Víctor Pradera: Un ejemplo para nuestros días
Por Rafael Gambra
ABC (3 de Mayo de 1974)
Publicamos a continuación el artículo con el que el escritor Rafael Gambra ha obtenido el premio «Víctor Pradera» de Periodismo. Con el título de «Víctor Pradera, un ejemplo para nuestros días» apareció en el «Pensamiento Navarro» el día 27 de octubre de 1973. A la derecha, portada de nuestro número dedicado a Víctor Pradera el 16-XII-73.
Las dos grandes figuras doctrinales del Alzamiento Nacional, aún vivas en la época de su iniciación, fueron Ramiro de Maeztu y Víctor Pradera. A ellas cabría añadir la de Calvo Sotelo, que no fue autor de libros doctrinales, pero sí brillante orador político, y las de los fundadores de los movimientos falangistas, especialmente José Antonio Primo de Rivera. Todos ellos murieron en los comienzos de la guerra, asesinados por aquellos que años más tarde –hoy– se presentarían como adalides de la tolerancia, del diálogo y de un mundo nuevo de paz y de amor.
De esas figuras, don Víctor Pradera Larumbe fue carlista y navarro, nacido en Pamplona en 1873. Se ha cumplido este año su centenario, como el año próximo –1974– se cumplirá el de su entrañable amigo Ramiro de Maeztu. Resulta curioso que de quien se hizo en su día una Edición Nacional de sus obras, prologada por el Jefe del Estado, nadie se haya acordado en este aniversario, cuando se conmemoran hasta la saciedad todas las figuras de sus enemigos doctrinales y bélicos: Picasso, Baroja, Neruda…
Pradera fue diputado carlista por Tolosa con la edad mínima para ser elegido ingeniero y abogado, su verbo tuvo la brillantez del foro y su actuación el rigor y la responsabilidad del técnico que conoce la realidad y actúa sobre ella. Seguramente a nadie debe más que a él la supervivencia de los fueros de Navarra y del espíritu foral durante el difícil período que media entre comienzos de siglo y el año 1936, que es el de su muerte.
LOS FALSARIOS DE LA HISTORIA
Su primera gran actuación coincidió con el intento de una ley autonomista en el Gobierno de Romanones de 1918. El triunfo de los aliados en la guerra europea representó –como sucedería con análogo triunfo en 1945– una puerta abierta a las tendencias revolucionarias y disgregadoras de nuestra patria. Cambó y los nacionalistas catalanes prepararon un proyecto de Estatuto autonomista que pretendían someter a un referéndum catalán. Los separatistas vascos cursaron un telegrama al presidente Wilson –el organizador de la rendición alemana– para que en la paz «tuviera en cuenta el principio de las nacionalidades internas». Y prepararon un movimiento autonomista bajo el aspecto de «restitución foral íntegra». Un diputado por Pamplona, don Manuel Aranzadi, pretendió que Navarra se sumase a ese movimiento de las provincias vascongadas. La Diputación convocó una asamblea con asistencia de los diputados a Cortes, el Consejo Foral Administrativo y representaciones de los Ayuntamientos. Pradera, que se encontraba enfermo en San Sebastián, se apresuró a acudir a ella. Con don Cesáreo Sanz Escartín, senador y antiguo general carlista, y con don Joaquín Beunza redactó una moción para los trabajos de reivindicación foral que se iniciaban, en la que quedaba bien a salvo la integridad nacional española. Esto no satisfizo a los nacionalistas, que redactaron una contrapropuesta, presentada a nombre del Ayuntamiento de Pamplona, que pedía la total derogación de la ley de 1839 que limitó los fueros de Navarra, y ello sin alusión alguna a la unidad nacional.
El discurso de Pradera –con el que culminarían estas conversaciones– fue una pieza maestra que abrió los ojos a cuantos navarros y carlistas habían sido momentáneamente seducidos por la maniobra nacionalista, y dio al traste con ésta. En él demostró que el sistema foral completo no podía ser resucitado de la noche a la mañana; que las antiguas Cortes no podría convocarse en el actual estado de la sociedad; que tal intento crearía un desconcierto en el que naufragaría la continuidad foral; que, en fin, la reivindicación foral de Navarra nada tenía que ver ni histórica ni jurídicamente con el nacionalismo vasco, de naturaleza racista y fruto de una perversión sentimental.
