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Tema: El falaz dilema de Calvo Sotelo: ¿España roja o “rota”?

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    El falaz dilema de Calvo Sotelo: ¿España roja o “rota”?

    Hace unos meses se produjo una discusión en este hilo sobre la cuestión del verdadero concepto de nación.

    Pienso que puede ser interesante traer a colación el famoso debate que hubo en el Parlamento republicano el 5 de Diciembre de 1935, debate que versó acerca de unas declaraciones que habían sido vertidas en un mitin nacionalista en San Sebastián.

    D. José Miguel Gambra dedica a este tema todo un Capítulo de su reciente libro La sociedad tradicional y sus enemigos. El Capítulo en cuestión es el sexto, y se titula "Patria y nacionalismo". En la página 130 hace alusión a aquella conocida (antitradicional, y nacionalista españolista) frase del doctrinarista Calvo Sotelo que pronunció en aquella sesión parlamentaria: "prefiero una España roja a una España rota".

    Creo que toda esa discusión parlamentaria del 5 de Diciembre demuestra la íntima conexión que, en el fondo, existe entre los nacionalistas centralistas y los nacionalistas periféricos. Tanto unos como otros son hijos del liberalismo, aunque se odien entre ellos. Y nunca se insistirá lo suficiente en que, de igual modo que los doctrinaristas o nacionalistas españolistas tratan de tergiversar las instituciones socio-políticas históricas y tradicionales (principalmente las instituciones coordinadoras de la Monarquía) para hacerlas pasar como "frutos anticipados del nacionalismo españolista", así también los nacionalistas independentistas tratan de tergiversar esas mismas instituciones (principalmente, esta vez, las instituciones forales), para hacerlas pasar como "frutos anticipados del nacionalismo vasquista, catalanista, etc...".

    Creo que la falacia del nacionalismo españolista, defensor de una quimérica "unidad substancial o subsistente" de la "nación española", se puede demostrar claramente a partir de la noción puramente voluntarista que los doctrinaristas han mantenido sucesivamente de este concepto:

    Un nacionalista gaditado (es decir, defensor de la Constitución revolucionaria de Cádiz) consideraría a Buenos Aires, Bogotá o Montevideo, como "parte substancial" de la "nación española", pero no un doctrinarista de la época isabelina. Un doctrinarista isabelino consideraría a Filipinas o Cuba, como "substancia" de la "nación española", pero no un doctrinarista de la época republicana. Un doctrinarista de la época republicana consideraría a Guinea Ecuatorial o al Sáhara Occidental como "porción substancial" de la "nación española", pero no un doctrinarista franquista. Un doctrinarista franquista consideraría a Vizcaya y a Cataluña como "integrantes substanciales" de la "nación española", ¿lo seguiría considerando así un doctrinarista del actual régimen si esos territorios consiguieran la independencia efectiva, como previamente la consiguieron, de manera sucesiva, la República de Argentina, la República de Cuba y la República de Guinea Ecuatorial?

    En el transcurso del debate parlamentario se hacen algunas citas de libros; hemos adaptado el texto de esas citas para ajustarlas fielmente al original de las publicaciones a que pertenecen aquéllas. Y también hemos señalado, en notas a pie de página, el título de las obras de donde han sido sacadas las citas. Por si a alguien le pueda interesar, casi todas ellas se pueden encontrar en el Portal de Fondos Digitales de la Fundación Sancho el Sabio.

    También dejamos adjunto el documento original del Diario de Sesiones del Congreso, de donde se ha tomado la transcripción:

    España roja mejor que España rota (Calvo Sotelo, 05.12.1935).pdf


    .
    Última edición por Martin Ant; 13/07/2019 a las 19:22
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El falaz dilema de Calvo Sotelo: ¿España roja o “rota”?

    Fuente: Diario de las Sesiones de Cortes, Número 273, Sesión celebrada el Jueves 5 de Diciembre de 1935, páginas 11.116 a 11.135.



    Campaña separatista vasca


    El Sr. PRESIDENTE: Se va a dar lectura de una Proposición no de Ley que ha sido presentada a la Mesa.

    El Sr. SECRETARIO (Alfaro): Dice así:

    «A las Cortes.– Los Diputados que suscriben tienen el honor de someter a las Cortes la siguiente Proposición no de Ley:

    La Cámara expresa la más vigorosa condenación de los conceptos separatistas proferidos en el mitin nacionalista celebrado en San Sebastián el día 24 de los corrientes, y recaba del Gobierno medidas enérgicas que corten la escandalosa campaña contra la unidad española que viene desarrollándose en la región vasconavarra.

    Palacio del Congreso, 28 de Noviembre de 1935.– José Calvo Sotelo.– José Luis Oriol.– Alfredo Serrano Jover.– Andrés Amado.– Joaquín Manglano.– Francisco Roa de la Vega.– Joaquín Bau.– Domingo Tejera.– Juan Granell.– Romualdo de Toledo.– Enrique Izquierdo Jiménez.– Javier Martínez de Morentín.– José María Pemán.– Javier Ramírez.– José María Albiñana.– Francisco Moreno Herrera.– Santiago Fuentes Pila.– Eduardo O´Shea.– Ricardo Cortés.– Raimundo García.– Francisco Morayta.– Ricardo Moreno.– José Monge y Bernal.– José Martínez Azagra.– Tomás Maestre Zapata.– Agustín Virgili.– José Arizcún».

    El Sr. HORN: Pido la palabra para una cuestión previa.

    El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

    El Sr. HORN: Invoco el art. 80 del Reglamento de la Cámara y solicito de S. S. se sirva ordenar al Sr. Secretario la lectura de los artículos 51, 55 y 56 de la Constitución, y 99, 100, 102 y 34 (facultad 6.ª), en relación con el 79, del Reglamento… (Rumores).

    El Sr. PRESIDENTE: Así se hará.

    El Sr. SECRETARIO (Alfaro): Dice el art. 80 del Reglamento:

    «Cualquier Diputado podrá pedir también, durante la discusión o antes de votar, la lectura de las leyes, órdenes y documentos que crea conducentes a la ilustración del asunto de que se trate. La Presidencia podrá denegar las lecturas que considere notoriamente impertinentes o inútiles».

    Dice el art. 51 de la Constitución:

    «La potestad legislativa reside en el pueblo, que la ejerce por medio de las Cortes o Congreso de los Diputados».

    Dice el art. 55:

    «Los Diputados son inviolables por los votos y apéndices que emitan en el ejercicio de su cargo».

    Dice el art. 56 de la Constitución:

    «Los Diputados sólo podrán ser detenidos en caso de flagrante delito.

    La detención será comunicada inmediatamente a la Cámara o a la Diputación permanente.

    Si algún juez o Tribunal estimare que debe dictar auto de procesamiento contra un Diputado, lo comunicará así al Congreso, exponiendo los fundamentos que considere pertinentes.

    Transcurridos sesenta días, a partir de la fecha en que la Cámara hubiere acusado recibo del oficio correspondiente, sin tomar acuerdo respecto del mismo, se entenderá denegado el suplicatorio.

    Toda detención o procesamiento de un Diputado quedará sin efecto cuando así lo acuerde el Congreso, si está reunido, o la Diputación permanente cuando las sesiones estuvieren suspendidas o la Cámara disuelta.

    Tanto el Congreso como la Diputación permanente, según los casos antes mencionados, podrán acordar que el juez suspenda todo procedimiento hasta la expiración del mandato parlamentario del Diputado objeto de la acción judicial.

    Los acuerdos de la Diputación permanente se entenderán revocados si, reunido el Congreso, no los ratificara expresamente en una de sus veinte primeras sesiones».

    Dice el art. 99 del Reglamento:

    «Los Diputados podrán presentar Proposiciones que no sean de Ley encaminadas a una de estas tres finalidades:

    a) Que se resuelva “no haber lugar a deliberar”.

    b) Que se dé cierta tramitación a un asunto o incidencia, y

    c) Que el Gobierno, o la Cámara, formule declaración sobre una materia».

    Art. 100:

    «1) La Proposición de “no ha lugar a deliberar” podrá presentarse en cualquier tiempo de cualquier debate que no verse sobre Proyectos o Proposiciones de Ley, pero necesitará ir suscrita por 40 Diputados, como mínimo. Se apoyará en un discurso, con duración máxima de quince minutos; se podrá contestar con otro de igual extensión, a lo sumo, y se votará seguidamente.

    2) No cabrá reiterar la Proposición sobre el mismo asunto una vez rechazada por la Cámara. La Proposición de “no ha lugar a deliberar” tendrá preferencia de tramitación cuando coincida con proposiciones incidentales o mociones de clase diferente».

    Art. 102:

    «Las demás Proposiciones no de Ley habrán de contar con 15 firmas. Salvo acuerdo en contrario de la Cámara, se tramitarán al final de la sesión en que se hubieren presentado, con prórroga obligatoria por dos horas para terminar la discusión. No se admitirá más que un turno en pro y otro en contra, sin que duren más de veinte minutos cada uno. Las explicaciones del voto, en caso necesario, se atendrán a lo dispuesto en el art. 92 de este Reglamento».

    Artículo 34. (Facultad 6.ª):

    «Interpretar este Reglamento y suplir o completar sus preceptos en los casos omisos o dudosos».

    El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Horns tiene la palabra.

    El Sr. HORN: Muy brevemente, para explicar por qué razón he solicitado la lectura de estos artículos. Como el Sr. Presidente dijo ayer a los periodistas, y lo hemos leído esta mañana en la Prensa y refleja exactamente la verdad, en síntesis, la Proposición que ahora se ha leído solicita de la Cámara una condena de manifestaciones políticas hechas por tres queridos compañeros míos de este grupo.

    Como ve la Cámara, a nuestro juicio se pretende invadir por este procedimiento la facultad de los Tribunales de Justicia. Únicamente éstos pueden pronunciar condenas en contra de cualquier ciudadano, y lo mismo de cualquier Diputado, que para algo en los artículos leídos de la Constitución se le garantiza su inviolabilidad por sus opiniones y su inmunidad condicionada para los delitos, si los hay.

    Pudiéramos haber utilizado nosotros, no lo hemos intentado siquiera, la facultad de interponer, con arreglo al art. 100, una Proposición de “no haber lugar a deliberar”. No lo hemos hecho. Al contrario, mi súplica se reduce a que, entregada por el Reglamento al Sr. Presidente, a virtud del art. 34, facultad 6.ª, la atribución de suplir omisiones en los casos en que el Reglamento no provea lo que haya de hacerse, no se limite la Presidencia a conceder un solo turno en contra de la Proposición, sino que permita que todos los compañeros que en el mitin a que se alude intervinieron usen de la palabra ahora también, con la amplitud que este asunto, importantísimo para nosotros y para el país, requiere. De otro modo, resultarían condenados sin ser oídos, aunque desde ahora digo que, incluso el periódico «La Voz de Guipúzcoa», órgano del Sr. Ministro de Agricultura, proclamó que «con gran mesura y respeto para los demás –nota destacada del mitin–, rebatieron los oradores argumentos que otros, de distinta ideología, expusieron en la misma tribuna». Uno de ellos, el Sr. Calvo Sotelo precisamente.

    El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Horn sabe cuánto respeto y consideración merece siempre a la Presidencia.

    Su Señoría, en la ocasión presente, habrá de reconocer, si medita con alguna serenidad sobre los términos concretos de la cuestión planteada, que no acompaña a S. S. la razón, porque el texto de la Proposición del Sr. Calvo Sotelo y sus compañeros no tiene el alcance que S. S. le atribuye. Seguramente el Sr. Calvo Sotelo, al defenderla, se apresurará a explicar el error de S. S.

    En cuanto a la posibilidad de interponer una Proposición de “no ha lugar a deliberar”, como ésta no se ha presentado, y en todo caso habría de ir acompañada de las cuarenta firmas de que habla el Reglamento, naturalmente, no podemos ni referirnos a ella.

    Respecto a que sus compañeros aludidos directamente puedan usar de la palabra, claro es que, habiendo un precepto reglamentario que les faculta para ello, no hay por qué negarles el derecho, y, en todo caso, el criterio de la Presidencia se administrará en esta ocasión, como siempre, en la forma más amplia y respetuosa para el derecho de los Sres. Diputados.

    El Sr. HORN: Pido la palabra.

    El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

    El Sr. HORN: Agradezco muchísimo al Sr. Presidente las manifestaciones que acaba de hacer.

    Ya he dicho –veo que no me he explicado bien– que no tratábamos de interponer una excepción de incompetencia, ni siquiera una perentoria, ni aun dilatoria, porque no hemos intentado plantear cuestiones incidentales como la de “no haber lugar a deliberar”.

    Creo que desde ahora existe la alusión a mis compañeros, puesto que en la Proposición se hace referencia a los tres oradores del mitin, y como los tres eran Diputados y están aquí, estimo que la defensa que ellos puedan hacer no ha de limitarse a unos minutos.

    De todas maneras, estimo la buena voluntad de la Presidencia, y espero que se reflejará en el desarrollo del debate.

    El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Señor Calvo Sotelo, como primer firmante de la Proposición, para defenderla.

    El Sr. CALVO SOTELO: Señores Diputados, aunque ello ha de resultar del conjunto de mis palabras, no quiero omitir al comienzo de las mismas algunas de explícita anuencia a las que acaba de pronunciar el Sr. Presidente de la Cámara, fijando o recortando en sus verdaderos límites el alcance de fondo de esta Proposición, que, naturalmente, no se ha propuesto –jamás estuvo eso en nuestro ánimo, ni podía estarlo– sustituir o suplantar a los Tribunales de Justicia en una de esas presuntas declaraciones a que aludía el Diputado Sr. Horn en su discurso.

    Esta Proposición fue sugerida por la lectura y por la referencia concreta que me transmitieron testigos presenciales de los discursos pronunciados en el mitin nacionalista celebrado en el Frontón Urumea, en San Sebastián, el 24 de Noviembre. En parte, su mera presentación produjo un cierto efecto, porque al día siguiente, o a los dos días, el Consejo de Ministros daba cuenta en una de sus notas oficiosas de determinados acuerdos adoptados para poner cortapisas a las propagandas separatistas. Ello, sin embargo, no es suficiente para acallarnos, y aun considerando la hora crepuscular y preagónica en que vive el Gobierno, no vacilo en levantarme a explanar la defensa de la Proposición, porque estoy persuadido de que el Sr. Chapaprieta, como todos los Ministros, sin exceptuar al representante de la Lliga Regionalista –que de antiguo es español, se tiene por español, y públicamente lo dice además (Risas)–, tengo la seguridad, digo, de que todos los Ministros asentirán, en cuanto a su substancia, a las palabras que yo tengo que decir.

    Y por esto, y porque, en último término, aun cuando, en el peor de los supuestos para el Gobierno, sólo breves horas o breves días le quedaran de vida, el Gobierno podrá adoptar determinaciones fulminantes y enérgicas en esta materia, es por lo que yo me dirijo a él, en la persuasión de que, si el Gobierno hiciera algo de eso, el Sr. Chapaprieta particularmente habría prestado un alto servicio a España, a la unidad hispana, un servicio más trascendente, más interesante, más de posteridad, que el que pueda prestarle con los esfuerzos penosos que está consagrando a la aprobación de unas leyes, en gran parte ya extramuros, y de un Proyecto de Presupuesto, en gran parte ni siquiera dictaminado.

    El problema es, en efecto, muy superior a estos de orden económico, a mi juicio; muy superior en vitalidad, muy superior en peligrosidad, y hay que abordarle con toda claridad, con aquella tónica de sincera independencia, de plena y salvaje independencia, con que yo creo pronunciarme siempre, sin otro freno que el del servicio a los ideales patrios.

    Yo no voy a hablar como monárquico; creo que muchas de las cosas que haya de decir pueden y deben suscribirlas todos los republicanos españoles, como yo las suscribiría y aplaudiría, gozosa y entusiásticamente, si se las oyera a alguno de ellos. Voy a hablar únicamente como español, sincera y vivamente preocupado por el alcance y el vuelo que toman las propagandas separatistas, y me refiero ahora, concretamente, a las propagandas separatistas que lleva a cabo el nacionalismo vasco. Quisiera localizar el área, el ámbito de este discurso, exclusivamente en esas provincias vascongadas en que actúa el nacionalismo con una representación parlamentaria, que, por fortuna para Navarra, no ha llegado a tocar a esta otra cuarta provincia vascongada.

    La procacidad de que dieron muestra los oradores y parte del público en el mitin de Urumea de 24 de Noviembre fue verdaderamente infame, como sería infame el que el Estado correspondiese a esa procacidad con una política de inhibición, cerrando los ojos y tapándose los oídos para ser ciego y sordo y para no ver lo que está a la vista de todos.

