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Tema: Aspecto y costumbres de los aragoneses del siglo XIX

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    Aspecto y costumbres de los aragoneses del siglo XIX

    “Los Aragoneses” (1840)

    por Vicente de la Fuente (“Semanario pintoresco español”)



    “Notable es, por lo cierto, el contraste que se ofrece a la vista del que por primera vez entra en Aragón por la carretera que guía de Madrid a Zaragoza. Después de haber atravesado los áridos montes de la provincia de Guadalajara, y más allá una sierra mísera y cubierta de raquíticas carrascas, el viajero desciende a unos campos incultos y de bastante extensión que le recuerdan los versos de Juan de Mena en su Laberinto.

    En lo que pudieron por mi ser leídos
    las guerras que ovo Aragon hallarán,
    los campos de Hariza y de Belamazan
    do no vencedores hallé ni vencidos.

    y, en efecto, si aquella sierra es como una muralla que la naturaleza misma sitúa entre dos pueblos rivales, estas llanuras se pueden considerar como un vasto palenque entre dos campos enemigos, y que frecuentemente regaron con su sangre castellanos y aragoneses.

    Pero al entrar en Aragón la escena varía enteramente, y el viajero encuentra por fin el apetecido verdor y la frondosidad por tanto tiempo deseada. Alhama con sus baños termales, y el pueblecito de Bubierca, situado sobre una colina en la entrada de un ameno valle, son los primeros que despliegan a su vista sus pequeñas heredades cubiertas de hermosos frutales, y desde allí hasta Calatayud la vista del viajero descansa casi sin interrupción sobre hermosas colinas cubiertas de viñedo, y por el otro lado, sobre la fértil vega que fecundan las aguas del Jalón.

    Pero dejando aparte la descripción topográfica del país para los geógrafos, como también la de su historia y fueros, para entretenimiento de cronistas y políticos pasaremos a observar las costumbres de este país, por tantos motivos célebres.

    Es bien sabido que la base del carácter aragonés la forma cierta firmeza del ánimo, que unos llaman constancia y energía, y otros terquedad o testarudez, sin considerar si la acción sobre que recaen tales calificaciones es o no justa y prudente; pues si la acción es tal, el sostenerla será constancia, y si por el contrario, será terquedad. Pero sea de esto lo que quiera, lo cierto es que los aragoneses difícilmente retroceden de su propósito, si bien tardan a decidirse, de donde se deriva aquel adagio que dice “Al aragonés, no dejárselo pensar”.

    Catolicismo

    Son los aragoneses generalmente piadosos y amantes de su religión: prescindiendo de la milagrosa efigie de la Virgen del Pilar, a la que no se puede menos de nombrar hablando de Aragón, por la singular devoción que le profesan, hay allí más Vírgenes apreciadas quizá que en toda España, de modo que pudiera muy bien disputar a Sevilla el título de “tierra de María Santísima”.

    Este instinto religioso hizo a los aragoneses reunirse en cofradías y hermandades, de modo que casi todos los gremios y oficios tienen su santo titular, cuya fiesta celebran con más o menos solemnidad según sus facultades.

    Para ello, acostumbran en algunas partes el que salgan desde la víspera por las calles la gaita y tambor, para reunir a los cofrades, los cuales van en corporación a oír vísperas.

    Al día siguiente van igualmente a la función de iglesia precedidos de la gaita y tambor, y del pendón de la cofradía, que es un gran jirón de cuatro o cinco varas de damasco blanco o encarnado con la efigie del santo y sus atributos; la vara del pendón suele ser de siete u ocho varas de altura, y por consiguiente tiene que conducirlo uno de los más jaques del gremio, pues tal operación no es para puños de más o menos; marchan en seguida seis o nueve de los más condecorados de la cofradía, de tres en tres, llevando en medio al prioste, cuya vara pintada sobresale de las demás por llevar encima una pequeña efigie del santo adornada de lentejuelas y flores. Con todo, a vueltas de esta piedad el diablo hace de las suyas, pues luego entran las comilonas, el baile y otras profanidades, en las cuales suele haber absurdos monstruosos que a veces arruinan a los mayordomos o priostes. A pesar de eso, tienen sus utilidades, pues sobre promover el espíritu de asociación, se ha solido echar mano de ellas para los festejos públicos, pedidos y repartos vecinales, pues se les cargaba un tanto, dejándoles la facultad de repartirlo entre sus individuos, con proporción a sus haberes cuya estadística conocían ellos mejor que nadie.

