El culto a los santos en la Iglesia Primitiva
Aunque muchos protestantes no lo crean así, la veneración a los santos y a María son dos aspectos de un mismo fenómeno, no dos cosas distintas. Se venera a María porque es la más santa de todos los seres humanos; su veneración es pues un caso hiperbólico de la veneración a los santos. Por tanto ambos tipos de veneración se basan en la creencia en
la Comunión de los Santos, o sea, la convicción de que los cristianos, vivos o muertos, están unidos en Cristo y por ello pueden interceder entre sí y ayudarse espiritualmente. En este artículo analizaremos si esa intercesión es posible, si también es posible entre vivos y muertos, si tal creencia fue introducida por Constantino o ya era parte del bagaje de la Iglesia primitiva, y si tiene o no fundamento bíblico. En la segunda parte de este artículo nos centraremos en el caso concreto de la Virgen María y seguiremos el mismo proceso. Pero empecemos aclarando conceptos sobre qué dice la doctrina católica al respecto, para desechar de entrada acusaciones que no tienen fundamento:
Los santos, que reinan junto con Cristo, ofrecen a Dios sus propias oraciones por los hombres. Es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones y ayuda para obtener beneficios de Dios, a través de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, quien es nuestro único Redentor y Salvador. (Concilio de Trento, Ses. XXV).
Esto ya había sido explicado por Santo Tomás de Aquino:
La oración se ofrece a una persona de dos maneras: una es como si él mismo la fuese a conceder, y la otra es a ser obtenida a través de él. De la primera forma le oramos a Dios solamente, porque todas nuestras oraciones deben ir dirigidas a obtener gracia y gloria que sólo Dios puede conceder, según las palabras del Salmo: ‘Porque Yahveh Dios … da gracia y gloria’ [Salmo 84:12]. Pero de la segunda forma le oramos a los santos ángeles y a los hombres, no para que Dios conozca nuestras oraciones a través de ellos, sino para que por sus oraciones y méritos nuestras oraciones sean más eficaces. Por lo cual se dice en Apocalipsis (8:4): ‘Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos.’ (Suma Teológica II-II, Q. LXXXIII,a.4).
Y ya antes que él lo había expresado también San Jerónimo en el siglo IV con estas palabras:
Si los Apóstoles y los mártires, mientras están todavía en el cuerpo, pueden orar por otros, en un tiempo cuando deben estar todavía ansiosos por sí mismos, ¡mucho más luego de que ganan sus coronas, victorias y triunfos [en el cielo]! Un hombre, Moisés obtuvo de Dios el perdón para seis mil hombres armados, y San Esteban, el imitador del Señor y primer mártir en Cristo, pidió perdón para sus perseguidores, ¿será menor su poder después de haber comenzado su vida con Cristo? El apóstol San Pablo declara que doscientos setenta y seis almas que navegaban con él le fueron dadas libremente, y después que él desaparece y comienza a estar con Cristo, ¿cerrará su boca y no será capaz de emitir una palabra a favor de aquellos que a través del mundo entero creyeron en su predicación del Evangelio? (Contra Vigilantium, n. 6, en P.L., XXIII, 344).
¿Dónde está eso en la Biblia?
Los católicos honran a los santos del cielo (incluida María) y les oran rogando su intercesión. Los protestantes citan a San Pablo como prueba de que solo hay un mediador (intercesor):
Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús
(1 Timoteo 2:5)
Pero es que la Iglesia nunca ha negado eso, solo Jesús es el mediador entre Dios y los hombres, el papel de los santos y la Virgen no es conceder nuestra peticiones, sino escucharnos y presentarlas a Jesús, para que Jesús las presente al Padre. Ellos por sí mismo no pueden concedernos ninguna gracia. Además, si analizamos ese versículo en su forma griega original nos encontramos con esto:
εἷς γὰρ Θεός, εἷς καὶ μεσίτης Θεοῦ καὶ ἀνθρώπων, ἄνθρωπος Χριστὸς Ἰησοῦ(= eis Theos eis mesites, kai Theou anthropon, anthropos Christos Iesous)
que literalmente significa: “
Un Dios [y] un mediador, entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre”. Pero para decir “
un mediador” utiliza la palabra “
eis”, que no es necesariamente excluyente (igual que cuando digo que en el barco hay “un hombre” no necesariamente digo que es el único hombre que existe). Podía haber usado “monos”, que sí es excluyente. De todas formas la Iglesia suele traducir “
un solo mediador” precisamente porque sí considera a Jesús el único mediador entre Dios y los hombres. Como hemos visto, María y los santos no median entre Dios y los hombres, sino solo entre los hombres y Jesús.