    El nacionalismo vasco no se puede comparar con el nacionalismo catalán. Aun cuando en sus efectos nos lleve, si algún día triunfa, a los mismos resultados de desintegración geográfica, territorial y política del Estado y de la nacionalidad española, es lo cierto que tiene, sin embargo, una solera y un tinte que le diferencian, pero de una manera casi astronómica, del nacionalismo catalán.

    Que el nacionalismo vasco es separatista, ha podido discutirse durante bastante tiempo, pero no se puede discutir ya, sobre todo después de las afirmaciones terminantes, categóricas y autorizadas de separatismo que vienen profiriendo, uno y otro día, sus directores.

    Al emplear la palabra “directores”, me interesa hacer una salvedad, que ya procuré hacer yo en otro acto político celebrado en el Urumea, distinguiendo de manera plena entre los directores y la masa nacionalista. Para los directores, políticamente, mi mayor reacción en todos los órdenes; para las masas nacionalistas, masas en gran parte lugareñas, también hogareñas, sencillas, honestas, gentes de plena hombría, mi mayor respeto. Están engañadas, están embaucadas; de ellas no es la culpa.

    Y entre esos directores, yo debo también establecer una línea diferencial, en cuanto a su peculiar estilo, no en cuanto a su responsabilidad, por igual grave, entre los que podríamos llamar políticos, que son los que vienen aquí, y los que están ocultos y son, en realidad, representantes de una parte de la plutocracia vascongada, fenómeno éste de subversión política española incomprensible, pero en virtud del cual una gran parte de esa plutocracia, que ha podido enriquecerse desarrollando una política de economía íntegra y furiosamente nacional, pero no nacional vizcaitarra, sino nacional española, y dentro de un sistema de protecciones arancelarias y de ensanche de mercados interiores de consumo, sin los cuales la mayor parte de aquellas industrias no habrían podido alcanzar la vitalidad que para bien de todos han alcanzado; fenómeno incomprensible, repito, de subversión lógica y psicológica, por el que una parte de esa plutocracia, favorecida incluso con privilegios económicos tributarios, está forjando el instrumento nacionalista y proveyendo de medios y resortes económicos y financieros a las huestes nacionalistas, que son francamente separatistas. A esta zona, por consiguiente, y a esos directores políticos, es a quienes van encaminadas mis palabras.

    Decía que el nacionalismo vasco no se puede confundir con el otro; que tiene una peculiaridad verdaderamente “sui generis”, dimanante del carácter sincera y profundamente religioso de la mayor parte de sus elementos dirigentes, y, sobre todo, del que éstos proclaman, uno y otro día, como maestro, como apóstol y como fundador: Sabino Arana. No hay más remedio que hablar de Sabino Arana, de sus doctrinas, y de sus principios, en parte ya bastante divulgados, pero en parte también muy desconocidos por el resto de los españoles.

    Y no hay otro remedio, porque en Sabino Arana se encuentra el principio del nacionalismo, la fuente doctrinal del nacionalismo, y el manantial de inspiración y de espiritualidad de los actuales dirigentes del nacionalismo. En este mismo mitin de Urumea, hay un orador, el Señor Aguirre me parece, que dice de Sabino Arana que es «el genio de la raza»; y otro orador, el Sr. Monzón, que dice que Sabino Arana «supo despertar en él su conciencia de vasco». En otro mitin, celebrado el mismo día, por la tarde, en Guernica, hay un orador que dice que «a Sabino Arana (aquí tengo la frase textual; mejor será que la lea) hay que mirarlo como el único maestro de los vascos»; y otro que afirma que es «el hombre eterno de nuestras preocupaciones y de nuestros desvelos, y el intérprete de nuestra civilización y de nuestra historia». Esto lo dijo Linazasoro.

    Así pues, constantemente se afirma la sumisión espiritual a las doctrinas del maestro, que es Sabino Arana. Y Sabino Arana constituyó su teoría del nacionalismo vasco a base de una afirmación: que para los vascos no hay más que una patria –Euzkadi–, y que esta patria, que constituye una nacionalidad, tiene derecho a la plena y total libertad, a la absoluta independencia. Hasta aquí podría hallarse una nota de similitud entre este movimiento y otros más o menos larvadamente separatistas de ciertos españoles; pero aquí aparece la peculiaridad del nacionalismo vasco, que no sólo afirma la personalidad de Euzkadi como nación con plenitud de derechos a su independencia total, sino que funda ésta en un odio salvaje, enfermizo, en un odio repulsivo a España, no al Estado español.

    Se ha jugado muchas veces con este eufemismo, y se ha dicho que había movimientos separatistas, acá o allá, no por odio a España, sino por odio a un Estado centralista. No. El nacionalismo vasco, tal como lo cree, lo define y lo pontifica Sabino Arana, es un sentimiento de independencia vasca fundado en el odio a los españoles y a la nacionalidad española, en el odio a la Historia de España; y así ha podido decir Aranzadi, uno de los exégetas más autorizados del nacionalismo vasco, que Vasconia tiene que borrar, tiene que deshacer, «los diez siglos de disipación» que ha vivido la raza vasca, y llama “diez siglos de disipación” a los últimos diez siglos en que se ha constituido la unidad española por la mezcla verdaderamente cordial y fraterna de todas las razas y pueblos habitantes en la Península Ibérica.

    Dice otro comentarista, o el mismo Aranzadi, que lo que tiene que hacer Vasconia es «desandar la vía de su degradación», y se alude con esto de “desandar la vía de la degradación” a lo que Vasconia ha hecho en la Historia de España en sus últimos diez siglos. Odio a España; odio a los españoles; odio a los maquetos. Presentación de la raza vasca como una raza pura, que esta impurificada por la mezcla de sangre que en su seno ha realizado la raza española, la raza maqueta.

    Afirmaciones de este matiz, de este calibre:

    «Cien maquetos que no sepan el euzkaro, que no sepan el idioma vasco, pueden ser un daño; pero es daño mucho mayor que un solo maqueto conozca nuestro idioma».

    Afirmaciones de otro tipo aquí están, recopiladas en este librito, rapsodia de frases de Sabino, que es algo que espeluzna cuando se lee, sobre todo porque se ha publicado recientemente, después de la República, el año 1932 [1], y no, por consiguiente, cuando el maestro y fundador del nacionalismo vasco escribía sus páginas llenas de odio y de hiel, sino ahora, hace tres años, después de la República, cuando el sentido federalizante o el espíritu autonomista de la Constitución del 31 parecía que había de aplacar, que había de servir para aplacar, el fermento separatista en Vasconia; en este libro se encuentran afirmaciones verdaderamente trágicas, afirmaciones de todos los órdenes; y para que se entere la Cámara, aunque muchos de los Sres. Diputados conocen ya algo de esto, pero para que se entere la Cámara, y a través de ella el país entero, y para que la epidermis de los que están dormidos y soterradamente callan sufra la reacción que instintivamente tienen que producirles estas expresiones políticas, quiero leer algunas de este estilo:

    «33. Este partido nacionalista sólo ha nacido y vive para la Patria, que es Bizkaya libre en Euskeria libre.

    39. Al Gobierno de Madrid, ningún buen bizkaíno le llama Gobierno central, sino Gobierno de la nación dominadora.

    50. El fuerista, para serlo en realidad de verdad, ha de ser necesariamente separatista.

    51. Fuerismo es separatismo.

    53. El enemigo del catalán, del gallego, etc., es el centralismo, porque una región, la castellana, es la que ha preponderado sobre las demás de España; el enemigo del euzkera es el extranjerismo, porque es una nación extranjera la que domina a Euskeria.

    54. La política catalana, por ejemplo, consiste en atraer a sí a los demás españoles. La bizkaína, v. gr., es rechazar de sí a los españoles como extranjeros.

    56. […] Para nosotros, sería la ruina el que los maketos residentes en nuestro territorio hablasen euzkera.

    59. Los idiomas españoles son lenguas regionales de la nación española. El euzkera es lengua nacional de Euzkalerría.

    67. […] A ningún vasco puede hacérsele de nación española o francesa ni a tiros de cañón. […] ¿Por qué? Porque España y Francia son naciones latinas, y el vasco no es latino, sino… vasco.

    69. […] Políticamente todos sabemos que hoy y de hecho la mayor parte de los euskerianos somos españoles para gran desgracia nuestra. […] El nacionalismo […] aspira […] a que […], como España y Euskeria son dos naciones tan distintas y diferentes entre sí como Euskeria y Alemania, y más distintas y diferentes que lo que es Alemania de España, así sean también independientes entre sí en lo político.

    77. […] Ya lo sabéis, euzkeldunes; para amar el euzkera tenéis que odiar a España. Así lo pensábamos nosotros; pero ahora es un español el que lo dice… y del enemigo el consejo.

    73. Vuestra raza […] constituía a vuestra patria Bizkaya, y vosotros, sin pizca de dignidad y sin respeto a vuestros padres, habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa; os habéis hermanado y confundido con la raza más vil y despreciable de Europa, y estáis procurando que esta raza envilecida sustituya a la vuestra en el territorio de vuestra patria.

    81. Vuestros usos y costumbres eran dignos de la nobleza, virtud y virilidad de nuestro pueblo, y vosotros, degenerados y corrompidos por la influencia española, o los habéis adulterado por completo o los habéis reemplazado por los usos y costumbres de un pueblo a la vez afeminado y embrutecido.

    82. Era antes vuestro carácter noble y altivo, a la vez que sencillo, franco y generoso, y hoy vais haciéndoos tan viles y pusilánimes, tan miserables, falsos y ruines como vuestros mismos dominadores.

    83. [Prefiero la extinción total y absoluta de Bizkaya a] una Bizkaya maketa, independiente y regida por las leyes de nuestros padres, poseedora de nuestra lengua, y heredera de nuestra historia.

    94. Hacer de Euskeria y España una sola Patria, eso no es posible.

    104. [El españolismo es un] mortífero virus.

    116. […] España [es] la nación más degradada y abyecta de Europa.

    120. […] El pueblo español [está] menospreciado en esta época por todos los pueblos, y es objeto de befa para toda nación civilizada.

    129. Tanto nosotros podemos esperar más de cerca nuestro triunfo, cuanto España se encuentre más postrada y arruinada.

    134. […] Bizkaya no es de derecho España, y […] si de hecho es provincia española, lo es por la fuerza.

    135. Volver el pueblo vasco a regirse según sus fueros, significa volver a ser absolutamente libre e independiente de España, con Gobierno propio, Poder legislativo propio, y fronteras internacionales.

    155. Nosotros desearíamos saber […] qué es lo que nos importa a los bizkaínos: que España pierda sus colonias todas, se desprestigie y arruine, y aun desaparezca del mapa de Europa.

    156. […] La conquista de las tres Américas, de Norte a Sur y de Oriente a Poniente, no ha sido, en resumidas cuentas, más que un asesinato por robo.

    156. […] Lo que hicieron allá las turbas militarescas y aventureras que siguieron a Colón, fue robar impunemente, asesinar sin piedad a tribus que vivían libres y tranquilas, corromper a otras, destruir a casi todas, y hacer odiosa la religión cristiana».

    (El Sr. González Ramos: Es la voz de Dios que viene de las Vascongadas.– Protestas.– El Sr. Montes Díaz: ¡Viva España y vivan los vascos, que también son españoles! ¡Viva España y viva Cataluña española! España es la Península española, y quieran o no, esto se ha acabado).

    Estas palabras tienen que verterse aquí con toda reflexión, para que después no se pueda jugar malabarísticamente con conceptos y con ficciones, y para que se definan, a ser posible de manera ya definitiva, estos Señores que llaman maestro, fundador y apóstol al que ha vomitado tan abominables injurias contra una unidad histórica, contra una patria, contra una nación, contra una raza, contra un pueblo… (Grandes aplausos):

    «174. […] Los maketos […] traen consigo la blasfemia y la inmoralidad.

    174. […] Favorecer su irrupción [la de los maketos] es fomentar la inmoralidad en nuestro país.

    175. Entre el cúmulo de terribles desgracias que afligen hoy a nuestra patria, ninguna tan terrible y aflictiva […] como el roce de sus hijos con los hijos de la nación española.

    178. El roce de nuestro pueblo con el español causa inmediata y necesariamente en nuestra raza ignorancia y extravío de inteligencia, debilidad y corrupción de corazón.

    188. […] Bizkaya, dependiente de España, no puede dirigirse a Dios, no puede ser católica en la práctica.

    189. Entregar este pueblo en brazos del maketismo es precipitarle en los abismos del infierno.

    193. Para ser patriota es preciso amar la libertad de la patria. Para amar la libertad de la patria, es precios odiar a muerte a quien la esclaviza.

    194. Nosotros odiamos a España con toda nuestra alma mientras tenga oprimida a nuestra patria con cadenas de esta vitanda esclavitud. […] No hay odio con que puedan pagarse los innumerables daños que nos causan los largos años de su dominación.

    190. Los maketos todos, llámense integristas o librepensadores, [tienen carácter] hipócrita y perverso.

    195. Los euskerianos nacionalistas aborrecen a España.

    196. Si a esta nación latina la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo, así como pesaría sobre nosotros como la mayor de las desdichas –como agobia y aflige al ánimo del náufrago el no divisar en el horizonte ni costa ni embarcación–, el que España prosperara y se engrandeciera.

    199. España [es] la nación más atrasada de Europa: la irrisión del mundo entero.

    203. [Nosotros] aborrecemos a España, [no] solamente como liberal, sino por cualquier lado que la miremos.

    418. ¡Triste suerte morir al servicio de la nación dominadora de la patria!».

    Ya no continúo. En el Diario de Sesiones constarán todas las frases que he extraído de este libro, cuya importancia está en lo que dice, por lo que dice, cómo lo dice, y por haber sido editado en 1932, presentándolo como un breviario del nacionalismo actual.

    (El Sr. Horn: Eso no es verdad. Como breviario del nacionalismo, yo no lo conozco.– Rumores).

    El Sr. Horn no conoce este libro; ignoro si es que no lo recuerda, porque su memoria debe ser un tanto frágil, ya que, si no estoy mal informado, ha sido alcalde de Real Orden…

    (Rumores.– El Sr. Horn: Con mucha honra, y refrendado por D. Antonio Maura y las autoridades de su partido).

    No más juego con el nombre de D. Antonio Maura por la política del partido nacionalista que S. S. dirige y acaudilla aquí, porque eso es evidentemente una blasfemia. Don Antonio Maura, prototipo de patriotismo, se habría manchado si hubiera nombrado un alcalde de Real Orden sabiendo que profesaba esas ideas.

    Y vamos al mitin del Urumea. En el mitin del teatro Urumea, tiene reflejo el sentimiento de devoción casi filial que estos hombres sienten hacia Sabino Arana. ¿Qué quiere decir, si no, el que, al comenzar ese acto, se rezara un Padrenuestro por el alma de Sabino Arana, manifestación de religiosidad que cuenta con todos mis respetos, porque Sabino Arana era un cristiano, pero que se reviste de un carácter político, porque al rezar el Padrenuestro no obrabais solamente, ni principalmente siquiera, como cristianos, sino como secuaces políticos de Sabino Arana, en cuya doctrina queréis revivir el fundamento de todas las predicaciones que hacéis?

    Vamos a examinar fríamente el concepto político que actualmente expresa el nacionalismo vasco. En este mitin intervinieron tres Diputados de la minoría nacionalista: uno –el que manifiesta que despertó su conciencia vasca por las palabras de Sabino Arana– dijo que había que seguir el camino de Cuba y Filipinas. Otro repite palabras de Sabino Arana y afirma esto:

    «Queremos una patria libre y soberana; queremos ir por estadios, por etapas, a la conquista de la libertad plena que necesita nuestro pueblo».

    Y otro, también refiriéndose a Sabino Arana, afirmó esto:

    «No es problema de federalismo o de regionalismo; es cuestión de patria, y Euzkadi es la patria de los vascos».

    Y agregó luego:

    «Y cuanto más os llamen separatistas, sed más separatistas».

    Ya no son precisos más esclarecimientos. Todo eso del estatutismo, del regionalismo, del federalismo, es farsa, ficción, hipocresía, cobardía aquí y cobardía allí. (Muy bien). Si vosotros vais a crear una patria independiente separada de España, decidlo aquí, como allí, con toda claridad; no pretendáis engañar al resto de los españoles, como engañaríais a los vascos si hablarais allí de federalismo y de regionalismo.

