La historicidad de la matanza de los Inocentes
Alrededor del 28 de diciembre resulta cada vez más frecuente leer o escuchar en los medios de comunicación alguna alusión a la matanza de los inocentes, decretada por el rey Herodes y conmemorada litúrgicamente en dicha fecha, desposeyéndola de carácter histórico y convirtiéndola en un episodio, como mucho, de carácter simbólico. Generalmente, estas afirmaciones se sitúan en el contexto de un cuestionamiento de la historicidad de los evangelios de la infancia en su conjunto (San Mateo y San Lucas) y de la errónea contraposición entre un “Cristo de la historia” y un “Cristo de la fe”.
Podemos recordar algunos casos. Antonio Piñero, Catedrático de Filología del Nuevo Testamento de la Universidad Complutense y colaborador de Religión Digital decía en 2008, que «la matanza de los inocentes no existió, es una pura leyenda». En las navidades del 2011, a uno de los participantes en la tertulia del programa Así son las mañanas de la COPE, las inocentadas le parecían una deriva un tanto macabra tomada por esta celebración a pesar de recordarse «una leyenda» teóricamente referida a la muerte de miles niños «que nunca ocurrió». Para el ABC del 27 de diciembre de 2012 «Ningún documento histórico certifica este luctuoso hecho bíblico»; como si el Evangelio de San Mateo no fuera un “documento histórico” y, finalmente, dos años después el diario monárquico vuelve a la carga al dar cabida a un artículo en el que se desarrolla la tesis de que el monarca idumeo «empleó métodos brutales para mantener el poder en Judea, pero no fue ningún sádico y no autorizó ninguna matanza de recién nacidos. De hecho, Herodes sentó las bases para el esplendor económico de su reino y lo abrió a la romanización».
La cuestión viene de lejos y tiene más importancia de la que a primera instancia pudiera pensarse; en primer lugar porque en el trasfondo laten aspectos como la propia historicidad, no solo de los relatos de la infancia o del episodio de la adoración de los Magos —inseparable éste de la matanza de los inocentes— sino de todos los Evangelios.
Pero sobre todo, porque más que de dificultades de carácter científico que impidan ratificar la veracidad del suceso, nos encontramos, con la radical incomodidad que éste provoca. Y es que no deja de ser acusado el contraste entre la religiosidad moderna —eminentemente antropocéntrica— con el hecho de que el nacimiento del Hijo de Dios encarnado vaya acompañado de un derramamiento de sangre que convierte en testigos de Cristo a unos niños inocentes. El propio dramatismo de la escena ha inspirado innumerables representaciones gráficas de los pequeños arrancados de los brazos de sus madres, cayendo bajo los golpes de espada de los soldados de Herodes.
Objeciones rebatidas
Podemos dividir en dos grandes grupos las objeciones a la historicidad de la matanza: las más clásicas, de carácter “historicista” y las vinculadas a posiciones que niegan la historicidad de los evangelios de la infancia desde perspectivas que pudiéramos denominar “teológicas”.
Argumentos historicistas
Las razones históricas aducidas se apoyan únicamente en el silencio de los historiadores romanos y judíos, particularmente de Flavio Josefo que relata el reinado de Herodes extensamente en sus Antigüedades judaicas.
Quienes dan tanta importancia al silencio de los historiadores antiguos, necesitan al mismo tiempo negar la validez histórica de la noticia transmitida solamente por San Mateo, a quien la tradición cristiana considera autor del primer Evangelio a partir de testimonios como los de Papías y San Jerónimo. Sin olvidar la propia credibilidad histórica común a todos los relatos evangélicos por su condición inspirada, podemos añadir que el Evangelio de San Mateo enlaza con las fuentes de la primera comunidad cristiana en Palestina y su autor fue discípulo desde los comienzos, de ahí su alto valor como testimonio histórico que no cabe menospreciar de entrada.
Por otro lado, la verdadera magnitud del suceso nos ayuda a entender que prescindieran de él autores como Josefo, más atento a las vicisitudes que afectaban a los protagonistas históricos de mayor rango. Precisamente sobre este argumento se sostiene la falacia defendida desde las páginas citadas de ABC en las que se afirma que «aunque hubiera tenido lugar la matanza, no pudo tener las dimensiones descritas en la Biblia», cuando San Mateo relata lacónicamente el suceso sin ninguna especificación en cuanto a sus dimensiones.
