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Tema: La gran aventura de la reforma cisterciense (I)

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    La gran aventura de la reforma cisterciense (I)

    ROBERTO, ESTEBAN Y ALBERICO, LOS TRES PILARES

    El esplendor de los monjes cluniacenses nunca se había visto en la historia del monacato, ni se ha vuelto a ver. Sus diez mil monjes, esparcidos por toda Europa, poseían monasterios opulentos, con posesiones inmensas; y disfrutando del favor de los reyes y de los Papas, ejercían poderosa influencia, tanto en lo religioso como en lo político, en lo social y en lo cultural. Los mismos obispos manifestaron al Papa Calixto II el temor de quedar obscurecidos por aquellos abades que lo invadían todo.
    Sus monasterios, de magnífica arquitectura románica, atestiguan todavía su antigua grandeza, con sus riquísimos templos de ábside semicircular y torres esbeltas, en torno a los cuales se abrían los claustros y se apiñaban las oficinas y demás estancias monacales. En sus granjas y fincas rurales se explotaban la agricultura y la industria por medio de siervos y colonos. Sus escritorios eran talleres de fecundo trabajo intelectual y artístico.
    Pero a comienzos del siglo XII la riqueza y la ociosidad habían sumido a Cluny en un cierto torpor espiritual y aun en lamentable decadencia religiosa y cultural. Y como los monasterios se multiplicaron tanto, no era fácil visitarlos ni vigilarlos de lejos, y así fue languideciendo la observancia. No se pueden tomar a la letra, ni menos universalizar, las fuertes acusaciones de San Bernardo contra los cluniacenses en materia de comida, vestido o boato externo, pero sin duda sus palabras son sintomáticas.
    Es curiosos advertir que en esa decadencia influye de algún modo el exceso de lo que parecía más santo y sustancial de Cluny: La liturgia, a la cual se dedicó ya un artículo. Afirma J. Leclercq, benedictino y gran experto en el monacato medieval, en su biografía del Abad Pedro el Venerable: “Su complicada reglamentación, su prolijidad exagerada, debían traer como consecuencia la desaparición del espíritu interior. La organización, que al principio hizo el renombre de Cluny, se había convertido en un ejercicio mecánico. Con sus letanías, con sus preces, con sus procesiones, con sus continuas oraciones por los reyes, los abades, los bienhechores y los difuntos, el oficio había llegado a prolongarse de tal modo, que el monje apenas tenía tiempo para hacer otra cosa. Era lo contrario del espíritu de San Benito, cuando ordenaba con tanta discreción que la oración en comunidad debía ser breve, regla de oro de la cual sólo podía salirse el individuo por impulso especial de la divina gracia. Hasta Pedro el Venerable nos habla del aburrimiento y de la prolijidad.”