    ¿Para qué queréis el Estatuto? Lo ha dicho el Sr. Irujo en el mitin de Urumea: «Para seguir el camino de Cuba y Filipinas» (habló S. S. del Estatuto filipino); para seguir el camino de los pueblos que se han emancipado, (El Sr. Irujo pide la palabra), que se han independizado. (El Sr. González Ramos pide la palabra.– Rumores).

    El Estatuto es discutible en el orden de la doctrina política, como cualquier otra fórmula de estructuración político-administrativa de los pueblos, y sobre ello creo que no se pueden tener apriorismos. En un pueblo determinado y en una época determinada puede ser útil la fórmula de autonomía política, y perniciosa en otro pueblo y en otra época también determinados; pero entiéndase bien: cuando a un Estado se le pide un Estatuto, cuando al Estado español se le pidió el Estatuto vasco a virtud de las atribuciones, de las facultades consagradas en la Constitución de 1931 como consecuencia del Pacto de San Sebastián, es indudable que hubo vascos que honradamente creían que el Estatuto iba a ser una fórmula de nueva vida económica o político-administrativa autónoma en el seno de la unidad española; pero hay otros vascos, los dirigentes del nacionalismo, que indudablemente no piensan así, y anhelan el Estatuto como instrumento que dé paso a la independencia total, a la libertad plena de la nacionalidad vizcaitarra o de las nacionalidades vascas. Y éste es el punto neurálgico y la cuestión fundamental.

    Estos Señores acaban de quitarse todo antifaz. Con un derecho, que en el orden del pensamiento no les puedo discutir, quieren desmembrar la Patria española; aunque ellos no sientan –quiero hacerles ese honor– el odio enfermizo que por España y por los españoles sentía Sabino Arana, ellos quieren como vascos desmembrar a Vasconia de la unidad política y nacional española; ellos no son españoles, son vascos, sólo vascos, y su patria es Vasconia. (El Sr. Aguirre pide la palabra).

    Y el problema político surge de una manera clara. ¿Cuál ha de ser la actitud de un Estado frente a unos elementos políticos que, con toda desnudez de pensamiento y de palabra, tratan de desmembrar a ese Estado, mejor dicho, a la Nación de que ese Estado es la personalidad jurídica? Ése es todo el problema.

    Y aquí ya debe entrar el Gobierno. El Gobierno, a juzgar por el acuerdo que adoptó el otro día, parece resuelto a poner cortapisas a las propagandas separatistas. No está mal, está bien; pero no es suficiente. Hasta ahora no se había preocupado de ello. He conocido las instrucciones dadas a los Delegados gubernativos con motivo de los mítines, y he visto una preocupación verdaderamente cominera por prohibir las alusiones personales al Presidente de la República, pero ninguna para poner cortapisa y freno a actuaciones de este tipo nacionalista encaminadas a la desmembración de la Patria.

    Ahora eso está corregido. Está muy bien. Pero pregunto: ¿Basta eso? ¿Es suficiente eso? Estimo modestamente que no, y estimo que un Estado que se precie de tal ha de nutrirse con esencia suficientemente fuerte y eficaz para la defensa de la unidad nacional de que es personalidad jurídica, y que ese Estado, por consiguiente, cuando uno de los elementos locales o regionales, que, en nombre de un afán de autonomía, pida fórmulas autonomistas como el Estatuto, y de una manera clara se presente ante el país como enemigo resuelto de la unidad nacional, debe salirle al paso en forma más tajante, más radical.

    Estimo que toda organización de tipo nacionalista que atente, como ésta, contra las esencias sagradas de la Patria, debe ser proscrita de la legalidad en absoluto. Y no hay fórmulas intermedias; esto es una cosa muy grave que está por encima de las querellas de los partidos.

    Yo, en el Urumea, hice una frase que han combatido; dije que preferiría una España roja a una España rota. Y conste que sabía, y sé, lo que sería una España roja. ¡Cómo no había de saberlo si, en otro mitin que ha habido en el Urumea, los comunistas han pedido mi cabeza y han anunciado que Calvo Sotelo y los suyos irán ante el pelotón de pistoleros obreros inmediatamente que triunfe el movimiento! Pero a mí eso, ¡qué me importa si va a sobrevivir la unidad nacional; si con una España roja, que ha de ser pasajera y temporal, fatalmente pasajera y temporal, no se va a romper el vínculo o la unidad nacional de mi patria! ¡A mí eso qué me importa si, en definitiva, ha de subsistir la Patria; mientras que, con una España rota, la Patria quedaría siempre muerta! (Aplausos).

    Por eso dije que prefería la España roja a la España rota. Por eso dije que, palabras como éstas, podían suscribirlas todos los españoles de bien, cualquiera que sea su doctrina política, republicana o monárquica.

    Vosotros (Señalando a las izquierdas) queréis una España republicana, yo quiero una España monárquica; vosotros queréis una España atea, yo la quiero cristiana; vosotros la queréis a espaldas de la tradición, yo la quiero en continuidad con ella; pero vosotros queréis España, y nosotros también. Es una coincidencia, Señores, evidente, indiscutible, una coincidencia que no hay con estos Señores (Señalando a los nacionalistas vascos). Vosotros sois cristianos, nosotros también; pero vosotros queréis por encima de todo Euskaria, Euskaria cristiana, pero separada de España; por eso, con vosotros no tenemos la coincidencia de España, y dejáis de ser cristianos cuando supeditáis la propia cristianización de la nación española a vuestra independencia plena.

    Así pues, el Estado necesita en esto, como en el orden social, otra política. Son ya muchos meses, Sr. Chapaprieta, de vacilaciones, de inhibiciones, de condescendencias y de contemporizaciones con lo que es franco peligro revolucionario sobre España. Y me limito exclusivamente a considerar este aspecto del peligro. Que es muy grande, por un motivo particular que no debo omitir: porque en él se ha intercalado ya la acción del clero. Digámoslo con toda sinceridad, y puede decirlo un hombre como yo, que milita en el campo de las derechas, con mucha más autoridad que otros: gran parte del clero vasco está contaminado de un modo bochornoso por el morbo separatista. Y en un pueblo como el vasco, que conserva, por fortuna para él, los sagrados principios y las esencias de la religión cristiana, la influencia que ejerce un sacerdote o un párroco joven animado por el fermento separatista, cuando va a esas parroquias en que domina espiritualmente a los casheros y casheras, es verdaderamente peligrosa.

    Por eso el Estado tiene que adoptar una tónica de energía y firmeza, y lo primero es proscribir de la legalidad toda organización separatista como ésta, que tiene colores nacionales, que tiene himno nacional, y de ello hablan los periódicos con toda tranquilidad; que tiene sus colores nacionales y su bandera nacional, y goza de libertad para ejecutar ese himno nacional y para exhibir esos colores nacionales y para organizar suscripciones con boletines y afiches donde está esa bandera nacional a la que se le da un tinte separatista, de odio a España, de separación de España.

    Todo ello entiendo que debe cesar, como entiendo también que es necesario que se advierta por unos y por otros que las posibilidades estatutistas en Vasconia han muerto mientras haya un adarme de sensibilidad y de dignidad en el resto de España.

    Podía discutirse la entrega de ese Estatuto vasco cuando aquí venían representantes de las provincias vascongadas que saludaban el nombre de España antes que el de Vasconia; pero cuando aquí vienen estos hombres representativos a virtud de unas elecciones que yo no sé de qué manera pueden así tergiversar el sentido ancestral de un pueblo; cuando aquí vienen estos hombres como representantes de la mayoría de un pueblo, con un tinte antinacional, con un tinte antiespañol, ¿cómo vamos nosotros a admitir diálogo sobre fórmulas estatutistas y sobre nuevas concesiones de autonomía?

    No por privilegio –lo dije en aquel acto y lo repito ahora–, sino por razones históricas ancladas en lo más antiguo de vuestros principios y vuestras instituciones, disfrutáis especialidades económicas y administrativas que ya quisiera Cataluña en lugar del Estatuto que le ha dado la República. Porque el concierto económico –y el que no lo diga así, conociendo y entendiendo este problema, no es sincero–, el concierto económico vale cien veces más todo el Estatuto de Cataluña: en esencias de soberanía, en amplitud de concesiones, en conjunto de facultades, en totalidad de franquicias. El concierto económico, yo, si hubiera que optar, lo preferiría para mi querida región gallega mil veces más que el Estatuto de Cataluña.

    ¿Dónde está la autonomía catalana en materia financiera, si no recibe ningún impuesto y sí tan sólo la facultad recaudatoria dentro de las leyes nacionales? Vosotros, en cambio, tenéis la soberanía tributaria, tenéis la facultad de establecer los impuestos concertados con el Estado como os plazca, con toda clase de libertades y de posibilidades. Ahora mismo, aquí se están discutiendo leyes tributarias como las del Impuesto sobre la Renta, el de Utilidades, el de Derechos reales, y vosotros estáis tan tranquilos, porque esos aumentos fiscales que van a soportar todos los demás españoles no os llegan a vosotros, no os rozan a vosotros. (Aplausos).

    ¿A dónde vamos a parar? Vosotros no tendréis que pagar los nuevos recargos de Derechos reales, de Utilidades, del Impuesto sobre la Renta, etcétera. No impugno eso, porque tiene su fundamento en un origen histórico que yo, hombre de tradición, debo admitirlo y respetarlo; pero no creo que lo puedan admitir los hombres de la revolución, que todo lo fundan en el sufragio igualitario y espasmódico. Y vosotros, que disfrutáis ese régimen, no privilegiado, pero sí de excepción, vosotros sois todavía los que venís a insultarnos en nombre de unos principios antiespañoles y contrarios a la unidad española. ¿Dónde vamos a parar, Señores?

    Que vuelvan las aguas a su cauce, que renazca la serenidad. Abandonad esos principios, abandonan esas teorías y esas propagandas, y si no lo hacéis por buenas, que el Gobierno os lo imponga con un criterio enérgico y firme. (El Sr. Pérez Madrigal: No puede; está muriendo.– Protestas).

    El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden, orden! El Gobierno, un Gobierno, está vivo siempre, Sr. Pérez Madrigal. No asociemos cosas pequeñas a problemas tan grandes. (Muy bien, muy bien).

    El Sr. PÉREZ MADRIGAL: No aspiro a que se asocie S. S.; no aspiro a eso.

    El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden! Continúe el orador.

    El Sr. CALVO SOTELO: Que el Gobierno de la República recoja el timón de mando con autoridad suprema, impidiendo que sobre la superficie del país puedan volver a sonar estas voces antiespañolas. Que no haya vacilaciones, que, por desgracia, ha habido muchas en estos últimos tiempos, Señores de la mayoría todos.

    Fue vacilación aquella Ley de 2 de Enero, en la que parecía olvidada la experiencia trágica del 6 de Octubre, que estaba, sin embargo, tan reciente; ha sido vacilación el no haber dictado todavía las Leyes de Enseñanza y Justicia, que han de resolver en estas materias el problema catalán; ha sido vacilación y titubeo el acto posesorio del Sr. Villalonga, en el que hubo concesiones y, si queréis, diré que claudicaciones incomprensibles en su talento y en su significación política; ha sido vacilación enorme y titubeo incomprensible el que el Sr. Villalonga reniegue públicamente, al tomar posesión de su cargo, de la Ley de 2 de Enero, gracias a la cual él puede estar allí desempeñando ese cargo (Muy bien); ha sido vacilación tremenda y titubeo supremo el que aquí, en el mes de Julio de este año, a los siete u ocho meses de la revolución de Octubre, se haya formulado, sin más voto particular en contra que el de un Diputado, creo que agrario, el Sr. Mondéjar –a quien públicamente felicito por ello–, un dictamen sobre el Proyecto de Estatuto vasco, en el que, como si no hubiera ocurrido lo del 6 de Octubre, se prevé y admite la posibilidad de que al pueblo vasco se le transfiriesen las facultades relacionadas con el orden público; y se llega a más, Señores: se llega a disponer que los soldados nacidos en las provincias vascas presten el servicio militar en tiempo de paz en esas propias provincias, lo cual es la negación del carácter nacional del Ejército, en estos momentos, sobre todo, en que el Ejército ha de cuidarse con el máximo empeño, con la más suprema atención, porque es la única salvaguardia del orden social y de la propia civilización cristiana en que vivimos.

    Es preciso que os deis cuenta de que este problema es primero que todos, que está por encima del régimen, de la economía; España es lo primero; porque si nosotros no conservamos íntegramente este patrimonio, ¿con qué cara podremos afrontar la responsabilidad histórica ante la posteridad?

    Así pues, termino; creo haber molestado con exceso la atención de la Cámara. (Denegaciones). Si es preciso, volveré a usar de la palabra e insistiré, esclareceré, apoyaré, reforzaré tesis y argumentos aquí expuestos. Yo me limito ya con lo dicho a rogar al Sr. Chapaprieta, sea Presidente poco menos que vitalicio porque le sonrían las luces de una perduración casi infinita en ese cargo, sea Presidente preagónico porque le sonrían las luces más tenebrosas de los cirios mortuorios –a mí eso no me importa: S. S. es hoy el Presidente del Consejo de Ministros y tiene la posibilidad de hacerlo (El Sr. Sanz Blanco: Y la obligación de hacerlo, las dos cosas), y la obligación de hacerlo–; me limito, repito, a pedirle a S. S. que tenga ese gesto y nos dé a todos los españoles la seguridad moral que significará el que un Jefe de Gobierno –no me importa que dentro de la República; yo ahora no pienso en República ni en Monarquía– afirme, de manera resuelta, que el nacionalismo y el separatismo están condenados a muerte desde el punto de vista de la legalidad. (Muy bien.– Grandes aplausos.– El Sr. González Ramos pronuncia palabras que no se perciben.– Rumores y protestas.– El Sr. Presidente reclama orden).

    El Sr. PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS: Pido la palabra.

    El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

    El Sr. PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS Y MINISTRO DE HACIENDA (Chapaprieta): Jamás, Sres. Diputados, me he sentido más satisfecho, o, mejor dicho, he sentido más vivamente la jerarquía del cargo que inmerecidamente desempeño, que en este momento; y fuera yo, como decía el Sr. Calvo Sotelo, Presidente vitalicio, lo sea por unos segundos, no cumpliría con mi deber si no acogiese inmediatamente, sin admitir interposición de nadie, las manifestaciones patrióticas, elevadas, solemnes, que acaba de hacer en este instante el Sr. Calvo Sotelo, y por las cuales le felicito; no sólo yo, le felicita el Gobierno, le felicita España. (Muy bien.– Aplausos).

    En estas materias, ¿cómo había de dudar el Sr. Calvo Sotelo que el Gobierno estaría a su lado? No podía dudarlo. Fuera este Gobierno, fuera cualquier otro que ocupase el banzo azul y que hablase en nombre de España, ante la campaña de la clase, del género, que acaba de denunciar S. S., y de la que el Gobierno también tenía conocimiento, no queda más que un camino a seguir: el ser inexorables (Muy bien), el extirpar ese mal, ese cáncer, de raíz. (Aplausos).

    El Gobierno, éste o el que sea, cueste lo que cueste, haya que hacer lo que haya que hacer, está dispuesto, sin reservas de ninguna clase, téngalo presente la Cámara, sin salvedad alguna, a hacer cuanto sea menester para que este mal incipiente desaparezca para honor de España, y para que no perdure en el sentido de un país como el español, que jamás podrá tolerar eso.

    Su Señoría tenía razón; si yo le hubiera oído cuando decía que era preferible una España roja a una España rota, yo le hubiera aplaudido hasta romperme las manos (Muy bien), porque eso representa un sentido de españolismo, de dignidad patria, del cual ningún español consciente de su sentimiento patriótico puede encontrarse alejado.

    Por lo tanto, tenga la seguridad el Sr. Calvo Sotelo, téngalo presente la Cámara, téngalo presente España, todos, que el Gobierno ha de cumplir con su deber –ya ha empezado a cumplirlo–, y que no se repetirán actos como el que ha denunciado S. S. El Gobierno está dispuesto, sea el que sea, si fuera menester acudiendo al Parlamento, a que, hechos de ese género, con esa significación, con esas palabras, con esas manifestaciones, no vuelvan a producirse dentro del ámbito de España. (Muy bien).

    Y en cuanto al porvenir, esté seguro el Señor Calvo Sotelo, y esté segura la Cámara, que el Gobierno, mientras esté aquí, no habrá de tolerar que eso continúe. Se estudiarán todas las medidas y se verá que yo no estoy lejos del criterio de S. S. de si dentro de España puede haber un partido, una organización, que se repute, que se llame antiespañola; yo creo que no. (Muy bien). Creo que en España no puede haber una organización al amparo de la bandera española, cuando empieza por escarnecer esa misma bandera. (Muy bien).