Es cierto que algunos comentaristas antiguos proporcionaron cifras simbólicas y carentes de cualquier fundamento histórico pero una atenta consideración de los hechos nos sitúa mucho más cerca de la realidad. Belén en tiempos de Jesucristo era una pequeña aldea que, más allá de su significado religioso como cuna de la estirpe de David, carecía de cualquier importancia económica y política. Si pensamos en unos mil habitantes (como parece deducirse de Miq 5, 2), cabe pensar en unos treinta nacidos por año, de los que habría que descontar las niñas por lo que hoy se coincide en pensar que los inocentes asesinados por orden de Herodes se pudieron situar en torno a catorce. Tal vez algunos más en proporción, si la población de Belén —como piensan otros— se situaba en torno a los dos o tres mil habitantes.
Escasa importancia podía tener la muerte de unos pocos niños para aquéllos que nos transmiten el carácter cruel y sanguinario del reyezuelo idumeo que no dudó en aniquilar a cuantos pretendieron interponerse en su camino o disputarle el trono, fueran éstos enemigos o parientes. Por ejemplo, cuando subió al trono de Jerusalén, hizo matar a cuarenta y cinco partidarios de su rival Antígono, así como a numerosos miembros del Sanedrín. Y al final de su vida, ordenó que fueran ejecutados unos notables del reino para que las gentes de Judea, lo quisieran o no, lloraran su muerte. «Puesto que había oído que entre los niños que con menos de dos años ordenó matar en Siria el rey de los judíos, Herodes, había muerto incluso un hijo suyo, dijo: “Es mejor ser un cerdo de Herodes que un hijo”», frase que Macrobio (fin. s. IV) en sus Saturnales pone en labios de Octavio Augusto, jugando con la similitud de las palabras griegas “hijo” (“hyios”) y “cerdo” (“hys”), puesto que los judíos tenían prohibido el consumo de éste (cfr. Mª Consolación GRANADOS FERNÁNDEZ, “¿Mateo evangelista en Macrobio, Sat.II, 4, 11?”, Emerita 49 (1981) págs. 361-363).
Argumentos teológicos
A pesar del escaso peso de las objeciones historicistas, en realidad éstas han servido de apoyo a un cuestionamiento de mayor calado que viene a atribuir, de manera general los Evangelios y más en particular los relatos de la infancia, al resultado de una intensa y profunda elaboración teológica.
Al margen de cualquier referencia real, nos encontraríamos con proclamaciones de la fe en Jesús propias de comunidades cristianas tardías pues la única manera de justificar este proceso es retrasando arbitrariamente la composición del Evangelio de San Mateo hasta los años 75-80 cuando su redacción, de acuerdo con la sentencia más probable, puede situarse en torno al 50 (Cfr. Ioh. PRADO, Praelectionum biblicarum compendium, III, Madrid: Perpetuo Socorro, 1952, págs. 23-24). Acerca del autor, del tiempo de composición y de la verdad histórica del Evangelio según San Mateo, las Respuestas de la Comisión Bíblica, de 18 de junio de 1911 (Enrique DENZINGER, Magisterio de la Iglesia, Barcelona: Herder, 1963, nº 2149-2151):
«II. Si ha de considerarse como suficientemente apoyada en la tradición la sentencia que sostiene que Mateo precedió a los demás Evangelistas en escribir y que escribió el primer Evangelio en la lengua patria usada entonces por los judíos palestinenses, a quienes fue dirigida la obra.
Resp.: Afirmativamente, en cuanto a las dos partes.
III. Si la redacción de este texto original puede aplazarse más allá de la fecha de la ruina de Jerusalén, de suerte que los vaticinios que en él se leen sobre la misma ruina, hayan sido escritos después del suceso; o si el testimonio que suele alegarse de Ireneo [Adv. haer. 3, 1, 2], de interpretación incierta y controvertida, haya de considerarse de tanto peso que obligue a rechazar la sentencia de aquellos que creen, más conformemente con la tradición, que dicha redacción estaba ya terminada antes de la venida de Pablo a Roma.
Resp.: Negativamente a las dos partes.
Las objeciones pseudo-teológicas han sido propuestas de diversas maneras y con mayor o menor radicalidad, pero todas parten de un argumento común: subrayar la identidad entre el episodio que estamos comentando con un motivo legendario presuntamente común a las infancias de los héroes.
Ahora bien, de acuerdo con los estudios de Salvador Muñoz Iglesias, de los paralelismos propuestos el único atendible es el que relaciona el relato de Mateo con el del Éxodo:
«El relato canónico del Éxodo refiere que Moisés, el futuro Libertador, fue librado del exterminio decretado por el Faraón, gracias a la estratagema de la exposición en un cestillo de mimbres sobre las aguas del Nilo. Posteriormente, siendo ya mayor, escapó por segunda vez de la muerte, huyendo a Madian. Las tradiciones recogidas en el Targúm de Jerusalén, en la Crónica de Moisés, en el Midras Rabbah y en las Antigüedades judaicas de Josefo relacionan el decreto del Faraón con un sueño o con la predicción de un escriba que anuncian el nacimiento de un Caudillo Libertador del pueblo hebreo» (cfr. Salvador MUÑOZ IGLESIAS, “Los Evangelios de la Infancia y las infancias de los héroes”, Estudios Bíblicos 16 (1957) 5-36; “El género literario del Evangelio de la Infancia en San Mateo”, ib. 17 (1958) 243-273).
