Tal petición llena de buena fe y hombría no sirve para la fauna que parasita España en la actualidad. El respeto va unido al honor, a la nobleza de espíritu, a la valentía y la generosidad para con el vencido, el olvidado, el humilde, para con los muertos que ya no pueden defenderse. Pero a esta fauna de forúnculos sociales nada de lo sublime les sirve, ellos sólo saben refocilar en el barro y la mugre de los cerdos, en sus propios orines, en su repugnante desnudez moral, en su incapacidad para sentir lo que diferencia al ser humano de las bestias de la selva. Esta chusma con toda su verborrea demagógica no es mejor que aquellos individuos de tiempos lejanos que sólo vivían del asesinato y el saqueo, pues tienen la misma amoralidad. Enemigos de todo lo sublime no pueden sino aullar, patear lo que no les gusta que es casi todo menos ellos mismos, y a veces ni eso. Júntese la rebelión de las masas con la conjura de los necios y 1984, y se tendrá el charco pestilente y tóxico en que se ha convertido la sociedad occidental, con España a la cabeza del pelotón.
¡Paz a los muertos!
El hombre vive siempre entre el estupor y el asombro, entre la sorpresa y el dolor, entre lo inconcebible y lo racional. Confieso que me he quedado corto. Recuerdo en mi niñez un acto público en el que intervenían los representantes más cualificados de la Comunión Tradicionalista. Recuerdo una de las frases que se grabaron en mi corazón: “era el mes de julio, el de las cerezas, y hasta los árboles de Navarra daban requetés”. ¿Dónde fueron -pregunto yo- alguno de los restos de aquellos tercios legendarios que murieron por el ideal de una patria distinta? ¿Dónde están hoy los descendientes de aquellos cuadros verdaderamente prodigiosos que lucharon sin rencor y sin ira por una España diferente? ¿Acaso todos han muerto? ¡Qué pena!. Siempre he creído que el temblor de la memoria en los muertos, apenas si podía olvidarse.
“La vejez -decía Cicerón- es el espía de la muerte”. ¡Cuánto olvido doloroso e inútil hay en las páginas amarillentas de nuestro pasado!. La historia no es nunca una lección definitiva de ejemplos, sino más bien la referencia de la versatilidad, del cambio inútil, del regreso decadente de la situación aprovechada.
La pretensión del Ayuntamiento de Pamplona de exhumar en un acto de postrera y pública humillación los restos mortales de los Generales Mola y Sanjurjo del panteón en el que llevan enterrados 80 años es una colosal vileza que confío no cuente con la complicidad más o menos encubierta de la autoridad episcopal y que, al menos, ha tenido ya una respuesta gallarda de la familia de Sanjurjo a la que me desde aquí me uno emocionado.
Nunca creí –y eso que mi andadura política fue bastante larga- que el odio fuera una serpiente de cabeza tan afilada. Nunca creí que en España se pudieran reabrir de forma tan miserable y tan canalla, 80 años después, las heridas de aquella triste y cruel contienda entre hermanos, utilizando para ello nada menos que las cenizas de los muertos. Los huesos de Sanjurjo, Mola y de seis jóvenes requetés caídos en la contienda reposan en paz desde hace décadas en el monumento a los Caídos que el pueblo de Navarra levantó en su día y que el Ayuntamiento proetarra quiere convertir en sala de exposiciones. No se me ocurre mayor refinamiento en el odio ni en la crueldad, aunque no debería extrañarnos dado el jaez de la mayor parte de los ediles del consistorio.
Echo de menos alguna voz relevante que censure este intento verdaderamente criminal, al menos por un imperativo ético elemental. Todos en silencio, todos enmudecidos. Pensando en las cenizas de los caídos podría decirse aquello que escribió Quevedo: “serán cenizas, más tendrán sentido, polvo serán, más polvo enamorado”. Sirviendo a una u otra causa, los combatientes de la Guerra Civil española no merecen un trato vejatorio de esta naturaleza. Es un desdén histórico intolerable, una ofensa gravísima a la esencia de la historia española. Por favor, dejen en paz a los muertos, que los vivos ya representan el aire tenebroso de otra escena. Yo no fui nunca requeté pero admiré la pureza de aquellos amigos míos, que marcharon a los frentes andaluces y volvieron envueltos entre nardos y claveles al cementerio de Málaga. Eran mayores que yo, pero con mis 90 años no les olvido, como jamás he despreciado a los que luchaban en trincheras contrarias.
Ojalá algún día, las cenizas de los caídos de uno y otro bando de los que lucharon en la Guerra Civil española rompan paredes, destrocen los muros y salgan otra vez a la calle a decir: “No, no es esto, por Dios”. Pido y exijo respeto a los españoles que murieron por una causa que ellos creyeron tan noble como para morir por ella y que hoy son escarnecidos por el odio y la indignidad por unos seres que no merecen –ni quieren- llamarse españoles. Yo, en mi insignificancia política, clamo hoy en contra de esta pretensión y levanto mi brazo ante los féretros que quieren profanarse, con el dolor y la pena de que 80 años después las cenizas de unos muertos puedan envilecer de nuevo la concordia entre los españoles.
¡¡¡Por favor, Paz a los muertos!!!
José Utrera Molina
*Ex ministro y Cabo honorario de la Legión
¡Paz a los muertos! – Alerta Digital
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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