Revista FUERZA NUEVA, nº156, 3-Ene-1970
A la luz de la Historia
EL CATOLICISMO: ¿FRENO A LA EXPANSIÓN ECONÓMICA?
La escena es bien conocida: La Edad Media, uniformemente dócil a las jerarquías religiosas, llevando una vida reglamentada “al ritmo de jubilosos hosannas” (la expresión es de Pío XII). La obsesión del Más Allá inhibía el espíritu de empresa temporal. El arrodillamiento económico produce una impotencia crónica. Esta Edad Media miserable estaba sumida en las más crueles hambres y sobrevivía, mantenida en la esterilidad económica por una dominación señorial confabulada con una prepotencia clerical.
La realidad fue muy diferente. Y conviene examinarlo para poder apuntar un tanto positivo en la doctrina socio-económica de la Iglesia.
Nos hace falta, pues, para un estudio de temas contrapuestos, el análisis de los principales capítulos de la historia económica de la Edad Media. El más pequeño examen, por muy atento e imparcial que quiera ser, nos revelará, a partir del siglo XII, la eclosión de nuevas sociedades, sociedades económicas ya, con las características profundas que perfilan una economía moderna: movilidad de los capitales, sentido de la investigación, gusto por la aventura comercial, creación de técnicas bancarias, primicias de un Derecho Mercantil, etc.
BASÁNDONOS en los concienzudos y casi ejemplares testimonios de las obras “Ética protestante y espíritu del capitalismo”, de Max Weber y “Los banqueros judíos del siglo XIII al XVII”, de Calmann-Levy, podemos plantear las dos cuestiones fundamentales para el estudio de la actitud del catolicismo frente al hecho económico:
1- ¿Qué enseña la historia medieval?
2- ¿Cuál fue el papel económico de la Iglesia?
TRAZOS SIGNIFICATIVOS DE LA HISTORIA ECONÓMICA DE LA EDAD MEDIA
Las grandes corrientes del cambio internacional
El historiador Boisonnade, especialista de la Edad Media, escribe que, en el siglo XI, la vida comercial se expande con una fuerza que ella no había conocido y que sobrepasa los más óptimos periodos de la antigüedad. La economía nueva tiene ahora órganos especiales que provoca la creación de clases diferentes y de una variada forma de organización.
Es, en efecto, a partir del siglo XII, en que los progresos unidos a las ciencias naturales han dado paso a un desenvolvimiento considerable de las grandes empresas: desarrollo de las industrias textiles, de las industrias del cuero, de la madera, del vidrio, y al mismo tiempo, un desenvolvimiento de la metalurgia.
Entonces aparece el gran comercio internacional y surgen las grandes compañías comerciales.
Las comunicaciones y los transportes
Las vías de comunicación se desarrollan rápida y progresivamente. Las compañías de constructores de puentes se multiplican. Es en esta época cuando fueron construidos un buen número de estos puentes de piedra que todavía en nuestros días ocupan un importante lugar en los medios de comunicación. La circulación fluvial se organiza; se regulariza el curso de los ríos por medio de diques. En 1460, Francia dispone de 25.000 kilómetros de carreteras y de pasajes suficientes entre los Alpes y los Pirineos para comunicarse con los grandes centros mediterráneos. En el siglo XIV, los convoyes de mercaderes no necesitaban más de 35 días para ir de París a Nápoles por el Col de Mont Cenis.
A partir del siglo XII, comienza la construcción de las grandes flotas mercantiles. Los astilleros de construcción naval de Venecia, Génova, Marsella y Barcelona lanzan navíos de 500 a 600 toneladas que pueden transportar de 1.000 a 1.500 pasajeros. Los puertos son protegidos. Los Estados de Occidente construyen sus primeras flotas de guerra para proteger sus rutas marítimas. Génova tiene en 1295 doscientos navíos de guerra (con 25.000 marineros). Francia tiene un número igual de navíos. Hacia 1250 se perfeccionan la brújula y el gobernalle. La navegación se encaminará hacia la India… y América. Es éste un período de intensa transformación industrial y de cambio de los hábitos comerciales.
Desenvolvimiento de los mercados y las ferias
Desde el siglo XI, los mercaderes se asociaban para compartir riesgos y peligros. Se crean las sociedades en comandita o se asocian personalmente aportando capitales, mercancías y agentes. Los mercados del norte de Francia, de la región parisiense, de Normandía, Picardía, Flandes y Renania se agrupan en “guildes” o sociedades de defensa y de protección mutua. Estas “guildes” se federan formando las “hansas” que, a veces, forman verdaderas potencias como la de las 60 ciudades de la Champaña, Picardía, Flandes, Francia, Normandía y Brabante.
