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Tema: Carrillo y los suyos no hubieran traído la democracia al estilo de los exfranquistas

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    Carrillo y los suyos no hubieran traído la democracia al estilo de los exfranquistas

    Carrillo y los suyos jamás hubieran traído la democracia y la "reconcilicación" al estilo de los traidores exfranquistas


    REVISTA FUERZA NUEVA, nº 602, 22-Jul-1978

    NUNCA TAL SE VIO

    No hay en toda la historia universal, en el gobierno de los pueblos, un caso tan extraño o inconcebible como el que estamos viviendo en España (1978) desde hace pocos años, sobre todo desde la muerte de Francisco Franco. Repasadla, buscándolo y no la encontraréis.

    Un pueblo, como el español, que se levantó en armas para defender su existencia como tal pueblo, al aire de su ser, y lo hace a lo largo de tres años de lucha sangrienta, logrando el triunfo de una manera tan clara, como que no se han conocido muchas guerras socio-religiosas terminadas de modo tan rotundo como la de España de los años 30.

    Yo no hago más que darle vueltas al caso y preguntarme qué hubiera ocurrido hoy si el parte de guerra, con su triunfo correspondiente, lo hubiera firmado Carrillo en vez de hacerlo Franco.

    Si Santiago Carrillo, antítesis de Francisco Franco, hubiera montado su Gobierno en España hace todos esos años y la hubiera configurado a su gusto, que es el de Moscú, como hizo Franco con su doctrina, ¿habría cometido la barbaridad que sus contrarios han cometido en estos últimos años de entregar la nación entera al enemigo de ellos, al franquismo? ¿Hay algún español que, conociendo el marxismo, haya podido ni imaginar siquiera tal locura?

    ¡Ser traidores a unos principios doctrinales, a unos héroes, a unos mártires y a una lucha tan tremenda como fue la de los años 30, no se puede ni soñar!

    Eso sólo es posible, y ha sido una triste realidad merced a la ceguera, a la cobardía, a la tradición y al perjurio de unos políticos con muy escasa conciencia y abundante avaricia, que han hecho lo que pasará la historia como el caso único de traición nunca vista, cual es la de entregar los vencedores la nación y el poder a los vencidos, pero con una particularidad: la de constituirse éstos en vencedores y aquéllos en vencidos con todas las consecuencias de una venganza tremenda, por estar tan cerca aún la derrota del año 1939.

    Yo no hago más que preguntarme:

    ¿Permitiría el gobierno carrillista la vuelta indiscriminada de los franquistas que anduvieran errantes fuera de España?

    ¿Permitirían la vuelta de los oficiales y generales que hicieron la guerra a las órdenes del Caudillo? ¿Les concederían los haberes y atrasos de los cuarenta años de exilio y los admitirían en el escalafón?

    ¿Darían un millón ochocientas mil pesetas de pensión anual a la viuda de Franco como se lo dieron a la viuda de Azaña?

    ¿Darían al general Mola, si viviera, o a otro de igual rango en la guerra, los ochenta millones que dieron a Tarradellas? ¿Le recibirían con tanta pompa como recibieron a ese personaje siniestro para tantos miles de patriotas sacrificados, siendo él uno de los principales responsables de su ruina, prisión y muerte?

    ¿Harían con Franco la comedia que hicieron con Carrillo al detenerle y al ponerle en libertad, aunque, durante el gobierno de Fraga como ministro de la Gobernación, ya la tuvo para entrar en Madrid e ir, con peluca o sin ella de un lado para otro?

    ¿Soportarían el cambio de las calles de Carrillo y “La Pasionaria” por las de Franco y José Antonio?

    ¿Permitirían un congreso de los sindicatos verticales como lo tuvieron los de la UGT?

    ¿Permitirían unas elecciones en las que tuvieran mayoría los franquistas, hasta el extremo de pasear sus banderas y quemar las republicanas o rojas después de pisotearlas?

