Iglesia y Liberalismo
ANTE EL MAGISTERIO PONTIFICIO
El Santo Padre
Benedicto XVI felizmente reinante, ha dicho que su reciente libro, “Jesús de Nazaret”, no es un acto de magisterio. Así evitará los escrúpulos que pudiera generar la lectura de alguna de sus páginas.
La precisión de a cuánto y cómo obligan, o no, las variadas clases de palabras de un Papa, es cuestión que aflora de vez en cuando, y que conviene tener bien sabida de antemano. Yo la viví en tiempos del Concilio Vaticano II, y antes, en mi adolescencia, la aprendí de los carlistas viejos que habían conocido el pontificado de
León XIII. Tal vez me toque en mi vejez otro episodio a juego con los citados, como a los católicos franceses con las palabras de
Juan Pablo II, en enero de 2003 (Véase SP de 01.04.2005), invitándoles a aceptar el laicismo imperante.
Empecemos por
León XIII.- Vencidos los carlistas en el ámbito militar en la guerra de 1872-1876, los políticos victoriosos, Cánovas, Sagasta, Canalejas, etc…, pensaron que la “Restauración” política en que se afanaban quedaría fortalecida con un apoyo pontificio. Sus dedos largos montaron para ello una “peregrinación católica” a Roma, que resultó estar engrosada por carlistas.
León XIII, les dijo el 18 de abril de 1884. “…es, además deber suyo (de los católicos españoles) sujetarse respetuosamente a los poderes constituidos, y esto se lo pedimos con tanta más razón cuanto que se encuentra a la cabeza de vuestra noble nación una reina ilustre (la reina regente,
Doña María Cristina de Habsburgo) cuya piedad y devoción a la Iglesia, habéis podido admirar”(1). Se quedaron helados.
Aquellas palabras generaron una tormenta política tremenda que duró muchos años. Los impíos saltaban de alegría y recriminaban en las Cortes a los carlistas, tan católicos, de no plegarse a las indicaciones del Papa. Era una paradoja risible. Los católicos adoptaron tres actitudes: Unos hacían una interpretación de las palabras del Papa sumisa y de largo alcance. Otros, hacían interpretaciones muy ceñidas y estrictas. El Sr.
Polo y Peyrolon, delegado en España del Rey Don
Carlos VII en el exilio, se dirigió individualmente a todos y a cada uno de los obispos españoles pidiéndoles más luz y veintiocho le contestaron algo así como que no hiciera caso; claro está que con una respetuosísima retórica frondosa y oscura. Así que los carlistas dijeron que ellos no interpretaban nada y que seguían donde estaban. Sus descendientes carnales y espirituales salvaron a la iglesia el 18 de Julio de 1936.
Llegó el Concilio Vaticano II y a mí me tocó la triste gracia de revivir la paradoja risible citada, con mis compañeros de trabajo. Eran impíos y adúlteros públicos y a mí me recriminaban cierta frialdad ante la libertad religiosa, que a ellos, y a todos los rojos y libertinos, les encantaba. Varios carlistas comprendimos que había que aclarar el magisterio pontificio en general y pedimos, -imitando a Polo y Peyrolon-, un dictamen concreto al prestigioso jesuita
Eustaquio Guerrero.
Ese dictamen(1) decía, en resumen, que el magisterio pontificio se divide en infalible y ordinario. Que el infalible obliga a todos en todo, siempre y en todo lugar. Y que el ordinario, generalmente, también. Pero que el ordinario se diferencia del infalible en que en algunos casos, se puede disentir de él, después de madura y prolongado estudio y sin escándalo. No se puede disentir del magisterio ordinario sin razones de peso, ni frívolamente, con caprichos, ocurrencias y bromas.
A estudiar, pues, a la vista de los acontecimientos políticos con carga religiosa que se avecinan. A estudiar el enfrentamiento de la Iglesia con el liberalismo o Derecho Nuevo nacido de la Revolución francesa. Para que si llegara el caso -no le permita Dios-, pudiéramos imitar la táctica del famoso Padre
Corbató, que respondió a la interpretación laxa de las palabras de
León XIII con una antología de condenaciones pontificias de las libertades de perdición del Liberalismo.
Ojala que llegaran al Santo Padre nuestras súplicas de que nos libre de tormentas ideológicas y políticas dolorosas y estériles, renovando para ello e inequívocamente aquellas condenaciones.
(1) Historia General de España y América. Ediciones RIALP, Tomo XVI-2, pág. 373.- El P. Corbató, con el seudónimo de Máximo Filibero, en su obra “León XIII, los carlistas y la Monarquía Liberal”, da un texto con una ligerísima variante que no afecta a la cuestión.
(2) Jefatura del Requeté de Granada. También se alude a este asunto en “Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español, 1.939-1.966”, Tomo XXVII, pág. 112 y ss.
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