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Honores1Víctor
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Tema: «Su cuerpo perderá, no su cuidado (I)» por juan Manuel de Prada

  1. #1
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    «Su cuerpo perderá, no su cuidado (I)» por juan Manuel de Prada

    «Su cuerpo perderá, no su cuidado (I)» por juan Manuel de Prada para la revista XLSEMANAL publicado el 19/VIII/2018.
    ______________________

    Cuando decimos que nuestra época ha dejado de hablar de la muerte, que esconde la muerte, que huye de la muerte, sólo estamos diciendo una verdad a medias. Creo que, en el fondo, esta aversión a la muerte (y a la decrepitud que la precede) no es más que el aspaviento con el que distraemos la atención de un asunto que nuestra época ha querido convertir en tabú. Me refiero, naturalmente, a la inmortalidad del alma, que es la preocupación fundamental del ser humano desde que el mundo es mundo; una preocupación que sólo puede desaparecer (como está ocurriendo en nuestra época) cuando el ser humano deja de serlo.

    Podríamos afirmar sin exageración que todas las civilizaciones, desde la aurora misma del pensamiento humano, se han fundado sobre la convicción de que la muerte física no era el desenlace de nuestra existencia. Este rechazo de la muerte creaba un culto a los muertos más o menos rudimentario o sofisticado; e imaginaba para el alma las formas de inmortalidad más diversas, a veces sublimes y a veces pedestres. Pero no ha habido forma alguna de civilización que prescindiese de esta preocupación por la inmortalidad del alma. Muchos han sido los filósofos que se han esforzado en demostrarla, empezando por Platón; pero todas sus demostraciones discurren en el ámbito de las ideas, que es algo que nuestra época materialista repudia.

    Por supuesto, mientras la filosofía ha probado muchas veces la existencia del alma, la ciencia no ha logrado nunca probar lo contrario. Y, aunque toda la psicología moderna pretenda ignorar su existencia, no ha podido sin embargo negar una ‘permanencia’ de los fenómenos psíquicos que no tiene parangón en la naturaleza y que proyecta su sombra durante toda la vida humana, de tal modo que los hechos que nos impresionaron en nuestra infancia pueden emerger durante toda nuestra vida como gratos recuerdos o, por el contrario, como obsesiones, traumas o neurosis. Y si existe una ‘permanencia’ de los fenómenos psíquicos, ¡tendrá que haber una realidad -aunque sea inmaterial- que les dé sustento! La cuestión es saber si esa ‘permanencia’ se prolonga más allá de la muerte, como afirmaba Quevedo en su célebre soneto. ¿Puede el alma perder su cuerpo, pero no su cuidado? ¿Puede el alma, dedicada a vivificar el cuerpo, seguir existiendo y desarrollando sus funciones una vez que el cuerpo se ha corrompido? Esta es la gran pregunta; esta es, siendo sinceros, la única pregunta importante. Unamuno afirmaba que, si el alma no fuese inmortal, toda nuestra existencia sería absurda; y, con ella, la naturaleza entera. Pero lo cierto es que descubrimos que nuestra propia existencia y la naturaleza entera se rigen por leyes físicas que delatan -desde la organización celular hasta la disposición de las esferas celestes- un secreto y asombroso orden y sentido.

    Y este orden y sentido que descubrimos en la naturaleza hemos llegado a desentrañarlo gracias a una facultad espiritual -el pensamiento- que, a diferencia de las sensaciones (ligadas a las cosas concretas, sometidas al espacio y el tiempo), puede elevarse sobre la materia y expresar lo universal mediante un acto de abstracción. El pensamiento se eleva sobre las cosas, se desliga del espacio y del tiempo que las determinan, para iluminarlas más plenamente; y, en su elevación, puede llegar a alturas vertiginosas (como les ocurre, por ejemplo, a los matemáticos más eximios), elaborando fórmulas que a los legos nos parecen mareantes. Pero, luego, esas fórmulas que parecen especulaciones del pensamiento en vuelo libre se aplican a la naturaleza… ¡y la naturaleza obedece! Y, sin necesidad de ser matemáticos eximios, todos hemos notado cómo nuestros pensamientos se liberan del espacio y del tiempo. Nos ocurre, por ejemplo, cuando saboreamos a fondo un cuadro o escultura, cuando nos zambullimos en la lectura de un autor ya fallecido al que admiramos: apreciamos la belleza de su arte, penetramos su significado, hasta conseguir vislumbrar su alma. ¡Llegamos a tener más intimidad con ese escritor o artista que con nuestros familiares y amigos! Lo conocemos más intensamente que a un hermano, de repente su alma se desnuda ante nosotros y podemos examinar sus secretos más hondos. Pero, para poder lograr una comunión tan maravillosa que no es pura sugestión sino disfrute profundísimo de las delicias del arte, para lograr esa comunión que rompe las barreras del espacio y del tiempo, es preciso que lo que produce esta comunión no esté esclavizado al espacio y al tiempo, no esté encadenado a este cuerpo mortal nuestro. Esta palpitación eterna del arte que cualquier persona sensible puede experimentar nos está hablando de la inmortalidad del alma… (Continuará).