    Y nada más, Sres. Diputados; mientras estemos aquí, tened fe en el Gobierno; el Gobierno cumplirá su deber, y estad seguros de que cualesquiera que sean las contingencias de este Gobierno o del que le pueda suceder, en una materia de este género no puede haber más que un sentimiento: nos encontremos en uno o en otro lado, seamos de uno u otro partido, estemos en un régimen o en otro, nosotros nos hemos de sentir únicamente españoles. (Muy bien. Grandes aplausos).

    El SR. PRESIDENTE: El Sr. Monzón tiene la palabra.

    EL SR. MONZÓN: Señores Diputados, vosotros habéis sido testigos de la corrección y silencio con que esta minoría ha escuchado las palabras del Sr. Calvo Sotelo y del Gobierno. (Rumores). Yo, en este momento, no puedo hacer más que encomendarme a vuestra caballerosidad. No pido que no nos ataquéis; comprendo vuestra emoción. Creo en la sinceridad del Sr. Calvo Sotelo; creo en la sinceridad del Sr. Presidente del Consejo de Ministros; creed en la mía también. Yo sólo os pido que nos escuchéis para que nos podamos defender.

    Señores, no nos conocéis. (Rumores). Quiero recordar, temblando de emoción, aquellos momentos en que se sentaba en el banco azul el Gobierno del bienio, un Gobierno absolutamente izquierdista. Hombres de la izquierda, a quienes yo me dirijo, sin quereros recriminar, con toda emoción y con cordialidad, ¿os acordáis cuando nos perseguíais porque éramos cavernícolas, porque éramos trogloditas, porque íbamos a impulsos de la Compañía de Jesús? ¿Os acordáis de aquella persecución y os acordáis de aquellos tiempos?

    Señores de la derecha, que hoy nos habéis llamado a nosotros tantas veces revolucionarios, hombres de izquierda, que vamos con el socialismo, escuchadme un poco lo que os diga con toda sinceridad y con crudeza, porque es hora ya de que digamos aquí lo que decimos allá, sin ánimo de ofender a nadie. Escuchadme, Señores; permitidme que os diga, dejando hablar mucho más al corazón que a la inteligencia, qué es lo que nosotros somos y adónde vamos.

    ¡Ah, Señores! El Sr. Calvo Sotelo nos hablaba en Donostia, en San Sebastián, en el Frontón Urumea, de aquellos tiempos de Elcano, de aquellos tiempos de Legazpi, de aquellos tiempos de San Ignacio de Loyola. El Sr. Calvo Sotelo, y con él vosotros, añoraba aquellos tiempos, porque decía que en ellos nosotros, los vascos, pensábamos de manera distinta a como pensamos hoy. Y yo, cuando quise contestar al Sr. Calvo Sotelo, con quien –lo digo con toda sinceridad– no puedo medirme ni en cultura ni en talento, pero sí puedo medirme en amor al ideal que profeso, les decía a aquellos hombres que tenía frente a mí: «¡Adelante!; vamos a Guetaria, a nuestro pueblo de Guetaria. ¿Veis el mar? Es el nuestro; ha subido Elcano para dar la vuelta al mundo; acompañadle con el espíritu». Pero, Señores, cuando ya habíamos abandonado a Elcano, cuando aquel hombre se nos había marchado, yo les decía: «Vamos ahora a nuestra casa; vamos ahora a nuestro país». Y decid: aquella facultad que nosotros teníamos de hacer las leyes, ¿dónde está? Aquella facultad que nosotros teníamos de administrar la Justicia, ¿dónde está?

    Y como yo no quiero hablar por cuenta mía, porque mis palabras no tendrían valor, ni quiero hablar por cuenta de estos hombres ni de los hombres que representan el sentido político mío, traigo aquí documentos que, con permiso de la Presidencia, voy a leer, los cuales os van a demostrar que los hombres representativos, los hombres símbolos de cada una de las minorías que hay en este Congreso: de los integristas, porque hay algunos, aunque no constituyan minoría; de los carlistas; de los monárquicos; y de los republicanos, dicen respecto a nuestro problema y a nuestro país bastante más de lo que nosotros dijimos en el mitin del Urumea. Lo vamos a ver. (Rumores).

    Señores Diputados, os advierto que vengo dispuesto a hablaros con entera sinceridad, porque, ¿cómo no he de creer yo que entre vosotros –y pienso que en todos– hay una rectitud de intención, la misma que tenemos al exponer ante vosotros el problema? (El Sr. Montes Díaz pronuncia palabras que no se perciben). Pero, Señores, para podernos entender, para poder solucionar los conflictos –y yo en este punto me dirijo especialmente a los hombres que significan algo nuevo en política–, lo primero que hace falta es no creer en prejuicios, lo primero que hace falta es enfrentarse cara a cara con los problemas y conocerlos íntimamente.

    Pues bien; hay un Señor –¿me permite la Presidencia que lea unas líneas?–, que se llama Don Liborio Ramery, el único probablemente que os es desconocido, pero es interesante porque fue personalidad saliente del integrismo –creo que no es sospechoso en esta materia–, que dice lo que vais a oír. Después leeré documentos de hombres que se han sentado en el banco azul, de hombres que se han sentado en la mesa presidencial:

    «Si fuéramos [los vascos] –dice Ramery– los más numerosos y los más fuertes, si tuviéramos solamente el poder material que poseen Bélgica, Suiza o Portugal, ni siquiera [el Gobierno] lo habría intentado (se refiere a abatir la libertad vasca), porque no encontraría entonces ni un solo diplomático que no se apresurase a reconocerle [este] derecho, […] ni habría injusticia ninguna (en la exención de tributos y contribuciones), si [fuese] eso lo que, en efecto, se pactó, […] y el único derecho que por ese concepto tendría España sería el de dar por concluido el pacto [con las provincias vascongadas], recobrando [éstas] su primitiva independencia y libertad» [2].

    Para este Señor, Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y Navarra hacen un pacto con el Rey, que, al propio tiempo de ser Rey de Guipúzcoa, de Vizcaya y de Álava, es Rey de Castilla; pero ese pacto tiene una condición, y la condición de ese pacto es el estado de nuestro país en tiempo de Elcano, es la plena reintegración foral. Cuando una parte no cumple su compromiso, por nuestra parte el compromiso está roto ya. (Rumores y protestas.– Varios Sres. Diputados pronuncian palabras que no se perciben).

    Si fueran palabras mías, yo escucharía vuestras protestas, pero estas protestas van contra el sentir de un partido político tan lejano al nuestro como al vuestro. (Siguen los rumores y protestas).

    Pero, Señores, ¿es que no hay carlistas aquí? Los carlistas de nuestro país tienen una figura, a quien hace poco todavía acaban de rendir un homenaje; ese hombre, conocidísimo para todo aquel que haya entrado un poco en la Historia del siglo XIX en nuestro país, y que conozca el sentido de lo que fueron las guerras carlistas, se llama, Señores, Dorronsoro; y este hombre, que yo quiero creer que sea conocido de la minoría tradicionalista que se sienta aquí, escribió estas palabras, que no son mías, son de los carlistas:

    «La Corona de Castilla, al aceptar la cesión que de parte de su libertad hizo Guipúzcoa a favor de ella, se comprometió a respetar la parte reservada por esta provincia: no son, pues, nuestros fueros, privilegios otorgados por la Nación, y sí derechos reservados al incorporarnos a ella, y la condición “sine qua non” de nuestra unión. Si Castilla no cumple su compromiso, indisputable es nuestro derecho a declarar rota la unión y a recuperar nuestra independencia, como lo hicieron nuestros abuelos respecto al Reino de Navarra, del que formó parte Guipúzcoa antes que de Castilla» [3].

    (El Sr. Carranza pronuncia palabras que no se perciben).

    Pero, Señores Diputados, no son ya personas desconocidas para la mayoría de la Cámara; es Pidal y Mon. (Risas.– Varios Sres. Diputados pronuncian palabras que no se perciben).

    EL SR. PRESIDENTE: ¡Orden, Sres. Diputados! Piensen los interruptores que probablemente sirven el fin político del orador con interrupciones tan continuadas.

    EL SR. MONZÓN: Decía el Sr. Pidal y Mon:

    «Hay que violar el derecho, Sres. Diputados, porque aquí, desde el banco de la Comisión, se está dando todos los días el nombre de privilegio a lo que en la Historia, desde Felipe II hasta Castelar, han considerado como un derecho. No necesito entrar en grandes demostraciones después de los elocuentísimos discursos que habéis tenido el gusto de escuchar estos días; pero cúmpleme decir que la unión de las provincias vascongadas al resto de la Nación era una mera unión personal, como la que existió en otro tiempo entre España y Alemania» [4].

    (El Sr. Rey Mora: ¡Buena tontería de Pidal y Mon!).

    Señores republicanos, ¿os atreveríais a decir también que es tontería el texto que voy a leer de un hombre que quiero creer que está muy cerca de vuestro espíritu, según oigo declarar a algunos que se sientan en esos bancos: Pi y Margall? (El Sr. Maeztu pronuncia palabras que no se entienden claramente.– Risas, rumores y protestas).

    EL SR. PRESIDENTE: ¡Orden! Ya hablarán Sus Señorías.

    EL SR. MONZÓN: Pues Pi y Margall dice respecto de nuestro país estas palabras, Sres. Diputados:

    «Comprenden [las provincias vascongadas] perfectamente que, si confiesan deber sus fueros al Estado, conceden al Estado el derecho de quitárselos, y sostienen siempre que se los deben a sí mismas. […] Fuertes con esta idea, los defienden hoy contra el Gobierno, y si mañana se los quitasen, se creerían autorizados a reivindicarlos por las armas».

    Y sigue:

    «No están obligados a tomar las armas sino en las guerras internacionales».

    Y añade:

    «Vencidos [los vascos], se trata actualmente (escribía Pi en 1876), no de arrancarles sus fueros, pero sí de quitarles la exención del servicio militar y de los tributos».

    Finalmente, escribe estas palabras:

    «No están obligados a tomar las armas sino en las guerras internacionales, [para la defensa de su territorio, porque], ¿por qué criterio pertenecen los vascos a España? Sólo porque viven entre el mar y los Pirineos. Pero ellos tienen también sus fronteras naturales: al Norte, los Pirineos y el Golfo de Vizcaya; al Mediodía, el Ebro» [5].

    Ya no voy a leer sino un documento más. Este texto es de D. Joaquín Sánchez Toca. (Rumores y risas). Don Joaquín Sánchez Toca, en su libro «Regionalismo, municipalismo y centralización», dice, Señores, lo siguiente:

    «Desde el siglo XIII, por lo menos, el Señorío de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, aparecen como Estados confederados entre sí y federado cada uno de ellos con el Rey de Castilla. […] Y si hoy es región con personalidad administrativa (el País Vasco), su constitución anterior fue de nación constituida en Estados federados en unión personal con el Rey de Castilla. Sus Gobiernos fueron plenamente autónomos, con personalidad política propia hasta en el orden internacional. Los conceptos de nación, patria y raza (los conceptos que nosotros hemos emitido en el Urumea); los conceptos de nación, patria y raza, por lo mismo que en el orden sociológico constituyen esencias no menos misteriosas que la electricidad en el orden físico, tienen definición tan difícil que hasta ahora no se ha dado de ellos ninguna satisfactoria. Fuera impropio en este momento entrar en análisis de tales conceptos; pero para el objeto especial de la presente discusión, basta sentar como premisa que a ningún pueblo le cuadra en más alto grado que al éuskaro cualquier condición especial que el más estricto rigorismo quiera llevar a los términos nacionalidad, patria y raza» [6].

    Señores Diputados, os asustáis porque nosotros hablamos de nación y de patria. Habéis oído estos textos, y yo os digo: nuestro nacionalismo no es solamente político; nuestro nacionalismo es también espiritual, cultural. Nosotros no sólo queremos estructurar una Constitución política para nuestro país, sino que queremos robustecer el alma vasca, en su lengua… (Rumores.– El Sr. Moreno Herrera: Esto es indignante). Porque, Sres. Diputados, yo recuerdo que en ese mismo Gobierno, en ese mismo banco azul, para decir mejor, se sentaba un Ministro de la Gobernación hace pocos meses, que, dirigiéndose a los hombres de la Lliga, les decía:

    «Hay que descubrirse ante vosotros, porque vosotros habéis sabido robustecer el alma catalana, porque vosotros habéis sabido construir una cultura catalana, porque vosotros habéis dado impulso a la lengua catalana».

    Nosotros vamos a hacer lo mismo en nuestro país: a robustecer el alma, a robustecer la lengua, y yo, a este propósito, Señores Diputados… (El Sr. Rey Mora: Y a robustecer el sentido de la unidad de la patria, ¿sí o no?). El discurso que voy a hacer, bueno o malo, le voy a hacer yo, no me lo vais a hacer vosotros.

    Para que haya espíritu de comprensión, lo primero que hace falta es que se corrijan errores como los que en tiempo del Sr. Calvo Sotelo (que es de los pocos que en esta Cámara, en honor suyo lo digo, está escuchando con una serenidad digna de elogio), en tiempo de la Dictadura, se cometieron. (El Sr. Martín Artajo: No hable de esos tiempos S. S.). Yo puedo hablar de esos tiempos y de todos, porque precisamente gracias a vuestros errores de aquellos tiempos me hice yo nacionalista.

    Seguramente en estos momentos el mismo Sr. Calvo Sotelo estará apesadumbrado de la campaña que la Dictadura llevó a cabo en nuestro país, no ya contra nuestra estructuración política, no, sino contra la entraña misma del pueblo, contra su lengua, contra todo. Yo, que entiendo que el Sr. Calvo Sotelo es hombre que cuando ve delante de él una realidad como ésta cree en ella, y la acepta, de haber podido, en tiempos de la Dictadura le hubiera llevado a recorrer nuestro país, para que viera cómo los hijos de aquellos caseros no podían siquiera aprender el catecismo porque sólo se les podía enseñar en castellano y desconocían ese idioma. (El Sr. Calvo Sotelo: ¿Me permite S. S. una interrupción? Entonces, ¿cómo es Diputado nacionalista el Sr. Picavea, que fue asambleísta con la Dictadura?.– Aplausos.– El Sr. Picavea pide la palabra.– Varios Sres. Diputados interrumpen, sin que sean percibidas claramente sus palabras).

    EL SR. PRESIDENTE: Si cada uno de los Señores Diputados pronuncia un discurso no acabaremos nunca.

    La Presidencia agradecerá al Sr. Monzón que no olvide que el tiempo de que dispone tiene un límite según el Reglamento.

    EL SR. MARTÍN DE ARTAJO: Y otro límite nuestra paciencia.

    EL SR. MONZÓN: Como se prohibió enseñar en nuestra lengua, repito, los hijos de nuestros caseros no pudieron aprender el Catecismo porque no conocían más que la lengua eúskara. (Fuertes rumores y protestas).

    Voy a terminar, Señores Diputados, recogiendo una alusión que se ha hecho a Cuba, con motivo de unas palabras pronunciadas por mí en el mitin del Urumea. Lo que yo digo, Señores, es que en la trayectoria de la Historia de España hay un momento, precisamente aquel en que nosotros éramos soberanos y libres, como lo habéis visto aquí, en que dependía de España medio mundo. Y Señores, ¿dónde está ese medio mundo? ¿Dónde está vuestra gran potencia? ¿Qué ha sido de Filipinas? ¿Qué ha sido de Cuba?

    Recuerdo en estos instantes que en ese banco azul se sentaba en 1898 un Gobierno llamado de notables. De él formaba parte un hombre que tiene todos vuestros respetos: Don Antonio Maura. Y D. Antonio Maura, viendo lo que pasaba en Cuba… (El Señor Bau: Cuba no es Vasconia), se levantó en el banco azul a decir al Parlamento:

    «¡Señores, que se nos va Cuba! ¡Que se nos va Filipinas! ¡Que se nos va Puerto Rico! ¡Concedámosles la autonomía para conseguir ganarnos el corazón de esos hombres!».

    Aquel día se volvieron contra D. Antonio Maura las iras de la Cámara. ¿Dónde está ahora Cuba, Sres. Diputados? (Fuertes rumores y protestas.– El Sr. Bau: ¡Esto no se puede tolerar!). Cuando un pueblo pide a España la autonomía, España, en vez de autonomía, envía lo que, por lo visto, va a mandarnos ahora el Gobierno: persecución. Entonces la voz de la libertad de un pueblo crece… (Grandes protestas.– Varios Señores Diputados pronuncian palabras que no se perciben claramente).