Navarra no se sumó al movimiento secesionista orquestado simultáneamente en Cataluña, País Vasco y Galicia, y el régimen foral no se vio comprometido en una oscura maniobra de resultados inviables en la que, cuando menos, se comprometía la unidad y el prestigio español. De esta larga y victoriosa polémica nació el más conocido de los libros de Pradera: «Fernando el Católico y los falsarios de la Historia», alegato incontestable sobre la falacia histórica y la defección espiritual que constituía el nacionalismo vasco. Tiempo después le fue ofrecida a Pradera una cartera ministerial en el Gobierno de unión nacional que formaría don Antonio Maura, pero don Víctor, leal siempre a su compromiso carlista, rehusó el ofrecimiento.
Su segunda gran actuación frente al secesionismo vasco y en defensa de la limpia foralidad de Navarra tuvo lugar ya durante los tormentosos años de la Segunda República. El separatismo catalán había obtenido de aquel anárquico régimen el llamado Estatuto de Cataluña, especia de cartea de autonomía de un semi-Estado catalán tan centralista dentro de sus límites como el Estado liberal para el resto del país, y semillero de inmediatas sediciones. La minoría parlamentaria vasco-navarra pretendió obtener un Estatuto análogo esgrimiendo (¡entonces!) el argumento de la persecución anticatólica en España y la farisaica conveniencia de poner un dique autonomista que preservara la religiosidad del país. Los navarros, ante las próximas elecciones, ofrecieron un puesto en la candidatura vasco-navarra a Pradera. Este les preguntó si la mayoría de esos candidatos estaba conforme en el proyecto de Estatuto. Ante su respuesta afirmativa, nuestro hombre rechazó su puesto en la candidatura con estas enteras y proféticas palabras: «Soy enemigo de un Estatuto concedido por la República a imagen y semejanza del que se ha otorgado a Cataluña (es decir, totalmente ajeno a nuestras instituciones). El deber español y católico es robustecer la unidad patria para que España salga del caos actual con fuerzas para reconstruirse. La República es un régimen transitorio porque es antiespañol. Para combatirla estoy aprestado cuando los momentos sean propicios. Nada me importa la vida ni la libertad ni la hacienda. Lo digo sin jactancia, con serenidad y en plena responsabilidad. La primera voz que impugnaría el Estatuto sería la mía.»
El Estatuto vasco-navarro no llegó a ser una realidad, pero la entereza de Pradera le valió por aquel entonces una sentencia de muerte que no tardaría en cumplirse.
EL SENTIMIENTO DE LA TRADICIÓN
Durante los años de la República, Pradera colaboró con el mayor entusiasmo en la revista monárquica «Acción Española», que tanta parte tuvo en la preparación intelectual del Alzamiento. Era su director Ramiro de Maeztu y su gran mantenedor Eugenio Vegas Latapie. En noviembre de 1933 publicó José Antonio Primo de Rivera su manifiesto fundacional de la Falange «Bandera que se alza». Días después aparecía en «Acción Española» un artículo-réplica de Víctor Pradera titulado «¿Bandera que se alza?». Al propio tiempo que elogiaba la reivindicación nacional, vocacional y aun religiosa del proyecto falangista, demostraba que tal bandera no se alzaba entonces porque –en sus elementos válidos y permanentes– se mantenía enhiesta y gloriosa desde la primera Guerra Carlista, cuyos héroes tampoco la inventaron, sino que la recogieron de la historia toda de la antigua España.
Esta era la otra de las ideas-fuerza de Víctor Pradera: la humildad de ser adicto a una continuidad santa y tradicional, el repudio de todo intento de innovación personalista o de grupo. Es el mismo tema de su otro libro importante: «El Estado Nuevo», aparecido en artículos de la revista «Acción Española» y publicado como libro durante la Guerra de España. El pretendido Estado Nuevo y la Revolución Nacional de que se jactaban las corrientes fascistas no eran sino la continuidad viva en el espíritu de los Reyes Católicos, de nuestra vieja y gloriosa Monarquía.
