Desfilie neonazi en la Cibeles

Amaya Arzuaga alcanza el techo de la pasarela: tacones de 11 centímetros

Sus ecos nazis a algunos les parecieron un juego y a otros, como al corresponsal de la agencia alemana Dpa, una apología incomprensible. Delfín en estado puro.

Pedro Narváez - Madrid.-

Entre la verbena y el disparate, el eco de la bandas de pueblo que lo mismo anuncian la mascletá que la salida de un paso de Semana Santa, el eco militar de los tambores, en fin, marcó el paso marcial de las modelos. Con esa caricatura (se habla tanto de caricaturas estos días), Cibeles se puso firme para recibir al mejor David Delfín, el hombre capaz de agitar gustos y conciencias. Delfín quiso así hilar un discurso sobre los uniformes y, a decir de sus palabras, sobre los beneficios de la disciplina. «Si no nos controlamos vamos abocados al desastre», dice el diseñador, que admite y justifica la autocensura «igual que todo el mundo, porque nadie dice y hace lo que quiere». Es posible que Delfín le ponga una mordaza a sus tijeras del mismo modo que otros se la ponen al bolígrafo o al lápiz, no sé, pero de entrada deja caer sin ningún recorte sobre la pasarela una muestra de los poderes de los que habla: el militar, sobre todo, en varias salidas de indumentaria con ecos nazis que fue el hilo conductor del desfile; el de la violencia, posible referencia terrorista en una especie de pasamontañas; el de la Iglesia, retratado en un jersey negro con un cuadro blanco en el cuello (un cura, claro); y el poder judicial: Bimba Bosé cerró el desfile con un abrigo negro con los puños de encaje blanco, como la toga de un juez.

Colegialas. Más allá de explicaciones políticas, y de la corrección o incorrección de las telas, lo que está claro es que a David Delfín le gustan los uniformes, porque hasta las colegialas vestidas de colegialas salpicaron la pasarela, y también, a lo que se ve, la estricta disciplina germana. En cualquier caso, una imagen fuerte que avivó la controversia que rodea a los desfiles de este diseñador. El corresponsal de la agencia alemana Dpa, por ejemplo, no entendía cómo se podían usar gratuitamente símbolos nazis en la moda y se mostró preocupado por cómo serán recibidas esas imágenes en su país, aunque admitió que pueden tener una estética bella perfectamente utilizable para la pasarela. Críticos también se mostraron algunos periodistas húngaros e italianos mientras la Prensa española aplaudió en general la atrevida puesta en escena en un momento en que los símbolos pueden ser interpretados de muchas maneras. De fondo, el panfleto neopijo de sus nuevos bolsos y maletas con el logo Delfín al estilo de los clásicos de Vuitton, Loewe, etc, y una colección impecable en algodón caqui, tweed gris y satén negro.

Astracán y zorros. Cambiamos de escenario. Negro sobre negro con algún apunte verde piscina o marrón, Miguel Palacio volvió a hacer unas de esas colecciones que se pasearían sin rubor por las pasarelas internacionales con el salvoconducto del «trés chic». Nos quedamos con la imagen de los vaporosos vestidos evasé, siempre por encima de la rodilla, de escote en V y cintura alta, aunque hay otras fotos fijas que deslumbrarían a sus clientas, entre ellas a Laura Ponte, que no perdió detalle en primera fila junto a su cuñada Simoneta Gómez Acebo, como los abrigos de astracán y zorro, todo sobre botas altísimas, a la rodilla, en ante marrón. Son las puntadas de la costura moderna que tapa la boca de la nostalgia con un punto de sexy urbanita.
Jesús del Pozo, más apegado a las tendencias últimamente, dio su toque personal en los pantalones, casi siempre muy anchos y de tiro muy largo, como si fuesen dos tallas más grandes, y nos regaló piezas exquisitas como gabardinas forradas de piel de zorro despinzado o la serie de largos vestidos de tafetán con escote palabra de honor y cintura imperio en azules, grises y oro. Antonio Pernas metió el gol de la tarde: para empezar, tuvo a Ronaldo admirando a su novia, Raica Oliveira. La marca resucita tras la unión con Caramelo y se rejuvenece con un homenaje veraniego –estamos viendo invierno– a Kate Moss y el estilo «british», en el que destacan las minifaldas plisadas, las rayas marineras y hasta las botas de agua Hunter. El estilismo, en fin, que tanto gustan a la «top» inglesa y a sus rivales: Sienna Miller, por ejemplo. El mejor trabajo de patronaje, además de Miguel Palacio, lo hizo, como acostumbra, Amaya Arzuaga. Parte del clásico esmóquin maculino para desgajar un puzzle en el que luego todas las piezas encajan. Así, un abrigo muestra su solapa por delante y deja el mismo hueco por detrás para que se vea la prenda que lleva debajo o la espalda desnuda. La carne sobre las telas torturadas, arrugadas. Las chaquetas de los chicos se acortan por delante al estilo de un frac mientras los cuellos de las camisas se anudan en un jaque mate romántico. Entre humo y con la música que uno encontraría en la gruta de la noche, la vanguardia se va de fiesta con capas cortas, faldas de tubo y vestidos de piel de zorro, mira que es astuta. Para llegar a lo más alto de Cibeles, y después de que Roberto Torretta sacara el martes tacones de diez centímetros, Arzuaga los hace de once en botas que llegan a la rodilla. A ver quién sube la apuesta hoy. Me temo que, en el ecuador del certamen, hemos alcanzado techo en todos los sentidos. Amaya ha dejado el listón muy alto en esto de los tacones. Como a ella le gusta.
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