    La reacción vino pronto, antes de acabar el siglo, aunque externa a Cluny, en el movimiento pauperístico representado por Roberto de Arbrissel, por Bernardo de Abbeville, Vital de Tierceville o Guillermo de Vercelli, fundador de Monte Vergine por ejemplo, que se retiraron a la soledad para instituir congregaciones benedictinas de rígida observancia. Pero estas reformas a la larga tuvieron una difusión limitada, sin duda incomparable con la que tendrá la reforma cisterciense.
    Roberto de Molesmes, monje bendcitino, a los 15 años había ingresado en la abadía de Montier-la-Celle, de la que llegó a ser el prior. Hacia el año 1060 fue nombrado abad de Saint Michel-de-Tonnerre, pero no fue capaz de reformar dicha abadía, que se había relajado mucho, por lo que regresó a Montier-la-Celle. Algunos eremitas que vivían en el bosque de Colan, cerca de Troyes, le pidieron que dirigiera un nuevo monasterio. Obtuvo la autorización del Papa Gregorio VII para fundar un monasterio en Molesmes en el año 1075.
    La construcción consistía inicialmente de unas simples chozas hechas con ramas, que rodeaban una capilla dedicada a la Santísima Trinidad. Esta comunidad se hizo rápidamente conocida por su piedad y santidad. Debían vivir austeramente, de lo que producían los campos, por ellos mismos personalmente cultivados, sin recibir diezmos ni ejercitar ministerio alguno fuera del monasterio. A Molesmes llegó como huésped el distinguido canonista y doctor (écolâtre) de Reims, Bruno, quien en 1082, se colocó él mismo bajo la dirección de Roberto, antes de fundar la celebrada orden de Chartreux (Cartuja).
    Pero la comunidad creció y comenzó a aumentar su riqueza con donaciones como las del duque de Borgoña que les cedió los bosques cercanos al monasterio, lo que atrajo a monjes poco piadosos que dividieron a los hermanos. Roberto quiso alejarse de Molesmes dos veces, pero el Papa le ordenó volver. Sin embargo, en 1098 Roberto, aún incapaz de reformar a sus rebeldes monjes, obtuvo de Hugo, arzobispo de Lyons y Le gado de la Santa Sede, autoridad para fundar una nueva orden conforme a nuevas reglas. Veintiún religiosos dejaron Molesme y alegremente se pusieron en camino hacia un lugar deshabitado llamado Cîteaux en la diócesis de Chalons, y la abadía de Cîteaux fue fundada el 21 de Marzo de 1098.
    Feliz estaba San Roberto en la nueva fundación cuando, dejados a sí mismos, los monjes de Molesmes apelaron al Papa en 1100, y Roberto fue reestablecido en Molesme, que desde entonces llegó a ser un ardiente centro de vida monástico. Roberto murió el 17 de Abril de 1111 y fue sepultado con gran pompa en el iglesia de la abadía. El Papa Honorio III en 1222, mediante Cartas Apostólicas, autorizó su veneración en la iglesia de Molesme y poco después esa veneración se extendió a la Iglesia entera mediante un Decreto pontificio.
    Cuando San Roberto fue llamado nuevamente a Molesmes, otros santos monjes tomaron las riendas de Citeaux, Alberico como abad y Esteban Harding como prior.De Alberico poco sabemos sobre su infancia y juventud, solamente que desde joven quiso ser monje e hizo su deseo realidad bajo la guía de Roberto. A la muerte de Alberico (1110), Esteban, que estaba ausente del monasterio en ese momento, fue electo abad. Nacido en Inglaterra, de padres ricos y nobles, se había educado con los monjes en el condado de Dorset. Al salir de la abadía, viajó a Escocia, a París y a Roma. Vuelto a Francia con un amigo, en Lyón tuvo noticias del monasterio benedictino de Molesmes, fundado por san Roberto en 1076, en Langres. Se encontró allí con el fundador y con Alberico, con quienes más adelante había de fundar la orden del Císter. Los tres tenían el mismo ideal: consagrarse a la oración, la penitencia y la pobreza.
    Durante su tiempo de Abad, el número de monjes se redujo sobremaners, dado que no habían ingresado nuevos miembros para reemplazar a los que habían fallecido. Esteban, sin embargo, insistió en retener la estricta observancia instituida originalmente y, habiendo ofendido al duque de Borgoña, gran promotor de Cîteaux, al prohibir a él y a su familia penetrar al claustro, se vio incluso forzado a pedir limosna de puerta en puerta. Parecía que la fundación estaba condenada a morir cuando (1112) San Bernardo, con treinta compañeros, se unió a la comunidad. Esto resultó ser el inicio de una extraordinaria prosperidad.
    Al año siguiente Esteban fundó su primera colonia en La Ferté, y hasta antes de su muerte había establecido un total de trece monasterios. Sus talentos como organizador eran excepcionales, instituyó el sistema de capítulos generales y visitas regulares para asegurar la uniformidad en todas sus fundaciones, redactó la famosa “Constitución o Carta dela Caridad”, una colección de estatutos para el gobierno de todos los monasterios unidos a Cîteaux, que fue aprobada por el Papa Calixto II en 1119. Afirma L. J. Lekai, que los fundadores de Cister intentaron volver a una interpretación más nítida de la Regla. Sus esfuerzos no dieron por resultado la restauración de la vida monástica tal como era en el siglo VI, sino el comienzo de la una vida fuertemente influenciada por los ideales del monacato pre-benedictíno. La búsqueda de mayor soledad, pobreza y austeridad obraron. seguramente como incentivos poderosos para Roberto y sus compañeros.
    En 1133 Esteban, ahora anciano, enfermo y casi ciego, renunció al puesto de abad, designando como su sucesor a Roberto de Monte, quién fue consecuentemente electo por los monjes. La elección del santo, sin embargo, resultó desafortunada y el nuevo abad retuvo el puesto sólo dos años. Falleció Esteban al año siguiente, 1134, y fue enterrado en la misma tumba que su querido predecesor, Alberico. (continúa)

    La gran aventura de la reforma cisterciense (I)
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    Re: La gran aventura de la reforma cisterciense (I)

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    San Bernardo y la expansión cisterciense (y II)


