Revista FUERZA NUEVA, nº 558, 17-Sep-1977
La Guardia Civil
Cuando el excelentísimo señor Francisco Javier Girón y Ezpeleta, duque de Ahumada, fundó el 28 de febrero de 1844, el cuerpo de la Guardia Civil, dudo mucho que pudiese ni siquiera suponerse hasta qué punto había colocado uno de los cimientos fundamentales para el buen quehacer de los hombres de aquella generación y de todas las generaciones que le siguieron hasta nuestros días.
El respeto a las leyes y el orden -condicionamiento imprescindible para el logro de una vida feliz, pacífica y progresiva- y el hacer respetar estas leyes y este orden, han sido como lo impronta característica de este Cuerpo. Para cumplir fielmente con el deber impuesto, los hombres que tienen el honor de pertenecer a la Guardia Civil no han regateado jamás esfuerzos y sacrificios.
¿Quién no recuerda el estoicismo de las parejas de guardias civiles de a pie encargados de la vigilancia y protección de carreteras? De día o de noche, con bueno mal tiempo, en medio de tormentas, de lluvia y viento, o de nieve y frío, han aguantado bajo su singular capote todas las inclemencias y sus consiguientes sufrimientos, no considerándose héroes, ni siquiera que hacían nada extraordinario, simplemente pensaban y sabían que eran guardias civiles en misión de servicio y que este servicio había que realizarlo bien, tan bien como de ellos esperaban no sólo sus superiores, sino también todos los vecinos de su demarcación.
Si en todos los destinos los hombres que integran este glorioso Cuerpo saben y cumplen su deber, por encima de cualquier otra consideración, no hay la menor duda de que donde ese cumplimiento del deber es más exigente y penoso es en los puestos rurales. El cabo o sargento que tiene bajo su mando entre seis u ocho guardias y bajo su protección uno, dos o tres pueblos, con todo lo que en esta área se contiene, pequeñas aldeas, casas aisladas, fincas de cultivo y de caza o mixtas, sabe muy bien que de él y de los números que integran el puesto depende que aquellas gentes vivían pacíficamente, en armonía, cumpliendo las leyes y, por tanto, dentro de un clima de paz y prosperidad. Un puesto rural de la Guardia Civil representa, para todas las personas que viven en el área de su competencia, una garantía de paz y de orden, de respeto a la ley.
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No creo pecar de exagerado cuando opino que en muchas, en muchísimas ocasiones ha sido la Guardia Civil la que ha solucionado por la pacífica vía de la persuasión y la paciencia conflictos entre familiares o entre vecinos que estaban a punto de llegar a agredirse por el trazado de un lindero entre sus fincas, y otros muchos casos en que la vida normal y pacífica podía ser alterada y que han sido solucionados por su mediación. Es algo que no está en la reglamentación del Cuerpo, pero que sus hombres lo hacen (y con agrado) porque creen que todo lo que sea realizar el bien e impedir el mal son funciones que el título de Benemérita con que el pueblo le ha distinguido y su propio amor a la ley, a la paz y al orden así lo exigen.
¿Cuántas cuartillas serían necesarias para hacer justicia en su justa medida a estos hombres de excepción que constituyen el glorioso Cuerpo de la Guardia Civil? Solamente deseo que mis lectores hagan un examen de sus experiencias o de sus familiares o amigos en las cuestiones en que hayan intervenido miembro de este Cuerpo y saquen sus conclusiones. Naturalmente que hago excepción de malhechores, ladrones, gamberros y sus afines.
Cuando ha llegado la ocasión, los guardias civiles han sabido hacer el honor a su Cuerpo de entregar hasta la última gota de su sangre en defensa de la ley, del orden o de la Patria. Cuando fueron incorporados al Ejército en unidades de combate o cuando tuvieron, en las más difíciles condiciones, que enfrentarse a los malhechores en los campos y en los montes, nadie pudo superarles en valor, disciplina y competencia. Entonces su servicio fue de 24 horas al día, comiendo cuando podían y lo que podían y durmiendo a la intemperie sobre el duro suelo del monte y aguantando la lluvia, la nieve, sin poder, cuando estaban ateridos de frío, encender una hoguera que quizá hubiese advertido a sus enemigos. (…)
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En la década de los años 40, el sueldo total que percibían era exiguo y no cubría sus necesidades más perentorias. Eran años críticos para España y ellos aguantaron con honor aquella situación y continuaron prestando sus servicios a la Patria y al pueblo con su constante fidelidad, eficacia y honradez, y aunque en los cuarteles se pasaban estrecheces de todo orden, el servicio era ejecutado sin el menor menoscabo a su dignidad.
Para un buen guardia civil, su mayor y mejor patrimonio está contenido en vestir su respetado uniforme verde, en su honor y en el lema que campea en la entrada de sus cuarteles y que siguen hasta la muerte: “Todo por la Patria”.
Creo y deseo que algún día se levantará, por elemental justicia, un monumento en la capital de la nación y en el lugar más indicado, quizá al más humilde de las categorías militares de este Cuerpo, pero al que para el pueblo llano mejor simboliza sus virtudes: al cabo o sargento comandante de un puesto rural de la Guardia Civil.(…)
Diego Zamora
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