Ante esto, los protestantes suelen decir que es absurdo que si puedes pedirle algo a Dios decidas pedírselo indirectamente a través de un santo o de María. Ante esto hay que aducir un componente psicológico y otro teológico. Si un niño necesita que su padre le lleve a ver un partido de fútbol, si ve su petición difícil es probable que acuda a su madre para ver si ella convence al padre. Así es como funciona la psique humana y es comprensible que así también actuemos ante Dios, puesto que tenemos esa vía abierta. Pero lo realmente importante aquí es el argumento teológico: los méritos de los santos hacen que sus oraciones sean más poderosas. Por tanto, si buscamos su intercesión, sus grandes méritos harán que nuestras peticiones lleguen a Dios con un olor más suave y agradable (por utilizar una imagen bíblica).
De igual modo podríamos fácilmente volver el argumento protestante en su contra: si puedes dirigirte directamente al Padre ¿por qué utilizar a Jesucristo como mediador en lugar de dirigirte directamente al Padre?
Sin duda muchos protestantes fruncirán el ceño al oír hablar de “méritos” de los santos, pues nadie puede ganarse la salvación por sus propios méritos. Y esto es cierto, nadie llega al cielo por sus propios medios sino por los méritos de Cristo que nos salvó. Pero eso no quita para que Dios valore nuestros méritos y nos premie por ellos. El mismo San Pablo nos lo cuenta de una forma que, de no estar en la Biblia, muchos protestantes pensarían blasfema:
Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia. (Colosenses 1:24)
Jesús dijo que todos los mandamientos se resumían en dos: amarás a Dios y al prójimo. Los católicos vemos a la Iglesia (el Cuerpo Místico de Cristo) como una familia en la que todos nos podemos ayudar, pues ayudarse es expresión de amor. Al negar esta ayuda mútua sería como una familia en la que todos aman al padre pero se ignoran entre sí, y entonces el mandamientos de Jesús se cumpliría solo al 50%. Si San Pablo nos acaba de decir que sus padecimientos no solo son méritos en su favor sino que también son méritos que pone a disposición de la Iglesia entera, entonces no es extraño pensar que lo mismo puede hacer el resto de los cristianos: compartir sus méritos con sus hermanos.
La creencia católica de que si dirigimos nuestras oraciones a los santos ellos las presentarán ante Dios la hallamos expresada en varios pasajes bíblicos como por ejemplo el Apocalipsis. Allí vemos en el cielo, alrededor del trono de Dios, a cuatro “seres vivientes” (los evangelistas) y a 24 ancianos que representan a todos los santos del cielo, los de la Antigua y los de la Nueva Alianza: 12 tribus de Israel + 12 apóstoles. Estos 24 ancianos están alabando a Dios y ofreciéndole las oraciones de los santos (los miembros de la Iglesia) que claman a él desde la tierra:
Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. (Apocalipsis 5:8).
