me inspiran su valentía y su independencia tengo que declarar que mis reservas conceptuales son numerosísimas. La clave de todas ellas está en mi concepción racionalista del mundo. No insistiré en este punto, que requeriría dilatados desarrollos y, para los lectores de esta página, no pocas repeticiones. Me limitaré a contraponer algunos puntos de vista.

    La llamada masificación, aunque no exenta de connotaciones negativas, me parece un avance en el proceso de socialización de la especie y de configuración política de la Humanidad. El ensanchamiento del campo de acción del Estado permite una mayor racionalización de la convivencia. Lo que Maeztu llamaba “el sentido reverencial del dinero” es fecundo. La seguridad social debe ser completa. La igualdad de oportunidades es uno de los objetivos primarios de la acción de gobierno y para alcanzarlo se imponen, entre otras medidas, una fortísima limitación de la herencia y una política fiscal decididamente redistribuidora. La planificación económica es un instrumento de eficacia probada e indispensable para los países en vías de desarrollo. El expediente de los polos de desarrollo permite una rápida homogeneización económica del territorio y, consiguientemente, de la población. No sólo deseo la generalización de la enseñanza media, sino también de la superior, hasta convertir la vida entera de todo ser humano en educación permanente sin techo en el nivel de conocimientos y capacitación. Creo, finalmente, que para el hombre medio cualquier tiempo pasado fue peor y que la utilización sistemática y generalizada de la razón acelerará el proceso de hominización, del que es claro testimonio el último medio siglo de Occidente. Nada de operaciones de retorno. La Historia, no la anécdota, es una avasalladora invitación al optimismo.



    Fuente: HEMEROTECA ABC

  2. #2
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    Re: "Sociedad de masas y Derecho" (recensión de Fdez. de la Mora)

    Fuente: ¿Qué Pasa?, Número 287, 28 Junio 1969, página 14.




    ¿Qué son las masas?

    Por. P. Echaniz


    Una de las más urgentes necesidades para el saneamiento de un ambiente político es el rigor en el lenguaje, la precisión en las palabras. Constantemente oímos que hablan de «las masas», desde los políticos profesionales a los aficionados, desde los libros de texto a los panfletos. Sin embargo, no se podía encontrar en nuestra literatura hasta estos días un estudio tan certero y exhaustivo sobre las masas como el que acaba de editar Taurus: «Sociedad de masas y Derecho», de Juan Vallet de Goytisolo. Son seiscientas cincuenta páginas, bien ordenadas y sistematizadas, cuya lectura es desde ahora preceptiva para poder hablar con conocimiento de causa, con honestidad, de las masas y también de algunos de sus problemas. Trataré de resumir la parte primera del libro, o general del tema, donde se hace un análisis de la sociedad de masas. Es la mejor réplica erudita al socialismo doctrinal y de tópico de gacetilla que se hace con visión de conjunto y detallada a la vez; nos ha curado de las rabietas pasadas leyendo tonterías en ciertos periódicos de Madrid, uno de la mañana y otro de la noche, que no hace falta nombrar porque están en la mente de todos.

    Aunque no es un fenómeno exclusivamente moderno, el proceso de masificación avanza ahora más de prisa que en otras épocas. Entre las turbas ocasionales y las comunidades organizadas se halla la sociedad de masas, que se caracteriza por: a) la uniformización de las mentalidades, gustos y maneras de ser; b) la carencia de estructura propia jerarquizada e incluso la oposición a que se cree; c) consecuentemente, la manipulación de la masa desde fuera; d) la falta de responsabilidad unida inseparablemente a la apetencia superlativa de disfrute.

    Son propiedades de la masa: 1.ª, ser número indiferenciado de individuos, sin tradiciones, costumbres ni ritos, alienados de sí mismos porque aspiran a una imagen común, que es la que les señalan los medios de comunicación social; 2.ª, valoración de los incompetentes, consecuencia de la pasión igualatoria; 3.ª, sociedad mecanizada en suplencia de una estructura interna, biológica u orgánico-racional; 4.ª, sociedad burocratizada; 5.ª, muchedumbre uniforme, sin objeto; 6.ª, no es algo cuantitativo, gran número, sino cualitativo, de falta de estructura; no es solamente la masa obrera; hay masas que tienen asegurado lo superfluo y pueblos no masificados, muy pobres.