    Oficios, labores

    Para igual objeto de nivelear las cargas sirve el catastro, que es un libro público en el cual están consignadas las propiedades territoriales y el haber de cada uno, y esto con gran minuciosidad y especificación, cosa muy necesaria y útil en un país esencialmente agrícola. También hay en varios pueblos un juez de campo, que suele ser un individuo de Ayuntamiento, el cual termina verbalmente las controversias de poca monta que se suscitan sobre asuntos rurales, haciendo los repartos para los reaces de cazes y acequias, y designando las épocas del riego, y las horas en que corresponde a cada uno, lo cual es también muy necesario en un país en que frecuentemente escasean las aguas. Y a pesar de estas precauciones, el riego suele ser la manzana de la discordia entre los labradores de Aragón, y por lo común estas cuestiones se deciden en la misma vega, convirtiendo los instrumentos de labor en otras tantas armas ofensivas.

    Los labradores aragoneses están justamente reputados por unos de los más laboriosos de España, pues cultivan un terreno en extremo duro al cual hacen producir, además de los cereales necesarios para el consumo del país, hortalizas y frutas de las más sabrosas y variadas y que gozan de una reputación bien merecida. En el bajo Aragón se hacen excelentes vinos, entre los que tienen especial nombradía los de Cariñena y Cosuenda, y los de Borja y Ainzón, y otros varios; pero por lo común los demás vinos de Aragón son algo ásperos y de mucho cuerpo, lo cual los hace muy a propósito para los bautismos tabernarios: esta aspereza proviene en gran parte en la precisión en que se ven algunas veces de coger el fruto anticipadamente, y quizá también del método de elaborarlo.

    Otro de los productos principales de Aragón es el cáñamo, que se cría excelente, en especial en la ribera del Jalón, donde llega a una altura extraordinaria.

    Con este motivo abunda en Aragón la gente de la estopa, que son los alpargateros, sogueros y talegueros; comúnmente trabajan mezclados hombres y mujeres, sentados en la calle a la puerta de sus casas, y como su oficio sedentario no les impide el dar curso a su genio fisgón y divertido, sostienen de un lado al otro de la calle las conversaciones más animadas y chismográficas, haciendo objeto de sus chanzonetas al pobre transeúnte.

    El comercio de Aragón lo hacen en gran parte catalanes y franceses, aquéllos para los tejidos; éstos para la quincalla. Los almacenes y tiendas de toda clase se conocen con el nombre de botigas, de donde les viene a los comerciantes el de botigueros. La industria consiste en algunos paños gruesos y barraganes en Albarracín, Illueca, Tarazona y otros puntos; fábricas de jabón, vajilla, curtidos y algunas ferrerías.

    Toros

    Los aragoneses son por lo común muy aficionados a las corridas de toros, para lo cual hay muy buenas plazas en Zaragoza, Calatayud, Tarazona y otras. En muchas partes acostumbran correr las reses en el mismo corral del matadero antes de matarlas, y aun personas acomodadas suelen tener el gusto de entrar a echar una suerte; en otras partes suelen también, con motivo de alguna solemnidad correr toros por las calles, aunque lo común es uno solo y ensogado. Esto recuerda el chasco que sucedió a cierto ilustrísimo personaje que, yendo por una calle el día 28 de diciembre, vio venir corriendo una turba de mozos: preguntándoles por qué corrían, contestaron sin detenerse: “Señor, que vienen los inocentes”. ¡Cual se quedaría el buen señor cuando se encontró, al revolver la esquina, nada menos que con una manada de toros!

    Antes solía haber por las noches corridas que llamaban jubillos; para ello ponían al toro unas grandes pellas de pez y resina en los cuernos, y en seguida les prendían fuego y lo soltaban, aunque esta costumbre ha caído en desuso por los grandes inconvenientes que acarreaba.

    Rondas peligrosas

    Pero lo que todavía conservan los aragoneses con más ahínco son sus rondas, a pesar de los esfuerzos que han hecho algunas autoridades para abolirlas, aunque es verdad que han decaído mucho, y lo mejor, que han perdido aquel carácter hostil que en otro tiempo las hiciera formidables. Juntábanse antes cuatro o cinco valentones con sus trabucos naranjeros, y se repartían la custodia de las esquinas de la calle que escogían por teatro de estos arrojos barbari-amorosos, con lo cual les cuadraba perfecta aquella coplilla que solían dar al viento:

    ¡Qué bien paice un cuerpo güeno
    plantaíco en una calle
    diciendo con su traúco
    “Por aquí no pasa naide”!

