Revista FUERZA NUEVA, nº 584, 18-Mar-1978
Monseñor Lefebvre, en nuestra sede
LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
Fue presentado por nuestro presidente Blas Piñar
Calor y sentimiento patriótico son las notas que caracterizan los actos de FUERZA NUEVA. Fervor y fe cristiana rezumó nuestro abarrotado salón de conferencias el pasado jueves, día de la esperada alocución del prelado francés monseñor Lefebvre.
Y en contra de lo previsto, fue nuestro presidente, Blas Piñar, quien tomó en primer lugar la palabra. Y lo hizo con el fin de desagraviar a monseñor ante los insultos y deformaciones lanzados por la prensa nacional contra su persona en estos días. Dijo lo siguiente:
“Hay algo peor que la ignorancia, y es el error. Pero hay algo aun más lamentable que el error, y es la distorsión de la verdad o la mentira.
Pues bien, en un diario madrileño, de escasos lectores, (“Arriba”), una pluma enconada y descortés ha escrito en tono hiriente de sarcasmo: “El bueno de Lefebvre residirá en el hotel Sideral, digna residencia para quien está en las nubes, invitado, cómo no, por Fuerza Nueva”.
Hoy, no contento con su feliz metáfora, y bajo título “Satán bajo el brazo”, califica a monseñor de “espectro obsoleto”, de “medievalismo”, de “utilitarismo al servicio de oscuras fuerzas políticas antidemocráticas, de las que recibe abundante financiación”, de “intransigente”, de atrabiliario” y de “enmascarador con su penuria dialéctica (de) los más trasnochados reaccionarismos”.
Quien ha escrito esto bajo el anonimato, si no prueba lo que dice, es un miserable; porque se podrá estar o no de acuerdo con monseñor Lefebvre, en cuyo caso se argumenta con lógica, con textos en la mano, como se pudo hacer ayer en la rueda de prensa o con el reto a un debate público, pero no se ofende y se injuria de una manera tan ruin, que descalifica a su autor.
Por otra parte, monseñor Lefebvre no ha sido invitado, como dice el autor oculto de la infamia, por “un partido de la ultraderecha extraparlamentaria, cómo no, por Fuerza Nueva”. Es otra falsedad más que se vierte en “Arriba”, sin duda porque ya está tan arriba, tan lejos del mundo objetivo y tan próximo al mundo subjetivo de la hostilidad manifiesta, que si monseñor Lefebvre está en áreas siderales, el autor del artículo está en la inopia, pues monseñor ha sido invitado y es huésped de una editorial bien conocida (*).
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No es oculto que al ceder esta sala para la conferencia que va a celebrarse, surgieron, como era lógico, dudas y vacilaciones, ya que no en balde nuestra época está signada por la confusión y por la propaganda mordaz, que presiona y a veces casi obliga a resolver los problemas, no a la luz de sanos criterios de doctrina y de ética, sino del miedo, del respeto humano o de la comodidad.
Pues bien, os aseguro que si razones doctrinales y éticas me movieron a ceder el aula de Fuerza Nueva a quien hoy nos preside, ahora me congratulo por esta decisión, en nombre de la cortesía y de la caridad, pues de este modo desagraviamos, en la medida que nos es posible, con nuestra cuota alícuota de españoles, la falta de caridad y de cortesía con que fue tratado desde las páginas de un periódico (“Arriba”) que un día creara, con fines bien distintos, el fundador de la Falange.
Ahora bien, si la cortesía y la caridad avalan a posteriori aquella decisión, yo quiero públicamente dar las razones doctrinales y éticas que la motivaron en principio. Con ello quisiera tranquilizar a quienes, a uno u otro nivel, se han preocupado por el tema.
•La conferencia -se me dijo- de monseñor en el aula de Fuerza Nueva no beneficia al partido.
Es posible; pero la línea de conducta de nuestro quehacer político no es la conveniencia, sino la verdad y la justicia.