    EL PROCESO DE MASIFICACIÓN EN EL MUNDO MODERNO.– La masificación resulta de la destrucción de las estructuras y de la pulverización e igualación de los fragmentos. Las estructuras se desmoronan por agentes externos y a la vez por descomposición interna. La manipulación subsiguiente de las masas sólo puede hacerse, como es lógico, desde fuera.

    La Revolución Francesa no fue un hecho fortuito, sino la culminación de un proceso muy antiguo de disolución política que a su vez es precedido en tiempos de Luis XIV por una crisis administrativa que asfixia a los municipios y provincias y produce un éxodo de los notables naturales de aquellas sociedades rurales hacia la Corte. El poder central sustituyó a los nobles, que perdieron así la práctica y la pericia de la gerencia del bien común. La Revolución no dejó en pie más que individuos y de esta sociedad pulverizada salió el centralismo; donde no hay más que individuos, los asuntos importantes pasan al Estado y la sociedad pasa a ser un pueblo de administrados.

    En el siglo XIX el proceso de masificación se nutre con tres nuevos factores: la formación de grandes ciudades, la industrialización y la pasión por la riqueza. Los que abandonaban las estructuras de la sociedad rural para ir a trabajar en las aglomeraciones industriales no encontraron en éstas ninguna estructura social y quedaron encerrados en su estrecha vida privada, sin virtudes públicas. No quedan más que dos puntos de referencia y dos fuentes de poder: el Estado y el dinero.

    El capitalismo se parece a la propiedad como la obra de un falsario hábil se parece a una pieza auténtica, como el sofisma se parece al razonamiento, como Caín se parecía tal vez a Abel. Va imponiendo una manera especial de «pensar en dinero», considerando las cosas únicamente por su valor y destruyendo la relación inmediata hombre-cosa; por esto el capitalismo es masificador. En cambio, la propiedad auténtica es alma que transforma las cosas en un mundo personal y las penetra con la personalidad de su propietario.

    Pero hay otros mecanismos por los que el capitalismo resulta masificador: por la producción en serie, por la consiguiente formación de la masa consumidora, y por la presión ejercida sobre ésta mediante la propaganda masiva para estimularla a que consuma lo más posible, creando necesidades nuevas y desembocando así en la sociedad de consumo de masas.

    Otros factores de masificación son aportados a esta misma obra por el socialismo. El capitalismo y el socialismo son antitéticos de la auténtica propiedad privada, pero no lo son entre sí. Tienen mucho de común. El socialismo es el capitalismo del Estado. Marx no pretendió nunca servir al proletariado, sino servirse de él como de una fuerza o como de una materia prima. Dentro del pueblo ha buscado la parte más unificada, que es la que vive en las ciudades, y dentro de éstas, la más masificada es la que se ocupa en las fábricas; en cambio, el campesino, arraigado y difícil de desarraigar, ha sido despreciado y perseguido implacablemente.

    Desde la Revolución Francesa de 1789, se han venido multiplicando las revoluciones, grandes o pequeñas, y más aún desde el empleo por los marxistas de la dialéctica o fomento de las contradicciones. La revolución destroza la trama orgánica que rige el país en todos sus aspectos, políticos, culturales, económicos; interrumpe costumbres, destierra formas, ritos y tradiciones; todo esto es desarraigar, lo mismo que los exilios, las deportaciones, los traslados de población y la inhibición de muchos elementos.

