Fuente: El Pensamiento Navarro, 12 de Agosto de 1977.
Dos enseñanzas vigentes de la política tradicional
Por MANUEL DE SANTA CRUZ
La alternativa de la democracia que padecemos no puede ser, desde un punto de vista carlista, la simplista de volver al franquismo. Por supuesto que menos aún el marxismo. Nosotros debemos proponer y mostrar, infatigablemente, la verdadera Monarquía Católica, Tradicional, Social y Representativa. En su acervo doctrinal hay dos conceptos valiosos para sendos temas políticos de estos días.
LA RETRIBUCIÓN DE LOS DIPUTADOS
Discuten las nuevas Cortes el sueldo de sus diputados, recién elegidos por sufragio universal. Inconsciente e insospechada manifestación de la escasa representatividad de los mismos, por lo que sigue. En la democracia orgánica auténtica, en la de la Monarquía Tradicional y no en aquel engendro para cuya denominación Franco profanaba al Tradicionalismo, los procuradores en Cortes cobraban sus honorarios y gastos de las entidades que representaban, y éstas les proveían muy a gusto, porque los procedimientos de elección, el juicio de residencia y el mandato imperativo, les aseguraban que su pensamiento llegaba, se transmitía, y que sus deseos se gestionaban con diligencia.
En una conferencia que dio en Jerez de la Frontera en 1960 don José María Valiente, explicaba que no había por qué descender a determinar los procedimientos de elección de los procuradores en cada entidad básica, y que cada una de éstas debía de tener el suyo propio, peculiar y autóctono, que no tenía por qué ser igual para todas sino, antes bien, distinto de unas a otras, según sus naturalezas diversas.
Un documento carlista, anónimo, como muchos de la época de Franco, pero de autenticidad indudable, recoge este mismo criterio electoral y lo extrapola hasta la cuestión de los emolumentos. Estos últimos habrían de ser determinados libérrimamente por cada entidad y en cada circunstancia, de manera que sólo por mera coincidencia habría procuradores con igual retribución fija. En la cuantía de ésta, y en sus fluctuaciones, influirían la pobreza o riqueza de la entidad, su economía en un momento dado, las posibilidades y generosidad del elegido, la valoración de su gestión, la dignidad con que se quisiera rodear, y otras circunstancias variadas, pero todas locales.
El uniformismo constriñe la libertad y repugna al pensamiento tradicional, y más aún cuanto de más arriba venga.
LA REGENCIA
Como si socialistas y comunistas y otros muchos no fueran republicanos hasta las cachas, se había hecho cuestión, más con apariencia que con sinceridad, de si se legalizaban o no ciertos otros partidos, no más republicanos que los dichos, sino declaradamente republicanos en sus enunciados. Finalmente, ya se han legalizado. En esos mismos días, todo el mundo ha entendido perfectamente a dónde apunta el boicot socialista y comunista a la existencia del Consejo del Reino. Yo, como carlista, digo que ahí me las den todas, pero no me desentiendo del tema porque me recuerda un apunte manuscrito de D. Manuel Fal Conde, que tuve la fortuna de leer poco después de su muerte.
Decía que en las listas de censuras que se hacían a Don Alfonso de Borbón (XIII) por su conducta el 14 de abril de 1931, él siempre había echado de menos una, gravísima. Era no haber delegado en un Regente o en un Consejo de Regencia, que es lo que procedía en buena doctrina monárquica.
En la Monarquía Tradicional, cuando el Rey tiene que marcharse por enfermedad, fracaso, perjurio, etc., y no es posible o prudente, por las circunstancias creadas, la sucesión hereditaria inmediata, lo previsto no es la suspensión de funciones, sin más, y el “¡ahí queda eso!”, sino la Regencia. Ésta puede ser uni o pluripersonal; puede haber un Regente o un Consejo de Regencia.
El nacimiento de la Regencia distingue y separa claramente la persona del Rey de la Institución Monárquica, y se salva y da continuidad a ésta, desligándola de las culpas del primero.
Decía D. Manuel en aquel apunte de factura mínima, pero de gran contenido, que la ignorancia o el desprecio de la fórmula de la Regencia eran una prueba más de que Don Alfonso era en realidad republicano, y no verdaderamente monárquico.
Ya se entiende que una Regencia liberal y en manos de liberales no forma parte del sistema de la Monarquía Tradicional, y por ello no puede salvarla del trance apurado, sino que su evolución natural es hacia la República.
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