El primer Evangelio fue compuesto para una comunidad cristiana de origen judío y por ello se subraya el cumplimiento de las profecías así como la reprobación del viejo Israel. A largo de todo el Evangelio de la infancia, San Mateo demuestra que Cristo cumple las profecías mesiánicas: es el hijo de David, nacido de una Virgen en Belén, luz de las gentes y objeto de una gran hostilidad de la cual saldrá finalmente vencedor. A la hora de transmitir el episodio que estamos comentando, utiliza paralelismos que tienden a demostrar que Jesús es el auténtico y definitivo salvador mesiánico, cuyo tipo y figura fue el protagonista del Éxodo sin que los paralelismos obsten para la fundamento histórico de fondo al tiempo que las diferencias con el modelo avalan dicha credibilidad.
En cuanto a la historicidad del Evangelio de San Mateo, responde la citada Comisión Bíblica (Enrique DENZINGER, ob.cit., nº 2153-2154):
«VI. Si por el hecho de que el autor del primer Evangelio persigue principalmente un fin apologético y dogmático, es decir, demostrar a los judíos que Jesús es el Mesías anunciado de antemano por los profetas y nacido de la estirpe de David, y que además no siempre guarda el orden cronológico en la disposición de los hechos y dichos que narra y refiere, puede de ahí deducirse que no han de tomarse como verdaderos tales dichos y hechos; o si puede también afirmarse que los relatos de los hechos y discursos de Cristo que se leen en el mismo Evangelio, han sufrido alguna alteración y adaptación bajo el influjo de las profecías del Antiguo Testamento y del más adelantado estado de la Iglesia, y que, por ende, no están conformes con la verdad histórica.
Resp.: Negativamente a las dos partes.
VII. Si deben especialmente considerarse con razón destituidas de sólido fundamento las opiniones de aquellos que ponen en duda la autenticidad histórica de los dos primeros capítulos en que se narran la genealogía e infancia de Cristo, así como la de algunas sentencias de grande importancia en materia dogmática, como son las que se refieren al primado de Pedro [Mt. 16, 17-19], a la forma del bautismo con la universal misión de predicar confiada a los Apóstoles [Mt. 28, 19-20], a la profesión de fe de los Apóstoles en la divinidad de Jesucristo [Mt. 14, 33] y a otros puntos por el estilo que aparecen en Mateo enunciados de modo peculiar.
Resp.: Afirmativamente».
De la historia a la Liturgia
Podemos concluir recordando cómo los relatos evangélicos de la infancia de Jesucristo contienen una narración de verdades fundamentales: su ascendencia davídica, su concepción virginal, el nacimiento en Belén…, y, en última instancia, su misma divinidad. Por tanto, la historicidad del conjunto, y la de cada uno de los episodios de que constan, es algo que afecta al núcleo de la fe misma; y ha sido constantemente afirmada por la Iglesia.
Por otra parte, esos relatos forman una unidad con los Evangelios respectivos, y su historicidad está apoyada, en el terreno de la crítica, por las mismas razones que la de dichos libros en su conjunto, lo que no impide precisar el género literario de esos capítulos, para obtener así una mayor comprensión de los mismos. Poco, sin embargo se puede avanzar por este camino más allá de recalcar determinadas dependencias literarias sin que ello vaya en detrimento de su carácter histórico.
Otra prueba de que la Iglesia lo ha considerado así, es la celebración de una fiesta dedicada a estas primicias de los mártires de Cristo. Su origen está en el norte de África, en el siglo V pasó a Roma, y desde allí se extendió al resto de la Cristiandad quedando fijada durante la Edad Media en el 28 de diciembre.
Y con los versos inspiradísimos del Himno “Salvéte flores Mártyrum”, canta la liturgia a estos niños, sin nombre ni rostro, que parecen alegrar el Cielo con la eterna alegría de haberse acercado “ad Deum qui laetificat iuventutem meam” — “al Dios que es la alegría de mi juventud” (Sal 42).
Salve, flores de los Mártires,
que en el mismo umbral de la vida
fuisteis arrebatados por el perseguidor de Cristo,
cual rosas nacientes por el huracán.
Vosotros sois las primeras víctimas de Cristo,
los tiernos corderos inmolados
por Él, y jugáis, inocentes,
ante su altar con la palma y la corona.
Padre Ángel David Martín Rubio
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