Si por servir una empresa justa nos sigue el perjuicio, lo superaremos con alegría cristiana. Una periodista, regresando de Ceuta, y un amigo de Barcelona, en el mes de diciembre, me insinuaron lo mismo en otro orden de cosas: “No insistan ustedes en la lucha contra el divorcio; así ganarán simpatías”. Pues no, porque nuestro objetivo no es conseguir sonrisas, sino defender la verdad.
•Monseñor Lefebvre ataca al Concilio. Es así que el Concilio goza de la asistencia del Espíritu Santo y que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, luego ustedes, cediendo el aula a monseñor están contra la Iglesia, contra el Espíritu Santo y contra el Concilio.
Vayamos por partes:
Ceder un aula para que alguien exponga sus ideas no quiere decir que se compartan. Si la cesión a los marxistas de edificios religiosos, e incluso de lugares sagrados, como la capilla de la Ciudad Universitaria, para que los filósofos ateos y enemigos de la religión den a conocer su doctrina, supusiera, automáticamente, que los prelados de las diócesis y el Vicario de Cristo son ateos, llegaríamos una conclusión absurda.
Pero es que, además, convenía, para no dejarnos reducir por la ceguera de los ataques indiscriminados, aclarar que el Concilio Vaticano II no ha sido, por expresar decisión de Juan XXIII y de Pablo VI, un concilio dogmático sino puramente pastoral.
Lo que hay de dogmático en los textos conciliares no es, por tanto, nuevo, y ello por definición, sino recogido de proclamaciones dogmáticas anteriores, desde el comienzo del cristianismo hasta la definición por Pío XII de la Asunción de María.
Decir que Monseñor -que defiende hasta el sacrificio la totalidad del dogma- rechaza la totalidad del Concilio Vaticano II, es falso, pues no puede negar lo que hace suyo.
Decir que Monseñor disiente y pone en tela de juicio los aciertos pastorales -no dogmáticos- del Concilio, es verdad, y es lícito.
Es verdad, porque la única razón de la postura dialéctica de nuestro conferenciante se centra en torno a una pastoral, en algunos aspectos tan equivocada, que ha puesto en liquidación el dogma, la moral, las vías sacramentales de la gracia, la liturgia y la disciplina.
Y es lícita, porque ¿acaso la reforma pastoral llevada a cabo por el Concilio -acertada o no- hubiera sido posible si no hubiera podido discreparse abiertamente de la anterior? No puede declararse como ilícita la actitud de Monseñor, cuando sólo la licitud de la tarea de sus adversarios hizo posible la reforma que, al ser puesta en litigio, quisiera definirse como perfecta e intocable.
•Yo me pregunto si alguien se hubiera escandalizado por la presencia en este aula de un arzobispo de la Iglesia ortodoxa. Seguro que no. Nuestros hermanos separados de aquellas comunidades gozan de gran simpatía entre nosotros. Y, sin embargo, la Iglesia ortodoxa no está de acuerdo con algunas verdades dogmáticas, como el primado de jurisdicción de Pedro, la doctrina de la gracia, la del purgatorio y la de la procesión del Espíritu Santo, por no citar otras.
Pues bien, si nadie se escandalizaría por la presencia aquí de un arzobispo ortodoxo, que niega dogmas fundamentales, ¿por qué el escándalo –que me parece fariseo- por la presencia de Monseñor, que lucha por la totalidad del dogma, es decir, por el tesoro completo de la Revelación?
•La presencia aquí de Monseñor nos coloca en la única actitud aconsejada y predicada con el ejemplo por nuestros pastores.
Hay que escuchar, no puede formarse juicio sin oír. Por eso, en Roma se escucha a embajadores y visitantes de los países marxistas, donde los católicos sufren persecución y martirio, y de los países africanos, de los que se expulsa a los misioneros y se cometen espantosos genocidios; por eso nuestro pastor (Tarancón) recibe y escucha a Felipe González y a Santiago Carrillo, por eso hay coloquios públicos entre cristianos y marxistas, y organismos a escala superior, que se preocupan del diálogo con los ateos.