    https://www.xlsemanal.com/firmas/201...cuidado-i.html
    Última edición por Pious; 20/08/2018 a las 16:49
    raolbo dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: «Su cuerpo perderá, no su cuidado (I)» por juan Manuel de Prada

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    «Su cuerpo perderá, no su cuidado (y II)» por Juan Manuel de Prada para la revista XLSEMANAL publicado el 26/VIII/2018.
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    En un artículo anterior, nos referíamos a un par de experiencias intelectuales relativamente cotidianas que nos muestran que hay algo dentro de nosotros que no está ligado a la materia (ni a las coordenadas de espacio y tiempo en las que la materia se desenvuelve). Pero, si el intelecto nos brinda indicios notables de la existencia del alma, todavía más apabullantes son los indicios que nos brinda la voluntad, que constantemente nos prueba nuestra capacidad para vencer los impedimentos de la materia. Es cierto que vivimos una época que estimula la anestesia de la voluntad, aturdiéndonos con comodidades y molicies que acaban por eunuquizarnos. Pero todos hemos tenido ocasión de comprobar cómo nuestra voluntad es capaz de sobreponerse a las dificultades y obstáculos que se interponen en nuestro camino. Todos hemos tenido ocasión de descubrir dentro de nosotros, en trances peliagudos, aptitudes que desconocíamos. A mí, por ejemplo, me ha ocurrido a menudo en mis tareas literarias, cuando tengo una novela embarrancada y creo que ya no la podré salvar, o cuando su trama se interna en pasadizos que no me son familiares; o bien cuando se acerca el plazo de entrega de un artículo para el que no encuentro el enfoque adecuado. Me pongo a escribir convencido de que la intentona terminará en catástrofe; pero, misteriosamente, emerge dentro de mí una voluntad desconocida que me alza en volandas y me permite salir del atolladero. Y luego, mientras repaso lo que he hecho, me pregunto, perplejo: «¿Cómo he podido escribir yo esta página?».

    Eso que llamamos ‘fuerza de voluntad’ logra a veces hazañas que nunca hubiésemos soñado que podríamos realizar. Y tal fuerza de voluntad se aprecia, sobre todo, en las personas impedidas y enfermas, que se sobreponen a sus dolores y quebrantos, incluso a la parálisis, y logran hacer cosas que a todos nos dejan estupefactos (pensemos, por ejemplo, en los sordos que logran componer música, o en los mutilados que pintan con la boca). Si la voluntad humana es capaz de vencer los impedimentos corporales y de doblegar el dolor de un modo tan sorprendente, ¿no será porque nuestra naturaleza guarda dentro de sí un principio constitutivo más fuerte y duradero que la materia? Y ese principio que tan esforzado se muestra contra el dolor, hasta llegar a vencerlo, ¿no podría también enfrentarse a la muerte y vencerla también? No olvidemos que el dolor, con su cortejo de achaques y decrepitudes, no es otra cosa sino el heraldo de la muerte, el mensajero que la muerte nos envía, para tenernos prevenidos. Y cuando hablo de dolor no me refiero únicamente al dolor físico, sino también a los múltiples dolores morales o espirituales que tenemos que arrostrar durante nuestra existencia terrenal, las zozobras y angustias, pesadumbres y depresiones que nos merodean, como negros pajarracos, en tantas fases de nuestra vida. A veces sucumbimos a ellas; pero en la mayoría de las ocasiones nuestra voluntad logra espantarlas. Y si nuestra voluntad logra espantar esos dolores espirituales, ¿no será que guarda dentro de sí el antídoto perfecto, una vocación de dicha que de momento permanece en hibernación, esperando el día en que al fin pueda volar libre?

    Son indicios, tan sólo indicios de la inmortalidad del alma; pero son tantos que asomarse a ellos causa vértigo a nuestra época, que casi ha logrado –por primera vez en la Historia de la civilización humana– silenciar esta cuestión. Sólo lanzaré un indicio más. Sorprende la cantidad de gente que –en cualquier época, incluso en esta época nuestra, tan lastimosamente cobardona, tan atrincherada en sus comodidades materiales– arriesga su vida por cosas inmateriales: desde el héroe que se inmola en un incendio para rescatar a su vecino (por poner un ejemplo de donación generosa) al alpinista aficionado que se propone alcanzar una cima muy escabrosa (por poner un ejemplo de esfuerzo vanidoso, incluso cantamañanesco), desde el soldado que se bate en el campo de batalla en defensa de su patria o de su familia a la enfermera que limpia las llagas de un leproso. Ese desprecio que tantas personas muestran por su vida mortal ¿no prueba acaso que dentro de nosotros anida un instinto o convicción subconsciente de que esta vida mortal no es lo más valioso que atesoramos? Quien arriesga su vida de forma tan generosa (incluso en apariencia insensata) ¿no lo hace acaso porque íntimamente sabe que hay algo dentro de él que está llamado a palpitar eternamente, liberado de su envoltura carnal? ¿No es el alma quien le susurra que puede hacerlo sin inquietud, porque le aguarda otra vida infinitamente más preciosa?

    https://www.xlsemanal.com/firmas/201...-de-prada.html
    Última edición por Pious; 27/08/2018 a las 23:03

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