Los instrumentos musicales son el símbolo de la alabanza y el incienso simboliza las oraciones de los fieles, tal como se explica en otras partes de la Biblia y aquí mismo. El Cordero, por supuesto, es Jesús, “el Cordero de Dios” como le llamó el Bautista. No se sostiene la interpretación de que “las oraciones de los santos” que están presentando a Jesús son sus propias oraciones, pues en el Apocalipsis en todo momento se diferencia bien entre esos 24 ancianos y los santos: cuando se usa el término “los santos” se refiere a los justos que aún viven en la tierra y padecen la persecución, clamando al cielo, como por ejemplo en este pasaje donde se narra la lucha de la Bestia contra los cristianos:
También le fue permitido combatir contra los santos hasta vencerlos, y se le dio poder sobre toda familia, pueblo, lengua y nación. (Apocalipsis 13:7)
Por tanto, son las oraciones de estos cristianos perseguidos las que son presentadas ante Dios por los ancianos, y posteriormente vemos cómo Dios las escucha y por su causa actúa. En otras palabras, vemos aquí en acción la intercesión de los santos del cielo por los cristianos de la tierra. Por tanto el apóstol San Juan ya está expresando esta creencia en el siglo primero. Pero no solo San Juan, sino el mismo San Pablo expresa también la creencia en que los hombres (incluso los vivos) pueden interceder los unos por los otros, como por ejemplo en esta carta suya:
Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. (1 Timoteo 2:1-4)
Vemos que San Pablo no dice “no recen por nadie, que de eso ya se encarga Jesús”; todo lo contrario, pide enfáticamente a los cristianos que recen “por todos los hombres”, y además añade que eso agrada a Dios, porque “quiere que todos los hombres se salven”, o sea, nuestras oraciones pueden influir en la salvación de los demás hombres, lo cual es el más alto grado posible de intercesión. Y justo a continuación (1 Timoteo 2:5) es cuando nos dice eso de que hay un solo mediador entre Dios y los hombres, que es Jesucristo. Así que el mismo pasaje que los protestantes usan para negar la intercesión de los santos, si lo empezamos a leer cuatro versículos antes, se revea como todo lo contrario (
ver pasaje completo): Pablo nos dice que tenemos que interceder los unos por los otros, pero esa intercesión solo es eficaz gracias a que estamos unidos al único mediador Cristo, formando el cuerpo místico de Jesús, la Iglesia. Por lo tanto la mediación de los demás cristianos tiene eficacia dentro de Jesús, pero solo Jesús media ante el Padre. No se puede tomar una frase de San Pablo y aislarla para forzarla a significar lo contrario de lo que estaba diciendo, siempre necesitamos el contexto.
La Virgen y los santos no representan un camino de mediación alternativo ante Dios, su especial intercesión solo es posible en cuanto a que ellos son ya uno con Cristo. Si la oración de mi hermano vivo puede ayudarme, cuánto más no me ayudará la oración de mis hermanos que habitan en el cielo y se encuentran frente a Dios. Por eso nosotros les pedimos a ellos que presenten a Jesús nuestras súplicas e intercedan por nosotros.
Sobre la intercesión en particular de la Virgen María, hemos de pensar que si Jesús escucha las oraciones de los santos, cuánto más no escuchará las de su propia madre. La propia Biblia nos da un precioso ejemplo de la intercesión de la Virgen ante Jesús en auxilio de otras personas. Es ni más ni menos gracias a su intercesión que Jesús comienza su magisterio y realiza su primer milagro, comenzando así su misión. Puede leerlo en
las bodas de Caná.
Y no solo en el Nuevo Testamento encontramos muestras de intercesión de los unos por los otros, también en el Antiguo Testamento encontramos numerosos ejemplos de cómo a Dios le complace y con-mueve la intercesión de unos hombres por otros. Vemos a Moisés en numerosas ocasiones aplacando la ira de Dios contra su pueblo, como por ejemplo en
Números 21:5-10, donde dice:
ntercede ante el Señor para que aleje estas serpientes de nosotros. Moisés intercedió por el pueblo y el Señor le dijo: — Haz esculpir una serpiente venenosa y colócala en la punta de una asta; cualquiera que sea mordido y la mire, se recuperará. (Números 21:7-8)
O en el libro de Job:
Mi siervo Job intercederá por vosotros, yo le haré caso y no os trataré como merece vuestra audacia, por no haber hablado de mí como hay que hablar (Job 45:8)
O en la famosa intercesión de Abraham por los habitantes de Sodoma, cuando negocia con Dios hasta conseguir que perdone la vida de los sodomitas si encuentra al menos diez que sean justos (
Génesis 18:16-33).