¿Cómo, pues, escandalizarnos por escuchar a un arzobispo de la Iglesia católica, con una biografía ejemplar al servicio de las almas? ¿Será de peor condición que el soviético Breznev, que el alcalde comunista de Roma, que Felipe González o que Carrillo?
•Cristo se definió como Verdad, Vida y Camino. Sólo la Verdad es la que salva. La mayor calidad exige que la Verdad salvadora se presente inmaculada y completa. Sólo Cristo tiene la Vida. Y la vida de Dios llega a nosotros por medio de la gracia que discurre por los sacramentos. Sólo Cristo es el Camino, porque es Hombre y Dios, y recapitulando en Él la Humanidad toda, la diviniza.
Pues bien, hoy la Verdad se ataca, los sacramentos se escamotean y ridiculizan y se presenta a Jesucristo privándole de su divinidad, con lo que se le arranca su carácter de Redentor. Cristo, al dejar de ser la Verdad, la Vida y el Camino, se desdibuja en un personaje al que se admira o se desprecia o se explota. La situación del mundo católico es, por ello mismo, de contestación y desmonte.
No hay que remontarse muy lejos. Estamos en la época del posconcilio. Pablo VI ha hablado de autodemolición, ha tenido que condenar desviaciones dogmáticas y sacramentales gravísimas, y en su discurso del 11 de febrero de 1978, a los cuaresmeros de Roma, pide a Dios “que perdone a cuantos han cuestionado a lo largo de estos últimos años la naturaleza del sacerdocio ministerial, como si fuese un intruso en el Nuevo Testamento”; ha criticado duramente el proceso de desacralización (que) se ha introducido en la institución sacerdotal para demoler su consistencia”, “la manía de laicización (que) ha arrancado los signos externos del hábito sagrado y despojado su corazón del respeto debido a su propia persona, sustituyéndolo por una ostentosa vanidad de lo profano, y tal vez, hasta por la audacia, de lo ilícito y de lo inverosímil”. “¡Que sean precisamente los predilectos de la Casa de Dios quienes contesten y… quebranten la Tradición!”, concluye el Papa.
El diagnóstico es perfecto. Pero falla la terapéutica, la pastoral, y si tales son los efectos de una pastoral nueva, de la pastoral que arranca del Concilio, ¿no estará en lo cierto monseñor Lefebvre? ¿Y no sería justo escucharle, porque aquello que Monseñor defiende es esa Tradición contestada y quebrantada a que alude con dolor el Pontífice?
No es preciso estudiar este quebranto de la Tradición, el ataque a la fe, a los sacramentos y a la moral, en la órbita que el Santo Padre contempla. Aún recordamos la protesta brutal e irrespetuosa contra “Humanae Vitae”. Basta con mirar aquí y ahora mismo: González Ruiz, en unas declaraciones a la “Hoja del Lunes” de Badajoz acaba de proclamar que “Trento ha sido liquidado por el Vaticano II”, lo que de constituye una aberración no descalificada por la jerarquía; alguien que vive en la esperanza (J. M. Díez Alegría, S.J.) descubre a Jesucristo a través de Carlos Marx; la concepción virginal de Cristo por María se niega en un artículo publicado en “Sal Terrae”; se aceptan, desde la estructura episcopal, el Estado laico y el divorcio, y no se acomete con claridad y valentía la tarea de ilustrar y denunciar a un tiempo sobre temas tan fundamentales como el adulterio y el amancebamiento, ya despenalizados, la anticoncepción, el aborto o el incesto, cuya despenalización ya se propone (1978) con enmiendas parlamentarias.