    La técnica de la propaganda no se detiene en lo comercial, sino que se extiende, masivamente también, a la política, a la opinión pública convertida en mito; se le hace que pida lo que se le quiere imponer. La gente ya no puede discernir entre el aluvión de noticias hábilmente manipuladas; ya no sabe lo que quiere, pero sí lo que le gusta o no le gusta. En cambio, antes, el hombre, con dirección interna, sabía lo que quería, pero no se permitía saber qué le gustaba. El cine y la televisión han alcanzado la máxima potencia de uniformización y control exterior y, por tanto, de masificación. Las antiguas máquinas ahorraban trabajo físico, pero las modernas calculadoras electrónicas ahorran trabajo mental; aportan tal cantidad de información, que desorientan y paralizan aún más al ciudadano. El Estado acaba por adueñarse de todos estos medios con pretexto de arbitrar en la lucha de clases, de mantener la paz social, etc.; así es fácil gobernar una sociedad de masas.

    Otra importante fuerza masificadora es, pues, el poder del Estado moderno, reforzado por: 1.º La desaparición de los Cuerpos Intermedios, que son los que presiden y rigen la vida local y la de las minorías; 2.º La ideología democrática, favorable a la consecución de la igualdad económica; 3.º La tendencia al totalitarismo; no hay Estado que no haya sido infectado en mayor o menor medida por esta enfermedad; se basa en el principio de la Revolución Francesa y del Contrato Social de Rousseau de la «alienación total», por el cual el hombre no tiene otro fin que su imbricación en la sociedad política en que se halla; 4.º La extensión de las funciones del Estado, consecuente con los avances totalitarios, que desborda la actividad política y penetra en el terreno de lo social y de lo económico; y donde esto no es claro directamente, lo es indirectamente por la orientación del crédito, de los impuestos, de las autorizaciones administrativas, etc. Esta extensión de las funciones estatales resta iniciativas y responsabilidades a las personas privadas y entidades públicas menores, y tiende a convertir a todos en consumidores de los nuevos servicios y actividades estatificadas; 5.º Los adelantos técnicos de las comunicaciones y de los transportes facilitan las injerencias del Estado e impiden a los particulares escapar a ellas; 6.º Los progresos de las técnicas de propaganda masiva a través de los medios de información.

    Otro día resumiremos, D.m., las «Causas profundas de la masificación».
    Kontrapoder dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: "Sociedad de masas y Derecho" (recensión de Fdez. de la Mora)

    Fuente: ¿Qué Pasa?, Número 288, 5 Julio 1969, página 17.





    CAUSAS PROFUNDAS DE LA MASIFICACIÓN (1)

    Por P. Echaniz




    LA PRETENDIDA LIBERACIÓN RELIGIOSA Y SOCIAL DEL HOMBRE: SU DESARRAIGO

    La masificación empieza por la liberación e igualación de los que la van a sufrir. La liberación empieza por hacerse frente al Principio del Ser. Este proceso puede originarse desde fuera, desplazando a la Religión, o desde dentro, impulsando frente al teocentrismo un antropocentrismo mediante el cual el hombre se adora a sí mismo. Se cree con capacidad de redimirse mediante la renovación de la Naturaleza por el progreso indefinido, lo cual constituye la nueva religión marxista-leninista.

    Este proceso que de lo teocéntrico lleva a lo antropocéntrico se percibe en la moderna evolución del humanismo. En la antigua Grecia, Isócrates adoptó el patrón del hombre como medida de todas las cosas, y a partir del Renacimiento el centro de gravedad de la determinación ética de la vida y la pauta de las valoraciones culturales y estéticas es desplazado sensiblemente hacia el hombre. A partir de Hegel este humanismo asume como misión la eliminación progresiva de todos sus residuos teológicos y con Feuerbach adviene una nueva religión, la religión de la humanidad, la apoteosis del hombre.

    La armonía aristotélico-tomista entre lo universal y lo particular es rota por el individualismo de Ockam y el dualismo de Descartes, produciéndose el nominalismo, que al negar realidad a todo lo que no sea un ente concreto crea el clima preciso para que el hombre rompa sus ataduras con el orden de la naturaleza y sus compromisos con las leyes políticas y sociales.

    La dialéctica marxista, es decir, el fomento incesante e inacabable de las contradicciones de las cosas y situaciones, las desmonta, acorta su vida con la sucesión de nuevas contradicciones, y al privarlas así de estabilidad y duración impide al hombre arraigarse en ellas. Sin embargo, el marxista sólo consigue desarraigar al precio de nuevos y mayores arraigos al devenir histórico, a la lucha de clases y, sobre todo, a la propaganda del Partido. El desarraigo es un crimen, porque la vida humana es precisamente lo contrario, un tejer lazos entre el Yo y las cosas.