    EL SR. PRESIDENTE: La mejor prueba de que no hay nadie en España que pueda invocar con razón la falta de libertad es el respeto con que la Cámara está oyendo a S. S. Agradeceré al Señor Monzón que no haga referencias que no concuerdan con la realidad.

    EL SR. MONZÓN: Llegará un momento en que la autonomía que vosotros ofrezcáis a nuestro pueblo ya no le satisfará. Cuando todos los vascos os reclamen más que una autonomía, entonces será cuando queráis concedernos un trocito; pero puede ser tarde, como lo fue en Cuba. (Grandes protestas que duran largo rato).

    EL SR. PRESIDENTE: Señor Monzón, no aspire S. S. a la corona del martirio, porque hasta ahora no resulta más que un joven indiscreto. (Aplausos.– El Sr. Suárez de Tangil pronuncia palabras que no se perciben). Señores Diputados, todos están dando prueba del entusiasmo patriótico que les distingue, pero al mismo tiempo de cierto candor político, porque el Sr. Monzón lo que quiere, sin duda, es ofrecer a determinados elementos fuera de la Cámara la referencia de que aquí ha habido una terrible página histórica a su cargo.

    UN SR. DIPUTADO: ¡Retírele S. S. la palabra! ¡Ya es demasiado!

    EL SR. MONZÓN: Nosotros vamos al robustecimiento de la personalidad vasca… (Los continuos y fuertes rumores impiden oír al orador). ¿Por qué camino hemos de ir? Eso depende más de vosotros que de nosotros. (Ruidosas protestas).

    EL SR. PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS: Pido la palabra.

    EL SR. PRESIDENTE: La tiene S. S.

    (Continúa la agitación en la Cámara.– Varios Sres. Diputados se dirigen al Sr. Presidente del Consejo diciéndole: No conteste a esas cosas; no conteste).

    EL SR. PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS (Chapaprieta): El Gobierno, ¿qué digo el Gobierno?, España, cuando se entere de las palabras del Sr. Monzón, habrá de sentir la más profunda indignación por la forma en que se ha producido en el Parlamento español. Y ya que por cortesía, o por razones de buena educación, la Cámara ha consentido que ante ella se haya dado este espectáculo, el Gobierno toma nota de las palabras de estos Señores para insistir en su conducta. (Aplausos). Ahora, Señores Diputados, ya no hay equívocos. El Gobierno sabe a qué atenerse y cumplirá –estad seguros– estrictamente su deber. (Grandes aplausos).

    EL SR. PRESIDENTE: ¿Había pedido la palabra el Sr. Aguirre?

    EL SR. AGUIRRE: Sí, Sr. Presidente.

    EL SR. PRESIDENTE: La tiene S. S.

    EL SR. AGUIRRE: Señores Diputados… (Rumores). Suplico que me escuchéis, y anuncio que voy a ser muy breve. Los que estuvisteis en las Cortes Constituyentes me conocéis suficientemente. (El Sr. Cid: ¡Ya lo creo! Le conocimos con el apellido Aguirre español sin avergonzarse de él, para nacionalizarlo vasco como ha hecho S. S. luego.– Aplausos). Señor Cid, yo he sido un hombre que ha llevado siempre una trayectoria rectilínea. Desde el primer discurso que pronuncié en las Cortes Constituyentes hasta hoy, he sido siempre el mismo. (Siguen los rumores).

    Yo os respeto a todos vosotros en vuestras respectivas ideologías, y ese mismo respeto, como ha dicho muy bien el Sr. Monzón, demando para mí. (Fuertes protestas).

    Cuando se habla en servicio de la verdad y de la justicia, no debe haber otro límite que el de la corrección. Dije en las Cortes Constituyentes, y hoy lo repito, que soy nacionalista vasco, y, por lo tanto, proclamo la nacionalidad vasca. (Rumores). La nacionalidad vasca, Euzkadi, con soberanía sobre sus propios destinos. ¿Para hacer qué? Aquí de las palabras finales del discurso del Sr. Monzón: eso depende más de vosotros que de nosotros. (Grandes rumores). Estos hombres (Señalando al grupo monárquico), que son la representación de los desastres de la Corona de España, durante cuyo dominio se perdió todo un mundo… (Las protestas se hacen a cada instante más vehementes y ruidosas y no permiten oír al orador).

    Últimamente, en Ginebra, observaba yo un espectáculo que me llegó al alma, y era éste: estaba allí el representante de Inglaterra, Míster Eden, y había, además, otros seis u ocho representantes del Imperio Británico: de Irlanda, de Nueva Zelanda, del Canadá… (Rumores). La Corona de España pudo haber tenido un imperio formado por veintidós pueblos de distintas razas y de diferentes nacionalidades… ¿Qué habéis hecho con todo eso? (Las continuas protestas impiden oír al orador).

    Cuando llegó la República, existía un deseo de abrir caminos por donde discurrieran las ansias populares de libertad de los pueblos, y en lugar de ir por ellos, rectificando errores seculares, os negáis y no queréis seguir los cauces mínimos siquiera marcados por unos hombres mucho más generosos que vosotros y a quienes, hoy por hoy, no debemos absolutamente nada. (Nuevas protestas).

    ¿Vosotros, republicanos, también queréis hacer esto? (Fuertes rumores). Nosotros vinimos a las Cortes Constituyentes con un espíritu de cordialidad, del que vosotros no os dais cuenta; hemos venido a éstas con nuestro Estatuto votado por el pueblo y con ese mismo espíritu. ¿Y qué es lo que ha sucedido? Están agonizando estas Cortes y nuestro Estatuto sigue ahí esperando. (Varios Sres. Diputados pronuncian palabras que no se entienden.– El Sr. Presidente reclama orden). ¡Seguid por ese camino! A mí no me asusta… (Se reproducen las protestas).

    Cuál es mi nacionalidad, así como cuál es nuestro espíritu de cordialidad, son cosas que he proclamado claramente. También he apuntado cuáles han sido vuestros errores históricos… (Rumores). Vosotros impedís la solución de nuestras aspiraciones, ¡allá vosotros con vuestra responsabilidad! (Nuevas protestas).

    EL SR. PRESIDENTE: El Sr. Irujo tiene la palabra.

    EL SR. IRUJO: Es difícil, Sr. Presidente y Señores Diputados, hablar con serenidad en una Cámara exaltada de fervor patriótico y cegada por la pasión, y la pasión ciega tanto, que, a todos estos hombres que rodean al Gobierno y que lo mantienen con una significación republicana de afirmación de este régimen, de afirmación por principios, por dogma o por patriotismo, a todos les está manejando una maniobra monárquica. (Grandes protestas).

    Lo voy a demostrar. Estos hombres monárquicos van a nuestro país diciendo: «Estatuto, no; Fueros, sí. Estatuto, no, porque el Estatuto es una concesión de la República; Fueros, sí, porque es vuestra soberanía histórica». (Nuevas protestas). Y agregan: «No queremos más soberanía que la que se recibe de la Historia, la que nos da España, la que nos dieron Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa y Álava; aceptar el Estatuto sería aceptar la soberanía de Madrid, de la República».

    Nosotros, que reconocemos el principio de justicia que tiene esa afirmación, que arranca de los ofrecimientos de Espartero en 1837, que Canga-Argüelles recordaba en 1840, somos hombres que vivimos dentro de la legalidad; no decimos, como dijo el Sr. Calvo Sotelo en el mismo recinto del Frontón Urumea, que no esperamos ganar en las urnas, que España no tiene más solución que la Dictadura roja o la Dictadura blanca, que España no tiene solución de legalidad. Nosotros somos hombres que vivimos dentro de la legalidad. (Un Sr. Diputado: Pero, ¿cuándo? Ya se vio cuando lo de los Ayuntamientos). ¿Cuándo? Absolutamente siempre, porque desde nuestros primeros manifiestos políticos está declarado que la propaganda la hacemos dentro de la legalidad, dentro de España, y como ciudadanos españoles, con los mismos derechos que SS. SS. (Exclamaciones.– El Señor Bau: Entonces, Sr. Irujo, dé S. S. un “¡viva España!”). Pero, ¿qué queréis?, ¿obligarnos a que digamos aun lo que no sintiéramos? ¿Queréis suponer que nosotros tenemos tan poco apego a nuestra dignidad, que, por presión de vuestro ambiente, vamos a proclamar algo que no sentimos? ¿Queréis que vivamos en farsa? ¿No es más sencillo, más real, más cordial, más republicano, y mucho más humano, que digamos lealmente lo que somos y sentimos, para que nos combatáis o nos aplaudáis, o para que abráis los cerrojos de las cárceles si lo estimáis preciso? (Denegaciones). ¿Cómo que no? ¡No sería la primera vez! Pero volvamos a la cuestión.

    Nosotros tenemos en nuestro país un régimen foral –tengo necesidad de hablar de él–, en el cual las facultades legislativa, ejecutiva y judicial, todas las facultades, en el orden administrativo y militar, las Aduanas, la moneda, el derecho a nombrar representantes, delegados y hasta embajadores… (Grandes protestas y exclamaciones). ¡Sí, hemos tomado parte en Tratados internacionales! Tengo aquí acotados nueve de ellos. En el Tratado de Utrecht se reconocieron los derechos de los vascos a la pesca en determinados mares, porque no estaban sujetos a la soberanía del Rey de Castilla. Ésa es la realidad hasta 1839. Eso lo habéis dicho vosotros, los carlistas sobre todo. (El Sr. Bau pronuncia palabras que no es posible entender.– Siguen los rumores y protestas.– El orador se dispone a leer un libro).

    EL SR. PRESIDENTE: No abuse S. S. de las lecturas, porque bastantes hemos padecido ya.

    EL SR. IRUJO: No es posible discutir, dialogar, con gentes que en nuestro país dicen que quieren la reintegración foral plena, que nos llevaron a dos guerras civiles, y así acabaron con nuestros fueros, y que vienen aquí, abusando del número, a avasallarnos, al grito de “¡Viva España!”. Eso es indigno. (Grandes y prolongadas protestas.– El Sr. Presidente reclama orden.– El Señor Bau: ¡Viva España! Aquí, y fuera de aquí).

    El “¡Viva España!” con esa significación de fervor por una patria, es algo tan digno de aplauso que nadie que no sea malnacido ha de dejar de respetarlo; pero cuando ese grito de “¡Viva España!” es el producto de una maniobra… (Enérgicas protestas). Sí; vais a nuestro país gritando “¡Vivan los fueros, la reintegración foral plena!”, y aquí… (Continúan las protestas).

    EL SR. PRESIDENTE: Señor Irujo, he dado a S. S. la palabra estrictamente para una alusión personal y le agradeceré que se encierre en estos límites.

    EL SR. IRUJO: ¿En qué consiste la lealtad? ¿En mentir? Yo digo lo que pienso. Para eso estoy en una Cámara republicana. La mayor muestra de generosidad que puede dar la República es permitiros jugar con el nombre de la Patria para impedir que otro Diputado se dirija… (Los continuos rumores que hay en la Cámara impiden oír al orador). Si vosotros, los hombres monárquicos representantes de nuestro país, queréis de veras la reintegración foral, ¿por qué no lo afirmáis?, ¿por qué no lo suscribís? Si no os avergonzáis de que se llegue a la reintegración foral, que era la independencia, la soberanía plena de nuestro país, de nuestro Derecho, que era la facultad legislativa, la ejecutiva, la judicial, la militar, y la afirmativa de toda clase de actividades… (Rumores y protestas).

    Ésa es la verdad histórica, y contra ella no se puede ir; se puede ser consecuente con la verdad histórica o abjurar de ella; se puede corregir la Historia o tomar otro camino; pero cuando se viene diciendo que se quiere la tradición, yo tengo que afirmar que la tradición española, la auténtica tradición peninsular, no es la de la Constitución de 1808, ni la de la Constitución de 1812, ni las de las Constituciones de 1869 y 1876, sino la de los Condes de Barcelona, la de los Comuneros castellanos, cuyos nombres están ahí grabados, y de las Germanías de Valencia; es la de los Justicias de Aragón, es la vida peculiar de Galicia con su lengua y su poesía, es la de los Fueros vascos; y si no sois eso, no sois españoles, mantenéis una falsa tradición: vosotros sois los antiespañoles. (Grandes protestas.– El Sr. Presidente reclama orden).

    El Sr. Chapaprieta se ha entregado. Para ello no ha esperado a escucharnos, le ha bastado con oír al Sr. Calvo Sotelo. ¡Buen alentador tiene para defender la República! (Continúan los rumores.– El Sr. Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Hacienda: ¿Me permite S. S.? No para defender la República, sino para defender a España.– Muy bien).

    El Presidente del Gobierno no puede defender otros principios que los de la Constitución de la República. Otra conducta significa predicar la revolución desde el banco azul, de espaldas al régimen. Sin duda el Sr. Calvo Sotelo trata de defender la República. (Rumores). El Sr. Gil Robles decía: «De la Monarquía salimos a la República, por la Dictadura; otra Dictadura de la República nos llevaría al caos». Eso es lo que debe S. S. aprender; que de la República quieren estos Señores que salgamos al caos, a la España roja, que tanto entusiasma a S. S. (Rumores).

    Por último, tengo que decir algo más, y ruego a los Sres. Diputados que no se molesten, porque los antecedentes históricos son indispensables. Cuando Filipinas se hallaba en un momento en que la emoción nacionalista, regionalista, autonomista, separatista, como queráis llamarla, en relación con aquellas islas, se había dejado sentir, hubo un hombre que se llamó Rizal, que en español levantó la bandera de la autonomía. Era un hombre que sentía en filipino y en español, que tenía la cultura española y la sentía, que hermanaba en sus amores a España con Filipinas, y vino aquí, y, tan pronto como volvió a su país, los antecesores de estos Señores le mandaron fusilar, consiguiendo con ello que Filipinas dejara de ser española y fuera americana. Ésa es vuestra historia, ése es vuestro sino, y ése es el camino que seguís. (Grandes rumores y protestas).

    No os bastó con matar a la monarquía con vuestras torpezas: queréis acabar también con la República y con la libertad. (Protestas).

    EL SR. PRESIDENTE: El Sr. Picavea tiene la palabra para recoger una alusión personal.

    VARIOS SRES. DIPUTADOS: ¡El asambleísta! (Risas).

    EL SR. PICAVEA: Me levanto a hablar obligado por la alusión del Sr. Calvo Sotelo. He de hacerlo cohibido ante la altura que han dado al debate los Señores que me han precedido en el uso de la palabra.

    La alusión no tenía realmente importancia. Me levanto, digo, para decir que no tengo por qué avergonzarme de haber pertenecido a la Asamblea. Primero, porque vine a ella propuesto por el primer Marqués de Luca de Tena, que, temeroso de lo que pudiera hacerse por la Dictadura respecto de la libertad del periodismo, ya que se anunciaba un Estatuto de Prensa (Rumores), reunió a muchos de los propietarios de periódicos importantes de España; entre todos me indicaron a mí, como hombre no adscrito a ningún partido político, y en condiciones, por tanto, de poderme producir con mayor independencia.

    Por cierto, que, siendo asambleísta, se me suplicó por el Dictador que me hiciera cargo, en Guipúzcoa, de la presidencia y dirección de aquello de la famosa U. P. (Risas). ¿No se llamaba así? (El Sr. Presidente reclama orden).

    He sido Diputado y Senador siete veces, no sé cuántas exactamente. Siempre con carácter independiente. «Ahora no voy a comprometerme en esto, que todavía es una nebulosa», alegué para excusarme (Risas).

    Sólo hubo dos hombres en España, D. Miguel de Unamuno y Ossorio, que vieron claramente las consecuencias de la Dictadura. Todos los demás, incluso el resto de la intelectualidad, recibieron amablemente el advenimiento de Primo de Rivera, creyendo al principio que él iba a purificar la atmósfera mefítica de esta España… (Grandes rumores y protestas). ¿De qué protestáis? Vosotros, los que queréis renovar a España..., por algo será cuando la queréis renovar.

    Ése es el motivo por el cual yo vine aquí, pero no suscribí por eso nada, absolutamente nada, que significara compromiso ideológico con respecto al Dictador. (Grandes rumores.– El Señor Bau pronuncia palabras que no se perciben.– La Presidencia reclama orden). Recuerdo que, en efecto, estuvimos juntos en la Asamblea, Sr. Bau, y le conocí cuando pronunciaba discursos elocuentes en defensa de los aceites y no sé si otra industria que interesaba mucho a S. S. Yo me consideré, pues, muy honrado con pertenecer a la Asamblea en compañía del Sr. Calvo Sotelo. Por eso, cuando me habéis interrumpido llamándome asambleísta despectivamente, me sonreía. Sobre todo, me sonreí cuando uno de los Diputados que me lo llamaban en otra ocasión, era mi admirado –como escritor comediógrafo– D. Honorio Maura. Sin pensar que en su derredor estaban los Sres. Fuentes Pila, Goicoechea, Bau, Suárez de Tangil, Maeztu y no sé cuántos más, que habíamos estado en la misma Asamblea con Primo de Rivera. Con esto queda explicada mi intervención en la Asamblea.