Como un botón de muestra, me atrevo a leer la siguiente oración preparada en varias diócesis españolas para la “jornada por la amnistía”: “También nosotros y nuestra comunidad, y nuestra Iglesia, hemos contribuido en tantos siglos, y últimamente, en los cuarenta años de fascismo, a que el pueblo haya sido escarnecido con los salarios de hambre, con la negación de su derechos, con la represión sexual, con una domesticación cultural, con el miedo, con las torturas, con la cárcel y con la muerte”.
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•Pero en cualquier caso, se argumentará que Monseñor está suspendido “a divinis”. Así es, pero, ante todo, habría que conocer si esa suspensión es, conforme al derecho canónico, lícita y válida.
Pero, aunque lo fuera -lo que es discutible-, Monseñor no ha sido excomulgado, por ello está en comunión con la Iglesia y con el Papa. Su fe es la de Roma, y no otra distinta. No es, por tanto, un hereje. Y no es cismático, pues ha adoptado una postura nada fácil en la Iglesia de hoy, por amor a la Iglesia, pero no fuera de la Iglesia y encabezando una Iglesia distinta.
Un religioso me decía el martes: “Somos mártires, pero nos victiman los que tienen autoridad en la Iglesia”. Pues bien, este es el martirio de muchos santos, y entre los modernos, la madre Sacramento y el padre Comboni. Es el martirio más difícil, más duro, más humanamente insufrible, pero del que la Providencia saca las grandes purificaciones eclesiales.
Esta victimación pública, que lleva consigo el descrédito y la difamación, no merece una repulsa, sino una mirada amorosa. Si por defensa de la Verdad se condenase a alguien a este sufrimiento, no añadiría yo el del abandono del victimado, alejándome de él y aislándole como si fuera el peor de los enemigos.
A este religioso, que lucha y que es perseguido hoy, arrinconado por sus mismos superiores, hubiera podido decirle: “Y si por defender, con el tesón que le caracteriza, lo que es justo y verdadero, le suspenden a usted “a divinis”, ¿le parecería bien que le negase públicamente mi amistad y mi ayuda?”
De llevar las cosas en esa línea de pensamiento, tendríamos que prescindir de Santa Juana de Arco y de San Pablo, que se enfrentó con Pedro, y de San Juan de la Cruz, que estuvo preso en las cárceles de la Inquisición y de Santa Teresa de Jesús, a la que el nuncio de Su Santidad llamó “fémina inquieta y andariega”.
•Hay un último argumento que nos afecta directamente a nosotros: A veces nos niegan los cines y teatros, y tenemos que recurrir a hoteles y hostales de carretera, como Monseñor, que tuvo que refugiarse en el hotel Sideral.
Y nos quejamos. Pues bien, “lo que no quieras para ti no lo quieras para los demás”. ¿Íbamos a querer para Monseñor lo que no queremos para nosotros? Estando en condiciones de cederle un aula, ¿deberíamos negársela?
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A la hora de la verdad -que ya está sonando, es decir, a la de una comprobación de los resultados de la pastoral nueva-, ¿no descubrirá Pablo VI, en monseñor Lefebvre, a uno de sus leales? Porque la lealtad exige en ocasiones la tensión dialéctica; porque la lealtad no es al hombre, sino, ante todo, al ministerio, a la Roca de la Fe, que Pedro y los sucesores de Pedro esencialmente significan, al Vicario de Cristo, en suma, que confirma en esa Fe a los hermanos, pero que, confirmándola, puede ponerla en peligro con una pastoral desacralizante que seculariza, o con un gobierno desacertado, vacilante o equívoco.
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Cuando el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia, es evidente que ese humo está denunciando que cosas fundamentales han sido presas del fuego en la Iglesia misma. Lo que ocurre es que, ante el humo y el fuego destructores, caben posiciones y comportamientos distintos. Si unos avivan el fuego, otros callan y bastantes murmuran. Pero ni el silencio ni la murmuración tienen capacidad salvadora. Por eso, Monseñor hace lo que está en sus manos. De una parte, salva lo que tiene a su modesto alcance de la voracidad de las llamas, y de otra, a pesar de sus años, que pueden instarle a la contemplación inactiva de lo que ocurre, corre hasta la puerta de la comunidad eclesial, hasta la “porta coeli” que es la Iglesia misma, y, tomando la aldaba, golpea con celo para que despierten los moradores.