    El desarraigo hace que el hombre deje de ser un heredero de cuanto han preparado para él los que le precedieron, saberes que se transmiten sociológicamente, y no por los cromosomas, como el instinto. Una encarnación de estos saberes heredados son las costumbres, que tienen la ventaja de hacer fácil y natural cosas muy difíciles para la moralidad pura del hombre aislado.


    LA SEGMENTACIÓN Y LA MEDIATIZACIÓN RACIONALISTA DEL MUNDO

    Cuando el hombre deja de creer en un orden coherente en la naturaleza, busca la coherencia en su propio pensamiento; la inteligencia reina entonces no ya sobre la realidad de la que se ha librado como quien abandona un peso intolerable, sino sobre el mundo de sus sueños. Nace así el racionalismo. Pero como el hombre no puede vivir sin un mundo alrededor suyo, al romper las ataduras que le unen al mundo tiene que empezar por construir otro mundo nuevo, una nueva sociedad e incluso un nuevo dios, partiendo solamente de las exigencias de la razón humana. Marx lo expresó claramente: «La conciencia humana es la más alta divinidad. No se trata ya de conocer el mundo, sino de cambiarlo.» El marxismo es el último resultado del racionalismo. Como antes vimos, no hay desarraigo sin una nueva alienación.

    Esta desalienación de la mente preparó el desarraigo existencial del hombre, pero sobre todo ha preparado a los que conducen la masa desde fuera y tecnifican y planifican la vida económica y social.

    La disponibilidad cuantitativa y fácil de bienes externos y el vértigo de la velocidad desinteriorizan al hombre. La división del trabajo y la especialización facilitan la pérdida de la unidad psíquica y no permiten al hombre desarrollar el repertorio variadísimo de sus posibilidades interiores. La masa no es una clase social, sino una manera de ser, y la ciencia especializada es especialmente apta para convertir en «masa» a sus cultivadores, no a los obreros.

    La pérdida de la unidad psíquica se prolonga a la separación del trabajo de la propia vida; ya no forma parte de ésta, como en la del artesano, o en ciertos pasatiempos rurales que son prolongación de ese trabajo (regatas de traineras, corte de troncos, etc.), y resulta por ello más penoso; aunque como reacción se hayan producido casos de obsesión por trabajar. Como fenómeno compensatorio aparece en la sociedad masificada el ocio, que se planifica, se comercializa y se utiliza para influir en la mentalidad del hombre.

    La mediatización racionalista de todas las cosas de la vida hace perder el sentido de lo real, y desemboca en una voluntad de poder envuelta en imaginación que se aleja de los principios básicos y rebaja las cosas reales a la categoría de medios. Pero no se produce ninguna liberación del hombre porque cae en manos de un mito implacable y masivo, el «movimiento o sentido de la historia»; esta dinámica exige un evolucionismo y éste tiende hacia el totalitarismo, reforzados estos dos últimos por la ambientación religiosa que les ha dado Teilhard de Chardin.


    EL DOGMA MODERNO DE LA IGUALDAD

    Para masificar, hay que igualar lo desarraigado. Sólo puede haber estructura en virtud de la desigualdad. Una vez incorporado a «la masa» tras el señuelo de la igualdad, la masa a su vez aumenta y exagera esta igualdad. Se cree que para constituir una sociedad basta sumar individuos, pero no se pueden sumar cosas heterogéneas, manzanas con peras.

    ¿En qué somos iguales? En que tenemos la misma naturaleza, estamos llamados a la misma dignidad de hijos de Dios, y en que seremos juzgados por la misma ley. En todo lo demás, somos desiguales, incluso ante la predilección divina. Envidia e igualdad aparecen juntas en el Paraíso cuando nuestros primeros padres quisieron ser como dioses. Pero la variedad es la vida, y la uniformidad, la muerte. Libertad e igualdad son términos contradictorios. La igualdad sólo puede establecerse y mantenerse por la fuerza, y la libertad engendra en seguida desigualdades. La igualdad ha sido en todas las épocas un deseo y un objetivo constante de las clases menos favorecidas. Pero a la vez, ha sido siempre instrumento político del poder para acrecentarse, nivelando las fuerzas sociales para mejor dominarlas todas. Así la centralización y la atracción de todo poder económico y administrativo irán creciendo implacablemente.