    LA HUELLA INDELEBLE DEL GRAN SAN BERNARDO DE CLARAVAL

    Desde el comienzo de la administración del Abad Estebah Harding,, explica L. J. Lekai, se notó una rápida expansión del patrimonio de Cister, gracias a su excelente relación con la nobleza de la vecindad. En un período de 5 o 6 años, los monjes establecieron sus primeras granjas, Gergueil, Bretigny y Gremigny, la mayoría en tierras donadas por la condesa Isabel de Vergy, que fue bienhechora insigne de Esteban y de sus monjes. Aimón de Marigny les concedió Gilly-les-Vougeot, posterior residencia veraniega de los abades. Alrededor de 1115, consiguieron los famosos viñedos, conocidos posteriormente como Clos-de-Vougeot, que fueron, quizá, los bienes raíces más valiosos de Borgoña. Recibieron varias donaciones como “limosnas libres”, esto es, que cualquier derecho sobre diezmos que retuviera el donante, se le remitía en su totalidad o se le daba su equivalente en una donación anual, nominal, de las cosechas.
    Pero, como se dijo, a comienzos de la segunda década del siglo XII la situación de Citeaux había empeorado por falta de vocaciones y difícil se veía la supervivencia del cenobio si no hubiese llamado a sus puertas un nutrido grupo de candidatos que llevaba a la cabeza a San Bernardo. Bernardo de Fontaines era de noble familia de la Borgoña, había nacido en 1090, en Fontaine, cerca de Dijon había estudiado en la reputada escuela de Chatillon-Sur-Seine Tenía gran inclinación a la literatura y se dedicó algún tiempo a la poesía. Ganó la admiración de sus maestros con su éxito en los estudios y no menos destacable fue su crecimiento en la virtud. El gran deseo de Bernardo era progresar en literatura, con vistas a abordar el estudio de la Sagrada Escritura para hacerla su propia lengua, como así fue. Por su preclara inteligencia, por su carácter ardiente y amable, y por la aristocracia de su sangre, podría prometerse un buen porvenir en el mundo, pero a él renunció generosamente para elegir el encerramiento del austero monasterio de Citeaux, arrastrando en dicha renuncia, según la tradición cisterciense, a sus amigos y parientes.
    Tenía Bernardo entonces 23 años y, siempre según la tradición cisterciense, previamente había probado a su grupo de compañeros durante seis meses, asegurándose de su lealtad y formando un grupo muy unido. El convencer a tantos fue una labor ardua, especialmente a su hermano Guido, que estaba casado y tenía dos hijas, y que finalmente dejó a su familia y entró en la orden. Posteriormente entrarían en la orden su padre y su hermano menor.
    Tres años vivió Bernardo bajo la dirección y obediencia del Abad Esteban Harding, que sin duda se dio cuenta de la valía del joven monje, por lo que, visto el crecimiento de vocaciones que experimentaba Citeaux, en 1115 envió al joven Bernardo, el tercero en dejar Cîteaux, al frente de un grupo de monjes para fundar una nueva comunidad en el Valle de Absinthe, o Valle de la Amargura, en la Diócesis de Langres. Bernardo lo llamó Claire Vallée, de Clairvaux (Claraval). Eran en total doce monjes y se alimentaban de sopa hecha con hierbas del campo y pan de cebada o de centeno.

