Expuesto por Roncal en el Foro " Santo Tomás Moro "
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Los cristianos vuelven a poblar Arabia, catorce siglos después de Mahoma
En los Emiratos Árabes Unidos pronto podrían ser la mayoría de la población. También en Arabia Saudita son cada vez más numerosos. Quiénes son. De dónde vienen. Cómo viven. Un reportaje desde Dubai y Abu Dhabi
por Sandro Magister
ROMA, 31 de agosto del 2007 – Hace exactamente tres meses, el 31 de mayo, la Santa Sede estableció relaciones diplomáticas e intercambió embajadores con los Emiratos Árabes Unidos.
Pocos lo han notado, pero los Emiratos Árabes Unidos son el país islámico con la más alta presencia de cristianos.
Y es una presencia nueva y en aumento. Todo lo contrario de cuanto ocurre en otras regiones del Medio Oriente como Irak, Líbano, Tierra Santa, donde comunidades cristianas de antiquísimo origen incluso corren el riesgo de desaparecer.
Los Emiratos Árabes Unidos son una federación de siete emiratos: Abu Dhabi, Ajman, Dubai, Al-Fujayrah, Ras al-Khaimah, Sharjah y Umm al-Qaiwain, situados a lo largo de la costa centro-oriental de la península arábica. La capital es Abu Dhabi. La religión oficial es el Islam, al que pertenece casi la totalidad de los ciudadanos.
Pero mucho más numerosos que los ciudadanos son los inmigrantes. Sobre cuatro millones de habitantes, los extranjeros son hoy más del 70 por ciento, provenientes de otros países árabes, de Pakistán, de la India, de Bangladesh, de Filipinas.
De estos trabajadores extranjeros, más de la mitad son cristianos. Haciendo cuentas, en los Emiratos Árabes Unidos los cristianos son más del 35 por ciento de la población. Los católicos bordean el millón. Y no sólo allí. También en Arabia Saudita se estima que los católicos provenientes de las Filipinas están ya cerca al millón.
¿Pero quiénes son y cómo viven estos cristianos en tierra de Arabia? ¿Cuál es el rostro de esta Iglesia joven y en crecimiento? ¿Cuáles son sus márgenes de libertad?
El reportaje que sigue responde a estas preguntas. Apareció el domingo 19 de agosto en el diario de la conferencia episcopal italiana, “Avvenire”:
La Iglesia sumergida de los Emiratos Árabes Unidos
por Fabio Proverbio
Es de tarde y en compañía de Santos y Lea atravieso en auto la frenética Dubai. En torno a mí hay voluminosos Suv que con esfuerzo avanzan en el congestionado tráfico urbano, lujosos y muy modernos edificios, inmensas obras edilicias animadas por ejércitos de obreros: es la confirmación de que nos encontramos en una de las ciudades ubicada más a la vanguardia y más en ebullición del planeta.
Somos llevados a un lugar de asilo puesto a disposición por la diplomacia de Filipinas para hospedar y proteger a las jóvenes inmigrantes en fuga de los propios empleadores.
Llegados a destino, en un elegante palacio, encuentro un centenar de muchachas que se esfuerzan en compensar el estado de natural desorden generado por la aglomeración de personas (ver foto). Pegadas unas a otras, entonan cantos y oraciones, intercambiándose abrazos de recíproca consolación. Observo las lágrimas que ninguna muchacha logra contener y busco inútilmente dar una razón a tanta tristeza. Entenderé al final de la oración, cuando Santos y Lea me cuentan las dramáticas experiencias vividas por estas jóvenes inmigrantes.
Son historias inverosímiles, como la de Beng, que cansada de ser tenida encerrada en la casa donde prestaba servicio y de soportar molestias de parte de los miembros de la familia, intentó una fuga desesperada, que concluyó con una ruinosa caída y la ruptura de un brazo. Socorrida y conducida al hospital por algunos que pasaban, la muchacha fue después arrestada con la acusación de intento de suicidio. La intervención de la diplomacia filipina puso en libertad nuevamente a la inmigrante que hoy, en este lugar protegido, espera la evolución del proceso. No es mejor la suerte que le tocó a la doméstica que prestó servicio después de ella en la misma familia: un nuevo intento de fuga con el mismo epílogo.
Santos y Lea pertenecen a la Legión de María, el movimiento católico que aquí se ha vuelto el punto de referencia para muchas inmigrantes filipinas que, en esta comunidad, encuentran no sólo solidaridad, sino también la necesaria asistencia legal para poderse librar de condiciones de trabajo que frecuentemente no corresponden a aquellas definidas en el contrato de enganche.
Después de haber saludado a las jóvenes inmigrantes, que mientras tanto habían al menos aparentemente retomado algo de serenidad y el espíritu jovial que caracteriza al pueblo filipino, parto para Abu Dhabi.
Es domingo, pero en un país musulmán como los Emiratos Árabes Unidos es un día cualquiera. Y sin embargo en la iglesia católica de San José en Abu Dhabi, al final de la tarde asisto a un extraordinario ir y venir de fieles, pertenecientes a grupos étnicos diferentes, que vienen aquí para poder participar en la misa celebrada en la propia lengua nacional. Son indios, por lo general de Kerala o del Tamil Nadu, filipinos, libaneses, iraquíes o cristianos provenientes de otros países medio orientales, pero también europeos y americanos.
El viernes, día festivo en los países musulmanes, la afluencia de fieles es todavía más copiosa, tanto que la iglesia no llega a contener a todos. Muchos deben seguir la celebración fuera, en el atrio, donde con ocasión de festividades particulares como la Navidad o la Pascua, vienen dispuestas pantallas gigantes para permitir a todos la participación. Sin embargo, como le interesa precisar a monseñor Paul Hinder, obispo del vicariato apostólico de Arabia, los que frecuentan regularmente la parroquia son sólo un porcentaje pequeño, el 15-18 por ciento, de la población católica de la capital y sus alrededores.