    Y frecuentemente se salían con la suya, y ni justicia ni alguaciles ni miñones eran suficientes para desalojarlos de sus inexpugnables esquinas, hasta que a ellos se les antojaba largarse. A veces retirándose a su casa un pacifico vecino llegaba a sus oídos un tremendo “atrás” que detenía sus pasos; pero al querer retroceder sentía a sus espaldas el “quién vive” de la justicia que le cortaba igualmente la retirada; entonces, acurrucándose en el hueco de una puerta para ser bien a su pesar espectador de la refriega, no le quedaba otro recurso que encomendarse a todos los santos del cielo para le librasen de aquellos Scilas y Caribdis. Afortunadamente, este abuso ha desaparecido ya; pero no así el de apalearse cuando se encuentran dos rondas opuestas, o dos amantes rivales bajo unas mismas ventanas; pues los aragoneses prefieren las vías de hecho a la palabrería impertinente de otras provincias; y al fin esto de “sacudirse el polvo” sobre la marcha y en un acceso de cólera es más español que no los exóticos desafíos a sangre fría con su obligado acompañamiento de padrinos y billetes, y el ridículo final de almuerzo en fonda. En Aragón, no apenas han mediado dos o tres contestaciones, siente el que ha replicado a un tiempo mismo un puñetazo y un “mía que te pego”.

    Música, bailes, jotas

    En el día, para las rondas, se reúnen unos cuantos individuos que cantan y tañen a la vez y forman una orquesta con un par de guitarras, guitarrillo o bandurria, hierrecillos y pandereta, aunque esto, como es de suponer, admite más o menos latitud: hay algunos que tocan la bandurria con mucho primor y ligereza, de modo que sus sonidos agudísimos hacen en estos conciertos el efecto de un violín. Al oír pasar una de estas rondas a media noche, y durante las apacibles penumbras del estío, no puede uno menos que incorporarse en la cama, y da gustoso la incomodidad de haberlo despertado por el placer de oír aquellas voces limpias y sonoras que, acompañadas del suave sonido de las cuerdas, se pierden a lo lejos con singular vaguedad. Entonces, el desvelado observador, si está dotado de una imaginación viva y entusiasta, se cree transportado a oír las misteriosas serenatas de los árabes, y arrojándose de su lecho para ver pasar los embozados galanes, advierte, disipándose su romántica ilusión, que no son abencerrajes con turbantes y albornoces, sino aragoneses con mantas y cachirulos.

    Algunas veces suelen dirigir a sus novias en tales ocasiones cuartetas o jotas compuestas por ellos mismos, pues los aragoneses suelen estar dotados de alguna facilidad para improvisar y mucha propensión para la música, como es fácil de observar por la gran cantidad de músicos aragoneses (en especial vocales) que hay en las catedrales de España. En todas las de Aragón hay excelentes orquestas (capillas) y también aun en las colegiatas de las ciudades subalternas. Por lo que hace a las jotas, es tal la multitud de ellas, que apenas habrá objeto sobre que no haya la suya, de modo que con la mayor facilidad estará una criada cantando todo el día y sin repetir una sola: a veces no se les halla sentido alguno a estas cuartetas, pero en cambio otras lo tienen no muy inocente.

    Observa un escritor que comúnmente los pueblos más graves suelen tener la música y el baile sumamente alegre, y cita en su apoyo los valses de los alemanes, y las bailadas de otros varios pueblos notables por la austeridad de sus costumbres. Esto mismo se puede observar en Aragón, pues sus jotas son de lo más alegre, tanto en el canto como en el baile, a pesar del carácter grave y serio de sus habitantes. Entre las diferentes jotas merece especial mención una titulada la “jota al aire”, en que, después de haber bailado dos parejas, toman los bailarines a sus compañeras por las cinturas y bailan sosteniéndolas en alto.

    En todos estos bailes, las mujeres usan castañuelas que en algunas partes llaman pulgarillas, y las saben repicar con mucha gracia. (...)
    Última edición por ALACRAN; 10/10/2022 a las 13:26
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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