    CONSECUENCIAS INDIVIDUALES, SOCIALES Y POLÍTICAS DE LA MASIFICACIÓN

    Son la pérdida de la libertad e independencia de pensar, sentir y querer que le son impuestos al hombre-masa por los medios de comunicación social y por la propaganda. La pérdida de la responsabilidad social: las masas no se preocupan más que de su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar. En la vertiente económica, la masificación lleva a la sociedad de consumo, pero ya se inician, desde puntos muy distantes, reacciones contra ella. En la vertiente sociológica, la pauta es dada por los deseos y necesidades de la masa; los valores culturales, como el honor, etc., que son siempre creación individual, pasan a segundo término. Se implantan la demagogia, la tecnocracia y el totalitarismo, y se cierra un círculo vicioso con el punto de partida, aumentando el empobrecimiento y la degeneración interiores del hombre.





    (1) Terminamos hoy el extracto iniciado en nuestro número anterior del estudio sobre las masas contenido en el libro de reciente aparición, «Sociedad de Masas y Derecho», de Juan Vallet de Goytisolo, ediciones Taurus, que a todos recomendamos como obra maestra del pensamiento cristiano y antisocialista.

  4. #4
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    Re: "Sociedad de masas y Derecho" (recensión de Fdez. de la Mora)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: Nuestro Tiempo, Número 187, Enero 1969, páginas 112 a 117.


    «Sociedad de Masas y Derecho»

    Un nuevo libro de Vallet de Goytisolo



    La Colección “Ensayistas de Hoy”, de Editorial Taurus, se ha visto enriquecida con la aparición en ella de un gran libro: “Sociedad de masas y Derecho”, de Juan Vallet de Goytisolo [1].

    Vallet, jurista eminente, nos ofrece en las 660 páginas de este volumen toda una teoría de la sociedad y del Estado que aclara, en conexiones luminosas, muchos de sus puntos de vista en la ciencia del Derecho. En la figura humana de Vallet de Goytisolo se une, de una parte, el pensador –diagnosticador certero de los grandes temas de su tiempo– con el especialista paciente y riguroso; de otra, el hombre de fe comprometida y clarividente –en toda la desalentada angustia que tal condición supone en esta época– con el esfuerzo diario en una lucha sin desmayo, siempre recomenzada. En el término de la primera de esas confluencias se encuentra la sabiduría; en el término de la segunda, la virtud heroica.

    El tema escogido para este amplio ensayo es la sociedad de masas, considerada en sí misma y en sus relaciones con el Derecho. Pienso que ningún planteamiento podría ser más profundo ni más valeroso –en la verdadera dimensión del término– que el aquí elegido si se pretende un diagnóstico lúcido de nuestro momento histórico. La sociedad de masas –la “masificación” del cuerpo social– es el hecho característico de nuestra época; pero es también, para el hombre actual, a modo de un colosal pretexto para justificar la aceptación y el quietismo –la ausencia de lucha– y el conformismo a priori. Incluso aquéllos que reconocen un mal en la conformación masificada de pueblos y mentalidades, fieles al mito de su época, interpretan el fenómeno como una necesaria “crisis de crecimiento” en el alumbramiento de un Mañana ordenado siempre al Progreso y al Desarrollo del Hombre. La masificación es así, para la visión contemporánea, un hecho de la Historia –asunción del cuerpo social, rebajamiento de sus élites– , pero también un hecho irreversible, del que ha de partirse para toda concepción que no sea utópica, reaccionaria, irreal en definitiva. Gústese o no de ello, en la hora presente ha de legislarse y de gobernarse para masas; la educación, la previsión, la edificación, los ordenamientos rurales o ciudadanos, han de ser dirigidos a una sociedad de masas. El fatalismo del hombre de hoy ante la supuesta Dialéctica de la Historia y hacia sus productos es sólo comparable –sin salir de nuestra civilización occidental– con el de los antiguos estoicos, pero sin dejar el reducto libre del fuero interior, ni otorgar relevancia alguna a la lucha del espíritu contra el acontecer ciego del fatum exterior.