* * *
Los cristianos presentes en los Emiratos Árabes Unidos representan cerca del 35 por ciento de la población, para un total de fieles superior al millón, en su mayoría católicos.
Son todos trabajadores inmigrantes, muchos de los cuales, viviendo en zonas periféricas mal conectadas a la ciudad, no pueden asistir regularmente a los lugares de culto. Este es el caso de miles de indios ocupados en las canteras edilicias de Dubai, alojados en la más grande villa-dormitorio de Asia que, según cálculos no oficiales, acoge una población de cerca trescientos mil obreros. O de los inmigrantes que trabajan en la industria petrolífera, colocados en villas-oasis lejanas en el desierto.
Otro caso es el de las domésticas filipinas que, por falta de tiempo libre o de dinero para el transporte, permanecen en los lugares donde trabajan. En consecuencia, la oración organizada en pequeños grupos de fieles, homogéneos por lengua y proveniencia, reunidos en lugares privados – apartamentos, dormitorios, almacenes – se vuelve un aspecto muy importante y difundido de la expresión religiosa de la comunidad católica. Se trata de un momento de encuentro necesario, pero riesgoso por las reglas impuestas por las autoridades locales, que consienten la libertad de culto sólo en ámbitos oficialmente reconocidos como los edificios parroquiales presentes en el territorio. En este contexto, los grupos carismáticos originarios de la India o de Filipinas asumen un rol importante en la activación de iniciativas en apoyo del inmigrante que vive en las condiciones más difíciles. Frecuentemente no se limitan a iniciativas religiosas sino intervienen también con servicios prácticos de asistencia, como en el caso de la Legión de María.
El fenómeno de la inmigración en los Emiratos Árabes es relativamente reciente y está ligado a la riqueza petrolera de la región. Cuando en los años cincuenta y sesenta los inicios petroleros comenzaron a traer prosperidad y progreso, el desarrollo del país hizo necesario el empleo de mano de obra proveniente del extranjero, especializada y no especializada.
Hoy los Emiratos están sufriendo un proceso de modernización que no tiene igual en el mundo. Los petro-dólares son reinvertidos en estructuras e infraestructuras a la vanguardia, la bolsa de Dubai está asumiendo importancia mundial y el puerto está entre los más frecuentados del globo. Islas artificiales en forma de palmera, pistas de esquí en el desierto, hoteles de las formas más improbables y toda una serie de construcciones excéntricas – como la todavía no terminada torre de Buró Dubai, que debería ser el edificio más alto del mundo – son sólo algunos ejemplo de las “maravillas” con las que los emires locales se han propuesto asombrar al mundo y atraer a los inversionistas extranjeros, que aquí encuentran condiciones favorables para la inversión y un costo de trabajo bajísimo.
Los inmigrantes representan el 90 por ciento de casi dos millones de trabajadores presentes en los Emiratos, porcentaje que alcanza el 100 por ciento para la mano de obra barata. De hecho, para los árabes locales el concepto de pobreza o es desconocido – para los más jóvenes – o es un recuerdo borroso de tiempos lejanos. La falta de impulsos a la realización profesional y económica – ya garantizadas desde el nacimiento – está inclusive desalentando a la futura clase dirigente del país, con el riesgo de hacerla inadecuada para afrontar los desafíos impuestos por la globalización.
El mismo término “inmigrado” es demasiado genérico para definir la realidad de quien hoy trabaja por cambiar el rostro del Golfo. El verdadero estado de estos trabajadores, también de aquellos que viven ya desde varios años en los Emiratos, es el de “expatriado”, o sea de personas cuya presencia en el país está únicamente ligada a la posesión de un contrato de trabajo regular, pero que jamás podrá volverse residente o adquirir casas y terrenos en el lugar. Sus destinos están ligados a las decisiones de los empleadores, que frecuentemente retienen sus pasaportes por temor a fugas o actos de insubordinación. Los ámbitos en los que esta mano de obra es usada son los relacionados a la industria petrolera y, más recientemente, al sector edilicio y a la ayuda doméstica.
Estos son los nuevos pobres de Dubai y sus alrededores. Su salario mensual difícilmente supera los 150 euros, trabajan en promedio 10 – 12 horas al día, seis de siete días, a temperaturas que pueden llegar a 50 grados centígrados. Viven en suburbios-dormitorio que son tan grandes como una ciudad, pero totalmente carentes de servicios. Semejantes a enormes cuarteles, estos poblados están habitados por hombres solos, para los quienes la familia es un recuerdo lejano, que se alcanza periódicamente con un giro postal que permitirá a los más afortunados mandar al colegio a sus hijos o pagar las deudas de una familia demasiado pobre. El mejor destino de las reclutas de este ejército de peones es poder gastar la propia vida profesional en las obras del Golfo con breves visitas a sus seres queridos cada dos o tres años.
Hablar de pobreza en un país en muy rápido crecimiento económico – y que apunta a volverse, por la ambición de sus gobernantes, en uno de los polos más importantes del arte contemporánea, con la apertura de museos y espacios para exposiciones – parece una paradoja. Más aún, es una realidad particularmente difícil de comprender y aceptar para un observador externo, precisamente por motivo de la exagerada opulencia con la que convive.
Pero también estos aspectos deben ser considerados para tratar de comprender la realidad de los Emiratos hoy: una tierra de grandes contrastes, donde la tradición se enfrenta con la modernidad en una fusión única, sorprendente y dramáticamente contradictoria, de Oriente y Occidente.
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