LA «TÁCTICA» DEMOCRISTIANA
Pocos días antes de estallar la guerra apareció, publicado por la editorial de «Acción Española», el libro de un agustino insigne, el P. Vélez. Se titulaba «El fracaso de una táctica y el cambio de la restauración». Era una crítica profunda de la llamada «táctica» de la CEDA y de su escuela inspiradora, el diario «El Debate», fundado y alentado por el demócrata-cristiano don Angel Herrera. Esa táctica había dividido a los católicos y contrarrevolucionarios españoles, llevando a muchos a colaborar con la República como «mal menor» o «bien posible». Tras de consolidar a este régimen e inhibir durante años toda acción enérgica contra él, la «táctica» acababa de fracasar ruidosamente, colocando al país al borde de una guerra civil.
Pradera escribió un luminoso prólogo para ese libro. En él ponía de manifiesto la distorsión que el grupo democristiano hacía de las doctrinas y escritos pontificios a favor de la famosa táctica adhesionista y paralizadora. «El principio de la moral natural –escribía en ese prólogo– es éste: «Haz bien»; el de la sobrenatural, este otro: «Sed perfectos como perfecto es mi Padre que está en los Cielos.» Elevar a norma las excepciones (que la prudencia circunstancial puede aconsejar) es subvertir los fundamentos más elementales de la moral. El mal menor no es apetecido por la voluntad porque ningún mal puede serlo. El mal menor, como todos los males, se soporta. Sin embargo, por una incomprensible aberración, se lo ha proclamado como fin de una política; es decir, como algo que debe ser querido y alcanzado. Y el bien posible quedó reducido a aquel que la buena voluntad del enemigo nos permitiera alcanzar. Y, a la postre, la tal doctrina se condensó en este pensamiento deprimente, mezquino y frío: siendo los católicos incapaces de alcanzar el bien por sus esfuerzos, finalidad de ellos debe ser un mal menos grave, o el bien, en su caso, que el enemigo quiera tolerarles. Una política inspirada en semejante subversión no podía dar otros resultados que los que nos punzan en nuestra carne y en nuestro espíritu.»
Estos fueron quizá los últimos párrafos doctrinales que escribió Pradera. El libro, su autor y su prologuista serían víctimas de la ya inmediata catástrofe nacional que cuidadosamente habría preparado la «táctica» democristiana. Los dos últimos, asesinados por el hoy respetuosamente llamado «Gobierno republicano»; el libro, recogido y destruido a la semana de su impresión en el Madrid rojo.
A don Víctor Pradera le sorprendió el Alzamiento en San Sebastián, donde vivía. A los pocos días cayó sobre Pradera la oportuna denuncia de sus amigos, «los falsarios de la Historia», que se la tenían jurada. Su muerte fue lúcida y fervorosa, alegre incluso ante la noticia del rápido avance sobre San Sebastián de los carlistas navarros y de más fuerzas liberadoras. Con él, en los mismos días, corrió la misma suerte su hijo mayor y también personalidades tan ilustres como Honorio Maura, Beunza y Leopoldo Matos.
UN EJEMPLO PARA NUESTROS DÍAS
La figura humana y política de Víctor Pradera puede servirnos de guía y ejemplo en la situación presente del carlismo y de las fuerzas antirrevolucionarias. Aunque hombre enérgico y apasionado, la solidez de su doctrina y su prudencia política le libraron siempre (y libró él a muchos) de caer en posiciones resentidas o de venganza, como hubiera sido el acercamiento al separatismo vasco o al (entonces impensable) socialismo promarxista. El supo siempre qué es lo importante y a qué se debía en cuerpo y alma por más que desalientos o soledades impulsasen a veces a las más inverosímiles alianzas…
Pero tampoco su prudencia política le llevó a aceptar mansamente el «mal menor» o el «bien posible» de los «poderes constituidos» eludiendo el deber y la honra del heroísmo o del martirio.
Quizá su ejemplo, rememorado en este silencioso centenario, sea el mejor antídoto contra los dos males que padece hoy nuestra gente: en unos, el adhesionismo cómodo e interesado a lo que existe; en otros, una traición a su fe movida por el resentimiento. Que él, desde el Cielo, guíe nuestras mentes e interceda por la unidad religiosa y nacional española por la que ofrendó su vida.
Fuente: HEMEROTECA ABC
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores