Por qué la Misa tradicional

Oh Misa tradicional! Tan contestada, denostada y ridiculizada. ¿Por qué? Tú que hundes tus raíces nada menos que en la tradición apostólica, que fueron santos quienes te dieron forma, que tienes por tanto las cualidades de tus santos autores. Que en ti hay únicamente santidad por la gloria de Dios, por la edificación de la Iglesia y por el bien de las almas.
¡Oh Misa tradicional! Tan poco valorada cuando contigo durante siglos la Iglesia ha ofrecido el único Sacrificio, el de su Maestro y Cabeza Nuestro Señor Jesucristo. Forja de santos, baluarte contra las herejías, estandarte de la fe católica. Qué gran tesoro no apreciado por tantos.

¡Oh Misa tradicional! Tan olvidada cuando sigues vigente en tu Iglesia, cuando hoy como ayer eres tan válida y necesaria. Que no estás sujeta a los vaivenes del mundo, ni de las modas, ni a las idiosincrasias de los hombres, porque eres de todos los tiempos, latitudes y para todos los hombres.
¡Oh Misa tradicional! ¡Qué sobria eres! Cuando te diriges a tu Señor lo haces diciendo Domine –Señor-, o Deus –Dios. Eres concisa y breve. Hay sobriedad en los gestos del sacerdote. Todo medido, nada improvisado porque todo, hasta un simple gesto, es para el Señor. Pero, ¡qué hermosura bajo esta aparente sobriedad!
¡Oh Misa tradicional! Todo en ti es sencillez, pues gozas de la sencillez de tus santos autores. Nada de palabras, ni gestos brillantes ni ampulosos. La misma palabra se emplea en su pleno y verdadero sentido, en su fuerza originaria, en su perpetua validez.

¡Oh Misa tradicional! ¡Qué belleza encierras dentro de ti! Es la belleza que deriva de tu sobriedad y simplicidad. Belleza que se trasluce en la armonía de tus textos, en la rima de tus palabras, en el paralelismo de tus estrofas. Lo que aparentemente pudiera parecer “seco e ininteligible”, en realidad se descubre en tu interior un texto de perfecta unidad históricamente formado. Belleza que los siglos no han desfigurado.
¡Oh Misa tradicional! ¡Cuánta serenidad hay en ti! El acontecimiento dramático que encierras no afecta a la forma externa que apenas está afectada por ese dramatismo. Tu forma es tranquila y serena. Esa serenidad se percibe ya en la sacristía, donde el sacerdote pausadamente se reviste recitando sus oraciones y en los pasos del sacerdote mientras se dirige hacia el altar. La serenidad te invade en el emocionante silencio del canon romano. De este silencio emana una solemne tranquilidad que como bálsamo penetra en el sacerdote y en los fieles. En ti se percibe la solemne serenidad de Dios.
¡Oh Misa tradicional! ¡Qué humilde y santa eres! Tu sobriedad, sencillez, serenidad nos dicen, en definitiva, de tu humildad y santidad. Pues una Misa altisonante, estridente, una Misa espectáculo, creativa, original sería todo lo contrario para ser tomada por Dios como instrumento del prodigio de la Sagrada Eucaristía. Y por ser humilde estás al lado de la Santísima Virgen, que así misma se llama la esclava del Señor; y además les recuerdas a tus sacerdotes que han de ser humildes siervos.

Por qué la Misa tradicional: porque la hemos recibido de la tradición, porque la quiere el Magisterio de la Iglesia y porque la queremos tu y yo.



Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

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