Los mismos milagros de los apóstoles son prueba de la intercesión. Cuando un tullido se acerca a Pedro y Juan en
Hechos 3:1-8, o cuando otro tullido se acerca a Pablo en
Hechos 14:8-10 pidiendo la curación, los apóstoles no se escandalizaron diciéndole que cómo osaba pedirles curación, que solo a Jesús se le pueden pedir dones. No, ellos curaron al tullido, y lo hicieron, como todos sus milagros, en nombre de Jesús, pues aunque ellos interceden, el poder viene de Jesús, no de ellos, y así son todos los santos católicos, santos que interceden y hacen milagros no por sí mismos, sino en el nombre de Jesús, solo de Jesús les viene el poder. Quien dice que es idolatría pedir prebendas a San Antonio de Padua o afirmar que el santo hizo milagros debería darse cuenta que San Antonio está haciendo exactamente lo mismo que San Pedro y los demás, por lo tanto son creencias perfectamente bíblicas, ¿o es que piensan que la gracia de Dios terminó con los apóstoles? ¿o que el cuerpo místico de Jesús explicado por San Pablo (
ver cita) solo duró hasta la muerte de San Juan? Pues fue también el mismo Santiago quien nos recomendó la intercesión y explicó que todos los santos pueden hacer milagros:
Reconoced, pues, mutuamente vuestros pecados y orad unos por otros. Así sanaréis, ya que es muy poderosa la oración perseverante del justo. (Santiago 5:16)
En realidad incluso los evangélicos admiten la intercesión, pues por ejemplo en sus oraciones de sanación le piden a su pastor que ore por ellos, y el pastor ora, no les dice que por qué quieren buscarse mediadores, que se vayan a su habitación y se lo pidan directamente a Jesús. Y sin embargo eso es lo que ellos nos piden que hagamos nosotros. Es evidente que esos evangélicos consideran que su pastor tiene mayores méritos y por lo tanto su intercesión ante Dios aumentará la eficacia de su plegaria. Vamos, que practican lo mismo que critican en nosotros, aunque no con los “muertos”. También todos los protestantes practican la oración de intercesión cuando por ejemplo rezan por la salud de los enfermos, por la paz en el mundo, etc. Le están pidiendo a Dios que ayude a otras personas, y eso es intercesión.
Pero ¿y los muertos?
La verdadera objeción de los protestantes, por tanto, no estaría en la intercesión en sí, sino en la creencia de que los santos del cielo también pueden interceder por nosotros (o que nosotros podemos interceder por las almas del purgatorio). Los protestantes suelen decir que los santos del cielo no pueden interceder porque están en un estado de dormición hasta el día del Juicio Final, o simplemente muertos. Veamos como ejemplo un comentario publicado por un mormón en “Yahoo! Respuestas” hace unos años:
Algunos Catolicos Iluminados, quieren Justificar la Veneracion de Santos citando escrituras Biblicas. Como Muestra mencionan la escritura del Apostol Pablo a la Iglesia de Corinto:
A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: (1 Corintios 1:2).
Pero en Realidad en la Iglesia Primitiva se le llamaba Santos a los Miembros de la Iglesia de Jesucristo y no a personas muertas, ya que ninguna persona que ha fallecido puede interceder por nuestra Salvacion ante Dios, solamente Jesucristo. ¿Como podemos ayudar a Nuestros Hermanos Catolicos, con esta Doctrina que es Antibiblica, y que la Iglesia catolica la ha Impuesto?
Sea Feliz, Diga NO al Catolicismo.