    En orden a eso de que después haya venido como Diputado nacionalista, vamos a aclararlo. Me honraron los nacionalistas incluyéndome en su candidatura con el mote, puesto por ellos mismos espontáneamente, de “estatutista independiente”. Eso no quiere decir que no suscriba ahora lo que han sostenido hoy estos Señores compañeros de la minoría con toda mi alma. Creo yo personalmente que la solución para lo que teméis estaría en una amplia autonomía. Por lo menos la expresada en el Estatuto. Ahora, con vuestra conducta, lo que hacéis es empeorar la posición de aquellos hombres que, como yo, están buscando esa armonía del país vasco y España. La dificultáis precisamente cuando ha venido la República a abrir los pechos a la esperanza. Y con esta actitud negativa, vosotros sois los que impedís que lleguemos a la autonomía, que para muchos podría ser la solución pacificadora de los espíritus en mi país por mucho tiempo. ¡Allá vosotros con la responsabilidad!

    EL SR. PRESIDENTE: El Sr. Calvo Sotelo tiene la palabra para rectificar.

    EL SR. TOLEDO: He pedido la palabra para una alusión.

    EL SR. PRESIDENTE: Se la concederá a Su Señoría cuando rectifique el Sr. Calvo Sotelo.

    EL SR. CALVO SOTELO: Sería insincero si no confesase una doble satisfacción por el resultado obtenido con este debate: satisfacción por las palabras que ha pronunciado el Sr. Presidente del Consejo; satisfacción, desde cierto punto de vista, el de la claridad, por lo que hemos oído a los Señores representantes del Partido Nacionalista Vasco. Creo que la cuestión queda ya suficientemente esclarecida y que de hoy en adelante no se podrá jugar con el eufemismo; vocablos y conceptos brotan ya de manera transparente en la realidad política nacional.

    Voy a deducir algunas consecuencias de lo que han dicho, de un lado y de otro, los Señores que acaban de usar de la palabra. En primer término, Sr. Presidente del Consejo, muchas gracias. Y esté S. S. tranquilo: S. S. no se ha dejado guiar en esta ocasión por un adversario del régimen, porque aquí no ha hablado el monárquico; aquí ha hablado el español. He dejado mis ideas a la puerta del hemiciclo y he hablado únicamente como español, diciendo que, si palabras similares fuesen pronunciadas por esos Señores (Dirigiéndose a los bancos de la izquierda), serían aplaudidas y suscritas por mí con verdadero entusiasmo. Por consecuencia, nada de maniobras, ningún linaje de maniobras; pureza plena. Yo no persigo aquí ninguna finalidad política, ni nosotros realizamos la menor sombra de movimiento político. Su Señoría ha estado justo en la palabra, preciso en el concepto, y enérgico en el gesto. Lo único que deseo es que la realidad corresponda a sus palabras, a su gesto y a sus ademanes.

    La realidad está allá; existe en forma de instituciones y de organismos que de hoy en adelante no se puede dudar de que son separatistas, por lo que voy a decir, interpretando lo que acabo de oír a estos Señores.

    Ha dicho uno de ellos: «Yo soy nacionalista vasco, mi patria es Vasconia, y yo defiendo y propugno la nacionalidad vasca». ¿Qué es una nacionalidad? Para muchos, para todos, esta palabra no requiere una exégesis; todos estamos más o menos enterados y creo que compenetrados sobre su verdadera enjundia. Sin embargo, voy a dar un concepto, no propio, sino de un vasco, de un vasco nacionalista, el Sr. Aranzadi, quien dice:

    «Los términos de nacionalismo y regionalismo son contradictorios. Pueden convertirse en Estados las regiones de una nación; una nación no puede constituirse políticamente en región sin negarla, sin ver anulada su personalidad.

    […]

    [La esencia de la nacionalidad es la independencia total].

    […]

    Si el pueblo vasco […] es de una raza, con idioma propio, e instituciones propias, en territorio que es suyo, y se alza con esas singularidades como pueblo distinto y pueblo diverso de cuantos le rodean, constituirá, indudablemente, una nacionalidad» [7].

    ¿Protestáis ese concepto, Señores nacionalistas vascos? ¿Lo suscribís? (Muestras de asentimiento en el Sr. Aguirre.– Rumores y protestas en la Cámara). ¿Sí? Pues no hay más que hablar. (El Sr. Aguirre pide la palabra). Estos Señores no son autonomistas; estos Señores no son federalistas; estos Señores no son regionalistas; son antirregionalistas, antiestatutistas, antifederalistas, porque son nacionalistas, y la esencia de la nacionalidad es la independencia total, total, total. ¿Qué me importa que el Sr. Aguirre, en concesiones oratorias –que seguramente no haría allá ante los suyos, en Guernica o en Donostia–, haya dicho que ellos se honrarían en ser ciudadanos españoles con un régimen que reconociese la nacionalidad vasca? ¿Pero es que, reconocida esta nacionalidad, en la forma integral y por el camino que han seguido las nacionalidades que vosotros presentáis como modelo, desde Filipinas hasta Cuba, desde Irlanda hasta Checoslovaquia, desde Polonia hasta los demás pueblos que, después del Tratado de Versalles, han logrado la independencia, sin omitir Irlanda; si vuestro nacionalismo sigue este camino, podréis seguir siendo ciudadanos españoles, después de haber disgregado España, y roto la unidad española, y quebrado el Estado español? Vosotros existiréis como un Estado, hermano si queréis del resto de España; pero ya no español, sino independiente por completo de España. Por eso vosotros os contradecís cuando queréis recordar los vínculos de la unidad española, y, sin embargo, citáis como modelo a Irlanda, Checoslovaquia, Polonia y otros pueblos.

    ¿Qué vínculos tiene ya Irlanda con el resto de Inglaterra? Habéis hablado de la Comunidad de Pueblos que existe dentro de una metrópoli imperial; pero Irlanda, que se ha desligado en los dos últimos años de toda conexión con el Imperio Británico, con la Monarquía inglesa, desde el pago de unos residuos de contribución territorial hasta el juramento de lealtad a la Corona, ¿qué conserva de contacto con Inglaterra, representada en Ginebra por sus propios Ministros, representada en los principales pueblos por sus propios Cónsules y Personal Diplomático independiente? ¿Es eso lo que queréis? Pues eso es separatismo. No discuto la idea, pero afirmo que eso es separatismo, y que, quien lo quiera, reniega de España y reniega de la condición de ciudadano español. (El Sr. Sanz Blanco: Y no se debe sentar en el Parlamento español quien piense así).

    Ésta es la verdad. Yo quisiera que esos republicanos de izquierda comprendieran que, al decir yo esto, no realizo el más leve conato de coqueteo o maniobra política; que comprendieran estos republicanos que ellos son, porque en España hay una República, ellos son, quiéranlo o no, los depositarios de una esencia unitaria española y los más obligados a defenderla.

    Porque voy a admitir, por un momento, y a efectos dialécticos, que tengáis razón en vuestros denuestos retrospectivos respecto a la Historia de la Monarquía española; que atribuyáis única y exclusivamente a la Monarquía española y a los españoles, no a los vascos, la caída de aquel magno imperio, que, en definitiva, había sido también conquistado por la Monarquía española; voy a suponer que tengáis razón aun en este pequeño detalle de que los vascos no habéis puesto vuestras pecadoras manos en ninguno de los desastres ocurridos en los últimos tiempos, lo cual sería una solemne injusticia, porque, por fortuna para España, habéis participado, desde las Navas de Tolosa hasta la guerra de Cuba y la última guerra africana, en nuestros desastres y en nuestras grandezas, y por eso no queremos consentir que se hable de Vasconia separadamente de España.

    A los efectos polémicos, voy a aceptar esto; pero, Señores, ¿no estamos en una República? Pero, ¿no ha caído la Monarquía? Y si cayó una Monarquía, ¿no se considera (y esto lo decís vosotros, no lo decimos nosotros) que cayó bajo el peso de sus errores y de sus torpezas, y que, al caer la Monarquía, al derribarse a la Monarquía, se realizó una obra de justicia y de reparación? Pues entonces, ¿a qué hablar de aquellos errores? Porque si pereció la Monarquía por aquellos yerros, vuestro deber era sentiros más españoles hoy que nunca, y yo sé que vosotros pedís a la República lo que no se ha atrevido a pedir el pueblo vasco a la Monarquía en ningún momento, y vosotros publicáis el año 1932 este amasijo de crudezas y de insultos epilépticos, verdaderamente neuróticos, dirigidos contra España, que antes no se os habrían tolerado. Esto demuestra una cosa: que vosotros estáis hoy más lejos del sentido español que antes, quizá porque se ha resquebrajado el vínculo milenario de la unidad española o el equilibrio del Estado español. Y es que olvidáis una cosa al rememorar cómo voluntaria y graciosamente, o poco menos, los Señores de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya se sumaron a la Corona de Castilla y aceptaron esta unidad personal, de que hablaba el Sr. Monzón con un retintín histórico; porque existía esa unidad, pero ella forjó o amparaba –y esto es lo más interesante– una vinculación, una conexión colectiva espiritual, fundente en una sola unidad de todos los pueblos de la Península Ibérica; y es que calláis toda alusión a esa unidad espiritual, como si durante siglos enteros los Reyes de España hubieran podido ser los Jefes de vuestros Estados si no existiera esa compenetración mutua de tipo espiritual y racial, y aun de tipo también social, entre todos los pueblos instalados en el solar ibérico.

    Pero, por otro lado, ¿acaso no ha ocurrido nada en España durante el siglo XIX? ¿Es que la evolución en estos últimos ciento cincuenta años no ha determinado una transformación profunda de los vínculos económicos y sociales que existen en el seno de los pueblos? ¿Es que, por ventura, es aún único vínculo fundente la raza, esa raza que se pierde en la noche de los tiempos y que en vuestro caso, para satisfacción nuestra y honra vuestra, está mezclada con la sangre de los que llamáis despectivamente maquetos? ¿Es que no hay más que raza? ¿Es que no hay más que vínculos de vecindad? No. Existen intereses superiores, o por lo menos más acuciantes (superior a lo espiritual no cabe que exista nunca nada), en el orden económico y en el social. Los vínculos de vecindad no son ya los más poderosos. Hoy un obrero vasco se siente más hermano del obrero madrileño que del patrono vasco; hoy el vínculo de la clase social es superior al vínculo territorial que vosotros hipertrofiáis con un estilo de enanismo y un sentido de susceptibilidad histórica verdaderamente grotesco amén de criminal; hoy, además, la evolución económica ha hecho que la región que pudo ser coto exento en los siglos de la Edad Media y en los siglos de la Edad Moderna en cuanto al aspecto económico; que lo que pudo ser zona que apenas había de convivir con el resto de España –me refiero a vuestras provincias, cuando casi todo el comercio se realizaba por el mar hacia otros pueblos–, aparezca actualmente como parte de un todo orgánico indivisible, por haberse consolidado una verdadera unidad integral y plena en que vuestros productos, en cuanto al 95 por 100, sólo cuentan con el mercado interior de España y no con el mercado exterior. Y esta evolución económica ha creado una economía integral, que por fuerza debe tener repercusión en el orden político, no en el sentido absurdo por retorsión que vosotros le dais, sino en el sentido lógico de que, a mayor unidad económica, mayor fortalecimiento de la unidad política, y a mayor hermetismo económico, una expresión sana del unitarismo político más fuerte y más estrecha.

    Pues, ¿qué dirá el país de vuestra falta de lógica y sindéresis cuando vea que hoy, aquí, a las siete de la tarde de este día memorable, trágicamente memorable en cierto modo, hacéis una pública profesión de separatismo –que, por sincera, hay que reconocer y casi aplaudir, puesto que hoy no habéis hablado con los ambages de otras veces, pero que, por errónea, hay que censurarla y condenarla–, y que hoy, o mañana, vais a defender una Proposición oponiéndoos a que se construya el ferrocarril que desde Burgos va directamente a Santander, alegando que es Bilbao el puerto natural de Castilla? (Aplausos).

    De modo que, en lo político, fractura de la unidad nacional, fractura del Estado español, para suprimirle por emancipación de las provincias vascas, o para reducirle al papel de una mera sombra chinesca sin contenido, enjundia ni consistencia; pero en lo económico, apretáis los lazos, apretáis los vínculos, para oponeros a que el ferrocarril vaya a Santander. Y conste que no juzgo del fondo de este problema porque no lo conozco en detalle, y, por consiguiente, no puedo emitir una opinión exacta. Enjuicio sólo la postura política de contradicción violenta en que os situáis los nacionalistas –no Vizcaya, cosa muy distinta–, porque vosotros, si fuerais lógicos, debierais apoyar todo lo que escindiese y separase a Vasconia del resto de España, y si no lo hacéis así en el orden económico, pretendiéndolo en lo político, entonces sois unos verdaderos farsantes. (Muchos aplausos).

    Yo no olvido el día 9 ó el día 10 de Octubre –no lo recuerdo bien–, fecha de la sesión inmediatamente posterior a la revolución sangrientísima del 6 de Octubre de 1934. Ahí, en ese banco, el Gobierno en pleno; a su frente el Sr. Lerroux; el Sr. Lerroux, que, cualesquiera que sean sus errores y torpezas, cualquiera que sea el motivo de censura política que pueda recibir, en aquella ocasión demostró un alto sentido patriótico, que le hubimos de aplaudir y que el país habrá de agradecerle siempre.

    El Sr. Lerroux se levantó y pronunció palabras sobrias, elocuentes; en ellas no hubo más que invocaciones al sentido patrio; fuera quedaron de su discurso toda clase de alusiones políticas. Aquí estábamos nosotros; ahí, vosotros. Nosotros nos levantamos como movidos por un resorte, olvidando lo que somos y lo que pensamos en el orden político, olvidando que la República significa para muchos la estrangulación de carísimos ideales, para otros la persecución, y, en todo caso, para todos nosotros, derroteros que pueden llevar a la Patria al cataclismo; olvidando todo eso, movidos, digo, por un resorte, nos levantamos, uniéndonos a los demás Diputados y gritando al unísono, y quizás antes que ellos: “¡Viva España!”, “¡Viva España!”. Vosotros ahí, quietos, sentados tranquilamente, silenciosos, sin levantaros, sin proferir un grito ni juntar vuestras manos; vosotros no gritasteis “¡Viva España!”. Pues, ¿no fue eso una lección magnífica? ¡Ah!, realmente no hacían falta vuestras declaraciones de hoy, porque, en definitiva, aquel día os declaramos incompatibles con el sentido de Patria que aquí florecía.

    Y esto es suficiente para que yo dé por terminada mi intervención. Ha quedado demostrado, Sr. Presidente del Consejo, que el Partido Nacionalista Vasco es separatista. A ese Partido ya no se le puede dar el Estatuto. Un Estatuto se puede otorgar a hombres de buena fe, que lo quieran utilizar en bien y servicio de la Patria española, como vuestros fueros, que los fueros se concedían o reconocían o juraban por los Reyes dentro de la unidad del Reino español. (El Sr. Royo Villanova: Si se da el Estatuto a Cataluña, tienen razón para pedir el suyo. Aunque con distintos matices, el catalanismo y el nacionalismo vasco son iguales, enteramente iguales.– Rumores.– La Presidencia reclama orden).

    Iba a decir, cuando el Sr. Royo, con palabras que no he entendido, me interrumpió, que los fueros constituyeron una modalidad peculiar de autonomismo concebido en un ensamblamiento unitario, o sea, dentro de una unidad de Monarquía y de nación, y si los fueros hubieran de haber servido para deshacer una de esas dos unidades, habrían sido suprimidos “ab irato”. (El Sr. Monzón: ¡Si son anteriores!.– Varios Sres. Diputados pronuncian palabras que no se perciben). Yo digo que los fueros no habrían sido reconocidos si no sirvieran los altos destinos universales de la Monarquía española, en una unidad histórica de destino y de estructura evidente, y que en el instante en que tales fueros hubieran querido ser utilizados en contra de la unidad histórica, universalista, creadora e imperialista de España, esos fueros habrían desaparecido.

