El Día del Dogma
En mi casa, en mi familia, en el pueblo de mi familia, el día 1 de Noviembre, además del Día de Todos los Santos, es también el Día del Dogma, porque celebramos el aniversario de la proclamación del Dogma de la Asunción de la Virgen por Pio XII el 1º de Noviembre de 1950. Todos los años, nuestra Hermandad Asuncionista celebra un Triduo conmemorativo los días 29, 30 y 31 de Octubre, culminando la celebración el 1 de Noviembre con Rosario público, Misa-Función Solemne y Besamanos de la Imagen de Ntrª Srª de la Asunción.
Encontré en yutube este documento histórico de los actos de la Proclamación Dogmática, con imágenes de Pio XII pontificando solemne, reverente y santamente, como un Papa consciente de su ministerio ante Dios y en la Iglesia. Merece verse y comparar con el abandono de formas esenciales (recalco: formas esenciales) que hoy sufre la Iglesia, que todos sufrimos. Vean Uds. y juzquen:
Aunque no lo parezca, es la misma Iglesia que hoy se nos muestra - dice un cardenal - quasi sin timón, desnortada, cincuenta años después del concilio que desbarató tantas cosas y abrió la puerta a tantos males; el concilio que idolatran los jerarcas que descuidan la Barca de Pedro. El concilio al que siguió este post-concilio interminable, como una penosa y crónica enfermedad que debilita y degenera todo el cuerpo eclesial.
Aquel día, el 1 de Noviembre de 1950, el Día del Dogma, el Papa Pio XII rezó ante la imagen de la Salus Populi Romani esta piadosísima, bella e inspirada oración:
Oración a la gloriosa Asunción de la Sma. Virgen María en cuerpo y alma a los Cielos, compuesta y pronunciada por SS. Pío XII el día de la proclamación dogmática, 1 de Noviembre del Año Santo Jubilar de MCMLCuánta diferencia con aquellas otras oraciones duras, frías, de JP2º; qué distancia con las expresiones coloquiales, chocantes, de PP Fcº. Como si una época creyente y reverente que el Vat.2º cerró con reluctancia impidiera a nuestro tiempo el fluir piadoso de la emoción espiritual, ferviente, que enardece el alma porque brota (brotaba!!) de un corazón encendido en el celo católico, en la tradición de sus Doctores, en la plegaria inspirada del Papa que se reconocía y fortificaba en el tesoro inmenso de la Iglesia y la Comunión de los Santos.
¡Oh, Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los hombres!, nosotros creemos, con todo el fervor de nuestra fe, en tu triunfal asunción en cuerpo y alma a los cielos, donde eres aclamada Reina por todos los coros de los ángeles y todo el ejército de los santos, y nosotros nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que te ha exaltado sobre todas las demás criaturas, y para ofrecerte el obsequio de nuestra devoción y de nuestro amor.
Sabemos que tu mirada, que maternalmente acarició a la humanidad doliente y humilde de Jesús en la tierra, se sacia ahora en el cielo con la vista de la gloriosa humanidad de la Sabiduría increada, y que la alegría de tu alma, al contemplar cara a cara la adorable Trinidad, hace exultar tu corazón de inefable ternura, y nosotros, pobres pecadores, a quienes el peso del cuerpo hace pesado el vuelo del alma, te suplicamos que purifiques nuestros sentidos, para que aprendamos desde la tierra a gozar de Dios, sólo de Dios, en el encanto de las criaturas.
Confiamos en que tus ojos misericordiosos se inclinen sobre nuestras angustias, sobre nuestras luchas y sobre nuestras flaquezas; que tus labios sonrían a nuestras alegrías y nuestras victorias; que oigas la voz de Jesús que te dice de cada uno de nosotros, como de su discípulo amado: “Aquí está tu hijo”, y nosotros, que te llamamos Madre nuestra, te escogemos, como Juan, por guía, fuerza y consuelo de nuestra vida mortal.
Tenemos la vivificante certeza de que tus ojos, que han llorado sobre la tierra regada con la sangre de Jesús, se volverán hacia este mundo, atormentado por la guerra, por las persecuciones y por la opresión de los justos y de los débiles, y entre las tinieblas de este valle de lágrimas, esperamos de tu celestial luz y de tu dulce piedad, alivio para las penas de nuestros corazones y para las pruebas de la Iglesia y de la Patria.
Creemos, finalmente, que, en la gloria donde reinas, vestida de sol y coronada de estrellas, eres, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los santos y de todos los ángeles, y nosotros, desde esta tierra donde somos peregrinos, confortados con la fe en la futura resurrección, volvemos los ojos hacia Ti, vida, dulzura y esperanza nuestra.
Atráenos con la suavidad de tu voz, para mostrarnos un día, después de nuestro destierro, a Jesús, fruto bendito de tu vientre, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María
Hoy he llevado todo el día encima una de las medallas conmemorativas del Dogma Asuncionista. Las mandaron a nuestra Hermandad desde Roma, como un raro privilegio, unas de bronce, otras de plata. Los hombres las usaban con un cordón amarillo y blanco, el color papal; las mujeres las llevaban pendientes de un lazo con los mismos colores pontificios. Mi madre, mis abuelas, mis tías, se ponían la medalla del Dogma, expresamente, cuando iban a comulgar, como un pequeño ritual, como una señal preciosa de identidad católica, asuncionista, de comunión con el Papa y la Iglesia.
Todo eso lo he renovado hoy, mañana, tarde y noche, en cada Misa, en cada rezo. Con gozo por el pasado que fue, que hemos conocido. Con un desconsolado resquemor por este presente inquietante, decadente, degenerante, pobre en signos de esperanza y regeneración.
Un ruego: Recen Uds. por la beatificación de Pio XII, cuyo olvido es una señal más de esta languideciente Roma Católica
Pro beatificación del Papa Pio XII
+T.
EX ORBE
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