(http : / / espanol.answers.yahoo.com/question/index?qid=20080319144003AAwUMPH)
Podríamos decir para empezar que esa cita que ofrece no sirve en absoluto como argumento católico ni es usada por la Iglesia para justificar el culto a los santos, y por supuesto sabemos que los “santos” del Nuevo Testamento se refiere a los miembros de la Iglesia. El tema clave aquí parece ser la idea de considerar que los santos del cielo son “personas muertas”, y como tales no pueden interceder. La idea de que los muertos permanecen muertos (o al menos dormidos) hasta el día del Juicio se basa en algunas citas como esta de Isaías:
Revivirán tus muertos, tus cadáveres resurgirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo. (Isaías 26:19)
Pero no es difícil ver que aquí se está refiriendo a los cuerpos, son los cadáveres los que revivirán, no las personas. Por eso el mismo Jesús nos cuenta en la
parábola de Lázaro y el hombre rico cómo muerto Lázaro y luego el rico, este último le suplica a Abraham desde el infierno:
Entonces, padre, te suplico que envíes a Lázaro a mi casa paterna para que hable a mis cinco hermanos, a fin de que no vengan también ellos a este lugar de tormento (Lucas 16:27-28)
Abraham le deniega la petición diciendo que no es necesario, que sus hermanos ya tienen a los profetas. Pero vemos cómo en el más allá Lázaro, el rico y Abraham dialogan, sufren o gozan, y esta escena no tiene lugar en el fin de los tiempos, tras el juicio, sino mientras los hermanos del rico aún están vivos, o sea, el rico suplica a Abraham al poco de morir. No vemos a estos personajes durmiendo plácidamente esperando al día del Juicio para despertar, sino que están bien despiertos. Incluso vemos cómo el rico intenta al principio que el santo Lázaro interceda por él, y al no conseguirlo pretende que Abraham interceda para que Lázaro interceda por su familia, lo cual le deniegan explicando que no hay intercesión posible para quienes están en el infierno. Así que el propio Jesús nos está hablando aquí con el concepto de la intercesión de los santos desde el cielo, al igual que esta cita del libro de Job:
¡Llama pues! ¿Habrá quién te responda? ¿a cuál de los santos* vas a dirigirte? (Job 5,1)
Estudiosos católicos y protestantes están de acuerdo en que estos “santos” a los que se invoca pueden ser hombres en el cielo o tal vez ángeles, pero en cualquiera de los dos casos se está viendo la doctrina de la intercesión entre cielo y tierra (vivos y “muertos”), pues en este pasaje se desafía a Job a buscar en el cielo ayuda.
Pero es que esa creencia de que los santos estarán dormidos o muertos hasta el fin de los tiempos fue rechazada por el mismo Jesús. Unos judíos le preguntaron que si una mujer se casaba con varios, que de quién sería esposa “el día de la resurrección”, pero Jesús hace una aclaración muy importante, que igualmente vale para acabar con la objeción de los hermanos protestantes:
Jesús les contestó: — Estáis muy equivocados, porque ni conocéis las Escrituras ni tenéis idea del poder de Dios. […] En cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído que Dios os dijo: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Pues bien, él es Dios de vivos y no de muertos. (Mateo 22:29-32)
Abrahán, Isaac y Jacob no están muertos esperando al día del Juicio para revivir, Jesús nos dice que ya están vivos. Jesús ha vencido a la muerte, por eso nosotros ya no moriremos, solo nuestro cuerpo morirá hasta que en el día de la Resurrección obtengamos nuestro cuerpo glorioso, pero el alma ni muere ni hiberna, pasa directamente de una dimensión a otra. Por eso Jesús, durante la Transfiguración, pudo dialogar con Moisés y Elías, porque ellos están en el cielo vivos y despiertos, y no esperando al Juicio Final para despertar.
Unos ocho días después de esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras Jesús estaba orando, cambió el aspecto de su rostro y su ropa se volvió de una blancura resplandeciente. En esto aparecieron dos personajes que conversaban con él. Eran Moisés y Elías, los cuales, envueltos en un resplandor glorioso, hablaban con Jesús de lo que estaba a punto de sucederle en Jerusalén. (Lucas 9:29-31)
Hay que aclarar que cuando utilizamos la expresión “dormirse en el Señor” como forma de hablar de la muerte, nos referimos al proceso de morirse, que es como dormirse, pero no a que una vez muertos quedemos dormidos. Así se explica, por ejemplo, que Orígenes (s. III) nos diga:
Pero no sólo el sumo sacerdote, [Jesucristo], ora por aquellos que oran sinceramente, sino también los ángeles… así como también las almas de los santos que ya se han dormido. (De Oratione XI)
Obviamente, esas almas “que ya se han dormido” no están en realidad dormidas si se las describe orando sinceramente por nosotros junto con los ángeles.
