TRIBUNA
JOSÉ MANUEL DÍEZ ALONSO
¡Quién i ba a pensar que las últimas elecciones repartirían tanto juego!
Es el «no va más» desde que la UPL y el PSOE han firmado las estipulaciones
políticas en favor de la autonomía leonesa en el Ayuntamiento de León.
Ciertos cargos del mismo PSOE y del PP se han llevado las manos a la cabeza.
Según algunos de ellos, la autonomía leonesa sería algo así como un
imposible metafísico. Suelen decir que «el mapa autonómico está cerrado», o
que no es posible modificarlo cada cuarto de siglo. Deberían aclararse entre
ellos: ¿es el mapa indeleble o se puede modificar? Pero el mapa no es el
territorio, y, que sepamos, el trazado de cualquier mapa no está sujeto a
leyes inmutables, no se tatúa en las llanuras, los valles y las montañas,
porque, si hasta el mismo territorio físico se transforma con el tiempo,
¿cómo no vamos a poder redibujar un mapa político, al fin y al cabo unas
líneas imaginarias?
En las reacciones contrarias al pacto y a la autonomía de León hemos oído un
solo argumento: hay que mantener el statu quo, es decir, dejar las cosas
como están. ¿Qué argumento es ése? Quienes aún tienen el valor de defender
la tercera comunidad más extensa de la Unión Europea, detrás de una región
sueca y otra finlandesa, no aportan una sola razón positiva para su
permanencia. Año tras año, desde 1983, se han quedado sin más fundamento que
la inercia de las burocracias.
Volvamos un poco la vista atrás. La inclusión de León en una parte de
Castilla la justificaron sus muñidores en razones de Estado, para evitar el
empuje centrífugo de vascos y catalanes. Sí, pásmense, está en las
hemerotecas. También, se habló mucho de la cohesión de la cuenca del Duero.
Una joyita de justificación, como si la organización territorial la
diseñaran las cuencas hidrográficas. Desde luego, se echó mano de la unión
de las coronas de León y de Castilla en 1230, con lo cual, en coherencia,
deberían haber sumado Asturias, Galicia, Extremadura... Sólo una
consideración: los mismos que manejaron contra la autonomía leonesa, la
única región de las conformadas en el XIX que desapareció del mapa,
legitimaron sin pestañear los muy históricos territorios autonómicos de
Cantabria, La Rioja y Madrid.
En ocasiones, los defensores de «las cosas como están» han motejado al
leonesismo de separatista. Es el reproche preferido de muchos adolescentes
cuando alguien sigue su camino y, aunque sea momentáneamente, se aparta de
la pandilla. A quien piense honradamente que el leonesismo es separatista le
convendría reflexionar. Cuando viajamos, por ejemplo, a Asturias, otra
comunidad, ¿qué aduanas cruzamos? Yo no encuentro más fronteras que los
puertos, los ríos y las peñas de la cordillera. Por favor, ¿dónde estaría el
muro separatista que los leonesistas pretenderían levantar? ¿A orillas del
Cea? Pues ya vale, que no amuelen más con eso.
Prácticamente a diario, los medios de comunicación nos informan de mil y un
datos y estudios sobre PIB, despoblación, envejecimiento y la menguada
participación de León (y Zamora y Salamanca, no hay problema con el ámbito
territorial, que cada provincia decida) en la renta estatal y en la
autonómica; datos que por sí solos invalidarían todos estos años de
autonomía ideada y capitaneada (no me hablen de victimismo, los hechos y las
cifras cantan) por y desde Valladolid. Desde luego, la comunidad autónoma
leonesa no será una panacea, no resolverá todos los problemas, no conseguirá
que seamos más altos y más guapos, y, por fortuna, no hará que todos los
leoneses pensemos igual ni que tengamos idénticos intereses. Pero, al menos,
reparará una anomalía democrática. Ya sabemos que arreglar un estropicio
supone más esfuerzo que haberlo hecho bien desde el comienzo. Hay una nueva
generación de políticos que no debería considerarse deudora de las
equivocaciones y las chapuzas de la Transición, y que, en el caso de León,
si hemos de creerles mínimamente honestos y no unos aprovechados, parece
haberse puesto las pilas de una vez por todas.