Estos agrupamientos de mercados, libremente constituidos por la iniciativa privada, hacían sus reglas jurídicas y negociaban tratados de nación a nación. El siglo XIII aporta las codificaciones que reglamentan las libertades económicas y constituyen los fundamentos de un derecho comercial internacional. Los tratados comerciales se multiplican entre los príncipes cristianos, sin duda, pero también entre éstos y los Estados musulmanes. (En 1238, Venecia firma un acuerdo con Egipto y en 1256, con Trípoli, etc.)
Es, pues, difícil de negar que la Edad Media, mucho antes de nuestras modernas “conquistas” económicas (libre cambio, Mercado Común), había espontáneamente practicado las grandes libertades comerciales entre las naciones.
Los capitales, la moneda, el crédito, la Banca
Desde luego, un auge tal en la producción y en los cambios económicos no puede producirse a una tal escala sin el concurso de nuevas técnicas monetarias y bancarias. Boisonnade (A. cit.) afirma que “el crédito proviene de nuevas formas, más adaptadas a los deseos de los comerciantes, tales como las ventas a crédito, bajo reserva de dinero y bajo caución, los avances autorizados de bienes traslaticios y recuperables, los empréstitos sobre hipotecas y, sobre todo, los préstamos sobre depósito de numerario o de banco, y los préstamos a las grandes aventuras, el último de los grandes usos de las empresas del comercio marítimo”.
Y es justamente aquí donde la empresa y la obra de la Iglesia es la más audaz y la más fecunda.
La más audaz, porque la sociedad cristiana ignoraba las técnicas concupiscentes y rapaces de los aventureros, de los banqueros lombardos o el tráfico usuarios de los prestamistas judíos cuyas tasas de interés variaban corrientemente del 30 al 50 por 100 cuando no del 80 al 100 por 100, si las circunstancias lo permitían.
La más fecunda también por los progresos económicos que dependían en aquella época, como hoy, de la movilidad de la renta de los capitales, de la fluidez de los cambios, de la rapidez y seguridad de los reglamentos, así como del crédito, sin el cual las iniciativas industriales y comerciales quedaban paralizadas.
En las grandes ferias se introducen los pagos por compensación y por cambio de créditos con facultad de reintegro mediante comisión.
De esta práctica hecha general nacen las oficinas de cambio y casas de banca. Las primeros arbitran las innumerables monedas de la época, pero su zona de control disminuirá pronto cuando comienza a desarrollarse la circulación fiduciaria. Las segundas crecen en importancia y según Boisonnade “abandonan a los judíos la clientela popular y la mayor parte de préstamos sobre salarios que se exigen en razón de tarifas calificadas de usurarias, que llegan hasta el 80 por 100, teniendo que intervenir los banqueros cristianos que se organizan por todas partes para inaugurar las nuevas formas de crédito.
A medida que el comercio se desarrolla, la necesidad de capitales se hace sentir. Es una ley física de la vida económica: las sociedades industriales y comerciales de la Edad Media no escaparán de ella. Resulta difícil procurarse el numerario metálico, por lo que el uso del papel de crédito, equivalente a la letra de cambio, y como primer esbozo de nuestros tratos modernos, se expande más y más. Su uso se generaliza cuando aumenta la confianza en los bancos que guardan los depósitos de metálico, cuyos recibos o billetes adquieren cada vez mayor solidez, hasta el punto que acaban siendo moneda. Este fue el nacimiento de la moneda fiduciaria (de fides = confianza).
Las grandes ciudades mercantiles de Italia multiplican las sociedades en número colectivo, que organizan el crédito, uniéndose entre ellos para la organización de los mercados. Poseen poderosos capitales. La palabra “capital” es corriente en los textos italianos para designar el dinero invertido en los negocios. Estas “compañías” en fin, tienen redes de agentes, de sucursales en los principales países de Europa, lo mismo que en África del Norte, en Chipre, en Siria. Estos banqueros practican los seguros y reaseguros marítimos y terrestres; ellos se encargan de la recepción de los efectos comerciales y de la liquidación de créditos. Ellos abren y reglamentan las cuentas corrientes y regularizan las operaciones de mercaderes. Con los Templarios, se creó el primer banco de depósitos y de descuentos organizando el crédito público y privado. Reciben en custodia mediante recibos y restitución a primera vista los objetos preciosos, la plata y el oro. Practican no solamente los préstamos sobre bienes raíces, sino préstamos sobre hipotecas, fletes y mercancías.