Innumerables pues son los testimonios bíblicos de intercesión, pasemos ahora a ver si la Iglesia primitiva ya profesaba esta doctrina o, como dicen algunos, fue una introducción (que en todo caso sería “reintroducción”) de Constantino en el año 325.
Testimonios de la Iglesia Primitiva
Desde el siglo primero tenemos pruebas de que los cristianos veneran a los apóstoles, a los profetas y a los mártires, peregrinan a las tumbas donde reposan sus huesos y guardan fervorosamente sus reliquias, hasta el punto de que en ocasiones tenemos testimonios de que saltaban a la arena del circo para recoger algún fragmento de los mártires y llevárselo para su veneración, e incluso llevaban esponjas para recoger su sangre. También se rendía culto a los mártires celebrando una misa en cada aniversario de su muerte, especialmente en el lugar mismo de su martirio. La costumbre de que el altar de las iglesias se construyera encima de la tumba de un mártir, o al menos que tuviera alguna reliquia de él, se generalizó muy rápidamente, hasta el punto de que ya en el año 269 el papa San Félix I lo oficializa. Tomemos como ejemplo dos martirios del siglo primero, el de San Policarpo y el de San Ignacio. Empecemos por este testimonio sobre la muerte de San Policarpo.
… poniendo el cuerpo [de San Policarpo]
en medio, lo mandó quemar a la usanza pagana. De este modo, por lo menos, pudimos nosotros más adelante recoger los huesos del mártir, más preciosos que piedras de valor y más estimados que oro puro, los cuales depositamos en lugar conveniente. Allí, según nos fuere posible, reunidos en júbilo y alegría, nos concederá el Señor celebrar el natalicio del martirio de Policarpo, para memoria de los que acabaron ya su combate y ejercicio y preparación de los que tienen aún que combatir. (Martirio de San Policarpo, XVIII)
Porque a Cristo le adoramos como a Hijo de Dios que es; mas a los mártires les tributamos con toda justicia el homenaje de nuestro afecto como a discípulos e imitadores del Señor, por el amor insuperable que mostraron a su Rey y Maestro. (Martirio de San Policarpo, XVII)
Policarpo fue discípulo del apóstol Juan y obispo de Esmirna y murió martirizado en la hoguera en el año 155. El acta del
Martirio de San Policarpo, según se dice allí mismo, la escribió su discípulo Ireneo. El mismo Eusebio de Cesarea, que la trascribe parcialmente en una de sus obras, ya lo considera un texto antiguo, así que en cualquier caso se puede demostrar que dicha acta fue escrita mucho antes del siglo IV, probablemente a finales del s. II. Y en ese texto ya vemos explicada la diferencia que la Iglesia hace entre adorar a Dios y venerar a los santos (o “
tributar homenaje de nuestro afecto”, como dice Ireneo). También vemos cómo veneraban ya las reliquias de los santos, a las que juzgan “
más preciosas que piedras de valor y más estimadas que oro puro”, y cómo celebran la fiesta del santo en la fecha de su muerte, que ya entonces, igual que ahora, es celebrada no como la fecha de su muerte terrena sino como la fecha de su nacimiento en el cielo (el natalicio). Y todas estas doctrinas tan tremendamente católicas las encontramos en un texto escrito probablemente en el siglo II, o en el III a más tardar, mucho antes de que Constantino existiera.