    Por lo demás, Sr. Royo, yo estoy enfrente del Estatuto catalán por mucho de lo que dice y por mucho de lo que calla; pero ahora estoy hablando del Estatuto vasco, y, respecto de él, tengo que decir que, si muchos de los que, hoy por hoy, representan aparentemente la mayoría del pueblo vasco –como éstos, los Diputados nacionalistas, no la representan– han de ser los llamados a implantar ese Estatuto, si se otorga, y afirman aquí que son nacionalistas y que quieren la nacionalidad plena, que es la independencia total, no hay derecho al diálogo; no hay, dentro de la ética española y de la posibilidad jurídica, ni un ápice de resquicio para el diálogo. ¡No más hablar de Estatuto, porque sabemos que ese Estatuto será en vuestras manos un arma homicida!

    Afirmad con “vivas a España” que queréis, en efecto, seguir siendo españoles, y entonces ya podremos hablar. Yo tengo un sentido ampliamente autonomista, y en muchas cosas podremos coincidir; pero mientras estéis ahí, reconcentrados, con ese sentido cerril (Rumores), que queréis muchas veces mixtificar con invocaciones cristianas, con invocaciones a Dios, que en vuestros labios son una verdadera blasfemia (Muy bien. Aplausos), porque el sacrosanto nombre de Dios sólo puede amparar lo universal y lo infinito, y eso es España; mientras penséis así; mientras habléis así; mientras sigáis así, yo afirmo que, entregaros el Estatuto, en totalidad o en parte, sería un verdadero crimen de lesa patria. (Grandes aplausos).

    EL SR. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Señor Aguirre para rectificar.

    EL SR. AGUIRRE: Brevísimamente, telegráficamente. Nuestra aspiración política –la del Partido Nacionalista Vasco, fijaos bien, Sres. Diputados– se concreta, en cuanto al Estado español, en esto: derogación de la Ley de 1839. Aspira el nacionalismo vasco, en este orden, a retrotraer la situación política de Euzkadi a lo que era un hecho en los tiempos anteriores en que esa disposición atentatoria contra su constitución política fue promulgada.

    La Ley de 1839 dice:

    «Se confirman los fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra, sin perjuicio (aquí está la trampa) de la unidad constitucional de la Monarquía española».

    El día en que este Parlamento vaya a su derogación, aquí están nuestras firmas, Señores fueristas, que tanto pregonáis vuestros fervores fueristas, para que se presente una Proposición de Ley pidiendo que se derogue la Ley de 1839. En ese momento se habrá acabado nuestra actuación aquí, y nosotros lanzaremos, con el corazón henchido de júbilo, un “viva” a España… (Rumores. Varios Sres. Diputados: A posteriori, no; ahora.– La Presidencia reclama orden).

    Ésa es nuestra aspiración política nacional, y yo digo que lo que pretende el Sr. Calvo Sotelo es enconar la cuestión, involucrando con un debate de esta naturaleza la cuestión del ferrocarril de Trespaderne. (Varios Sres. Diputados: Ahí duele.– Rumores). La maniobra es tan burda y es de tal índole, que ya sabemos de dónde viene, y ya sabemos adónde va. Pero no nos importa. Hoy somos ciudadanos de la República española, y, mientras lo seamos, lo somos con todos sus derechos, porque se nos imponen todos los deberes. (Denegaciones y rumores). Por consiguiente, el que nosotros hayamos presentado una Proposición pidiendo que se haga un estudio comparativo por el Ministro de Obras Públicas respecto a los dos trazados de ferrocarril hoy en pugna, está muy dentro de nuestro derecho. Y conste que en ese asunto y en aquel momento, yo no hablaré como Diputado nacionalista, sino cumpliendo el mandato de una Asamblea de fuerzas representativas de todas clases, fuerzas políticas y fuerzas económicas, que me lo encomendaron.

    Por eso os digo, Sres. Diputados, concretando: derechos y deberes mientras tengamos esta ciudadanía, porque somos ciudadanos de la República española. Nuestra aspiración política última –y éstas serán también mis últimas palabras, Sr. Presidente– es la derogación de la Ley de 1839. ¿Es esto legal, sí o no? ¿Es separatismo? Somos, entonces separatistas. ¿No es separatismo? ¡Ah!, entonces vosotros, que también decís que con esa derogación están cumplidos vuestros compromisos, firmad con nosotros, que estamos dispuestos a hacerlo.

    Nosotros, en el Proyecto de Estatuto, tuvimos buen cuidado de poner en el art. 1.º, y lo rechazasteis en la Comisión, por lo cual presentamos voto particular los Sres. Echeguren, Oriol y yo, que el Estatuto es sin perjuicio de la derogación de la Ley de 1839.

    Pero, Señores, ¿es que se puede olvidar una Historia de libertad como la nuestra, una situación como la nuestra actual? ¿Es que ha muerto el pueblo vasco? Si vosotros sois leales a vuestro pensamiento, yo soy leal a la Historia de mis padres, defendiendo aquello que gozamos, por ser nuestro, y que, por una traición artera de la Monarquía, el año 1839 nos fue arrebatado, en contra de todos los fueros de nuestra patria y de la humanidad. (Rumores).

    EL SR. PRESIDENTE: El Sr. Irujo tiene la palabra para rectificar.

    EL SR. IRUJO: He dicho antes, Sres. Diputados, y no he sido rectificado por el Sr. Calvo Sotelo, que ésta era una maniobra monárquica que esos hombres emplean para buscar el apoyo de un Gobierno republicano en la conquista de los votos de nuestro país, haciendo, por este procedimiento, por esta maniobra política, lo que no pueden hacer allí frente a nuestra gran mayoría con la que han de luchar, y ahora lo voy a probar brevísimamente. Tiene que ser con textos, porque esta prueba sólo con textos ha de ser.

    Estos hombres son monárquicos: o de D. Jaime (ahora, de D. Alfonso Carlos), o de D. Alfonso, me da igual. (Rumores). Pues bien; D. Jaime dijo lo siguiente:

    «Entre todas las ideas que defiende el programa tradicionalista, que yo y mis partidarios anhelamos implantar en España, indudablemente el principio regionalista es uno de los más fundamentales y el que exige una aplicación rapidísima, si se quiere traer un pronto remedio a los males de la Patria.

    […]

    La autonomía municipal, los Estatutos regionales (fijaos bien: los Estatutos regionales), las autonomías universitarias, son los primeros pasos de este gran movimiento descentralizador que está ya en camino en la hora presente. Hay que ir preparando hoy el espíritu de las masas a los beneficiosos avances de la tendencia federativa.

    […]

    Los políticos que pretenden ir contra esta corriente natural, poderosísima desde el día en que se penetra de su alcance el alma popular, serán arrollados fatalmente por querer luchar contra una aspiración indestructible que saca toda su fuerza de las entrañas mismas del pueblo» [8].

    Esto dijo D. Jaime, coincidiendo con el Sr. Goicoechea, quien, como sabéis, tiene declarado que «el Estatuto regional […] es la rectificación de errores seculares de la política», y que «cuando hablamos, contraponiéndolas, de nación española, de nación vascongada, de nación catalana, ¿no incurrimos en puerilidades semejantes? Naciones o regiones […], ¿qué más da?» [9]. (Rumores.– El Sr. Bau: ¿En qué se parece a lo que vosotros decís ahora?.– Siguen los rumores). Pero es, Señor Bau, que nos encontramos con una fuerza, con una lengua, con una civilización, y con una vida y con una voluntad de tenerlas. (Rumores).

    Y de labios autorizados, del otro lado de la Monarquía, no se dice más que lo siguiente, y no me refiero ahora a principios fundamentales, porque el entusiasmo de la Cámara en sentido patriótico no me dejaría leer unos cuantos textos de carlistas y de liberales, principalmente de tradicionalistas, para honra suya, en que hablan de que reintegración foral es volver a nuestra nación, a nuestra patria, a nuestra independencia, así, con esas mismas palabras. (Rumores). Tengo aquí los textos, recopilados por Sustaeta e impresos en «El Pensamiento Navarro», órgano carlista, en que se emplean esas mismas palabras, y desafío además a quien quiera para que, el día que considere más conveniente y donde sea más adecuado, tratemos de este problema.

    Yo acepto que se diga que no se quieren los fueros; acepto, incluso, que se diga que para que viva España es necesario que muera Vasconia. (Rumores); acepto todo; lo que no acepto que se diga es que los fueros, en nuestro país, no eran libertad, no eran soberanía, no eran independencia, no eran patria, porque eso es una falsedad histórica. (Rumores).

    Un político español, que cobró mucha fama en el banco azul en la época del desmoche de nuestros Fueros, se expresaba así cuando escribía con serenidad:

    «Los resultados que hasta ahora ofrecen […] políticas anti-doctrinarias, inflexibles, absolutas, nadie puede negar que están lejos de ser felices. Si el fruto da a conocer el árbol, mal árbol debe ser el que no engendra sino impotentes y eternas y desoladoras guerras civiles.

    […]

    Ni esta tristísima situación en general, ni la que especialmente alcanzan hoy las provincias vascas, cesarán ya hasta el día en que sea posible practicar en España una política totalmente diferente: […] política de libertad, de concordia; política que respete las creencias de los vascongados. […] Si una política de este género fuese ya por siempre inaceptable, así para las Provincias vascongadas como para toda España, jamás se habría puesto con tamaña razón, sobre ninguna gente nacida, la sentencia lúgubre del autor de “El Infierno”: “Lasciate ogni speranza…”» [10].

    Y esto, ya lo habréis supuesto, lo dijo Cánovas del Castillo, y a Cánovas del Castillo debe España, debe la España conservadora y monárquica, toda la tranquilidad de medio siglo XIX.

    Y termino diciendo al Sr. Calvo Sotelo, con toda lealtad, con toda corrección –no con todo cariño, porque un hombre que nos niega la mano, que nos niega el saludo, no merece el cariño, sino solamente la corrección y la lealtad, porque, en casos tales, no cabe proceder más que con corrección y con lealtad siempre–, que, para un republicano de mi país, para un vasco, para un navarro principalmente, el mayor honor, el mayor prestigio y la mayor satisfacción es ser combatido por S. S. Desde los tiempos en que los godos… (Fuertes rumores), desde los tiempos en que los Reyes godos, uno tras otro, escribían el “domuit vascones” en sus Crónicas, nadie, absolutamente ninguno de los hombres que han pasado por el Poder y que han escrito de política en España, se han atrevido con Vasconia más que este hombre, que, en el libro de «Mis servicios al Estado», que tengo aquí, y del cual nada leo, por no molestar a la Cámara, dice:

    «Vencí a Navarra, la vencí y la sojuzgué, y no obré por el huevo, por las pesetas; obré por el fuero, por la significación jurídica, y derrumbé el sentido foral de Navarra, que sostenía que el cupo era inalterable, y tengo la satisfacción de ofrecer al Estado ese derrumbamiento de los Fueros» [11].

    La mayor honra, el mayor prestigio para un vasco, es ser combatido por un godo. (Rumores).

    EL SR. PRESIDENTE: El Sr. Izquierdo Jiménez había pedido la palabra para explicar el voto, ya que para otra cosa no podría intervenir reglamentariamente; pero, como el Sr. Calvo Sotelo ha anunciado su propósito de que no se vote la Proposición, claro es que la intervención de S. S. estaría fuera de las posibilidades reglamentarias.

    EL SR. IZQUIERDO JIMÉNEZ: Señor Presidente, el art. 101 del Reglamento dice que en esta clase de Proposiciones habrá un turno en pro y otro en contra.

    EL SR. PRESIDENTE: Ya se ha consumido.

    EL SR. IZQUIERDO JIMÉNEZ: He de lamentarme con toda energía de que constantemente se estrangule aquí la voz de los republicanos, porque S. S. ha permitido tres turnos en pro de la Proposición de los vascos, francamente atentatorios a la unidad nacional. ¿Por qué no he de tener la benevolencia de la Presidencia?

    EL SR. PRESIDENTE: Perdone S. S.; no puedo conceder más turnos que los que hay reglamentariamente. Ha habido uno, en pro de la Proposición, del Sr. Calvo Sotelo; otro, en contra, del Sr. Monzón, y luego una serie de alusiones personales. Si S. S. quiere hacer una breve manifestación, el Presidente le autorizará complaciente.

    EL SR. IZQUIERDO JIMÉNEZ: Brevemente, porque me interesa reivindicar para los republicanos algo que estimo sagrado para la República.

    Yo, que no dejo de manifestar constantemente que estoy completamente unido a la posición españolista de los monárquicos, he de decir con toda amargura, y no creo que haya ningún republicano que sea capaz de no suscribir mis palabras, que me duele en el corazón que la bandera de la defensa unitaria de la Patria parta solamente de esos bancos; que yo la comparto, pero la reivindico para los republicanos, porque la mayor parte de los republicanos, al menos yo, también están frente a esa posición separatista de alguna provincia española.

    Yo no sé si los republicanos concederán o no importancia a esta posición mía; pero lo que digo es que en el país hay un sentimiento de animadversión hacia la República por entender que la mayor parte de los republicanos no comparten ese sentimiento de defensa de la unidad patria, y yo, frente a eso, me alzo, y, aunque me falta personalidad bastante para hacerlo, porque no la tengo en el orden político, tengo una más sagrada, y es que hace varios meses he presentado una Proposición pidiendo que fueran expulsados de la Patria todos los traidores a la unidad de la misma. Esa Proposición se ha estrangulado y no baja al hemiciclo; mas si en plena República, si por el hecho de ser republicano histórico, aunque sea modesto, hay derecho a alzar la voz en una Cámara republicana, yo me levanto a protestar y a decir que, frente al regionalismo, toda la comprensión de los republicanos, pero frente al separatismo, los fusilamientos en la plaza pública.

    EL SR. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Señor Lamamié de Clairac, para hacer una breve manifestación.

    EL SR. TRABAL: ¿Me permite S. S. un momento?

    EL SR. PRESIDENTE: Va a hablar el Sr. Lamamié de Clairac. En seguida hablará S. S.

    EL SR. LAMAMIÉ DE CLAIRAC: Creo obligado, Sres. Diputados, que en este debate, después de las alusiones de los oradores de la minoría nacionalista, se deje oír la voz de la minoría tradicionalista, siquiera en este momento tenga yo que llevar su representación.

    A mí me interesa, en primer término, hacer constar que lo que se ha tratado de hacer aquí esta tarde, por los miembros pertenecientes a la minoría nacionalista, ha sido desviar el debate de aquello que constituía el objeto de la Proposición, ya que, en lo relativo a las frases y palabras injuriosas a España, de las cuales se ha pedido cuenta aquí, no se ha dado satisfacción alguna. Se ha derivado hacia el cauce de exposición de reivindicaciones políticas, y, con respecto a aquello que era lo fundamental, no se ha hecho manifestación de ningún género.

    ¡Ah!; pero en esa defensa que han tratado de hacer los miembros de la minoría nacionalista, han querido implicar a una minoría, a un partido, a una Comunión, digámoslo mejor, que tiene una posición tan peculiar, tan suya, tan propia, tan inconfundible, como es la Comunión Tradicionalista; como es, por consiguiente, la minoría tradicionalista.

    El Sr. Aguirre, quizá queriendo desviar la atención de anteriores afirmaciones, dejaba reducidas las aspiraciones políticas de los nacionalistas vascos a la derogación de la Ley de 1839, y nosotros tenemos que decir que la derogación de esa Ley la hemos pedido siempre, y la seguiremos pidiendo siempre (Muy bien en la minoría nacionalista); pero hay una diferencia fundamental entre SS. SS. y nosotros. (El Sr. Irujo: Ya nos la esperábamos). ¿La esperabais? Luego la hay; la hay, sencillamente, porque toda esa invocación a los fueros que nosotros hemos hecho siempre, sellada con dos guerras que, precisamente en defensa de esas libertades, sostuvieron nuestros antepasados, la hemos hecho y la haremos siempre dentro de la unidad española, sin pensar en independencia alguna, sin pensar en el concepto euzkadiano que vosotros proclamáis.

    Porque vosotros jugáis con una verdadera ficción. Nos habláis aquí de uniones personales, como si en España hubiera habido varias naciones que, por una serie de uniones personales, hubieran formado un Estado único que congregara a varias naciones. Y es al revés, Señores vascos. Lo que ha habido en España es una Nación única, que ha podido tener esporádicamente, por razones de fraccionamiento después de la invasión musulmana, una serie de Estados, con una tendencia constante y persistente a la unidad nacional española que se manifiesta desde el primer momento; ha podido haber varios Estados, pero ha habido siempre una Nación.