    Vallet, contra todos los prejuicios de su tiempo –contra el Prejuicio Máximo de la sociedad racionalista– se enfrenta resueltamente con el fenómeno de la masificación y con el supuesto determinismo histórico que la engendra y desarrolla. La masificación no es un fenómeno cósmico inevitable como la erosión de las montañas, sino un mal moral; mal de la civilización humana y de los hombres que forman su decurso histórico. La transformación de la sociedad en algo calificable –y calificado– con un concepto tomado a la física (masa) –con sus notas de homogeneidad, pasividad, maleabilidad– no es un bien para la sociedad ni para sus miembros individuales, sino un mal –una forma de degeneración–, producto de factores diversos entre los que destacan decisivamente teorías e intenciones humanas. La “masificación”, fruto en su origen de movimientos diversos de intención política y económica (liberalismo económico, teoría del pacto social y de la Voluntad General, desvinculaciones históricas…), nos aparece ahora como un fin en sí, por sí mismo buscado, esto es, de una “masificación dirigida”.

    El crecimiento tecnocrático del poder estatal, la debilitación hasta su casi completo olvido de los cuerpos institucionales autónomos que otorgaban a la sociedad su carácter orgánico y el principio de su resistencia corporativa, la difusión en las almas del morbo igualitario, han dado como resultado que la “masificación” no sea ya el resultado, tal vez imprevisto, de acciones diversas, sino un objetivo valioso: el ideal de la “democratización” o de la “sociedad de masas”. Ya José de Maistre distinguió con claridad entre el pueblo y la masa. Al primero puede aplicársele el célebre criterio epistemológico “Vox populi, vox Dei”: se trata del conjunto del cuerpo social agrupado orgánicamente en cuerpos y estamentos: suma de sabidurías incontables –sabiduría ambiental– de todos y cada uno de los hombres, que “más saben, aun locos, en su casa, que cuerdos en la ajena”. La masa, en cambio, –su opinión indiscriminadamente consultada sobre temas abstractos y totalitarios– no es más que una suma de incompetencias y de pasiones ciegas. El pueblo –en este sentido inorgánico de masa, “siempre niño, siempre loco, siempre ausente”, siempre tutelable– es un monstruo de miles de cabezas cuya opinión es inepta y tornadiza, cuya acción es incoherente y ciega, y sólo su furia destructora puede ser útil en algunas ocasiones. Es la misma observación de Gustavo Le Bon en su psicología de las multitudes al afirmar que, en ellas, la inteligencia de sus miembros se resta, y su pasión se suma.

    Convertir al pueblo –a la sociedad orgánica– en masa es, para una mentalidad socialista, condición previa para su ulterior manipulación “planificadora”. Las agrupaciones artificiales que de esa acción resulten constituirán la “sociedad racional”, técnicamente adaptada al hombre según principios científico-económicos. Para el marxismo –no se olvide– la ciencia no debe limitarse a conocer la realidad, sino que ha de recrearla sustituyendo las viejas estructuras y mentalidades por otras nuevas, mutuamente adaptadas.

    Para una mentalidad religiosa (no racionalista, en el sentido moderno del término), en cambio, el hombre posee una naturaleza inviolable, es decir, está sometido a un orden natural que se interpreta como la voluntad y la obra de Dios. Y la sociedad –fruto de la misma naturaleza humana– posee también una estructura fundamental y un dinamismo naturales por modo tal que la acción “planificadora” –cuando existe– ha de reconocer unos límites en la misma naturaleza y en la re-ligación transcendente del ser humano. Desde esta concepción no socialista, el fenómeno de masificación no puede nunca considerarse un bien, ni siquiera un mal secundario compensado por un mayor bien, sino como un estado de caída o abdicación de la naturaleza humana, tanto en su aspecto individual (hombre-masa) como social (sociedad socialista).