Más consenso hay al fijar la fecha del “Martyrium Ignatii”, escrito por Filón, un testigo de la muerte de San Ignacio, obispo de Antioquía y discípulo de los apóstoles San Pablo y San Juan, que fue devorado por los leones en torno al año 107. En esta crónica leemos:
El hecho es que sólo quedaron las partes más duras de sus restos, los cuales fueron trasladados a Antioquía y depositados en una cápsula, tesoro inestimable dejado por la gracia del mártir a la santa Iglesia (Martyrium Ignatii VI.5)
Y tras narrar luego cómo el santo muerto se les aparece en una visión, dice:
Así pues, habiendo visto esto con gran gozo nuestro y comparado que hubimos las visiones de nuestros sueños, entonamos un himno a Dios, dador de todo bien, y proclamamos bienaventurados al santo, a par que os hemos manifestado a vosotros el día y el tiempo, a fin de que reunidos en la fecha de su martirio, tengamos comunión con el atleta y mártir generoso de Cristo… (Martyrium Ignatii VII.3)
Más consenso hay al fijar la fecha del “Martyrium Ignatii”, escrito por Filón, un testigo de la muerte de San Ignacio, obispo de Antioquía y discípulo de los apóstoles San Pablo y San Juan, que fue devorado por los leones en torno al año 107. En esta crónica leemos:
El hecho es que sólo quedaron las partes más duras de sus restos, los cuales fueron trasladados a Antioquía y depositados en una cápsula, tesoro inestimable dejado por la gracia del mártir a la santa Iglesia (Martyrium Ignatii VI.5)
Y tras narrar luego cómo el santo muerto se les aparece en una visión, dice:
Así pues, habiendo visto esto con gran gozo nuestro y comparado que hubimos las visiones de nuestros sueños, entonamos un himno a Dios, dador de todo bien, y proclamamos bienaventurados al santo, a par que os hemos manifestado a vosotros el día y el tiempo, a fin de que reunidos en la fecha de su martirio, tengamos comunión con el atleta y mártir generoso de Cristo… (Martyrium Ignatii VII.3)
Por tanto, en este texto de principios del siglo segundo vemos una vez más la misma idea que aparece luego en el texto sobre San Policarpo. Vemos cómo las reliquias del mártir son consideradas “
tesoro inestimable” y trasladadas a Antioquía para su veneración, cómo San Ignacio es proclamado “
bienaventurado” (lo que hoy llamaríamos “santo”, o sea, que está en el cielo) y cómo se decide venerarlo con una celebración (que sabemos que era en forma de misa) anual el día de su martirio. Además se nos dice que el objetivo de esa veneración es “tener comunión” con el santo. Esta comunión implica que el santo, que ahora está en el cielo, es un hombre vivo y se puede interactuar con él, por tanto, si a pesar de haber muerto sigue estando presente en la Comunión de los Santos, eso significa que podía interceder por ellos desde el cielo igual que los vivos pueden interceder entre sí. La aparición milagrosa del santo tras su muerte también confirma que estos primeros cristianos creen que ahora está vivo en el cielo, no muerto esperando la resurrección.
Pero hay textos más explícitos al respecto, como por ejemplo esta carta de San Cipriano de Cartago al papa San Cornelio escrita en el año 252, casi un siglo antes de Nicea:
Debemos estar mutuamente conscientes uno del otro, oremos por cada uno, y si uno de nosotros, por la rapidez de la divina dignación, parte primero, que nuestro amor continúe en la presencia del Señor, que nuestra oración por nuestros hermanos y hermanas no cesen en la presencia de la misericordia del Padre. (Ep. LVII, en P.L., IV, 358)
La misma creencia se refleja en muchas inscripciones funerarias, donde se ruega la intercesión del fallecido, por estar ahora con Dios:
Gentiano, creyente, en paz, que vivió veintiún años, ocho meses y dieciséis días, y en tus oraciones pide por nosotros, porque sabemos que estás en Cristo (Inscripción cristiana nº 29, año 250)
El bienaventurado Sozon entregó [su espíritu] a la edad de nueve años. Que el verdadero Cristo [reciba] su espíritu en paz. Y ruega por nosotros (Inscripción nº 25 año 250)
Si al principio del todo solo se rendía culto a los mártires no es porque el culto a los santos no mártires fuera un añadido posterior, sino porque al principio consideraban que solo los mártires tenían la certeza al 100% de estar en el cielo (y por tanto de ser “santos” en el sentido moderno de la palabra). Sin embargo pronto se empezó también a rendir el mismo culto a los confesores (quienes habían sufrido torturas en las persecuciones pero no habían muerto), y luego también a las otras personas consideradas de probada santidad.