    Y es verdad que ese movimiento de asociación se ha hecho precisamente porque, esa evolución histórica de lo que fueron los diversos Estados de la Nación española, iba impulsada por esa tendencia a la unidad que iban fraguando las propias uniones personales de los monarcas, hasta compenetrar a los pueblos totalmente y llegar a la exteriorización de toda la unidad nacional española personificada en el reinado de los Reyes Católicos. (El Sr. Maeztu: Ésa es la verdad histórica). Y para sostener esa verdad histórica no hay que ir, como vosotros vais, a afirmaciones de independencia, de soberanía, que todo eso que vosotros proclamáis, en definitiva, no viene a ser más que una negación de la unidad patria.

    De manera que a nosotros no nos podéis decir que renegamos ni un momento de nuestros principios. Nosotros estamos donde estábamos, sin haber variado en nada; y el texto que se nos leyó aquí de D. Jaime, es un texto que suscribimos exactamente igual que el que lo escribió; y si aquí se ha podido leer textos truncados, no leídos enteros, de otras figuras del tradicionalismo español, yo tendré que decir que, o esos textos, por haberse mutilado, por haberse arrancado parte de ellos, o por no haber sido leídos en toda su integridad, no responden al concepto que querían Sus Señorías darles, o, en último caso –yo no he oído la lectura porque llegué tarde al debate, y, por consiguiente, no puedo contestar con toda precisión–, no reflejarán el pensamiento de nuestra Comunión.

    Yo digo, además, que no es verdad que todos aquellos fueros terminaran porque hubiera algo interno en la Monarquía que os disociara a vosotros ni que negara esas libertades a que tenían derecho las diversas regiones españolas, sino que fue a pesar de eso, y por sistemas y regímenes que determinaron el que la Monarquía perdiera lo que era su verdadero carácter. Todo eso es exótico. No sé quién decía muy bien que, no era la Constitución del 8, ni la del 68, ni la del 76, ni ninguna de tantas Constituciones, lo que había mantenido la unidad española, y es verdad; porque la unidad vinieron precisamente a quebrantarla esas Constituciones, vinieron a quebrantarla todas esas auras de fuera, vino a quebrantarla todo aquello –que se interpuso en el curso de la Monarquía– de origen complemente liberal.

    Y nada más, Sres. Diputados. Nosotros somos siempre regionalistas, mantenemos todo eso; nosotros queremos la unidad española dentro del respeto a la variedad de todo lo que sean costumbres y Derecho foral, etc., etc., de la región. (El Sr. Presidente agita la campanilla).

    Termino ya, Sr. Presidente.

    Pero todo ello dentro de la unidad española. Además, vosotros os habéis quejado de algún reproche que se os ha dirigido, a propósito de la cuestión del ferrocarril Santander-Mediterráneo. Yo os tengo que decir una cosa, porque la he oído, y, al mismo tiempo que la oía y la leía, no dejaba de sorprenderme este lenguaje en vuestros labios; he leído en los periódicos de Vizcaya, sé que se ha afirmado estos días, que el puerto natural de Castilla es Bilbao. No discuto en estos momentos si es Bilbao o es Santander; pero si el puerto natural de Castilla es Bilbao, como vosotros sostenéis, es que hay algo más que la sola proximidad que podamos tener unos y otros, porque, en ese caso, vosotros estaréis conformes en que, si los vínculos que pueda haber entre Castilla y Vizcaya no son más que los que tienen su origen en un pacto, lo natural es que, cuando tratáis de desligaros de ese pacto de que habláis, las mercancías se vayan por el puerto que pertenece a la misma Castilla, y no por el puerto de Bilbao, situado en la zona que, como separada y distinta, defendéis.

    Y termino ya, Sres. Diputados, protestando y uniendo mi protesta a lo que aquí se ha afirmado contra esas palabras, contra esos insultos, contra esas injurias a España que vosotros lanzáis en vuestros mítines y en vuestras propagandas, y que luego, cuando venís aquí, dejáis reducidos a manifestaciones como las que hemos escuchado esta tarde de labios del Sr. Aguirre, si bien, después de hablar el orador que le ha precedido, el concepto separatista ha quedado perfectamente determinado.

    Nosotros, en esto, tenemos que distinguirnos siempre de vosotros: mantenemos los fueros; pero, para nosotros, por encima de todo y ante todo, está España, que precisamente ha de ser, y es, la nación resultante de la actividad de todas esas regiones, que, todas juntas, trabajando siempre con esplendor en torno a España, deben seguir juntas realizando el destino histórico que nos está confiado.

    EL SR. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Señor Trabal.

    EL SR. TRABAL: Señor Presidente, yo creía que otro Sr. Diputado había pedido la palabra antes que yo, y no querría en modo alguno anteponer mi palabra a la suya.

    EL SR. PRESIDENTE: Es el turno de S. S.

    EL SR. TRABAL: Creía que el Sr. Maeztu había pedido antes la palabra.

    EL SR. PRESIDENTE: No; la pidió S. S. antes que el Sr. Maeztu.

    EL SR. TRABAL: Si el Sr. Maeztu…

    EL SR. PRESIDENTE: No perdamos el tiempo. Hable S. S. No es más que para explicar el voto; no puede ser para otra cosa.

    EL SR. TRABAL: En ese caso, Sr. Presidente, he de decir que la Cámara ha oído perfectamente… (El Sr. Maeztu sale del salón). No se marche el Sr. Maeztu. El Sr. Maeztu ha dicho, cuando se trataba de Pi y Margall, que era tonto de remate. Como aquí lo hemos oído los republicanos que estamos en estos bancos…

    EL SR. PRESIDENTE: La Presidencia no ha oído eso. Por otra parte, hay palabras que vale más no oírlas. Su Señoría les presta una publicidad que sería mejor haber omitido.

    EL SR. TRABAL: ¡Ah!, Sr. Presidente, Su Señoría puede, utilizando un eufemismo parlamentario, decirnos que no ha oído, desde el alto sitial que ocupa, ese concepto despectivo, esa frase injuriosa para el ilustre republicano; pero yo, desde aquí, más cerca que S. S. del Sr. Maeztu, lo he oído.

    Y quiero decir una cosa: no puede pasar, ni un momento más, que en esta Cámara sea posible insultar a los republicanos en la forma procaz como, en determinadas ocasiones, lo hace el Señor Maeztu. El Sr. Maeztu se puede haber retirado de esos bancos. Su Señoría, Sr. Presidente, entiendo que, cumpliendo una obligación que le incumbe, tiene el deber de requerir al Sr. Maeztu para que venga aquí y públicamente retire la frase injuriosa que ha pronunciado contra Pi y Margall, republicano catalán ilustre, cuya memoria honra a España.

    Señor Presidente, en nombre de ese gran republicano desaparecido, yo requiero a S. S. para que exija que sean retiradas esas palabras.

    EL SR. PRESIDENTE: La Presidencia las da por no oídas. Esto basta a los efectos parlamentarios. Y, en cuanto al juicio de la Historia, la memoria de Pi y Margall está tan alta que no puede quedar afectada por una frase notoriamente de mal gusto.

    Puesto que el Sr. Calvo Sotelo así lo ha manifestado, queda retirada su Proposición, y, por tanto, terminado este debate.













    [1] El libro al que se refiere Calvo Sotelo, del cual saca las citas, es De su alma y de su pluma. Colección de pensamientos, seleccionados en los escritos del maestro del nacionalismo vasco, (ed. Manuel de Eguileor), Talleres Gráficos E. Verdes Achirica, Bilbao, 1932.

    He añadido a las citas que recoge Calvo Sotelo el número-parágrafo que les corresponde en la susodicha obra, para su mejor localización.

    [2] El Diputado nacionalista Monzón “construye” su cita parafrástica tomando porciones de texto de las páginas 62 y 100-101, de la obra El liberalismo y los fueros bascongados, de Liborio de Ramery Zuzuarregui (tío materno del mártir de la Tradición, Juan de Olazábal y Ramery), Imprenta de San Francisco de Sales, Madrid, 1896.

    [3] El Diputado vasquista Monzón toma su cita de la página 1, del opúsculo Lo que fueron los Reyes de España y lo que ha sido y es el liberalismo para con los fueros de Guipúzcoa, de Miguel de Dorronsoro, Imprenta de Pablo Martínez, Azpeitia, 1870.

    [4] Monzón recoge su cita del discurso de Alejandro Pidal y Mon en el Congreso, de fecha 17 de Junio de 1876.

    [5] Monzón toma las citas de Pi y Margall de las páginas 62 y 298-299 de su libro Las Nacionalidades, Imprenta y Librería de Eduardo Martínez, Madrid, 1877 (2ª ed.).

    [6] Monzón toma estas citas de las páginas 105-106 y 139, de la obra Regionalismo, municipalismo y centralización, de Joaquín Sánchez de Toca, Imprenta R. Velasco, Madrid, 1907.

    [7] La cita de Calvo Sotelo está compuesta de varios textos tomados de las páginas 25 y 70 del libro La Nación Vasca, de Engracio de Aranzadi Etxeberría, Imprenta Vda. e Hijos de Grijelmo, Bilbao, 1918.
    La frase «La esencia de la nacionalidad es la independencia total» no la he encontrado como tal en el libro, y posiblemente sea una cita parafrástica construida a partir de un texto que aparece en la página 21: «Pero, de suyo, el derecho a la independencia es natural a la existencia de la personalidad nacional».

    [8] El Diputado nacionalista Irujo hace su cita tomando textos de las páginas 181, 182 y 183 del libro Don Jaime, el Príncipe Caballero, de Francisco Melgar, Editorial Espasa-Calpe, Bilbao, 1932.

    [9] El vasquista Irujo cita a Goicoechea, tomando los textos de las páginas 8 y 31 del opúsculo El Proyecto de Estatuto Regional y las aspiraciones autonomistas. Conferencias pronunciadas en los días 17 y 20 de Enero de 1919 por el Ilmo. Sr. D. Antonio Goicoechea, Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés, Madrid, 1919.

    [10] Irujo cita aquí textos de las páginas LVIII y LIX de la Introducción de Antonio Cánovas del Castillo escrita para el libro Los vascongados. Su país, su lengua y el Príncipe L. L. Bonaparte, de Miguel Rodríguez-Ferrer, Imprenta de J. Noguera a cargo de M. Martínez, Madrid, 1873.

    [11] El asunto de la negociación, en 1927, de un nuevo cupo, entre el Gobierno central (en el que Calvo Sotelo era Ministro de Hacienda) y la Diputación Foral de Navarra, en el marco del concierto económico, se trata en las páginas 70 a 73 de la 2ª edición de Mis servicios al Estado. Seis años de gestión. Apuntes para la Historia, de José Calvo Sotelo, Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1974.

    Pero esas frases que expresa el nacionalista Irujo, no aparecen en este libro de Calvo Sotelo al que aquél hace referencia.


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    Última edición por Martin Ant; 13/07/2019 a las 19:33

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    Re: El falaz dilema de Calvo Sotelo: ¿España roja o “rota”?

    Cita Iniciado por Martin Ant Ver mensaje
    En la página 130 hace alusión a aquella conocida (antitradicional, y nacionalista españolista) frase del doctrinarista Calvo Sotelo que pronunció en aquella sesión parlamentaria: "prefiero una España roja a una España rota".
    Pues si este razonamiento es tan antitradicional y nacionalista, ¿cómo debería considerarse a los carlistas que (muy acertadamente, a mi juicio) lo siguieron en plena Cruzada? Porque vienen a decir lo mismo que el «España antes roja que rota» y dudo que fuesen doctrinarios, como erróneamente se ha llamado aquí a Calvo Sotelo que, a pesar de haber sido ministro en época alfonsina, siempre fue antiliberal. Ilustro:

    El carlismo y el castigo al nacionalismo
    La Junta Central Carlista de Guerra de Navarra alentó durante la contienda del 36 la represión contra los nacionalistas vascos, a los que consideraba más peligrosos que a 'los rojos', porque pretendían "aniquilar a la Patria".

    29.01.2020 | 18:05 | Un reportaje de Fernando Mikelarena | Historias de los vascos
    EL 24 de septiembre de 1936 la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra elevó "a los señores generales y jefes de la Junta de Defensa Nacional de Burgos" un informe, hasta ahora no muy conocido, en el que aquel organismo, no contento con la represión llevada a cabo en Navarra (y que para aquella fecha se había llevado consigo centenares y centenares de vidas, sobre todo de votantes de izquierda), se animó a aconsejar sobre la conveniencia de adopción de una política de mano dura contra el nacionalismo en Gipuzkoa. Recordemos que para entonces se había conquistado San Sebastián y que la mayor parte del territorio guipuzcoano estaba en manos franquistas.

    La Junta Central Carlista de Guerra estaba presidida por Joaquín Baleztena Azcárate, presidente de la Junta Regional de la Comunión Tradicionalista, pero su auténtico director era el vicepresidente, José Martínez Berasáin, director del Banco de Bilbao y responsable de toda la actividad carlista en Navarra durante la República y en el verano y otoño de 1936, al ser el verdadero hombre fuerte en la nueva situación, según se desprende de la documentación conservada a pesar de los expurgos sufridos. El resto de los miembros de dicha Junta eran Javier Martínez de Morentín, por la Merindad de Estella; José Gómez, por la Merindad de Aoiz; el arquitecto Víctor Eusa, por la Merindad de Pamplona; Marcelino Ulíbarri, por la Merindad de Tafalla; Víctor Morte ,por la Merindad de Tudela, y Eleuterio Arraiza y José Uriz Beriáin, este último secretario y que unos años después llegaría a ser el secretario de la Diputación Foral de Navarra durante décadas. Desde dicha Junta Central se conformaron también Juntas de Merindad. Además de encargarse de las cuestiones ligadas a la movilización carlista y a las tareas relacionadas con la participación de la Comunión Tradicionalista en el golpe de estado militar, la Junta Central Carlista de Guerra asumió papeles represores, impulsando la limpieza política efectuada por los carlistas en la propia Navarra.

    El punto F) del mencionado informe se refiere a las medidas a adoptar en el ámbito de lo político. En él se decía lo siguiente: "Con el mayor respeto tenemos que declarar que en Guipúzcoa se está siguiendo una política de lenidad tan acusada que constituye una alarma para las gentes que han padecido los horrores rojos y nacionalistas. Si esa política responde a una norma directiva con vistas a hacer más fácil la rendición de Vizcaya, esperamos que cuando ésta se logre se rectificará radicalmente". Asimismo, en la nota 9ª del Anexo se ahondaba en la cuestión y se aconsejaba la conveniencia de la aplicación de una dura represión del nacionalismo vasco en Gipuzkoa. "La dureza del castigo aplicado en Andalucía, Extremadura, parte de Aragón y parte de Castilla, contrasta con esa lenidad apuntada. Pero ha de advertirse que el nacionalista ha atentado de manera más directa a la Patria y de modo más reflexivo que los rojos que defendían un estado de derecho que les favorecía y no tenían en su ánimo ir contra la Patria misma, sino únicamente contra un orden de cosas representado por el Ejército, que no les convenía. Mientras que los nacionalistas, que son los que han dado lugar a la resistencia que ha motivado la guerra, han pretendido con su alianza criminal aniquilar a la Patria. En vano se dirá que han evitado muchos males, porque esos que han evitado y los que no han podido evitar, hubieran dejado de suceder si en el primer momento hubieran cumplido sus obligaciones de católicos y de españoles. La política con los nacionalistas debe ser la de la aplicación de las penas del Bando a los que estén incursos en él y aquellos a quienes no les sea demostrada su participación activa pero que sean destacados nacionalistas, debe serles impuestas penas de orden económico y destierro".

    https://www.deia.eus/actualidad/hist...mo/348929.html

    Saludos en Xto.
    Última edición por ReynoDeGranada; 05/11/2021 a las 16:20
    Trifón dio el Víctor.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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    Re: El falaz dilema de Calvo Sotelo: ¿España roja o “rota”?

    .
    Última edición por ReynoDeGranada; 05/11/2021 a las 16:19 Razón: Repetido
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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  5. #5
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    Re: El falaz dilema de Calvo Sotelo: ¿España roja o “rota”?

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    Frase de Don Sixto de Borbón en 2017:


    S.A.R. Don Sixto Enrique: La unidad de España debe mantenerse a toda costa

    29 SEPTIEMBRE, 2017

    A los carlistas y a todos los españoles de buena voluntad


    Hoy es necesario aprestarse a defender la unidad de las Españas, por encima de cualquier otra reivindicación...



    S.A.R. Don Sixto Enrique: La unidad de España debe mantenerse a toda costa
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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