Ya sé que el golpeteo, a los adormilados y a los durmientes, les molesta, lastima su sueño y sus oídos. ¡Pero bendita molestia que hace gruñir y hasta insultar, si, gracias a la misma, la Iglesia toda, desde la cabeza a los fieles, pasando por los obispos y sacerdotes se pone en pie para cumplir su gran misión salvadora y presentar a Cristo como Redentor de la Humanidad!
Por estas y por otras razones que el tiempo me obliga a omitir, está hoy entre nosotros, en el aula de conferencias de Fuerza Nueva, monseñor Lefebvre”.
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Seguidamente, en nombre de Fuerza Nueva, se hizo entrega a Monseñor Lefebvre de una casulla; tras lo cual comenzó su locución en francés, siendo traducida simultáneamente por el señor Pazat de Lis.
El reino de Cristo
Agradeció mons. Lefebvre, en primer término, la invitación de Blas Piñar, al que calificó de hombre muy apreciado por él, de extraordinaria lucidez, valor y firmeza en la fe.
Tras estas palabras de agradecimiento, inició Monseñor su charla, que versaría principalmente sobre el Reino, la realeza de Nuestro Señor Jesucristo.
“Debemos desear que en la tierra, así como en el cielo, se cumpla el reino de Cristo, que es la perfección completa. La liturgia no recuerda continuamente que Cristo es Rey, y lo es por su Cruz, su corona es la de espinas. Hace veinte siglos que la doctrina católica habla de la realeza de Cristo. Ante ello tenemos dos soluciones: o somos católicos y luchamos por el reino de Nuestro Señor Jesucristo, o somos discípulos del reino de Satanás. Y son, precisamente, hombres de la propia Iglesia los que, desde el Concilio Vaticano II, están luchando contra ese reino de Cristo”.
Drama doloroso
La doctrina de la Iglesia habla siempre a los príncipes en el sentido de que su poder les viene de Dios y les ha sido dado para el apoyo y la defensa de la Iglesia. Pero la doctrina del Concilio sobre libertad religiosa es opuesta a la fe católica, y por ello la ataco en mi libro. No se pueden aceptar dos textos contradictorios. El drama doloroso que sufre la Iglesia de España (1978) es éste, la presión de la Santa Sede a los gobernantes para la constitución de un Estado laico. Si se aprueba esta declaración, en España se negará la realeza de Cristo. España verá en el mismo plano a los budistas, los protestantes y los católicos. Ahí está el ejemplo de lo logrado por la política del Vaticano: quien manda hoy prácticamente en Italia son los comunistas”.
“Lo que os sugiero es que mantengáis la fe católica y las oraciones a la Virgen María para que lleve al corazón de todos el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”.
Con estas y otras frases definitivas, finalizó la conferencia de monseñor Lefebvre, que, rodeado por una nube de personas, informadores y fieles se dirigió al balcón para saludar a los que, desde la calle, habían seguido estoicamente, por insuficiencia del local, las palabras del prelado.
Una vez éste se retiró, los miles de personas apiñadas en la calle entonaron el “Cara al Sol” y prorrumpieron en gritos de “Lefebvre, Lefebvre”, “Blas Piñar”, “Viva Cristo Rey”, etc., así como otros contra el Gobierno y sus laicos componentes.
Hay que señalar que las fuerzas de orden público, enviadas con órdenes directas del señor Rosón para desalojar la calle, se comportaron perfectamente y no intervinieron, a cambio de que los jóvenes de seguridad abrieran un pasillo para el paso de los vehículos.
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