    Vamos a dejar de hacer preguntas, porque no acabaríamos y todas ellas recibirían la misma respuesta: eso no lo harían los vencidos en abril del 39, en el caso de haber sido vencedores. Eso sólo son capaces de hacerlo unos señores que, habiendo jurado una determinada doctrina o Constitución, han traicionado ese juramento, se han pasado al enemigo con armas y bagajes y le han regalado una victoria que no había conseguido.

    Pero hay una pregunta que ha de ser contestada por los “ahora” (1978) vencedores: ¿Por qué vosotros podéis hacer lo que estáis haciendo al imponer vuestra dictadura, con los correspondientes piquetes de huelga, y los otros, los franquistas no pueden hacer lo mismo? ¿Por qué unos sí y los otros no? Los que hemos conocido la “otra” sabemos en qué paran las libertades de que tanto habláis. A otros engañaréis, a nosotros los que sabemos lo que da de sí el marxismo de cualquier clase que sea, si no enloquecemos, no nos engañáis. No necesitamos ir a Rusia ni a otros países marxistas; aquí os despachasteis a vuestro gusto.

    ***
    Todavía me queda algo muy importante que decir: ¿Qué harían los franquistas en el supuesto de haber perdido la guerra y verse en la necesidad de emigrar a donde los pudieran recibir, que no serían tratados tan bien como lo fueron los “otros”, por no llevar consigo el oro del Banco de España ni las riquezas del “Vita”, tan ricas como variadas, siendo todas ellas fruto del robo y del saqueo?

    De haber perdido la guerra los franquistas, uno, que por parecerlo ya fue sentenciado en los primeros días de la guerra, sin tener aún intervención alguna en ella, habría pagado con la vida la derrota. Y en el caso improbable de huir al extranjero, al volver a la Patria, amnistiado, lo habría hecho con una humildad franciscana, sin atreverse a gurgutar, agradeciendo, además, a los carrillistas la gracia de la amnistía. Jamás se nos ocurriría levantar la voz o comportarnos como vencedores porque sabíamos que éramos vencidos. Habíamos jugado, habíamos perdido y teníamos que pagar. Siempre fue así y así tendría que ser ahora.

    De haber perdido la guerra, a los franquistas no se les ocurriría recuperar las casas o centros incautados por el ejército rojo o los comités de guerra.

    A los jerarcas de la Iglesia no se les ocurriría reclamar nada por el incendio y destrucción o incautación de las iglesias, seminarios, conventos y casas rectorales.

    A mí, por ejemplo, no se me ocurriría pedir nada por las dos vacas que llevaron a mi madre, los destrozos de su casa y otros daños causados por ocuparla.

    Yo no quiero pensar lo que ocurriría en la llamada zona nacional de haber triunfado el ejército rojo. Sería muy distinto, en general, de lo que ocurrió con el triunfo de los nacionales. No hay más que ver lo que ahora dicen, que es lo mismo que entonces dijeron, corregido y aumentado por los años de espera para la revancha, cosa que no han visto esos jerarcas que, para desgracia de nuestra Iglesia, nos han facturado unos nuncios particularmente ciegos, pero bien ayudados por otros señores de aquí más ciegos todavía. (*)

    Porque hablar, como hablaron en estos últimos años, de reconciliación es o no saber dónde tienen la mano derecha o tener un plan diabólico que llevar adelante. No se puede hablar de reconciliación con gentes, en general, descreídas y que llevan a la espalda la derrota de hace pocos años con un afán de desquite que nunca disimularon e hicieron lo que pudieron para llevarlo a cabo. Esa táctica sólo se puede explicar en mentes enfermizas o muy taimadas y en connivencia con el enemigo, como se viene demostrando hace tiempo.

    Si se exceptúan unos cuantos que no han perdido la cabeza y luchan con valentía, los demás la han perdido. Quienes están en su sitio son los carrillistas y afines, a los que hay que aplaudir por leales a su ideal.

    M. DÍAZ

    “La Nueva España”, (6-7-78)


    .
    (*) Los obispos, los cuales, digamos, tenían tanta, tanta “vista” que les convino “hacerse los ciegos”…



    .
    Última edición por ALACRAN; Hace 2 semanas a las 15:57
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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