Fuente: Misión Guadalupe, L. Brent Bozell y Eduardo Miles-Campos, Christendom Press, 1998. Páginas 231 – 233.
La Misión de “Misión Guadalupe”
La misión predominante de Misión Guadalupe es la de explorar y difundir la relación del hombre con Dios en el sentido místico. El emplazamiento de esta misión son las Américas. La directora espiritual por excelencia es, como descubrió Juan Diego hace casi quinientos años, y como reconoció la Iglesia en un tiempo asombrosamente breve, Nuestra Santa Madre. El fin práctico de esta misión es fomentar la Solidaridad Católica en las Américas bajo la bandera de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona y Emperatriz de las Américas. El objetivo espiritual es elevar la vista del ser humano por encima de las profundidades de sus deseos puramente seculares para que sea consciente tanto de la presencia Divina dentro de sí, como de su propia presencia dentro de Dios. La misión, por consiguiente, se compone de una mezcla de fines prácticos y verdades espirituales.
En el terreno práctico, la misión se basa en la experiencia y filosofía del sindicato Polaco, Solidaridad, en cuanto a la aseveración de valores respecto a la familia, el empleo y la concordia social; y para hacer acopio de fuerzas para esta batalla, la misión se apoyará y se guiará por la verdad mística de solidaridad que proclama “la necesidad de llevar el peso del prójimo”. La virtud, tanto cristiana como humana, de la “solidaridad” reconoce que la verdad mística de la presencia del hombre en Dios y la de Dios en el hombre, se encuentra manifiesta en el terreno práctico de la caridad fraternal.
El activismo espiritual es otro cometido de la misión. Bozell propuso dicho activismo en términos provocativos en su libro Granos de Mostaza, en 1986:
El objetivo de Misión Guadalupe no es ni más ni menos que la conversión de los Estados Unidos; la conversión del egoísmo, allá donde existe, en el hábito de la misericordia.
Con dos décadas de antelación, el fallecido Paul-Emile Cardenal Leger, Arzobispo de Montreal, había hecho un llamamiento similar a los canadienses franceses para que hicieran uso del proselitismo para convertir a toda Norteamérica. Como hemos mencionado en capítulos previos, la visión de una América integral y Católica bajo el patrocinio de Nuestra Señora ha sido un tema abordado con insistencia por los prelados evangelizadores (desde los primeros misioneros hasta el Papa Juan Pablo II, pasando por los obispos de las Américas).
Es evidente que este objetivo continuo de unir las Américas espiritualmente ha sido articulado por el Papado desde la época de Benedicto XIV. Éste nombró a María como patrona de Nueva España en 1754; más tarde, en 1910, Pío X designó a María como Patrona de Latinoamérica y finalmente Pío XII, de manera envolvente, nombró a María como Patrona de las Américas en 1945. En último lugar, tal como se ha dicho, el primer lugar que visitó Juan Pablo II tras ser nombrado Papa –en Enero de 1979– fue Méjico, para visitar a Nuestra Señora de Guadalupe. Así vemos como el Papado, al depositar su confianza en María como la esperanza para las Américas, ha querido subrayar el aspecto esencial que representa María en la evangelización Católica, no sólo en las Américas sino en todo el mundo. Como dijo el teólogo Mariano, Padre Rene Laurentin, hace poco tiempo en su Tratado sobre la Santa Virgen María en 1990: “es Ella quien realiza la unidad entre las personas, de igual manera que fue Ella llamada a realizar en Su carne y mediante Su fe la unidad entre Dios y el hombre.”
La “invasión” de los Estados Unidos por hispanos de Latinoamérica ha sido reconocida por Misión Guadalupe como una oportunidad sin precedentes para llevar a cabo este objetivo tan deseado de unificar espiritualmente las Américas. Por otra parte, la continua llegada de hispanos –muchos de los cuales huyen de algún tipo de persecución, sea religiosa, política o social– abre una oportunidad similar para promocionar la “exploración y difusión” de la dimensión mística del hombre. La labor a emprender es a la vez profunda y problemática. Por consiguiente, ahora debemos encarar sus dificultades, tanto prácticas como espirituales.
Ya hemos comentado que los pueblos hispánicos actuarán como catalizadores para los objetivos de Misión Guadalupe, tanto prácticos como espirituales. Tanto su historia pasada como su difícil situación presente les permite compartir una situación paradójica donde ambos misioneros y aquéllos a quienes pretenden evangelizar son los mismos. Merece la pena afrontar la paradoja porque estos hispanos especiales son la comitiva que marcha tras Nuestra Señora en su viaje hacia el Norte, su Paseo del Norte. Estos descendientes pobres de Juan Diego son hijos predilectos de Nuestra Señora, y nos permitimos suponer que ella los atrae hacia los Estados Unidos como parte de su designio particular. Nosotros, seamos o no hispanos, somos también descendientes de Juan Diego y nos incumbe unirnos a esa comitiva y promover el plan evangelizador de Nuestra Señora.
Misión Guadalupe tiene, pues, un mandato de extender la palabra de Cristo, a través de su Madre, por todas las Américas. La punta de lanza de la primera misión fue nuestro antecesor, el indio Azteca Juan Diego; la Iglesia llevó a cabo la segunda etapa en medio de una oposición tremenda que aún persiste en nuestros días; y la tercera etapa es una llamada específica a los laicos (aquéllos definidos frecuentemente como “el pueblo de Dios”; término, a su vez, muy malentendido) a que se lancen sin reservas a lograr este objetivo, en concierto con la jerarquía de la Iglesia, que busca su apoyo imprescindible. Este apoyo se necesita con urgencia ahora que las Américas están más fragmentadas y espiritualmente inquietas que nunca.
La insistencia en que Nuestra Señora es artífice de este objetivo está en perfecta concordancia con Vaticano II, como puede atestiguar incluso un análisis muy breve de los documentos del Concilio. Esos documentos subrayan el lugar irremplazable de María en la labor de salvación de Jesús, además de la veneración invariable que merece como Madre de Cristo y modelo perfecto de la Iglesia. La carta encíclica Marialis Cultus (1964); la carta pastoral de los obispos de Estados Unidos “He Aquí Tu Madre: Mujer de Fe” (1973); y el capítulo octavo de la Constitución Dogmática de la Iglesia titulado Lumen Gentium (“La Santa Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y la Iglesia”) establecen, uno tras otro, que cualquier disminución en la veneración de María implica un malentendido de los documentos de Vaticano II y una distorsión de las intenciones del Concilio. Además, Juan Pablo II ha afirmado inequívocamente que una devoción especial a María “… es indispensable a cualquier persona que desea darse sin reserva a Cristo y a la labor de la redención.” (Andre Frossard ha relatado sus conversaciones con Juan Pablo II sobre este tema en su libro titulado, ¡No Temais!). La devoción del Santo Padre por “la labor de la redención” nos encamina hacia el próximo tema a tratar. Ahora entraremos en más detalle sobre los objetivos tanto prácticos como espirituales que conforman la identidad y enfoque de Misión Guadalupe, sus intuiciones estructurales y sus aspiraciones concretas como apostolado.
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