El auge económico y la Iglesia
Veamos punto por punto qué opina la Iglesia, por boca de sus maestros, de todos y cada uno de los factores fundamentales de este fenómeno.
El capital. Lejos de condenar en razón de los abusos que pueden hacerse, los textos católicos lo tienen por legítimo y necesario al bien común. El dinero -escribe San Bernardino de Siena- no tiene solamente el valor del puro objeto en oro y plata, sino que, además tiene el valor del beneficio que produce, a esto llamamos comúnmente “capital”.
Uso de la moneda como agente de cambio. Santo Tomás toma a cargo la definición dada por Aristóteles a la moneda: “La sociedad no es posible sin el cambio, el cambio mismo no es posible si no se establece un producto de igualdad entre los bienes. Sin medidas comunes no es posible establecer una medida de igualdad”.
La moneda es esta común medida de las cosas. Dos son sus principales características:
a) No es una riqueza natural. Tiene un valor convencional. “Estas cosas -los signos monetarios- no pueden ser considerados como una riqueza real porque ellas pierden todo su valor y toda utilidad frente a las necesidades vitales, conforme las necesidades humanas cambian”.
b) No debe conservar un valor estable. Es imposible asegurar la equidad en los cambios si la común medida experimenta notables variaciones. De estas dos características fundamentales de la moneda, Santo Tomás saca la conclusión de que hay que asegurar la sumisión de los poderes económicos al bien público.
Desde el siglo Vi, el Papa San Gregorio Magno reconoce ya la legitimidad del interés en el préstamo comercial.
Las operaciones de crédito
Es absolutamente legítimo: es un cambio en el cual la entrega de un bien o la ejecución de un servicio se difiere. El acreedor crea confianza (“creditum”, del latín credere: creer) a la otra parte por la retribución que le es debida. Boisonnade remarca:
“Los mismos canonistas, que prohíben como usura el interés del préstamo sobre la comida y el trabajo, admiten con San Buenaventura e Inocencio IV, la legitimidad de la remuneración de los capitales invertidos en las empresas comerciales e industriales cuando hay riesgos (damnum emergens) o privación temporal de la recuperación de los capitales (lucrum cesans)”.
Está comprobado que en el siglo XIII, los papas toman bajo su protección a los banqueros italianos, colocando bajo la salvaguardia de los tribunales eclesiásticos, obligando a sus deudores a reembolsar los préstamos bajo la amenaza de penas espirituales, al mismo tiempo que realizan la caza de los usureros.
El papel de la banca
Es el de concentrar el capital-dinero para orientarlo hacia operaciones útiles y lucrativas. Ella recibe los depósitos y hace los empréstitos. Devuelve al depositario un interés inferior al que recibe de sus prestatarios, porque ella corre con los riesgos (periculum sortis) y encaja las pérdidas (damnum emergens).
Desde el siglo XIII, la marcha de la vida económica viene a parar en una diferenciación en los factores de la producción (trabajo, capital, gestión, etc.) y parece más normal que los ahorradores se dirijan a los bancos o a las oficinas bancarias para buscar la empresa industrial que invertirá sus economías.
Todas estas operaciones han sido siempre calificadas de buenas y saludables porque ellas estaban subordinadas a las necesidades reales de los consumidores, finalidad natural del acto de producción.
Tal fue la doctrina constante de la Iglesia. En nuestros días, hemos visto a Pío XII tratar, en los mismos términos, del papel social de la banca: “La influencia y la responsabilidad de los bancos es enorme. Ellos son los intermediarios del crédito y los creadores de fondos comerciales, agrícolas e industriales. El orden económico actual es inconcebible sin el factor dinero. Los bancos dirigen la corriente monetaria e importa que no sean dirigidos hacia empresas económicamente malsanas, violando la justicia, funestas para el bienestar del pueblo, perniciosas para la vida civil, sino hacia la armonía con la sana economía pública y con la verdadera cultura”.
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De todo lo que precede, podemos sacar en conclusión que:
1. Las técnicas comerciales, monetarias y bancarias de la economía moderna tienen fundamentalmente sus partidas de nacimiento en el esfuerzo económico de la cristiandad del Medievo.
2. La condenación del préstamo con interés no es una traba para la constitución de estas nuevas instituciones económicas, porque en ellas se encuentra dentro de la enseñanza de la Iglesia una justificación doctrinal y una codificación moral.
José María R. Ibáñez
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