    Juan Vallet estudia en los diecisiete capítulos de este libro el fenómeno moderno de la masificación: en su etiología y génesis; en sus relaciones con el Derecho, con el poder público, con la economía, con la seguridad social; en sus consecuencias (tecnocracia, inflación, concentraciones urbanas, educación dirigida, etc.). El caudal de lectura y la coherencia de su sistema impresionan a cualquier lector y le hacen ver bajo una nueva luz el mundo humano que le circunda y sus propias categorías mentales. Quizá por humildad, quizá por método, el autor oculta a menudo su pensamiento en citas de incalculable número de autores. Tal sistema, empleado con maestría, no perjudica en absoluto al hilo ni a la soltura del lenguaje, antes bien, le presta la expresividad y contundencia de las expresiones más logradas de cada autor, aparte de su misma autoridad.

    Particular interés reviste, por su actualidad, el capítulo dedicado a la masificación de la cultura. Sabido es que la Revolución, que comenzó siendo política y más tarde económica, se presenta hoy como “revolución cultural”. El objetivo es progresivamente ambicioso: sustituir el gobierno de los pueblos, sustituir la estructura de la sociedad, sustituir la mentalidad de los hombres. Este ideal supremo del Socialismo, mientras se presentó bajo el aspecto de una estatización de la enseñanza y una aniquilación de las fuentes educativas parciales que procedían de las familias, de los ambientes locales, de la libre disponibilidad personal, encontró una resistencia por parte de la mentalidad religiosa, patriótica, o, simplemente, humana. Presentado, en cambio, bajo la forma de “igualdad de oportunidades” y de subsidios generales para una enseñanza común y democrática, es recibido con alborozo por el hombre medio –término de las propagandas masivas–, incapacitado para ver la identidad práctica de uno y otro objetivo. Es la conclusión a que llega el autor con frase de Michel Creuzet: “Si el objeto de la democracia es someter las masas a un poder totalitario de un grupo de tecnócratas, entonces la “democratización de la enseñanza” no tiene más que deslizarse por la vía fácil del igualitarismo… Si se estima, por el contrario, que la democracia radica menos en un sistema político dado que en una representación de las élites en los múltiples escalones sociales, en ese caso el primer quehacer consistiría en suscitar en la juventud esas futuras élites”.

    El fenómeno de la masificación –efecto secundario de la sociedad liberal, objetivo indispensable de la sociedad socialista– conduce a las dos soluciones hoy vigentes en el ambiente espiritual de nuestra época: el comunismo soviético y el capitalismo neo-liberal. Uno y otro desembocan en la civilización del “hombre-consumidor”, simple rueda de la máquina de producir y de hacer consumir. “Marcuse como Mao, por una intuición profunda, han penetrado en el movimiento de retroceso de los jóvenes ante el mundo que hoy se les ofrece. Pero ninguno de los dos brinda una solución humana. El totalitarismo de la austeridad es una de las formas de infierno sobre la tierra; el totalitarismo de la civilización erótica, es otra.

    “En ninguna parte se soportan ya ni nuestros males ni nuestros remedios. Se temen los ordenadores de la llamada sociedad de consumo y su ausencia de armadura moral, pero se retrocede con horror antes las perspectivas de un socialismo cuyo catecismo es el de los guardias rojos. El mundo no sabe ya hacia dónde avanzar, de qué lado esperar. La humanidad actual parece una criatura que quisiera regresar al vientre de su madre. Y esa vía, normalmente, conduce a la pérdida de la razón”.

    Este gran libro de Vallet de Goytisolo, llamado a convertirse en obra clásica del pensamiento tradicionalista, constituye uno de los diagnósticos más certeros y profundos de la sociedad contemporánea.


    RAFAEL GAMBRA




    [1] “Sociedad de Masas y Derecho”, JUAN VALLET DE GOYTISOLO, 660 págs. Editorial Taurus, Madrid, 1969.
    Última edición por Martin Ant; 29/04/2018 a las 22:12

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