Los santos como modelo
Pero el papel de los santos no es solo el de interceder por nosotros, sino también el de servirnos de ejemplo. En este aspecto podríamos repetir el razonamiento de algunos protestantes de que el único ejemplo digno de seguir es el de Cristo, pero eso es antibíblico. El mismo San Pablo (uno de nuestros santos) se ofrece a sí mismo como ejemplo a seguir, incitando a los fieles a seguir su ejemplo como él sigue el ejemplo de Jesús:
Así vengo a ser ejemplo para los que, creyendo en él, recibirán la vida eterna. (1 Timoteo 1:16)
Igual que dicen ¿para qué pedir a María o los santos que rueguen a Jesús cuando lo puedes hacer tú mismo? También pueden decir aquí ¿para qué seguir el ejemplo de San Pablo si San Pablo siguió el ejemplo de Jesús; no será mejor seguir directamente el ejemplo de Jesús? Pues de nuevo tenemos que decir que la naturaleza humana es como es, y a veces nos resulta más asequible un modelo menos perfecto por parecernos más alcanzable que la perfecta santidad de Cristo. O simplemente porque cierto santo vivió en unas circunstancias más parecidas a las nuestras o tuvo problemas más parecidos a los que tenemos. Nadie te obliga a acudir a un santo ni te impide acudir tú mismo a Jesús o incluso al mismísimo Dios Padre directamente sin necesidad de acudir necesariamente a Jesús, pero los católicos siempre hemos tenido las tres vías abiertas para que usemos en cada momento la que nos resulte más apropiada.
Conclusión
Hemos visto cómo es posible la intercesión de unos cristianos por otros, en cuanto a que todos formamos parte del Cuerpo místico de Cristo y participamos de sus dones. La teoría y la práctica de la intercesión entre los cristianos está ampliamente testificada en el Antiguo y Nuevo Testamento así como en la Iglesia primitiva. También hemos demostrado con la Biblia que los santos que han muerto están vivos en el cielo, con lo cual pueden seguir ejecutando allí, igual que hacían aquí, su poder de intercesión, algo en lo que hemos visto creían también los primeros cristianos. Hemos visto cómo la Iglesia primitiva desde el principio veneró a los santos y les oró pidiendo su intercesión. Por lo tanto la veneración a los santos se puede justificar acudiendo tanto a la Biblia como a la Tradición, siendo una doctrina de los primeros cristianos que nada debe al emperador Constantino.
Sin embargo esta doctrina, como cualquier otra, puede caer en el exceso, deformándose hasta parecer una caricatura. Fueron probablemente estos excesos los que llevaron a los fundadores del protestantismo a rechazar el culto a los santos. Despedimos este artículo con esta reflexión sacada de
Mercaba:
¿Debemos evitar los excesos en la veneración de los santos? Por supuesto que en nuestra veneración a los santos debemos evitar los excesos. Por ejemplo, hay gente que no busca a los santos como un modelo de fe cristiana, sino solamente como remedio a sus dolencias, angustias y dificultades, o para encontrar un objeto que se le ha perdido. Sabemos muy bien que hay gente que se acerca a los santos con una fe casi mágica. No nos corresponde juzgar los sentimientos de nuestros hermanos que tienen una fe débil. Pero estoy seguro de que Dios respeta la conciencia de cada uno.
Pienso en aquella mujer de la Biblia que sufría hemorragias de sangre durante tantos años, la que se acercó a Jesús tal vez con una fe mágica, pensando que con sólo tocar su manto sanaría, y la señora con esta fe que a nosotros nos parece medio mágica sanó. Pero luego Jesús buscó a aquella mujer y quiso darle más que un simple remedio a sus dolencias. Jesús deseaba un encuentro personal con aquella enferma y aclarar la verdadera razón de su sanación: La fe. «
Hija, has sido sanada porque creíste» (
Lucas 8:43-48).
Creo que hay mucha gente católica, entre nosotros que se acerca a Cristo y a los santos con esta actitud tímida, con esta fe no muy clara, tal vez con creencias medio mágicas. Pero no tenemos derecho a humillar o aplastar esta poca fe que tiene la gente sencilla. Es un pecado muy grave burlarse de la fe débil de uno de nuestros hermanos. Debemos ayudarles con mucho amor a purificar su fe, como lo hizo Jesús con aquella mujer enferma. Un poco de fe basta para que Dios actúe.
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