    Durante la ausencia del Obispo de Langres, Bernardo fue investido como Abad por Guillermo de Champeaux, Obispo de Châlons-sur-Marne y desde ese momento, nació una fuerte amistad entre el Abad y el obispo, que fue profesor de teología en Notre Dame de París y fundador del convento de San Víctor. Tal sería la amistad entre Bernardo y Guillermo de Champeaux que, en los duros comienzos de Clairvaux, viendo que con el trabajo manual y las condiciones de vida de extrema austeridad la salud de Bernardo se resentía grandemente, ante la negativa del santo a reducir el trabajo o las penitencias, fue Guillermo el que acudió al capítulo general del Cister para pedir se le obligase a Bernardo a cuidar su salud mitigando sus austeridades. Intervino el capítulo y el obispo Guillermo fue delegado para vigilar la salud del joven Abad, suavizando la falta de alimentación y la mortificación implacable que se imponía a sí mismo. Este se vio obligado a dejar la comunidad y trasladarse a una cabaña que le servía de enfermería y donde era atendido por unos curanderos. Desde este retiro preparaba sus predicaciones a la comunidad de Clairvaux, que conservamos hoy como auténtico tesoro de la espiritualidad cristiana.
    Clairvaux se quedó pronto pequeño para los religiosos que acudieron, siendo necesario enviar grupos a fundar nuevas comunidades. En el año 1118 se fundó el Monasterio de las Tres Fuentes en la Diócesis de Châlons; en 1119 el de Fontenay en la Diócesis de Auton (ahora Dijon) y en 1121 el de Foigny, cerca de Vervins, en la Diócesis de Laon (ahora Soissons). Clairvaux llegó a ser el centro de mayor irradiación cisterciense, como lo prueba el dato que de los 243 monasterios que tenía la Orden a la muerte de Bernardo, en 1153, no menos de 160 habían sido fundados por Clairvaux o por sus filiales, y 68 por nuestro santo.
    En el año 1119 Bernardo asistió al primer Capitulo General de la Orden, convocado por Esteban de Cîteaux. Aunque aún no tenía treinta años, Bernardo fue escuchado con la mayor atención y respeto, especialmente cuando expuso sus pensamientos acerca de la revitalización del espíritu primitivo de orden y fervor en todas las órdenes monásticas. En dicho Capitulo se dio forma definitiva a las constituciones y regulaciones de la Orden en la “Cédula de la Caridad", confirmada por el Papa Calixto II el 23 de Diciembre de 1119.
    Se ha dicho, y creemos que con razón, que no hay en el siglo XII personalidad más relevante en la historia eclesiástica que Bernardo, y a la vez más atractiva. Se le ha llamado el “director espiritual de Europa”, y el soldado de la fe, siempre batallando contra los enemigos de la Iglesia, a pesar de ser un profundo contemplativo. Escribió cartas a los reyes, a los papas, a los obispos, a los monjes, predicó en Francia, Alemania, Italia, Flandes, en concilios, en cortes, en universidades, en salas capitulares. Gracias a sus escritos, a veces polémicos e incluso violentos, consiguió contener al monacato de su tiempo, que se hallaba en pendiente de relajación, y con ello hizo un gran servicio a la Iglesia. Se preocupó también de la reforma del clero secular, predicando a los estudiantes de la Universidad de París y dirigiendo al Arzobispo de Sens una larga epístola al respecto.
    Defendió los derechos de la Iglesia frente a las intromisiones de reyes y príncipes, y recordó sus deberes a Enrique, Arzobispo de Sense, y a Esteban de Senlis, Obispo de París. A la muerte de Honorio II, que ocurrió el 14 de febrero de 1130, un cisma quebró a la Iglesia al ser elegidos dos papas, Inocencio II y Anacleto II. Inocencio II desterrado de Roma por Anacleto se refugió en Francia. El rey Luis el Gordo convocó un concilio nacional de los obispos de Francia en Etampes, y Bernardo, emplazado allá con el beneplácito de los obispos, fue elegido para juzgar entre los dos papas rivales. Él decidió a favor de Inocencio II, motivando su reconocimiento por los principales poderes católicos, fue con él a Italia, serenó los ánimos que agitaban el país, reconcilió Pisa con Génova, y a Milán con el papa y con Lotario. Muchas otras acciones a favor de la Iglesia hizo San Bernardo pero forman parte de su biografía, que no es objeto directo de este artículo.
    Volviendo a los llamados “monjes blancos” (por el color de su cogulla, durante el abadiato de Bernardo la Orden Cisterciense creció y se expandió juntamente con su fama y popularidad, siempre en aumento. Sus biógrafos hacen notar que el poder de su elocuencia era tal que, como nos cuenta J. L. Lekai, “las madres escondían a sus hijos y las casadas a sus esposos intentando ponerlos a salvo de los esfuerzos del santo por reclutar voluntarios, que fluían constantemente, desbordando su amado Claraval”. Esta abadía, por sí sola, estableció sesenta y cinco filiaciones en vida de Bernardo. Algunas otras abadías tuvieron casi el mismo éxito de Claraval, y pronto Francia contó con unos doscientos establecimientos cistercienses. Sin embargo, no todas eran nuevas fundaciones. Una tendencia irresistible condujo a muchos monasterios ya existentes a entrar en el grupo cisterciense. Así, por ejemplo, en 1147, de las cincuenta y una casas nuevas registradas, veintinueve habían pertenecido a la congregación reformada de Savigny, mientras algunas otras habían sido miembros de organizaciones más pequeñas, bajo los monasterios de Obazine y Cadouin. Por esta época, los monjes blancos estaban listos para cruzar los límites de Francia y establecerse permanentemente en otros países de la Europa cristiana. Reformas monásticas anteriores, incluyendo Cluny, se habían visto limitadas en su mayoría a su región de origen; ya sea porque a sus programas les faltaba atractivo universal, o porque eran incapaces de controlar con eficacia un gran número de casas afiliadas distantes. Cister fue la primera que tuvo éxito aboliendo tales barreras, y convirtiéndose así en la primera Orden religiosa verdaderamente internacional en la historia de la Iglesia.
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